Aroha #2 - La dictadura de la felicidad -
Estoy hasta las narices de la obligación de sonreír.
Cuando llego a clase de mal humor, la gente de mi alrededor me mira con asombro. Sus expresiones alteradas parecen gritar ¿QUÉ PASA? ¿QUÉ PASA?
No sirve de nada que les diga que me he peleado (por enésima vez) con mis padres, que no soporto el calor y la humedad de esta maldita ciudad, que las noticias que escupen los medios de comunicación son veneno para el alma.
Eso sí que es hipocresía: todo el día tirando mierda a través de la tele, la radio, los periódicos, Twitter, Facebook, qué sé yo. Nos recuerdan que este mundo es un descalabro, que vamos a peor, que no hay salvación.
Ya lo decía Baudelaire en LAS FLORES DEL MAL: «Cada día descendemos un paso hasta el infierno».
Volviendo a los medios, lo más divertido de todo es que después de amargarnos la vida con sus noticias apocalípticas, en los mismos canales a continuación sale el terapeuta de turno a enseñarnos cómo ser felices.
¿No habíamos dicho que este mundo es un puto desastre sin remedio?
¿En qué quedamos?
He llegado a mis propias conclusiones. También tengo mi teoría sobre eso: si las cosas son tal como nos las cuentan, hay un gran error de base.
¿Y si el estado normal del ser humano fuera la infelicidad?
A fin de cuentas, nunca lo hemos tenido fácil en este planeta. Casi cualquier mamífero es más fuerte que nosotros. No tenemos la vista del águila, ni el olfato del perro, ni la velocidad de la gacela, ni los dientes del tigre. Nuestra especie ni siquiera ha recibido una piel en condiciones para soportar el invierno.
Somos frágiles y hemos necesitado de mucho ingenio para sobrevivir. Hemos tenido que rastrillar la tierra, encarcelar y sacrificar a los animales; nos hemos hacinado en ciudades para protegernos de la naturaleza, que pone en evidencia nuestra debilidad.
Por eso somos infelices, porque en lo más profundo de nosotros sabemos que ocupamos un lugar predominante que no nos pertenece.
Lo normal, si nos damos cuenta de todo esto, es ser infeliz. Deberían tomar por loco a todo aquel que va sonriendo por la vida. Pero hacemos justamente lo contrario: hemos convertido el mundo en un estercolero, pero nos obligan a bailar sobre él como si esto fuera una fiesta.
Cuánta falsedad.
Bueno, lo cierto es que me da igual.
Hoy he conocido a Brisbee. Me flipa ese tío.