Aroha #8 - Nadie es de nadie -

Mañana cumplo dieciocho. Hasta aquí, en mi vida ha habido muchos momentos terribles, la mayoría sin causa justificada. Pero el que voy a contar ha sido sin duda el peor de todos.

Durante dos días Brisbee ha faltado a su cita. Sin darme ninguna clase de explicación no apareció ni anteayer ni ayer por la noche.

Cada vez que nos hemos cruzado por el hotel me ha ignorado, como si no me conociera. Me he pasado dos días llorando, al borde de un ataque, pues no entendía por qué había cambiado su actitud hacia mí.

Por otra parte, no tengo su teléfono móvil. Dice que no usa esos chismes. A saber.

Setenta y dos horas después, esta noche ha vuelto.

Ha llamado a la puerta, igual que siempre. Me ha abrazado como las otras veces y me ha susurrado al oído lo preciosa e irresistible que soy.

Era como si nada hubiera cambiado.

Me ha llevado hasta la cama y me ha desnudado lentamente, mucho más despacio esta vez, como si quiera registrar para siempre el descubrimiento de cada palmo de mi piel. Luego me ha hecho el amor como un animal salvaje y yo he gritado de dolor y de placer.

Después los dos nos hemos tendido uno junto al otro, en silencio, con la piel empapada de sudor.

Yo sabía que estaba buscando las palabras justas para decirme algo que no se atrevía a decir. Pero no lo he ayudado. Paralizada por el pánico, he esperado a que fuera él quien sacara el tema.

Por eso me ha dejado pasmada cuando se le ha ocurrido preguntarme:

«¿Has leído LEVIATÁN, de Paul Auster?».

«No, ésa no —he reconocido—: ¿Por qué lo dices?»

Brisbee ha hecho una respiración larga y profunda antes de explicar:

«Empieza con la noticia de un muerto anónimo. En una carretera de Wisconsin, un hombre ha volado en mil pedazos tras estallarle una bomba que llevaba en la mano. A partir de aquí un amigo del muerto empieza a relatar su biografía para esclarecer los hechos».

«Empieza bien —le he dicho—. ¿Por qué te has acordado de esta novela justamente ahora?»

«Un momento, espera a saber algo de esa biografía. El muerto resulta ser un objetor de conciencia que fue encarcelado durante la guerra de Vietnam y que lleva desaparecido desde 1986. Aprovecha su condición de fantasma para preparar atentados contra las estatuas de la Libertad que hay en los Estados Unidos, todas ellas réplicas de la de Manhattan, claro.»

«No tenía ni idea de que había más de una.»

«Hay un montón —ha dicho Brisbee—, pero son más pequeñas que la original, claro.»

«¿Y cuál es la razón para volar por los aires esas estatuas?», he preguntado.

«Ahí está quizá el mensaje de la novela. El terrorista se dedica a destruirlas, hasta que le estalla su propia bomba, porque considera que la libertad no es algo que se puede representar con un símbolo y ya está. Eso equivale a matarla, porque la libertad pasa a ser entonces una idea, no una realidad cotidiana. Por eso el protagonista pone bombas. Quiere transmitir a la opinión pública que la libertad no existe cuando dejamos de luchar por ella.»

Yo me he quedado a cuadros. No por el argumento de la novela, que me ha encantado, sino por el significado que esas palabras podían tener en nuestro caso. Le he preguntado a bocajarro: «¿Todo este cuento es para decirme que quieres dejarme?»

Brisbee ha callado.

Su silencio significaba «sí», pero no he querido ponérselo fácil.

«Mañana vuelvo a casa. Podrías haber aguantado hasta entonces si te has cansado de mí. ¿Tanto costaba?»

He empezado a llorar. Me sentía ridícula. Y cutre.

Brisbee me ha acariciado el pelo en silencio, como todos los desgraciados cuando dan una patada en el culo a su chica.

«No sería justo para ti —ha dicho—. El verano es muy largo y tú no vives lejos. Seguro que en algún momento me habrías venido a visitar y... bueno, te he querido ahorrar ese disgusto. Me ha encantado lo que ha habido entre nosotros. Jamás lo olvidaré.»

En ese punto he dejado de llorar.

«Estás hablando como un gilipollas integral. Y aún no entiendo por qué me has largado ese rollo sobre la estatua de la Libertad. Yo no te he pedido ninguna clase de compromiso.»

«Lo sé, pero te has enamorado y yo quiero que vuelvas libre a casa. No estaré tranquilo si sé que estás pendiente de mí, esperando una llamada que no haré o que te vaya a ver en mi día libre. Por eso he desaparecido los últimos días. Tenemos que hacer el duelo el uno del otro.»

«Estás completamente loco, Brisbee. Y estoy segura de que has aprovechado las últimas noches para tirarte a otra turista. ¿Me equivoco?»

En este punto, él se ha levantado de la cama y, mientras se vestía a toda prisa, ha dicho: «¿Sabes por qué prácticamente todas las relaciones terminan mal? Yo te lo diré: porque en seguida creemos que el otro es posesión nuestra. De ahí vienen los celos, las mentiras, las discusiones y todas las cosas chungas que pasan en una pareja. Porque lo de tú eres mía y yo soy tuyo es una ilusión, Aroha. Nadie es de nadie. He venido a despedirme y, lo más importante, a devolverte tu libertad».

Después de ese discursillo triunfal se ha largado y yo he dado una patada a la puerta que debe de haberse oído en todo el pasillo. Desde aquí aún veo la marca en la madera. Cuando me largue del hotel van a tener que pintarla de nuevo.

Ahora, el desgarro que me ha causado ese cabrón no se arregla con nada. Lo dijo una noche un locutor de radio: no hay un Tipp-Ex para el alma.

Dios mío, ¿por qué he tenido que enamorarme precisamente de un tipo así?

Tengo miedo. De la soledad pero, sobre todo, miedo de mí misma.

Voy a cometer una locura.