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Mayo 21 de 1936
Querido Estrada: Ayer llegó su carta del 14. Ante todo, líbrese de creer que yo pueda disgustarme por lo que fuere, viniendo de Ud. Me refiero a su inquietud por el efecto de las preguntas que me hizo sobre posible vida aquí, etc., y sobre lo que informé bien ampliamente. Yo solamente me disgusto cuando me hieren con intención exclusiva de hacerlo. ¡Pero de parte suya, amigazo! Bien sé que ambos, entre tal vez millones de seudo semejantes, andamos bailando sobre una maroma de idéntica trama, aunque tejida y pintada acaso de diferente manera. Somos Ud. y yo, fronterizos de un estado particular, abismal y luminoso como el infierno. Tal creo. Mi salud, en efecto, se desquició. Mis molestias urinarias se acentúan rápidamente. Dos médicos de aquí —uno permanente y otro de paso— me han examinado la próstata, no muy hipertrofiada, parece, pero endurecida. Como aumenta día tras día la dificultad urinaria, ambos me aconsejan sobre la marcha la operación prostatómica, tras nuevo examen que se efectuará el domingo. Resulta que hay en Bonpland (25 K desde aquí), un médico húngaro que hizo toda la guerra (magnífica cosa para el ejercicio de la cirugía) y que tiene allí un sanatorio donde opera a maravilla. Los informes son todos óptimos. Lo iré a ver, y veremos luego. No me hace ninguna gracia esto, como bien comprenderá. No tanto el peligro de la operación o sus consecuencias como el lado económico que, Ud. también lo ha de saber, se antepone a secos [R. I.] de codos o los demás lados. En fin, ya lo informaré. Sentiría mucho, sí, verme baldado para el resto de mis días, sin poder trabajar como lo hago. Pero, como también es cierto y justo, no hay desgracia que no deje una ventanita abierta hacia un goce que se ignora cuando se es todavía un sano bruto. Ya hallaré la ventanita. Dícenme que con la extirpación de la próstata (como a Terra), vuelve el cuitado a orinar como antes… dudo que sea solo aquel órgano el afectado. Mas conforme al final con mi situación ante la muerte ya comentada en mi carta anterior, solo veré mañana o pasado en el sueño profundo que nos ofrezca la naturaleza, su apacibilísimo descansar. No creamos, sin embargo, que este sentimiento es derrotista en mí. He de morir regando mis plantas, y plantando el mismo día de morir. No hago más que integrarme en la naturaleza, con sus leyes y armonías oscurísimas aún para nosotros, pero existentes.
Y a propósito de armonía: magnífico por su violín, que creía un poco olvidado. Violín o planta, amigo, como Ud. dice, se valen.
Espero que se extienda, si le sale bien, sobre sus nanas. Es un buen tema para ser tratado entre gentes inteligentes. ¿No hay causales de vida se dentaria en sus várices? Ponga coto a eso.
Fuerte abrazo, compañero, y saludos para su mujer míos y de acá.
H. QUIROGA