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Agosto 26 de 1936
Querido Estrada: Ayer, martes, llegaron tres cartas suyas. Muy bien, amigo: Veo que a mi vez le sirvo de derivativo. Es increíble cómo calma y consuela poder abrir el alma y hablar en voz alta, cuando uno a sí mismo, único confidente comprensivo a veces, tiene que hacerlo sin abrir la boca. Y esto mata.
Bien sé también que hay cosas, en tono de pregunta, que no exigen respuesta. Y por esto yo no comento con extensión sino aquéllas que me cogen ya con la respuesta en los labios: tal el caso de Brand, etc. Y ahora Freud. Curioso el caso de este autor. En el pasado, Amorío me dejó en casa uno de sus voluminosos libros. Era en tiempos de la presencia aquí de Fran([e])k (¿así se escribe?). El tal libro me dejó absorto ante la tontería general, que daba valor a Freud y sus seudoteorías. Así se lo dije, un poco rudamente al judío españolizante, una noche que volvíamos de ver un burdel de 100 pensionistas en el camino a La Plata. Fran([c])k precisamente concluía de afirmar el genio de Freud. Yo, bien recatado siempre para herir a quien fuere en sus opiniones, perdí pie y le dije lo de más arriba. Ello me costó la simpatía del interlocutor. En disculpa de mi actitud, debo decir que el mismo Fran([c])k me tenía caliente, de quien insinué a Glusberg que mucho me temía que Dreisser tuviera razón al calificar de charlatán a Frank. Y lo es, perfectamente, Dios me perdone.
Esas acciones y reacciones suyas de un día para otro (viernes negro y sábado blanco) me son harto conocidas, y anote que nuestro carteo suele girar alrededor de esa nuestra veleta fundamentalmente alocada. ¿Y qué diablo haríamos, de no tener este escape confidencial, uno y otro? Le aseguro que cualquier contraste, hoy, me es mucho más llevadero, desde que puedo descargarme de la mitad en Ud. Éste es el caso, que es el del artista de verdad. Verso, prosa: a uno y otra va a desembocar el sobrante de nuestra tolerancia psíquica. Pues vividas o no, las torturas del artista son siempre una. Relato fiel o amigo leal, ambos ejercen de pararrayo a estas cargas de alta frecuencia que nos desordenan. Desorden psíquico: voilá. Suponga Ud. la estantería de una honrada casa de comercio donde cada cosa ocupa su lugar. Da gusto; todo está a mano. Pero hay otras, riquísimas, donde todo está en desorden. Usted va a buscar un jabón, y halla una cítara.
Escribir en La Prensa: Ando madurando dos o tres temas experimentales, como Ud. dice muy bien. Más que seguro que, urgido por la necesidad, me decida en estos días a ponerle mano. Y a propósito: valdría la pena exponer un día esta peculiaridad mía (desorden) de no escribir sino incitado por la economía. Desde los veintinueve o treinta años soy así. Hay quien lo hace por natural descarga, quien por vanidad; yo escribo por motivos inferiores, bien se ve. Pero lo curioso es que escribiera yo por lo que fuere, mi prosa sería siempre la misma. Es cuestión entonces de palanca inicial o conmutador intercalado por allí: misterios vitales de la producción, que nunca se aclararán.
Se va el correo, y me quedan cosas que comentar aún. Prosigo el martes. Ésta le llega el sábado 29. Cariños y abrazo
H. QUIROGA