La secta
En la media hora que faltaba para las ocho tomé dos decisiones que acabarían siendo cruciales.
La primera, obviamente, fue salir en busca del ashram de inmediato. Escribí un SMS a mi abuelo para decirle que no desayunaría con ellos a las diez, como era nuestra costumbre. En todo caso, los buscaría más tarde por la playa.
Hecho esto, antes de partir decidí no llevarle a Aroha su diario. Más aún, me prometí que si llegaba a encontrarla, jamás le mencionaría que lo había leído. Ya no creía que ella lo hubiera dejado allí para que lo leyera alguien. O tal vez sí...
Lo cierto era que estaba hecho un lío.
La carretera que pasaba junto al hotel, a escasos metros de la playa, en dirección al norte, serpenteaba durante diez interminables kilómetros hasta llegar al camping. Necesité casi una hora y media para cubrir esa distancia bajo un sol de justicia, pese a la hora temprana de la mañana.
Quizá porque estaba bastante alejado de la costa, el Afrodita mostraba poca actividad. Conté como mucho una docena de tiendas en el vasto eral. La recepción estaba absurdamente al fondo de las instalaciones, junto a una hilera de bungalows pintados de verde.
En la caseta de recepción había un vigilante de aspecto tosco con una camiseta imperio y un frondoso bigote.
Al preguntarle por Idilia me fulminó con la mirada.
—Aquí no queremos saber nada de eso. Estás en un camping, por si no te habías enterado.
—Busco a mi hermana —mentí—. Desapareció de casa hace ocho días y creemos que puede estar en ese lugar.
—Hay que joderse.
Reforzó estas palabras aporreando con el puño el pequeño mostrador de madera. Tal como yo había esperado, su mirada fiera mudó hacia algo parecido a la compasión.
—Lo mejor que puedes hacer es llamar a la poli y denunciar la desaparición. ¿Es una menor?
—Ya no... —titubeé—. Acaba de cumplir los dieciocho.
—Entonces no tienes nada que hacer. Si pones una denuncia, te dirán que ha ingresado en la secta por voluntad propia. Lo siento mucho, chico.
—Necesito hablar con ella —dije impresionado por lo que acababa de oír—. Intentarlo, al menos.
El hombre del bigote frunció el ceño mientras murmuraba:
—Bueno, supongo que yo haría lo mismo en tu caso. Para llegar a Idilia tienes que tomar un sendero que empieza medio kilómetro más adelante. A la izquierda de la carretera, justo después de un campo de olivos. Puedes probar, pero cuidado con ese Padre Niebla... Dicen que los atrapa con su sola mirada, como una telaraña a las moscas.