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Julio 22 de 1936
Querido Estrada: llegó su tanda de cartas, y, hace unos días, su amigo Goyanarte, excelente persona que se vio forzado a ayudarme a traer arena en el coche, pues urgía tal producto para una piscina que estoy haciendo. Nos levantamos esa mañana a las 5.45, tomamos unos mates bajo densa cerrazón, y enseguida a cargar las 16 latas de kerosene en el coche, para traer la arena. El amigo ha sacado sinfín de fotos documentales de mi casa, del sitio elegido para la suya, de la hectárea de marras. Me decía: «No se imagina Estrada lo que le va a gustar esto». Posiblemente nos veremos en Buenos Aires, hacia octubre, por de contado que en su casa.
Me parece que mi hija Eglé me llevará consigo durante mi breve estadía en ésa. Hemos cambiado algunas cartas, al tenor de los siguientes: Ella: «… Me enseñaste una vez a saber lo que es un padre».
… —Yo: «Como siempre concluye uno por ir a don de lo comprenden, estoy volviendo a ti, Guagua»…
Por algunos relatos, se dará Ud. cuenta del lugar que han ocupado en mi vida esos muchachos. Ahora Darío escribe cuentos. El Mundo Argentino ha publicado uno, bastante bien. Creo que tiene el don de contar. Se propone trabajar. Allá veremos. También está a punto de conseguir un empleo.
Sus nervios y su enfermedad, amigo. Cierto es, Ud. ha empleado sus nervios en alimentar con ellos su cuerpo humano, en vez de hacerlo con la modesta y trivial sangre. De aquí el asombroso desgaste. Usted es una excelente pila de un solo líquido —¿recuerda Ud.?—, y se polariza en consecuencia. Mas no tema. No hay tales nervios destruidos. Es cuestión de hallar un buen despolarizante, —catalizador, como dice don Pablo, el químico rudo de la Estación Experimental de Loreto. Vea el que halló Munthe, cuando logró dormir después de veinte años de insomnio. Y vea el mío: Allá por 1903, caí de golpe con una hiperclorhidria que me bajó 3 k. en dos días. Continué como el diablo durante seis meses, sin un solo día de alivio. Comía, sin variante: sopa ligera, dos papas cocidas, un racimo de uvas, y sanseacabó. Estaba amarillo como un membrillo. Pasaba esto cuando pensaba ir al Chaco a plantar algodón. ¿Pero cómo ir en tal estado? Fui. Era invierno, en pleno interior de Chaco (7 leguas al suroeste de Resistencia, con el vecino más próximo a 2 leguas). Me levantaba tan temprano que después de dormir en un galpón, hacerme el café, caminar 1/2 legua hasta mi futura plantación donde comenzaba a levantar mi rancho, al llegar allá recién comenzaba a aclarar. Comía allí mismo arroz con charque (nunca otra cosa), que ponía a hervir al llegar allá y retiraba al medio día del fuego. El fondo de la olla tenía un dedo de pegote quemado. De noche, otra vez en el galpón, el mismo matete.
Resultado: en dos meses no sentía nada, y había aumentado 8 kilos.
Las gentes neurasténicas de las trincheras saben más que yo todavía. ¡Qué nervios destruidos, amigo! ¿Y cuando hombreaba bolsas con míster Goyanarte? Inadaptación: tal es el crimen.
El médico botánico de Tandil no se me mostraba como inteligente, sino como brioso aficionado a plantar. En ese carácter, me mandó varias estacas de rosales, magníficas, una de ellas de una variedad [……] de la que quedan pocos ejemplares en el país.
Giambiaggi hace el agitador; es delegado del Comité Comunista regional. Pinta como la tiza siempre y poco.
Música — Con mi radio oigo casi exclusivamente Montevideo. Lástima que ahora ande mal. Le escribo hoy a un amigo de ésa que me la podrá arreglar allí.
Stravinsky y Verdi: Un día dije a Glusberg que hallaba bien que la gente quisiera agua clara en música como en todo: «Pero el agua clara, fácil (Margot a pleuré), no es Pergolesi ni ninguno de los similares; es Verdi, agua, no clara por destilación sino por correr fluidamente. Vive le melodrame ou Margot a pleuré». Ésta es el agua clara para los estragados por los remedios sintéticos.
No sé si por conformación sentimental o por la fuerza de los recuerdos de la infancia, yo me hallo siempre a gusto con Verdi, digamos lo bueno de él. Ídem con Bellini, Donizetti y demás melódicos de la caterva.
Chopin. —Claro que son los parvenus y snobs de toda calaña quienes han demonetizado a Chopin. Magnífico hombre. Es la tristeza melancólica pura.
Bien, querido compañero. Pero no tan bien sus líneas finales: «Hay cosas qué hacer todavía. ¡Escriba! ¡No se abandone!». Ni por pienso. Podría objetarle que por lo mismo que hay mucho quehacer —¡y tanto!— no tengo tiempo de escribir. Lejos de abandonarme, estoy creando como bueno una linda parcela que huele a trabajo y alegría como a jazmines. ¿Qué es eso de abandonar mi vida o mi ser interno porque no escribo, Estrada? Ya escribí mucho. Estoy leyendo ahora una enciclopedia agrícola de 1836 —un siglo justo— por donde veo que muy poco hemos adelantado en la materia. Tal vez escriba aún, pero no por ceder a deber alguno, sino por inclinación a beber en una u otra fuente. Me siento tan bien y digno escardando como contando. Yo estoy libre de todo prejuicio, créame. Y Ud., hermano menor, tiene aún la punta de las alas trabadas por un deber intelectual cualquiera que fuere. ¿No es así? —Piense en esto, para comprenderme: Yo le llevo fácilmente quince o diecisiete años. ¿No cree que es y supone algo este handicap en la vida? Usted está subiendo todavía y arrastra las cadenas. Yo bajo ya, pero ligero de cuerpo.
Ojalá no me entienda mal, amigo, y asegúremelo así. Buenos cariños a Agustina, y un firme abrazo de su viejo hermano.
HORACIO
Espero carta suya para aclarar lo que le dije sobre su drama.