NOTA DEL AUTOR
La Orden del Temple es sin duda una de las
más controvertidas, manipuladas y falseadas de cuantas
instituciones han sido fundadas por los seres humanos a lo largo de
toda su historia. Debido a su trágico final, a la aureola de
caballeros legendarios que siempre los rodeó, a su presunto
fabuloso tesoro y a las terribles acusaciones que sobre ellos se
vertieron, los templarios han sido objeto de especulaciones de todo
tipo.
Establecido en 1119 en Jerusalén por Hugo
de Payns, caballero de la región francesa de Champaña, el Temple
recibió como solar fundacional la mezquita de al-Aqsa, ubicada
sobre la explanada en la que antes estuvo el templo de Salomón,
destruido en el año 70 por el emperador romano Tito. Gracias al
mecenazgo de reyes, nobles y papas, la Orden del Temple alcanzó
abundantes riquezas y propiedades que empleó en las guerras que
durante casi dos siglos sostuvo en Tierra Santa y que supusieron un
enorme esfuerzo financiero además de grandes inversiones en hombres
y en materiales. Perdida la ciudad de Acre en 1291 y abandonada
Tierra Santa por los cruzados, el Temple, creado para la defensa de
los peregrinos a Jerusalén y la custodia de los Santos Lugares,
dejó de tener sentido y su existencia fue cuestionada por los
soberanos cristianos de Occidente.
Felipe IV el Hermoso, rey de Francia,
ambicionó sus riquezas y, tras controlar el papado con pontífices
fieles a su política, puso en marcha un plan para acabar con los
templarios y apoderarse de sus propiedades. Todos los templarios de
Francia fueron encarcelados por una orden real el 13 de octubre de
1307. Se inició entonces un largo proceso en el que centenares de
caballeros templarios fueron encarcelados, torturados e incluso
ejecutados bajo las acusaciones de blasfemia, sodomía, herejía y
otros delitos. Después de seis años y medio de cárcel y de
tormentos, el último maestre del Temple, Jacques de Molay, fue
quemado en París tras haberse declarado él y su Orden inocentes de
todos los cargos de que eran acusados.
Una tradición recoge la noticia de que, en
el momento de arder en la hoguera, el maestre Molay pronunció una
terrible maldición contra sus asesinos. La maldición pareció
cumplirse, pues los principales autores de la persecución contra el
Temple murieron en los meses siguientes a la ejecución del
maestre.
El rey Felipe IV falleció en noviembre de
1314 en el transcurso de una cacería; los dos hijos que le
sucedieron, Felipe V y Carlos IV, son conocidos en la historia de
Francia con el nombre de los «reyes malditos»; el último, Carlos
IV, murió sin descendencia y con él se extinguió en 1328 la
dinastía real de los Capetos, que había reinado en Francia
ininterrumpidamente desde fines del siglo X.
Guillermo de Nogaret, el brazo ejecutor al
servicio de Felipe IV, murió poco después, y Enguerando de Marigny,
ministro de finanzas y administrador de los bienes templarios
incautados, fue acusado de herejía y condenado a muerte en abril de
1315 por un tribunal del que formaba parte su propio hermano Felipe
de Marigny.
El papa Clemente V murió en abril de 1315;
este papa fue quien trasladó la sede papal de Roma a Aviñón, dando
lugar a la llamada «segunda cautividad de Babilonia» que
desencadenó años después el gran cisma de Occidente.
Los caballeros templarios que no fueron
ejecutados o no desaparecieron fueron adscritos a otras órdenes
religiosas, sobre todo a la del Hospital. En Escocia se fundó con
caballeros templarios la Real Orden, en Portugal la de los
Caballeros de Cristo y en la Corona de Aragón la de Montesa.
Una tradición asegura que en 1793, cuando
la cabeza del rey Luis XVI rodaba en el cadalso de París cercenada
por la guillotina, una voz anónima gritó: «Jacques de Molay, estás
vengado».
Siete siglos después de la ejecución del
último maestre, los templarios siguen despertando un interés
extraordinario, que ha sido aprovechado por falsarios,
especuladores, pseudo historiadores, intrigantes y arribistas, que
han contribuido a desenfocar su historia y el papel que
desempeñaron estos monjes guerreros en los dos siglos centrales de
la Edad Media.
Esta novela recrea los últimos años de la
Orden del Temple a través de la figura imaginaria de Jaime de
Castelnou, que ha sido utilizado como paradigma de caballero
templario. La historia del Temple puede seguirse en mi libro
Breve historia de la Orden del Temple,
también editado por Edhasa.
La leyenda atribuye a los templarios el
hallazgo de relevantes reliquias en las excavaciones que realizaron
en el suelo de la explanada del Templo en Jerusalén, entre otras el
Arca de la Alianza y el Santo Grial, aunque no existe indicio
alguno de ello.
En el monasterio aragonés de San Juan de la
Peña, cerca de la ciudad de Jaca, existía en 1399 un cáliz de
piedra semipreciosa que el rey Martín el Humano envió a su palacio
de la Aljafería en la ciudad de Zaragoza, y que a mediados del
siglo XV el rey Alfonso V remitió a Valencia. En la catedral de
esta ciudad se conserva todavía, en una capilla gótica edificada
para custodiarlo, con el nombre de Santo Cáliz, y son muchos
quienes lo consideran como el que Cristo utilizó en la celebración
de la eucaristía en la Ultima Cena. Se trata de un vaso de una
variedad de ónice de color rojizo oscuro con algunas vetas y datado
en el siglo I al que se ha añadido un pie también de piedra
semipreciosa que tiene una inscripción en árabe que dice «La
Brillante»; ambas piezas están unidas por un soporte de orfebrería
en plata sobredorada, añadido en el siglo XIV.
Por toda Europa existen decenas de iglesias
que aseguran que entre sus reliquias está el cáliz de la Ultima
Cena. No obstante, son muchos los seres humanos que siguen
buscando, como los caballeros del rey Arturo, su verdadero Santo
Grial.