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Sábado, 12 de Setiembre de 1936

Querido Estrada: ¡Eureka! Arreglé mi máquina. Cierto es que me costó 34 pesos. Item: casi con seguridad estaré allí el 20 de éste. No sigo bien; las dificultades urinarias aumentan. Comienzo a temer lo que no se cansan de pronosticarme: cualquier retención aguda, que me fuerce a la sonda. Como creo le dije en mi anterior, parece que el amigo Arce se dispone a cualquier cosa a mi respecto, y tal vez, tal vez a la exención financiera. Que bien vendría. Done, una semana más y esta remos vis a vis de charla. Ganas que tengo. Recuerdo ahora que el amigo de Goyena aseguróme que vendría con Ud. en el verano. Dice él que éste es un país para Ud. Piensa él estar allí en octubre.

Ahora tengo el monumental problema de dejar esto. ¿Y mis plantas? No se figura lo que es para mí la casi certeza de que a pesar de todas las instrucciones que dejaré a la sirvienta —una perla, como sabe—, las hormigas me harán daño tal vez irreparable. Le he dicho a aquélla: «Tené la seguridad, María, de que te degüello si me dejás comer una sola planta». Y ella, convencida:

—«No me va a degollar, señor». Esta mañana comencé las lecciones hormiguicidas, bien que ella me haya visto ya actuar a destajo. Lo cierto es que la dejo a sueldo íntegro, sin otra tarea que las hormigas.

Si no recibe otro comunicado mío tras éste, llego el domingo. Pienso que es buen día para pasar un rato juntos. Iré directamente a lo de Eglé. De allí le telefonearé.

Su carta última, del 7. Me apena lo indecible verlo en esas danzas burocráticas. ¿No llegará Ud. un día a liberarse de eso, aun con menos haber del actual? No sé cómo soporta el contacto diario de las gentes. En fin, también lo soportaría yo, y digamos que lo he soportado, aunque en menor grado. Dice Ud. que la dignidad es un cepo. Claro que sí. Huya entonces de la policía, y si tiene un pie cogido todavía, trate de liberar el resto del cuerpo, aun perdiendo el pie. ¡Es que no se puede hacer otra cosa, compañero! Y aquí de mi espíritu material. El me permite ver solo y exclusivamente, por encima, debajo y a los costados de las penas del alma, la tremenda disyuntiva: sufrir eternamente en el cepo de la comisaría urbana, o alzarse de matrero. Hay mucho de masoquismo en ello. Yo lo soy muy mucho en achaques sentimentales; Ud., en achaques espirituales. Se goza fúnebremente haciéndose el muerto. Pero hablaremos largamente de todo.

Darío: Le envío el relato del tal. Como Ud. comprobará, hay pasta en el muchacho, ¡tan principiante! Tiene ya el don de contar; veremos si tiene algo más con el tiempo. Lo puse en guardia contra la advertencia de la dirección, de que su cuento es naturalmente ingenuo, dada la edad del autor. ¡Habrá brutos!

Suspendo hasta esta tarde, hasta después del correo, por si llega algo suyo.

No llegó. Mi mujer me dice que hace un frío del diablo en Buenos Aires, ahora. No importa; quiero recuperar mi actividad, y me embarco. Voy por agua.

Queridísimo Estrada: Paciencia por estos días, que ya recuperaremos ánimo juntos. Involucre a la hermana Agustina en el pucka abrazo que les mando

H. QUIROGA