El interior de la ballena

Dos días y medio después de mi llegada al hotel, la depresión volvía a planear sobre mi cabeza como un pájaro de mal agüero. Tras salir de una larga anestesia existencial, aquel cuaderno había entrado en mi vida para acabarla de arruinar.

Tras descubrir que Aroha era mi alma gemela —el cuadro de la playa lo constataba—, el espacio-tiempo me había traicionado situando a otro amante en un lugar que me correspondía a mí.

Aunque era incapaz de imaginarla, saber que se había arrojado a los brazos de aquel Brisbee, tal vez un cliente extranjero del hotel, me había hecho polvo. Desde el hallazgo del cuaderno, había soñado que era yo aquel Alguien que paseaba su tristeza mientras ella me esperaba.

Pero antes de abandonar el hotel, Aroha ya había encontrado su puerto particular. Por consiguiente, sólo me quedaba devolver el diario a recepción y afrontar los doce días restantes de la manera más digna posible.

Aunque no tenía ninguna garantía de éxito, quizá un rollo con Muriel ayudaría a quitarme de la cabeza a aquella filósofa destroyer que había ocupado mi misma cama y se había apoderado de mi alma.

Era jueves por la noche cuando pensaba en todo esto. Harto de revolverme en mi propio fango mental, esta vez fui yo quien decidió salir de la habitación para visitar la de mi singular amiga.

Supuse que estaría viendo una película y no me equivoqué. Tras llamar a su puerta, me abrió en pijama y me invitó a sentarme a su lado en la cama. Por la tele echaban una desconocida película alemana de 1985, En el interior de la ballena, según me contó la propia Muriel.

—Ven, justo acaba de empezar.

Tras acomodarme a su lado, en el cuarto a oscuras, me dejé capturar por aquel drama que se iniciaba en la ciudad de Hamburgo.

La joven Carla desea encontrar a su madre, a quien nunca pudo conocer, y para ello huye de casa tras ser maltratada por su padre, que a la postre es policía. Hace autoestop y es recogida por Rick, un loser que trata de recuperar desesperadamente a su novia, a quien llama desde cada cabina telefónica.

En seguida comprobarán que dar con alguien desaparecido quince años atrás no va a ser nada fácil, ya que la madre de Carla era una mujer conflictiva que solía cambiar de trabajo constantemente. Aun así, el esforzado Rick no escatima esfuerzos con su coche para seguir la pista de la mujer, mientras otro drama se va fraguando... El policía cree que su hija ha sido secuestrada, y cuando Carla le manda una postal que le procura información para localizarla, sale a rescatar a la adolescente de su supuesto secuestrador.

—Esto no puede terminar bien de ningún modo —dije pasando el brazo por el hombro de Muriel, que recostó su cabeza sobre mi hombro.

—Pst... Déjame seguir la película.

—Es muy triste.

—Lo sé, por eso me gusta. No hay nada más ofensivo que la alegría de los demás.

Permanecimos un buen rato así, juntos y a la vez separados por un océano con nuestras propias islas de sufrimiento. En una escena de la película, Carla y su inesperado amigo visitan una feria ambulante donde una mujer explica el episodio de Pinocho en el interior de la ballena.

La música de carrusel me transportó con nostalgia a mi infancia, cuando mis padres eran héroes que me llevaban a vivir aventuras inolvidables el fin de semana.

Me desvié por un instante de la película para escrutar los ojos alucinados de Muriel. Detrás de los cristales, parecía totalmente absorta de todo lo que no fuera aquel drama en el norte de Alemania.

—Por cierto, aún no me has dicho qué es lo que escribes sobre mí.

—Lo dije por decir. Jamás podrías ser el tema de una novela. No tienes historia.

—¿Qué quieres decir con eso? —repliqué apartando el brazo de su hombro.

—Eres demasiado previsible para ser protagonista de algo. Pero puede ser sólo una impresión, tal vez me equivoco. Además, eso no tiene por qué ser malo.

Tuve ganas de hacerle saltar las gafas de un bofetón, pero me limité a bajar la cabeza. Muriel advirtió que me había herido y trató de arreglar las cosas, lo cual sólo sirvió para empeorarlas.

—Me gustas, Josan. Yo no soy como la hija del policía. No necesito un pobre diablo que me lleve de ciudad en ciudad arriesgando su vida. Saber que estás a mi lado es suficiente. Y quién sabe...

La imagen de mí mismo que aquella freak me estaba mostrando me repugnaba, así que no contesté y esperé a que concluyera su parlamento.

—Tengo la impresión de que en un par de días ya no veremos películas.

El guión de aquel romance forzado mandaba que yo dijera algo falsamente ingenuo como «¿Ah, no? ¿Qué haremos entonces?». Pero en lugar de eso, me levanté y dije:

—Me voy a mi habitación a leer.