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Pacífica (Chara III)

Isla de Skye, Mancomunidad de Lira

1 de marzo de 3027

El Awesome de Kurita avanzaba pesadamente como un hambriento hacia un banquete. El piloto levantó el puño como una maza del ’Mech en señal de amenaza mientras examinaba el campo de batalla. En una emisión por radio, proclamó que retaba a todo aquel que fuera lo bastante insensato para enfrentarse a él y empezó a recitar su impresionante lista de combates y victorias. Por la indiferencia con la que el Awesome se movía hacia posibles enemigos, era evidente que el piloto no esperaba que nadie fuera tan estúpido como para recoger el guante que había lanzado.

El Víctor de Ardan Sortek sorteó los Panthers envueltos en llamas y pasó por encima del Griffin caído. Con los resplandecientes colores azul y oro de la Guardia Nacional de Davion, parecía absolutamente fuera de lugar entre los camuflajes para combate en la selva de los demás ’Mechs. Las llamas lamían los bordes dorados del ’Mech humanoide, produciendo brillantes reflejos, pero no lograban atravesar la oscura escotilla que cubría la carlinga del piloto. El Víctor aguardó, mientras el humo se elevaba del Griffin y a su alrededor como una ofrenda de incienso.

El Awesome se volvió y el piloto movió la maza para saludar a su enemigo. La maza descendió y el CPP montado en el brazo derecho se levantó al mismo tiempo. Lentamente, los dos gigantescos ’Mechs de Asalto abrieron las puertas del infierno para atacarse entre sí.

Tres chorros de gélido plasma azul cayeron sobre el Víctor. Todos los fragmentos de coraza que tocaban se fundían como cera ante una antorcha. Los rayos del CPP rodearon las patas del Víctor en un lazo de energía y estrecharon el cerco. La armadura que cubría las patas del ’Mech de Sortek empezó a diluirse en hirvientes riachuelos y acabó por dejar casi desnuda la extremidad derecha. Sin embargo, aquella terrorífica energía no consiguió destruir al Víctor, aunque sí lo habría hecho con cualquier otro ’Mech presente en el campo de batalla.

El contraataque de Sortek se desencadenó como un ciclón de metal chisporroteante y rayos de luz rubí. Los proyectiles que salían disparados del cañón automático montado en el brazo derecho del Víctor destrozaron la coraza de la pata derecha del Awesome. Los láseres medios del brazo izquierdo del Víctor atacaron en tándem y lograron rebanar grandes lonchas de armadura del pectoral izquierdo del Awesome. Los MCA del Víctor, lanzados desde cuatro toberas situadas sobre el pectoral izquierdo del ’Mech, hicieron pedazos varias placas de protección que cubrían el brazo-maza del Awesome.

Una vez más, los CPP del Awesome se activaron y sus chorros de energía como víboras se dispararon de manera aleatoria. Uno deterioró la coraza del torso del Víctor, mientras que otros dos mordisquearon la armadura de los brazos del ’Mech, pero la máquina de Ardan Sortek no dio señales de sentirse afectada. De hecho, devolvió aún más fuego que el que había recibido.

El disparo del cañón automático del Víctor aniquiló los restos de la coraza del brazo izquierdo del Awesome, pero no consiguió destruir los músculos de miómero que habían quedado al descubierto. Entretanto, los láseres de Ardan fundieron la armadura de la pata izquierda y el brazo derecho de su enemigo y sus cuatro MCA abrieron una profunda herida en su cabeza. El Awesome vaciló, como si el piloto hubiera quedado aturdido por las explosiones.

Mientras Dan contemplaba el combate entre los dos titánicos ’Mechs, se dio cuenta de que alrededor de ellos se había establecido una tácita tregua entre las demás máquinas. Todos sabían que aquellos dos pilotos decidirían el resultado de su insignificante batalla. Aquél duelo haría historia y ambos MechWarriors estaban destinados a alcanzar la inmortalidad. El mero hecho de estar presente en aquel lugar era un honor que cualquier MechWarrior apreciaría por encima de todo.

El Awesome volvió a vomitar tres rayos artificiales. Uno se encaminó al centro del Víctor y logró abrir un pequeño orificio en la coraza sin destrozarla por completo. No obstante, la energía chamuscó el giroestabilizador situado en el pecho del ’Mech. El Víctor se estremeció y se tambaleó, pero la sangre fría de Sortek en los controles equilibró la enorme máquina antes de que perdiera la verticalidad. Los otros dos disparos, que abrieron profundas brechas en el brazo izquierdo y el torso del Víctor, sólo quemaron un poco de coraza y pintura.

El feroz contraataque de Sortek impacto en el hombro izquierdo del Awesome, hizo trizas los músculos de miómero y rompió el hueso de titanio como una rama seca. El pesado miembro atravesó la humeante oscuridad y derribó a un infortunado Panther.

Los láseres de la muñeca izquierda del Víctor rasgaron la armadura del torso del Awesome. Un vapor metálico se elevó de las dentadas incisiones del láser y gotas de metal fundido resbalaron de las brechas. Al mismo tiempo, los MCA distribuidos en espiral en el pecho del Víctor abrieron grandes cráteres en la coraza de la cadera izquierda del Awesome.

Sortek, tratando de compensar los efectos de la avería del giróscopo, lanzó el Víctor a la derecha con osadía.

El cambio de táctica pilló por sorpresa al piloto del Awesome, porque pocos guerreros esperarían que un ’Mech de Asalto fuera capaz de dar saltos. El intento de persecución por parte del piloto kuritano fue demasiado lento. Se apresuró a disparar los CPP del Awesome, pero sólo uno de ellos acertó en el blanco: impacto en el costado derecho del Víctor y fundió parte de la coraza, pero aquello no bastó para detener a Ardan Sortek.

El Víctor se acercó como un tigre que oliese sangre. Dos rayos láser chocaron contra el flanco izquierdo del Awesome, y disolvieron la armadura en un centelleo de luz de color rubí. Los MCA penetraron por el orificio abierto allí donde antes se unía el brazo izquierdo del Awesome al resto del cuerpo y se hincaron en el interior de su grueso pecho. Los misiles diseminaron por todo el ’Mech líquido refrigerante de los radiadores destrozados.

Sortek levantó el cañón automático y casi tocó el flanco averiado del Awesome. La atroz lluvia metálica del arma atravesó los restos de la coraza del ’Mech enemigo y abrió una brecha en su pecho. Los proyectiles cubrieron al ’Mech de metralla, que rebotaba de un lado a otro a su alrededor. Fragmentos de circuitos salían despedidos de la herida, junto con fibras de miómero y componentes estructurales pulverizados. Y, lo que era aún peor: los obuses del cañón automático carcomían el Awesome como si fuera cáncer, consumiendo la protección del motor de fusión.

La cabeza del Awesome estalló. El piloto saltó con su silla segundos antes de que un géiser de fuego plateado y dorado abrasara la carlinga. Libre de toda contención, el sol cautivo que había hecho funcionar al ’Mech activó su carga explosiva. El plasma sobrecalentado hervía en el vientre del Awesome. Subió y subió hasta convertirse en una nube de energía dorada, y explotó, haciendo pedazos la carcasa del ’Mech.

Los restos de armadura y armas salpicaron las máquinas reunidas alrededor del Awesome. El brazo derecho del ’Mech giró a la luz de aquel sol artificial y golpeó a un Shadow Hawk en las rodillas. Los pedazos de coraza y la fuerza de la explosión derribaron a algunos de los ’Mechs de Kurita más ligeros. Dan tuvo que luchar por controlar su Valkyrie para resistir la escoria que llovió sobre él.

La especular muerte del Awesome rompió la tregua en el campo de batalla, pero también desmoronó la moral de los kuritaños. Los Demonios de Kell estaban exultantes ante el resultado del duelo, pero no fueron tan estúpidos como para perseguir al enemigo hasta el paraguas protector de las armas de la Nave de Descenso, sino que permitieron a los kuritanos que se retirasen.

Patrick Kell se secó la espuma de cerveza que le cubría el labio inferior e hizo un ademán con la cabeza a Dan Allard.

—¿A tu lanza le han ido bien las cosas?

Dan se arrellanó en el sofá del despacho de Kell. A su lado estaba sentada Salome Ward. Más allá, «Gato» Wilson estaba apoyado en el brazo del sofá. Kell se hallaba detrás de su escritorio, mientras que Redburn, Sortek y la general Joss se habían sentado alrededor de la mesa de póquer. Junto a la puerta, de pie, estaban los comandantes Seamus Fitzpatrick y Richard O’Cieran.

Dan asintió en respuesta a la pregunta de Kell.

—A aquellos dos Panthers los dejamos para el arrastre. Yo fui el único que sufrió daños por culpa de un par de MCA que me dispararon los Panthers al retirarse. Habíamos entrado en el radio de alcance efectivo de sus CPP, lo que daba a los pilotos de los Panthers dos blancos que no podían dejar escapar.

Se encogió de hombros despreocupadamente. Todos comprendieron que los daños habían sido insignificantes.

Kell se volvió hacia el comandante Fitzpatrick.

—Seamus, ¿qué hicieron tus chicos voladores?

Fitzpatrick, un piloto pelirrojo cuya delgadez bordeaba lo cadavérico, sonrió como un zorro en un gallinero.

—Encontramos una compañía de Panthers que debían de ser muy novatos, pues nos saludaron cuando hicimos la primera pasada. —Fitzpatrick se fijó en la expresión ceñuda de la general Joss y se apresuró a explicarse—: Pilotamos unos cazas que capturamos hace mucho tiempo a los kuritanos. Como estábamos avisados del ataque con antelación, colocamos en la parte inferior de nuestros aviones las pegatinas correspondientes.

Con su sonrisa y su actitud indiferente, Fitzpatrick admitía que tal vez no habían jugado limpio, pero su compañía estaba atacando a unos canallas y todos sabían que los MechWarriors se dejaban engañar por cualquier cosa.

La general Joss entornó los ojos.

—Supongo que la táctica funcionó.

Fitzpatrick asintió con entusiasmo.

—Nos cargamos a una docena sin sufrir ni un rasguño. —Se volvió hacia Kell y añadió—: Rob Kirk liquidó su sexto ’Mech en esta operación. Tendremos que fijar una fecha para la condecoración.

Kell asintió y tomó nota.

—Muy bien. Richard, ¿tus hombres tuvieron algún problema?

El comandante O’Cieran se pasó una mano por sus cabellos, plateados como el acero. Aquél hombre bajo y de tórax ancho tenía más aspecto de sargento primero que de comandante, pero su talento para la táctica y la organización superaba con mucho a lo que cualquier suboficial podía entender.

—Ninguno. Como ordenaste, arrestamos a algunos para interrogarlos, pero no confiscamos ningún equipo de transmisión.

La general Joss frunció el entrecejo.

—¿No es eso una acción irregular, coronel Kell?

Kell se miró las botas unos momentos antes de responder.

—En efecto, mi general. Pero, en estos momentos, sabemos quiénes son los espías y podemos captar sus comunicaciones. Ellos nos dieron la información sobre dos de los tres lugares de aterrizaje y así fue como pudimos planear nuestra emboscada. Si detuviéramos a los espías y confiscásemos sus equipos, Kurita enviaría más y tendríamos que encontrarlos a todos de nuevo.

—¿Qué pasó con el tercer lugar de aterrizaje? —intervino Ardan Sortek.

Kell recogió una hoja de papel amarillo de su escritorio.

—La Nave de Descenso aterrizó en el Pantano de Branson. Es una ciénaga situada a unos cien kilómetros de aquí. Parece que la nave se quedó atascada en él, pero finalmente consiguió liberarse.

—Un grupo de exploradores míos rastreó el área —dijo O’Cieran—. Parecía una nave de clase Unión. No encontramos ningún indicio de que hubieran desembarcado nada. Además, nuestros hombres de operaciones en tierra informaron de que el perfil de trayectoria y aceleración de la nave indicaba que se marchaba con la misma masa con la que había venido.

—¿Cuánto tiempo estuvo posada? —preguntó Kell con gesto preocupado.

O’Cieran asintió, mostrando que compartía la preocupación de su jefe.

—Dos horas —contestó.

Redburn se arrellanó en su asiento.

—Perdóneme, señor, pero en Firgrove, mi planeta natal, tenemos turbales. Si los kuritanos usaron bombas para cargar agua en su Nave de Descenso, ¿no tendría la misma masa, fuera lo que fuese lo que hubiesen soltado?

Kell se rio en voz baja.

—Ha dado en el blanco, teniente, como hace unas horas. —Se volvió hacia Fitzpatrick—. ¿Los Panthers despegaron de la Nave de Descenso?

—Flotaban como globos —comentó el comandante.

Kell se mordió el labio inferior y apuró la cerveza negra de su jarra.

—Vamos a apretar las tuercas aquí. Tenemos que dar por sentado que hay una compañía entera de Panthers, como mínimo, operativa y a la espera en Pacífica. Ordenaré que la sección de informática calcule la masa de la Nave de Descenso comparada con cualquier configuración de ’Mechs equipados con retrorreactores, para ver qué es lo más horrible con lo que podemos encontrarnos.

El grupo se mostró de acuerdo. Kell sonrió.

—Hasta la redacción de ese informe, esta reunión queda oficialmente disuelta. —Señaló a Ardan Sortek y agregó—: ¡Y ahora convoco la primera fiesta anual en honor de Ardan Sortek, el que nos sacó las castañas del fuego!

Ardan Sortek y Andrew Redburn encontraron a Daniel Allard en el hangar de ’Mechs, observando a los Techs que hormigueaban sobre el Víctor. Con lámparas de arco voltaico, ensamblaban nuevas chapas de armadura a las que estaban parcialmente fundidas por los disparos del Awesome. Un asTech entró en el pecho del Víctor arrastrándose por el agujero abierto por un CPP. Dio un silbido que resonó por todo el ’Mech y provocó las carcajadas de los tres MechWarriors.

Ardan Sortek alargó la mano a Dan.

—Sentí una gran alegría al volver a verte, Dan. Espero que volvamos a encontrarnos dentro de poco.

Dan se rio entre dientes.

—Antes procura convencer al príncipe Davion de que nos haga un contrato mejor que el que tenemos con Katrina Steiner, ¿vale? No me importa trabajar para los parientes de Kell, pero ella nunca nos asigna destinos interesantes.

Sortek observó de nuevo su ’Mech.

—¿Seguro que hablas en serio?

Dan se echó a reír.

Touché —contestó, y señaló el Víctor con el pulgar—. Jackson, nuestro mejor Tech, me ha dicho que van a reconstruir una caja para el giróscopo con algunas piezas del Awesome. Vamos a arreglar este juguete y volver a pintarlo para ti. Te lo devolveremos como nuevo. —Miró disimuladamente a algunos de los asTechs—. Pero no te sorprendas si la insignia de tu compañía pasa a ser la de los Demonios de Kell.

Sortek asintió. Entonces vio por el rabillo del ojo al coronel Kell y a la general Joss.

—Será mejor que vaya con ellos —dijo—. Les daré un abrazo de tu parte a Quintus y a tu madre cuando vuelva a verlos.

Dan estuvo de acuerdo.

—Pero no les digas que me dieron en la batalla.

Sortek asintió y se alejó. El teniente Redburn lo siguió con la mirada y dijo en tono dubitativo:

—Señor…

Daniel Allard sonrió.

—Por favor, tutéame y llámame Dan. Ya sabes que el trato no es ceremonioso aquí. ¿Qué ocurre, Andrew?

—Andy…, así es como me llamaba tu hermano. —Redburn vio cómo el dolor asomaba a los ojos de Dan y tragó saliva—. Lo siento. Sé que el coronel Sortek te dio un holodisco de tu padre, y sé que te contó lo ocurrido en el juicio.

Redburn calló y esperó. Daniel Allard asintió con la cabeza.

—No sé qué te explicaron, capitán —prosiguió el teniente de la Marca Capelense—, pero yo estuve allí…, en la batalla y en el juicio. Sé que tu hermano no nos abandonó. Sé que no era un espía. No me preocupa lo que se descubrió en el juicio.

Dan apoyó las manos en los hombros de Redburn.

—Andy, te agradezco tus palabras. —Tragó saliva, a pesar del nudo que se cerraba en su garganta—. Tú conocías a Justin tanto como yo. Es mi hermano. Jamás creeré que es un traidor hasta que me demuestre serlo.

—Yo pienso igual, Dan —dijo Redburn, sonriendo. Dio un paso atrás y lo saludó.

Daniel Allard le devolvió el saludo con gesto marcial. Por el amor de Dios, Justin, no traiciones nuestra fe en ti.