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Solaris VII (El Mundo del Juego)
Rahneshire, Mancomunidad de Lira
5 de mayo de 3027
Tsen Shang abrió cautelosamente la puerta de la oficina de Gray Noton. Mantenía la diestra en posición paralela al suelo y apoyada sobre su estómago. Shang había untado con neurotoxina las uñas, afiladas como cuchillas, de los tres últimos dedos de cada mano. La tenue luz procedente de la oficina de Noton se reflejó en el pan de oro así como en las uñas.
Shang cerró la puerta y pasó el pestillo. Escudriñó rápidamente la habitación, aunque no tocó nada. Todo estaba como lo recordaba. Quitó de un soplido la fina capa de polvo que cubría un montón de papeles. Se tranquilizó al comprobar que nada parecía estar fuera de lugar. Nada, salvo que Noton no ha venido a saludarme.
El agente de la Maskirovka se agachó un poco y cruzó la sala de archivadores como una sombra. Recorrió el corto pasillo que conducía al despacho de Noton y atisbo por primera vez al ex MechWarrior. Entonces se irguió y entró con gallardía en la habitación.
Noton estaba sentado frente a su escritorio, con los pies sobre la mesa y la cabeza reclinada sobre el pecho, como si estuviera dormido. Shang presiono la arteria carótida con un dedo, pero la falta de pulso y la carne algo fría confirmaban lo que habían visto sus ojos: Gray Noton estaba muerto.
Shang agarró a Noton por la barbilla con el pulgar y el índice de la mano izquierda. Le levantó ligeramente la cabeza, pero ésta cayó pesadamente sobre su hombro derecho. Mmmm, tiene el cuello roto. —Shang observó el enorme grosor del cuello de Noton—. Un golpe fuerte. Bien colocado.
Volvió su atención al escritorio. Buscó entre el desbarajuste de archivos y papeles, mas no encontró nada de interés. Luego se puso detrás del cadáver para alcanzar los estantes colocados sobre el escritorio. Alargó los brazos y bajó un trofeo que Noton había ganado, años atrás, en la Fábrica de Marik.
¡Maldición! De modo que también ha encontrado esto. Shang palpó la hendedura en forma de media luna en donde alguien, con mano experta y un láser, había socavado el cerrojo de la caja fuerte de pared de Noton. Shang abrió la puerta circular de la caja, que bostezó como una boca vacía. El agente de la Maskirovka meneó la cabeza.
Contempló el cuerpo de Noton. ¿Qué hiciste, Gray, para sacarlo de sus casillas? —Shang se encogió de hombros—. Aunque pudieras hablar, dudo de que pudieras contestarme a esa pregunta. Ahora, yo debo averiguar la respuesta y, si es preciso, vengarte.
Desde un sombrío portal al otro lado de la calle, Justin observó cómo Tsen Shang salía de la oficina de Noton. Esperó a que Shang hubiera subido a su aerocoche, modelo Feicui, y se hubiera marchado. Entró en el callejón oscuro. Cuando el coche se desvaneció tras una esquina, Justin inspiró profundamente y espiró poco a poco.
Se puso en cuclillas y volvió a concentrarse en la caja de seguridad que había sacado de la caja fuerte de Noton. La dejó en el suelo de la callejuela y dobló los dedos de su metálica mano izquierda hasta formar un puño. Destrozó la caja con un golpe seco. Abrió el cerrojo y silbó al ver el contenido.
—Noton, estabas lleno de sorpresas, ¿eh?
Sobre un lecho de crujientes billetes C había varios documentos de viaje a nombre de media docena de individuos que compartían la descripción, foto y huella dactilar de Gray Noton. También encontró dos libritos: uno con nombres y direcciones, y otro en clave. No es un código muy difícil de descifrar, pero necesitaría un poco de tiempo. Parece un diario de sus transacciones comerciales.
Justin volvió del revés el bolsillo izquierdo de su abrigo y desgarró el zurcido con cuidado. Metió el dinero y los documentos por el orificio y los guardó en el forro del abrigo. Por último, sacó de la caja un llavero de llaves magnéticas. Se las metió en el bolsillo del pantalón y tiró la caja de seguridad entre la basura esparcida a sus espaldas.
Justin recogió la carpeta que Noton le había mostrado y la hojeó. Examinó en la penumbra la lista de pasajeros de la Silver Eagle y sonrió inconscientemente al ver el nombre del teniente Andrew Redburn. Tras cerrar la carpeta, guió visualmente su zurda a la cápsula de ignición imbricada en ella. Se concentró y aplastó el pequeño bulto. Una columna de humo se elevó de debajo de su pulgar sintético y las llamas le lamieron la mano metálica. Arrojó la carpeta a un lado y observó cómo se consumía. Cuando se apagaron las llamas, aplastó las cenizas con el pie y las esparció de una patada.
Por tu fe en mí, Andrew, niego este archivo a la Maskirovka. Es todo lo que puedo hacer. Ahora estas solo. Buena suerte, amigo mío.