Pista de interrogatorio

Superando todos mis temores, la discoteca móvil era pilotada por un calvo con un polo rosa que operaba sobre un sintetizador con ritmos pregrabados y sonidos estridentes.

Por si no bastara con aquel chumba-chumba prefabricado, el maestro de ceremonias se atrevía a cantar lo que le pusieran por delante. No ponía reparos en versionar a Queen, como tampoco se arrugaba a la hora de afrontar una balada de George Michael o de Céline Dion.

Para aquel hombre, y para la mayoría de veraneantes que intentaban bailar, la música popular era algo que se había detenido a finales del milenio pasado.

Viendo que me sentía perdido en aquel ambiente, antes de que yo desertara, Muriel aprovechó una canción lenta de Scorpions para tomarme por la cintura y pegarse a mí. Muy a mi pesar, sentí que me gustaba su olor. Antes de que otras ideas se instalaran en mi cabeza, decidí iniciar sin más el interrogatorio:

—¿Dónde encontraste a Aroha?

—En esta misma playa —suspiró mientras me escrutaba a través de sus gruesas gafas—. Pasaba la mañana con su padre, un buenorro que había plantado una sombrilla para que ella pudiera escribir su diario. Sucedió un día antes de que tú llegaras... Yo estaba tomando el sol al lado y me encantó la imagen de Aroha escribiendo en su cuaderno.

—Y le preguntaste si podías hacerle un retrato —deduje en voz alta.

—Sí. Luego, cuando su señor padre se fue a nadar, charlamos un poco. Entendí que era tonta del culo, supongo que por falta de experiencia, pero tenía mucho encanto... Cuando me dijo su nombre, supe que tenía que hacer algo con todo eso.

—Claro, te faltaba tema para el concurso de novela rápida —dije aún disgustado.

—Pues sí. Cuando te vi llegar, a primera hora de la mañana, se me ocurrió lo del diario. Mientras tú estabas en la playa, fui al pueblo y compré un cuaderno viejo en un anticuario y una estilográfica. Le puse el mismo título con purpurina y me pasé toda la mañana escribiendo como una posesa... Fue un buen entrenamiento.

Mientras la música mudaba hacia un destartalado pasodoble, mi enfado se empezó a diluir con cierta dosis de admiración por aquella gesta, aunque seguí fingiendo seriedad.

—Justo antes de comer, pasé junto a tu habitación —continuó—. Te había visto salir de ella por la mañana y en aquel momento estaban arreglando la de al lado. Pedí al limpiador que me abriera la puerta para recoger algo que me había olvidado. Lo hizo sin sospechar que el cuarto podía no ser mío. Ventajas de ser una retaco con gafas de culo de botella... Nadie piensa mal de ti.

—Déjame que adivine el resto —dije mientras girábamos absurdamente en la pista—. Metiste el diario ahí, esperando que yo lo encontrara y me empezara a montar películas. También provocaste el encuentro en la playa con tu madre y mi abuelo. Muy divertido.

—Lo ha sido. He radiografiado cada una de tus caras a medida que avanzabas en la lectura. Incluso te quité el diario una vez para meterte el retrato de Aroha, que tardé un par de días en revelar, y ni siquiera te enteraste.

—¿Y el tal Brisbee? —Recordé de repente al camarero.

—Un rollo mío de una noche. Le dije exactamente lo que debía contarte cuando preguntaras por Aroha. Y por lo visto, te guió bien.

No había más que hablar.