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Solaris VII (El Mundo del Juego)
Rahneshire, Mancomunidad de Lira
26 de mayo de 3027
Atrapado en un saliente de roca, rodeado por un Firestarter a la izquierda y un UrbanMech a la derecha, y un Rifleman frente a él al otro lado de un precipicio, Justin sabía lo que Philip Capet esperaba de él. Si te vieras atrapado en la misma situación, tú te rendirías, ¿verdad, Capet? Te rendirías y morirías. Me lo pondrías fácil, ¿no? Y ahora esperas lo mismo de mí.
Justin lanzó una desafiante carcajada.
—¡Sigues sin saber de táctica, Capet! —exclamó. Hizo avanzar el Rifleman y cayó al abismo.
El Rifleman se precipitó al vacío como un meteorito a lo largo de veinte metros. El impacto de los pies metálicos del ’Mech contra la pared del precipicio, ligeramente inclinada, lanzó a Justin contra su propia silla de mando y el pesado neurocasco le golpeó los hombros. La mandíbula se le cerró bruscamente y sintió algunas astillas de dientes entre sus molares.
Pugnó por recobrar el equilibrio y, con él, el del monstruo de sesenta toneladas en el que estaba atrapado. La punta del pie izquierdo del ’Mech se incrustó en un estrecho resquicio. Lentamente, el Mataleyendas comenzó a girar a la derecha, pero Justin arqueó la espalda y movió el torso a la izquierda. El Rifleman se tumbó hacia atrás y se estrelló contra la pared de piedra.
¡Maldición! —pensó—. ¡Parece como si estuviera peleándome con toda una montaña!
El polvo y los escombros envolvieron al ’Mech en una nube gris. El chirriante sonido del metal arañando la piedra y el rastro de chispas y fragmentos de armadura que iba dejando, le informaban de manera elocuente de los daños que estaba sufriendo el ya inadecuado blindaje trasero del ’Mech. Justin escudriñó en sus monitores si había algún problema y se encogió de temor cuando un pedrusco, arrojado al vacío por el pie de la máquina, rebotó sobre su ventanal de visión.
De improviso, se detuvo el deslizamiento del Mataleyendas por la ladera del abismo. El choque contra el suelo de la garganta impulsó a Justin hacia adelante. El correaje de seguridad le lastimó la piel al sujetarlo y lo lanzó de vuelta a la silla de mando. Se levantó una nube de polvo que fue depositándose sobre el Rifleman.
Justin examinó los monitores de su máquina y blasfemó. Al haberse deslizado sobre la espalda del ’Mech, había destrozado por completo el blindaje posterior. ¡Por todos los demonios del infierno! Tsen Shang podría desgarrar esa coraza con sus uñas. No puedo permitir que ninguno de ellos se coloque a mis espaldas.
Las alarmas de proximidad del enemigo resonaron con estridencia por toda la carlinga. Justin levantó la mirada. Más arriba, el Firestarter estaba descendiendo sobre un chorro de llamas de iones. ¡Idiota! Por muy maltrecho y lastimado que esté, no soy carnaza para las alimañas.
Dos rayos láser gemelos brotaron de los brazos del Mataleyendas y pasaron entre las patas del otro ’Mech. Los rayos fundieron el blindaje que cubría las ingles del Firestarter y ascendieron hasta el torso. Allí perforaron los depósitos de combustible de sus dos lanzallamas pectorales como agujas que reventaran unos globos demasiado hinchados. El fuego surgió en grandes llamaradas de las junturas de los hombros y del cuello del Firestarter. Luego, una bola de fuego hizo trizas el ’Mech y sembró Ishiyama de escoria ardiente.
Justin puso en pie al Mataleyendas y avanzó entre la tormenta de fuego. La juntura de la rodilla izquierda del ’Mech, aparentemente dañada mientras éste resbalaba por la pared de roca, se atascó e hizo dar un trompicón al Mataleyendas. Justin recuperó el equilibrio justo a tiempo para evitar que el ’Mech cayese de bruces.
Frunció el entrecejo y ejecutó un programa de diagnóstico. Se encendió el monitor auxiliar, reflejando un esquema de la rodilla izquierda del Mataleyendas. Indicaba la existencia de un pedazo de hormigón armado alojado en la juntura. Si este ’Mech tuviese manos, podría sacarlo de ahí, gruñó Justin para sus adentros. Al no poder reparar el daño, dio un pisotón con la pata izquierda en el suelo de la garganta y avanzó apoyándose en ella como en un pivote. Cojeando, el ’Mech entró en la boca de un túnel.
Una salva de cartuchos de cañón automático barrió el suelo tras él, pero sólo logró desmenuzar los escombros del Firestarter en fragmentos metálicos aún más pequeños. Algunos pedazos de hormigón salpicaron la espalda del Rifleman de Justin, pero no causaron ningún daño importante. Tras una breve pausa, otra larga ráfaga tabaleó en el valle artificial.
Ése es el UrbanMech. Tiene un cañón automático de diez disparos, frente a las armas de juguete de cinco disparos que llevan nuestros Rifleman. —Justin entornó los ojos—. Deben de dar por sentado que mi blindaje trasero está en mal estado. Dada la rudimentaria astucia de Capet, eso significa que intentarán rodearme para que uno de ellos pueda dispararme. El UrbanMech tiene retrorreactores para bajar hasta aquí. ¿Será muy estúpido ese piloto?
Justin abrió una comunicación por radio con Capet.
—Capet, busca un escondrijo lo bastante grande porque voy a ir a matarte.
Cerró la línea antes de que Capet pudiese responder y se permitió una risa en voz baja.
Justin se adentró en el túnel con su 'Mech cojo. Aunque todavía podía verse la garganta, el túnel desembocaba en un pasaje que corría paralelo a aquélla. Giró el Rifleman a la derecha apenas doblar la esquina, y se volvió para apoyar la espalda contra la pared del corredor más cercana a la garganta. Le daré diez minutos. Si para entonces no ha bajado, tendré que arriesgarme a subir.
Justin oyó el eco de los retrorreactores del UrbanMech, que estaba aterrizando en el fondo del barranco. Un finísimo rayo láser —la otra arma de que disponía el UrbanMech— impacto en la pared opuesta del corredor. Es precavido, pero no lo bastante, pensó sombríamente Justin.
Giró el Mataleyendas sobre su paralizada pata izquierda. El enorme ’Mech se dio la vuelta y ocupó toda la boca del túnel, apuntando con sus armas al pequeño UrbanMech. Entonces, Justin disparó con todo el armamento de que disponía.
Los láseres grandes perforaron el corazón del UrbanMech como taladros de color rubí. Fragmentos de armadura al rojo llovieron sobre las paredes del túnel y salieron despedidos por el aire. Del enorme orificio abierto en el pecho del ’Mech brotó fuego y vapor cuando uno de los láseres medios penetró por él y destruyó todo lo que iba tocando. Una franja blanca de calor borró la sección media del ’Mech en la pantalla de infrarrojos de Justin mientras se evaporaba el blindaje protector del motor.
El fuego del cañón automático desmanteló la coraza del reducido brazo izquierdo del UrbanMech e hizo pedazos el blindaje del lado derecho del torso. El otro láser medio montado en el pecho del Mataleyendas impacto en la armadura ya deteriorada del costado derecho. Hizo saltar los escasos restos que aún quedaban y clavó agujas de intermitente luz rubí en el pecho del ’Mech, que incendiaron todo aquello que pudieron alcanzar.
Un haz de luz incidió en el almacén de munición del cañón automático y detonó el primero de los cartuchos explosivos sin vaina que aguardaban a ser cargados en el cañón Imperator-B del UrbanMech. Cuando aquel cartucho estalló, esparció escoria metálica al rojo vivo por todo el almacén.
Los irregulares fogonazos que surgían del interior del pecho del UrbanMech escupían metal y fuego. Una explosión destrozó el cañón automático y lo lanzó de vuelta hacia la garganta en un chorro de llamas de color ocre. Más explosiones abollaron el blindaje del torso desde el interior hasta surgir al exterior en torrentes de fuego. Toda la mitad superior del ’Mech se abrió como la tapa de una caja-sorpresa y se elevó una columna de fuego hacia el techo del túnel.
La onda expansiva de la explosión hizo tambalearse al Rifleman de Justin. Los escombros volaban por los aires y martilleaban al Mataleyendas con una furia que sugería un ansia de venganza del difunto UrbanMech. Justin, sacudido por la explosión y ahogado por el torbellino de calor volcánico que rodeaba su carlinga, pugnó por mantener derecho su Rifleman. Éste trastabilló hacia atrás hasta apoyarse de espaldas contra la pared del corredor.
El programa de diagnóstico volvió a dibujar la juntura de la rodilla y activó un apremiante pitido ¡Menos mal! —pensó Justin—. Hay un rayo de esperanza en este sombrío panorama. Algo, quizá la onda expansiva o un fragmento del UrbanMech, había arrancado el obstáculo que inmovilizaba la juntura de la rodilla del Rifleman. Justin esperó hasta que sus niveles de calor descendieron a niveles aceptables. Rio para sus adentros. Incluso cuando haces trampas, Capet, no consigues que algo te salga bien.
Justin viró el Rifleman y lo hizo avanzar pesadamente hacia la izquierda. Tomó la primera rampa ascendente y la superó a un paso casi imprudente. Atravesaba las intersecciones tras echar un vistazo superficial. Alteraba su rumbo casi al azar, pero siempre subía.
Echa el freno, Justin —se dijo—. Las prisas te matarán. Capet quiere dispararte por la espalda. Debes tener más cuidado. —Justin esbozó una sonrisa cuando una idea afloró en su mente—. Tal vez puedas volver sus deseos en su contra.
Justin abrió una comunicación por radio con su enemigo.
—Sal, Philip. Deja de esconderte.
—¿Esconderme? Estoy esperando ansiosamente tu llegada.
Justin entornó los ojos.
—Antes no pude evitar la tentación de retrasarme. No tuve más remedio que contemplar cómo explotaba el UrbanMech. ¡Qué lástima que no estuvieras allí!
La risa de Capet sonó falsa.
—Ya la miraré en la grabación. Le advertí que los cabrones capelenses erais traicioneros.
Justin asintió.
—Así es, Capet, pero tú nunca comprenderás hasta qué punto somos eficaces en ese aspecto.
Justin giró su ’Mech a la izquierda y entró en un túnel estrecho que subía gradualmente entre las sombras. Cuando entró en él, las tinieblas envolvieron al ’Mech. Justin avanzó despacio y con dificultad. Empezó a inquietarse, pues el túnel era demasiado angosto. No tenía espacio para girar.
Como si Capet le hubiera leído el pensamiento, apareció de improviso con su Rifleman, cortándole la retirada.
—Se acabó, Justin Xiang. ¡Vete al infierno!
Mientras Justin levantaba sus armas para atacar a Capet, el Rifleman de éste disparaba con todos sus efectivos. Sin embargo, antes de que sus armas pudieran alcanzar el blanco, Capet lanzó un alarido de ira inhumano que resonó por todo Ishiyama. Bajo el resplandor de los láseres, el fantasma dibujado en el anagrama del pecho del Mataleyendas parecía burlarse de la emboscada de Capet con la amplia sonrisa de un bufón.
Los rayos de los dos láseres pesados de Capet impactaron en el costado derecho del Mataleyendas. Fragmentos de coraza salieron despedidos sobre chorros de vapor, mientras los rayos de energía convertían la cerámica y el metal del ’Mech en gas. Uno de los láseres medios del Rifleman perforó las volutas de humo grisáceo y destruyó un láser medio montado en el pecho del Mataleyendas. El otro láser medio de Capet fundió parte del blindaje del pectoral izquierdo del Mataleyendas, mientras que los cañones automáticos arrancaban pedazos de coraza del brazo y pata izquierdos del ’Mech de Justin.
—En efecto, Philip —dijo Justin, riéndose—. Me metí con el Mataleyendas en esta ridicula trampa caminando marcha atrás. Sólo un traicionero capelense haría un truco como éste, ¿eh? Y sólo un estúpido federata se dejaría engañar.
Justin hizo caso omiso de la docena de luces de aviso que reclamaban su atención. Se concentró en su destartalado brazo izquierdo y observó cómo el retículo dorado que controlaba bajaba hasta la caja de vidrio y metal que sobresalía entre los hombros del Rifleman. La cruz dorada se situó en el lugar correcto y parpadeó al compás con las aceleradas palpitaciones del corazón de Justin.
—Philip, en tu último momento de vida, procura no pensar demasiado en tu fracaso…
Justin ordenó a su brazo izquierdo que disparase sus armas.
El láser grande envolvió la cabeza del Rifleman como una ola que aplastase un castillo de arena. El haz escarlata despedazó el blindaje de la cabeza del ’Mech de Capet y la carlinga del piloto explotó en un millón de fragmentos que se precipitaron al suelo en una lluvia de fuego y cristales.
El láser medio del pectoral izquierdo del Mataleyendas siseó y volvió a incidir en la cabeza del otro ’Mech. Saltaron por los aires más fragmentos de coraza y componentes internos. Por primera vez, el Rifleman de Capet se estremeció, como si el impacto lo hubiera aturdido. Con aquel gesto, Justin adivinó que Capet había quedado inconsciente.
Sin la menor compasión, Justin observó cómo los cartuchos del cañón automático laceraban la cabeza del Rifleman. Lo poco que había logrado resistir al impacto de las armas energéticas cayó bajo los proyectiles del cañon automático. Los últimos cartuchos atravesaron el espacio que había ocupado la cabeza y rebotaron en la piedra de Ishiyama.
Justin asintió lentamente mientras el decapitado Rifleman se tambaleaba y se estrellaba de espaldas contra el suelo.
—Así ha caído el campeón del Príncipe —dijo, convencido de que sus palabras serían recogidas por los encargados del programa de holovisión—. ¿Puede tardar mucho la caída de su amo?
Justin se miró en el espejo. La túnica de seda negra y dorada que le habían entregado en el vestuario le sentaba a la perfección. Estaba cortada justo debajo de la cintura y se ceñía con un fajín dorado. Era cómoda y tenía el aspecto apropiado para su función. El bordado de hilo dorado en hombros y mangas recordaba las franjas de un tigre, en combinación con los estilizados felinos representados sobre cada pectoral y el tigre de mayor tamaño bordado en la sección central.
Volvió a leer la tarjeta. Tus acciones nos honran a todos. Aunque no iba firmada, Justin reconoció enseguida que la «marca» holográfica adherida a la tarjeta era de la Tsen Shang.
Justin abrió la puerta de su taquilla y titubeó. Junto a la puerta había dos jóvenes capelenses, delgados y con aspecto de lobo, y ataviados con cazadoras de cuero. Uno sonrió cortésmente mientras contenía a unas fans enloquecidas y el otro le hizo una reverencia.
—Zao, Justin Xiang. He sido enviado para conducirte ante un amigo. —La mirada del joven se desvió hacia la túnica, revelando en silencio la identidad del «amigo».
Justin asintió amablemente. Siguió al hombre del tong por el laberinto subterráneo de innumerables túneles abiertos en la base de Ishiyama. Los guardias kuritanos les permitieron cruzar varias puertas de acceso restringido hasta llegar a una entrada trasera del edificio. El hombre del tong abrió la puerta a Justin. En el callejón, empapado por la lluvia, el MechWarrior reconoció el Feicui de Tsen Shang.
Una puerta trasera se abrió deslizándose y Justin entró en el oscuro interior del aerocoche. Tsen Shang estaba a su lado, en el ancho asiento de cuero. El hombre del tong ocupó el asiento del conductor. A una seña con la cabeza de Shang, el conductor encendió el motor y el coche se alzó sobre su colchón de aire.
—Felicidades, Justin. Estoy muy orgulloso de tus esfuerzos. Me atrevería a decir que mis sentimientos los comparten todos los habitantes de Cathay. —Tsen Shang sonrió. Se oyó el ruido seco del tapón de una botella de champán al abrirse—. Espero que te gustara la cosecha de Casa Palos que te envié después del combate contra Armstrong.
Justin sonrió.
—Sí, me gustó mucho. —Frotó la túnica con los dedos de la diestra—. Y te agradezco mucho este regalo. En el escudo de la familia de mi madre también hay un tigre.
Shang escanció con cuidado el champán en dos copas y dejó la botella en un cubo de hielo fijado en el minibar que se hallaba frente a sus asientos.
—Precisamente por eso especifiqué que se tejieran esos motivos. —Entregó una copa a Justin y él levantó la otra—. En nombre de toda la Confederación de Capela, te doy las gracias por tus esfuerzos.
Justin levantó su copa y ambos tomaron un sorbo de champán.
—¿Qué más sabes sobre mí?
Shang se encogió de hombros, pero la afectuosa sonrisa no desapareció nunca de su rostro.
—Como miembro de la Maskirovka, sé todo lo que hay que saber sobre ti… o al menos, todo lo que es importante. Creo que te haría gracia conocer nuestro informe sobre tu intervención en la batalla de Spica en 3016. Si algún agente de apuestas hubiera leído el informe de nuestro hombre, difícilmente habrías salido como favorito en algún combate. Nuestro agente no sentía ninguna simpatía por ti.
Justin entornó los ojos.
—Ése es un defecto de la Maskirovka.
Shang asintió y tomó un sorbo de champán.
—Aquélla estrechez de miras fue corregida en informes posteriores, que son muy halagadores hacia tus habilidades y virtudes. —Shang metió la mano en una estrecha guantera de la puerta del otro lado. De su interior sacó un sobre, que entregó a Justin.
En el interior había un fajo de documentos. Lo que primero le llamó la atención fue un par de pasaportes con su nombre y firma, aunque en uno constaba que su nombre era Thomas Yuan, no Justin Xiang. Además de los pasaportes, dejó caer dos paquetes de documentos en el regazo. Allí había papeles de identificación, tarjetas de crédito y transcripciones completas de actividades sociales y educativas que correspondían tanto a sí mismo como a aquel Thomas Yuan.
—No entiendo… —dijo Justin.
De repente, sintió como si tuviera la cabeza llena de algodón. Parpadeó por dos veces y notó que su visión se borraba hasta no poder reconocer los objetos. Levantó la mirada.
—¿Qué le has echado a la bebida? ¿Por qué?
Tsen Shang se rio entre dientes.
—El champán estaba drogado. Yo me había tomado otra droga para contrarrestar los efectos antes de que subieses al vehículo.
Aunque Shang paró con facilidad el torpe puñetazo de Justin, la expresión de su rostro mostró que la velocidad de reacción de Justin, estando drogado, le había sorprendido. Empujó al MechWarrior contra el asiento como si no pesara.
El mundo de Justin se desvaneció ante sus ojos, pese a luchar valientemente por mantenerse consciente. Mientras caía bajo la influencia del somnífero, la voz de Shang llegó a él como un grito que resonase por un túnel muy largo.
—No temas, hijo de Quintus Allard, pues obedezco órdenes de unos que creen que vales demasiado para dejarte morir…