CAPÍTULO I

A principios de marzo de 1302 las arcas del Temple estaban casi vacías. Tras la derrota de Acre y el abandono de las posiciones en Tierra Santa, las pérdidas habían sido enormes y los envíos de dinero que llegaban procedentes de las rentas de las encomiendas de Europa eran cada vez menores. Además, en los últimos meses se habían empleado miles de libras de plata en pagar rescates de algunos nobles y de sus familiares que habían quedado presos por los musulmanes.
Jacques de Molay se mostraba taciturno y preocupado, pero rumiaba un nuevo plan que desatascara al Temple de la situación tan complicada a la que estaba siendo abocado. Necesitaba hombres y dinero, o en poco tiempo la Orden de los templarios sería poco menos que un vago y nebuloso recuerdo.
Una noticia llegada de Occidente le animó un tanto. La Corona de Aragón, la casa de Anjou y Fadrique de Sicilia acababan de firmar un tratado de paz por el cual se ponía fin a varios años de guerra y de batallas cruentas en los reinos de Sicilia y de Nápoles. Ante dicho acuerdo, las tropas mercenarias que luchaban en ambos bandos se quedaron sin trabajo. Era probable que algunos de ellos estuvieran interesados en acudir a combatir a Tierra Santa.
Entre los que habían luchado del lado de Fadrique de Sicilia estaba Roger de Flor, el antiguo sargento templario que se apoderara de la galera El halcón en el sitio de Acre y que se hiciera rico cobrando enormes cantidades de dinero a las damas que deseaban escapar de la ciudad sitiada. Desde entonces, el Temple venía reclamando, aunque sin éxito, la entrega de Roger de Flor para ser juzgado por los daños ocasionados a la Orden.
Desde su acción en Acre, el hijo del halconero del emperador Federico II estaba proscrito en media cristiandad. Tras huir con un gran botín logrado a costa de los abusivos pasajes de las personas que embarcó en El halcón para sacarlos de Acre, se dirigió a Génova, donde vendió la galera templaría, y luego adquirió a los genoveses otra llamada la Olivette. Perseguido y buscado en muchas partes, no tuvo otra salida que ofrecerse al servicio del rey Fadrique de Sicilia, hermano de Pedro III de Aragón, que necesitaba soldados con los que defender su reino de las pretensiones de Carlos de Anjou, hermano del rey Felipe IV de Francia. Gracias a su dinero y a su capacidad de liderazgo, logró constituir una compañía de soldados mercenarios a quienes trataba como a iguales y a los que pagaba con prontitud y generosidad, en muchas ocasiones incluso por adelantado. Se había convertido en el caudillo de una compañía de aguerridos soldados que empezaban a ser temidos en todo el Mediterráneo; los llamaban almogávares.
Diez años al frente de su compañía, bregado en batallas en la guerra de Sicilia y experimentado en el mando de hombres duros y sin escrúpulos, Roger de Flor se había convertido en un caudillo formidable. Pero ahora su protector, el rey Fadrique, ya no lo necesitaba, y sus hombres se habían quedado sin su principal fuente de ingresos. Unos seis mil almogávares, fieros y rudos soldados mercenarios reclutados en las zonas montañosas de los reinos de Aragón y Valencia y en el condado de Barcelona, que no sabían hacer otra cosa que combatir, fueron licenciados; no tendrían otro remedio que buscarse el pan en una nueva guerra.
Molay llamó a Castelnou; quería comentarle las novedades llegadas de Sicilia, pero sobre todo encomendarle un plan arriesgado aunque irrenunciable.
—Siéntate, hermano Jaime —le indicó con la mano, señalándole una silla al lado de la ventana del cuarto que el maestre del Temple utilizaba como gabinete de trabajo en el edificio principal de la encomienda de Nicosia—; tengo trabajo para ti.
—Dime, hermano maestre.
—¿Ya sabes las noticias acerca de Sicilia?
—Sí, sé que se ha firmado la paz.
—¿Y lo del traidor Roger de Flor? Al oír este nombre, Castelnou sintió un vuelco en el estómago. Hacía tiempo que no había oído hablar de él, aunque sabía que había estado al servicio del rey de Sicilia.
—Ese canalla… —musitó Jaime—. ¿Qué ha sido de él?
—Se ha quedado sin trabajo. Hace tiempo que pretendemos atraparlo, aunque hasta ahora no ha sido posible; mientras lo protegía el rey de Aragón o su hermano el de Sicilia, no podíamos hacer otra cosa que reclamar su entrega, pero las cosas han cambiado. Esta paz lo ha dejado sin apoyo, y por eso vamos a ir a por él. Lo que hizo en Acre no puede quedar sin castigo; el Temple fue burlado por ese ladrón sin entrañas, y como maestre de la Orden no puedo consentirlo. Buena parte de nuestro prestigio se desvaneció cuando ese canalla nos robó El halcón, nuestra mejor galera.
—¿Qué plan has pensado, hermano maestre?
—Ejecutarlo. Su acción merece la muerte, pero si es posible, antes lo traeremos hasta aquí vivo y será juzgado conforme a nuestra regla. Aunque esta misión va a ser muy difícil. Se ha convertido en el caudillo de una compañía de varios miles de hombres, todos ellos aguerridos y forjados en años de combates navales y terrestres. Sus soldados se llaman almogávares, y por lo que sabemos veneran a su jefe casi como a un dios, de modo que va a ser difícil llegar hasta él. Ahora bien…, existe una posibilidad.
—¿Cuál?
—Que te conviertas en uno de ellos. Te harás pasar por un mercenario catalán; eres natural del norte de esa región, y viviste allí durante toda tu infancia y juventud, no te será difícil interpretar ese nuevo papel.
—Pero, ¿cómo llegaré hasta él?
—Enrolarte en su compañía de armas no será difícil, y menos aún teniendo en cuenta tu habilidad con la espada. Ahora bien, acercarte a él será más complicado; sabemos que una guardia personal de cincuenta hombres le cubre las espaldas día y noche, por lo que tendrás que actuar con sumo cuidado.
—Olvidas una cosa, hermano maestre. Roger de Flor me conoce; en mi viaje a Tierra Santa desde Barcelona fue su galera la que nos llevó hasta Acre, y después me enfrenté con él en ese puerto, aunque Roger estaba sobre el puente del navío y yo en el muelle. Es probable que me reconozca.
—No lo creo. Durante estos años habrá visto a miles de hombres como tú. Te conoció hace años como caballero templario: barba, pelo rapado, hábito blanco… Ahora tendrás un aspecto muy distinto. Te afeitarás la barba y el bigote, te dejarás el pelo largo, al menos hasta la altura de los hombros, y vestirás como un almogávar. Ya cambiaste tu aspecto por el de un mercader catalán cuando fuiste a negociar la alianza con los mongoles. Con tu nueva imagen, no te reconocería ni tu propia madre.
—Yo no olvidaré jamás su rostro; recuerdo muy bien su mirada cuando nos robó El halcón para hacer negocios con las atribuladas damas de Acre. Ese día ganó una verdadera fortuna, y lo hizo extorsionando a mujeres indefensas, aprovechándose de su desesperación y utilizando nuestra mejor galera. Es un traidor.
—Sí, todo eso es cierto, hermano Jaime, pero las circunstancias han cambiado. Sus hombres lo veneran porque se comporta como uno más de ellos; y, por cierto, el Temple no está bien visto entre la gente que lo rodea. Hay muchos que piensan que lo que hizo en Acre fue un acto digno de aplauso. Son demasiados los que se alegran de que se burlara de la Orden. Tenemos más enemigos de lo que parece, son muy poderosos y no dudarán en ayudar a Roger de Flor si eso nos perjudica o nos molesta. No lo olvides.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Castelnou.
—Atrapar a Roger de Flor mediante un engaño. Escucha atentamente. He enviado a dos espías para que intenten convencer a ese alemán renegado de que el rey de Armenia está interesado en contratar sus servicios como comandante militar junto con toda su compañía. Tenemos que lograr que caiga en la trampa y que crea que es verdad cuanto se le diga. Unas galeras del Temple, camufladas como si hubieran sido contratadas por el rey de Armenia, recogerán a los almogávares en Bari, con la promesa de trasladarlos desde allí hasta las costas de Cilicia. Pero nada de eso será cierto; todas las galeras serán desviadas a diversos puertos bizantinos, menos aquella en la que esté embarcado Roger de Flor. Esa recalará en el puerto de Limasol, y allí lo estaremos esperando.
—Aguarda. Roger de Flor es un marino experto, dicen que el mejor de todo el Mediterráneo; se dará cuenta enseguida de la trampa. Para él no será difícil averiguar que las naves son templarias, que han sido dispersadas a propósito y que la suya navega hacia Chipre y no hacia otra parte.
—Hemos previsto esa contingencia. Una mujer viajará en la misma galera que Flor, una mujer muy hermosa, demasiado hermosa como para resistir la tentación de tomar su cuerpo tras varios días de travesía; bastarán unos polvos en una copa de vino para que pierda el sentido y entre en estado de sopor hasta que se encuentre en nuestras manos.
—¿Y los demás almogávares? ¿Crees que se mantendrán tranquilos si saben que su jefe ha sido apresado?
—Sin su caudillo al frente, la compañía se deshará como la nieve bajo los rayos del sol de mediodía. Puede que incluso contratemos a algunos de ellos como soldados a nuestro servicio. ¿Sabes?, los mongoles y Hethum de Armenia están reconsiderando su actitud; saben que lo que hicieron tras el triunfo de Hims fue un fatal error; su precipitada retirada permitió que los mamelucos se rehicieran, y todo nuestro plan se vino abajo pese a la victoria. Hemos recibido noticias del rey de Armenia; ha hablado con el ilkán Ghazan y ambos están dispuestos a emprender una nueva campaña, ahora con la intención de acabar de verdad con los mamelucos.
»No quisiera morir sin ver de nuevo nuestro estandarte blanco y negro ondear sobre los muros de Jerusalén y a nuestros hermanos rezar ante el sepulcro del Salvador. Podemos tener una segunda oportunidad, y desde luego no hay que desaprovecharla. Y si este plan resulta como espero, el Temple volverá a ser poderoso para mayor gloria del Señor.
»Y si encerramos a ese condenado Roger de Flor en una de nuestras cárceles, mi alma podrá descansar en paz, porque habré cumplido el mandato que los hermanos me otorgasteis al elegirme como vuestro maestre.