Amar lo que es
Lo primero que vi al amanecer fueron los cabellos rojizos de Aroha sobre mi pecho. Abrazado a ella, podía contar cada uno de sus latidos. No recordaba en qué momento nos habíamos dormido tras aquella conversación surreal. Acerqué mi nariz a su nuca para aspirar el olor a brea de su pelo.
Justo entonces lo oí a lo lejos. El vibrante sonido del órgano ya estaba dando la vara de buena mañana. Imaginé a Padre Niebla sentado tras el teclado, con su tazón de té entre el desorden de libros y discos de su guarida.
Aún no sabía qué pensar del gurú o protector de aquella comuna, pero sí me había enganchado a las canciones de Bill Fay.
Me separé con cuidado de mi Nausica para salir de la tienda.
Aquella pieza era aún más lenta y mortecina que las otras que había oído desde mi llegada a Idilia. El acompañamiento constaba de largos arpegios ascendentes a la espera de acoger la voz.
El teclista se recreó largamente en la introducción de órgano, como si esperara a la audiencia para dar inicio al gospel del viejo y casi olvidado rockero inglés. Aquel amanecer, una vez más, todo el público era yo.
Padre Niebla empezó a cantar lenta y ceremoniosamente:
It’s time to leave and say goodbye.
At least for now.
You fought the battle most of your life, and you still fight it now.
Soon you’ll be leaving for the coast,
but it’s a coast no man can tell.3
Seguí escuchando aquella dulce y lúgubre balada de despedida con la viva impresión de que hablaba de mí. Para acabarlo de confirmar, cuando la pieza llegó a su fin, el gurú me llamó: —Entra. Sé que estás ahí...
Hice lo que me pedía y vi que había dispuesto una mesita con dos tazas que llenaba en aquel momento.
—Es té de roca —explicó—. Crece en las grietas de las rocas calcáreas, en esta misma montaña. Es un gran digestivo para después del desayuno.
—Aún no he desayunado nada —dije sentándome a la mesa.
—Pensaba que te habías desayunado a la preciosa Aroha.
Aquella estocada me dejó sin palabras. Me sinceré a la vez que me ponía a la defensiva: —Hemos dormido juntos, pero no ha sucedido nada crucial entre nosotros.
—¿Qué quieres decir con eso?
Padre Niebla me miraba muy interesado. Me acerqué la infusión de hierbas silvestres a los labios y dije: —No sé cómo explicarlo... Aroha es bellísima y delicada como un ángel, pero no se parece en nada a quien yo creía conocer.
—Tu error, entonces, ha sido pensar que la conocías antes de conocerla.
—¿Cómo?
—Has llegado hasta Aroha cargado de tus propios filtros, expectativas e ideas preconcebidas. Así es imposible amar.
Estuve a punto de explicarle lo del diario y el desfase que había entre la persona que se mostraba allí y la frágil y miedosa Aroha que había conocido en Idilia, pero era demasiado complicado de explicar.
De repente, el gurú dijo:
—Amar lo que es. No hay otro secreto.
—¿Cómo?
—Amar lo que es.
Padre Niebla me puso la mano en el hombro y añadió:
—No seas estúpido. Sabes bien lo que te estoy diciendo. La vida es la gente, olvídate de teorías. Cuando esperamos que los otros sean de una manera o de otra es imposible amar, porque no hay aceptación, no hay visión clara, no hay luz. Si quieres penetrar en el alma pura de Aroha, ama lo que es. El resto es tu propio lastre.