El refugio
El campamento de Idilia debía de inspirar en sus miembros una serenidad ingenua y transformadora, ya que en el primer encuentro con Aroha no había aflorado la rebelde intelectual que yo había esperado.
Quizá en aquel lugar la rabia no estaba bien vista y había que ocultar esa clase de impulsos bajo una capa de beatitud.
Tras escribir a mi abuelo que había salido de buena mañana y no volvería hasta la tarde, me presenté de nuevo ante Padre Niebla. Quería comprobar si aquel primer rechazo era fruto de mi intromisión mientras cantaba, como había dicho Aroha.
Camino de la cúpula plateada, pasé junto a varios miembros de Idilia que se aseaban en un barreño de agua fresca, desayunaban o bien tocaban la guitarra y tarareaban canciones entre risas.
Tal vez aquello fuera una secta, como me había advertido el hombre de bigote, pero allí todo el mundo parecía feliz.
No necesité llegar a la tienda grande, ya que antes me topé con el Maestro. De pie frente a mí, me di cuenta de que Padre Niebla era aún más alto y fuerte de lo que me había parecido tras el teclado.
A diferencia de la mañana anterior, me recibió con una amplia sonrisa, como si me hubiera estado esperando.
Antes de que yo supiera qué decirle, me levantó en volandas en un abrazo. Luego me dejó en el suelo y declaró: —Tienes mal aspecto, hijo.
—He pasado la noche al raso. Tal vez sea por eso.
—No lo vuelvas a hacer —me regañó cariñosamente—. Aquí hay sitio para todos. ¿Ves aquella tienda que está junto a ese risco?
Asentí impresionado ante aquel alarde de hospitalidad.
—Pues va a ser tu casa mientras estés en Idilia.
—¿No la utiliza nadie?
—Hay otra persona. Pero la tienda es lo bastante grande para los dos.
Dicho esto, levantó la mano a modo de saludo y se encaminó hacia la cúpula. Mientras yo trataba de entender a qué clase de lugar había ido a parar, vi como sus sandalias pisaban el terreno como si conocieran cada palmo.
A continuación, me encaminé hacia la tienda que me había señalado el Maestro: un iglú de tamaño mediano que refulgía bajo el sol. Mientras me aproximaba, no tuve ninguna duda de quién era la persona con la que tendría que compartir aquel refugio bajo el cielo.