La vida es la gente
Antes de marchar, Padre Niebla me hizo acompañarlo hasta su tienda mientras varios «sectarios», como los había llamado, trataban de aplacar a mi abuelo.
—Puesto que casi no hemos podido hablar, quiero que te lleves esta carta. La he escrito para ti, pero no te sientas por ello nadie especial. Lo hago con todos los caminantes que llegan perdidos. Por eso me llaman Padre Niebla, porque me gusta echar una mano en medio de la confusión.
Bajé la mirada tras recoger el papel doblado y guardarlo en el bolsillo del pantalón.
Por absurdo que pareciera, supe que echaría de menos a Padre Niebla. Apenas había pasado veinticuatro horas en el campamento, pero extrañaría nuestras charlas y las canciones que tocaba desde su refugio.
—La vida es la gente. No lo olvides —dijo al fin.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Es una enseñanza que Bill Fay aprendió de su propio padre, que en una ocasión le dijo: «La vida es la gente. En el espacio de un rostro humano hay infinitas variaciones».
Emocionado, antes de despedirme del excéntrico mesías, le pregunté:
—Por cierto, no me contaste el final de la historia entre Ulises y Nausica... ¿Logró que el náufrago se casara con ella?
—No, pero logró que Ulises, antes de volver a casa, le prometiera que la recordaría todos los días de su vida. Tal vez a ti te suceda lo mismo con mi hija.