Aroha #1 - Hotel Infierno -

La religión dice que el infierno es un lugar donde las almas de los pecadores son torturadas a perpetuidad. En ese inframundo, ardemos en un lago de fuego que nunca se extingue.

¡Qué estupidez!

En 1944 (soy buena recordando fechas) Sartre dijo que «el Infierno son los otros». Le doy toda la razón. Esta frase está sacada de una obra de teatro que se llama A PUERTA CERRADA.

Nos llevaron a verla con el cole justo antes de terminar el curso. Aunque todos mis compañeros se cagaron en la obra, fue la única cosa decente que hicimos en todo segundo de bachillerato. A mí sí me gustó. De hecho, me identifiqué mucho con la situación de los protagonistas.

Y ahora aún más.

En la obra, un tipo llamado Garcín llega a un hotel gigantesco, lleno de cuartos y pasillos, que resulta ser el infierno. Allí un mayordomo lo acompaña hasta una habitación. No tiene ninguna ventana, sólo una puerta. En el interior de la estancia hay tres sillones, una estatua de bronce y un abrecartas.

Poco después, llegan dos mujeres que se llaman Inés y Estelle. Una vez tiene a los tres a buen recaudo, el mayordomo cierra la puerta del cuarto con llave y se larga.

Los tres condenados, porque eso es lo que son, temen que van a ser torturados de inmediato, pero allí no hay fuego ni instrumentos de tortura ni nadie encargado de aplicar castigo alguno.

Sólo ellos tres.

A medida que pasa el tiempo, las relaciones entre ellos se van complicando. Siempre hay dos que se enfrentan a uno, aunque las alianzas y los odios van cambiando. Inés y Estelle contra Garcín. Luego Garcín e Inés se unen para atacar a Estelle, que poco después buscará a Garcín para arrojarse sobre Inés. Y así toda la eternidad.

En un momento de lucidez descubren que están allí para torturarse entre ellos. Que el infierno son los otros.

Me encantó A PUERTA CERRADA, aunque últimamente he descubierto que hay algo peor que ese hotel infernal. De hecho, al final de la obra a Garcín le abren la puerta, pero no quiere salir. Necesita seguir a la brega con esas dos brujas.

Recapitulemos.

No creo en el inframundo donde los pecadores (¿quién no lo es?) arden en un lago de fuego.

Tampoco es justo culpar a los otros de este infierno de mundo. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? Si no nos conocemos bien ni a nosotros mismos, ¿cómo pretendemos calar a otros?

Mientras languidezco en este hotel de mierda (aquí no hay estatua, ni abrecartas; ni siquiera hay mayordomo), hoy me he dado cuenta de una terrible verdad.

El infierno no está en un lago subterráneo.

Tampoco son los demás, aunque puedan torturarnos con su estupidez.

No. Ese lugar tan temible se halla mucho más cerca. Tan cerca que hasta ahora he sido incapaz de verlo.

El infierno soy yo.

Justamente por eso no hay escapatoria.

¿O sí la hay?