Alguien
Tras aquella mañana tediosa en la playa, me refugié en las sombras de mi habitación. Mi abuelo no me reclamaría para comer con él hasta las tres, así que me libré a la modorra de quien necesita quemar el tiempo de cualquier manera. Y dormir era una de ellas.
«La siesta del carnero», mi bisabuela llamaba así a la cabezadita que echaba antes de comer. Me dejé caer sobre la cama sintiéndome un auténtico inútil. Desde que había empezado a medicarme, mi vida era una desordenada colección de momentos sin sentido ni intensidad alguna. El tratamiento había concluido, pero tenía la sensación de seguir varado.
Con estos pensamientos amargos, me revolví sobre un colchón demasiado fino para una cama de muelles. Es el inconveniente de los «hoteles con encanto», que en aras de la autenticidad se ahorran una fortuna en renovar las instalaciones.
Cerré los ojos en un intento de forzar el sueño, pero algo puntiagudo se me clavaba justo en el omoplato. Hastiado sólo empezar las vacaciones, metí la mano bajo el colchón para corregir aquel incordio. Mis dedos no detectaron un muelle suelto, como había supuesto, sino un objeto de cartón rígido y anguloso.
«Pero qué demonios...», murmuré mientras me esforzaba en sacar a aquel intruso de debajo de mi colchón.
Para mi asombro, se trataba de un cuaderno de tapas duras, como los diarios que mi bisabuela guardaba de su infancia. Sobre la cubierta de cuero, su dueña había escrito con purpurina plateada: CUADERNO DE AROHA.
Lo abrí con la mala conciencia de quien mete las narices en la intimidad ajena. Por la caligrafía nerviosa y algo caótica, deduje que pertenecía a una chica joven que, la noche antes, tras escribir su diario, lo había guardado allí. No se había acordado de rescatarlo al abandonar el hotel.
Antes de leer la primera página escrita, me pregunté cómo sería aquella alma solitaria —tenía que serlo para escribir con estilográfica en un cuaderno— cuyo cuerpo había descansado en aquella misma cama.
Lo que leí a continuación me robó el aliento.
Querido Alguien:
No sé cómo te llamas ni dónde paseas tu tristeza, pero sé que algún día me encontrarás. Nos miraremos a los ojos y los dos sabremos que hemos llegado. Entonces comprenderás que yo soy tu puerto, tras una larga travesía por mares que habrías preferido no conocer, y yo lloraré de felicidad por haber dado contigo al fin.
Desconozco tu nombre todavía, pero eso no es importante. Algo dentro de mí me dice que existes y que un hilo invisible te une a mí. Es sólo cuestión de tiempo.
Te quiero, Alguien. No tardes en venir.
Siempre tuya,
Aroha
Cerré el cuaderno de golpe, tratando de digerir lo que acababa de leer. Entendí que era obra de una adolescente loca de aburrimiento.
El cuaderno estaba garabateado a lo largo de unas treinta páginas, por lo que la tal Aroha —por cierto, ¿qué nombre era aquél?— en ese momento debía de lamentar, muerta de vergüenza, la desaparición de su archivo de secretos. Mi obligación era devolverlo cuanto antes a su propietaria. Para ello sólo tenía que bajar a recepción y entregar el hallazgo. Ellos lo enviarían a la familia que había ocupado mi habitación.
Sin embargo, sabía que no iba hacerlo.
Aún no.
Me gustaba la ilusión de tener una amiga. Alguien que todavía no era capaz de imaginar, pero que buscaba a otro Alguien a quien amar. No me importaba que fuera una chiflada, ya que lo mejor de todo era que ya no estaba allí. Podía imaginarla como quisiese e incluso tener fantasías sexuales con ella.
Estaba a punto de leer la segunda hoja del diario cuando se abrió la puerta de la habitación. Un acto reflejo hizo que devolviera el cuaderno a su blando sepulcro.
La cara bronceada de mi abuelo me estudió con ironía antes de decir:
—¿Has visto las noticias por la tele?
—No.
—Un avión que ha salido esta mañana de nuestro aeropuerto ha caído sobre la pista sólo despegar. No han dicho cuántos muertos hay. Quién sabe si no había turistas de este hotel que volvían a casa. ¡Qué horror! Podríamos haber sido nosotros.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. No me horrorizaba morir en un accidente aéreo. Por alguna extraña razón, me parecía más terrible que aquel cuaderno fuera el último rastro de ese Alguien que había llegado a mi vida para llevarme a lugares que aún no podía sospechar.