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Abril 24 de 1935
Querido Estrada: Tardía su carta, pero bien llegada. Llegué a temer que por unas de esas tantas cosas hubiera un malentendido entre nosotros. Pláceme extraordinariamente que así no haya sido.
Tuve, en efecto, sinsabores de orden económico que he salvado con una merma de 70% en contra. Me han vuelto a nombrar cónsul, mas honorario, a efectos de la jubilación. Esto me dejará $130, más o menos, más bien menos. Poca cosa, que servirá de base para el resto del capital necesario que se obtendrá con la pluma. Maldita cosa.
Con esto de la pluma anduve también con quebrantos nutridos. También en este renglón sufrí una merma semejante a la considerada por el gobierno uruguayo, pues de $350 bajé a 100 por relato. Más: Crítica se hartó de mi colaboración con la tercera enviada, que no publicó y tuve que rescatar con dificultad. Pasé a El Hogar, que temo se harte también a la brevedad. Es digno de notar el carácter feminista —femenino mejor— de nuestras revistas. Queda por suerte el inconmovible, tenaz y constante tonel de La Prensa, donde parece no se cansan jamás de uno. Entiendo que les plació «Los hombres hambrientos». Y me alegra como supondrá el que muy preferentemente le haya placido a Ud. Lo que es de lamentar es que lo que Ud. ve en dicho relato: lo interior, que no está precisamente en el tema, no lo vean allí ni con candil.
Y mucho menos en La Nación. Conservo curiosidad de saber quién hizo la crónica de Más allá. ¡Habráse visto mentecato igual! Me ha fastidiado la incomprensión bestial del tipo.
Algunos amigos me dicen que «El hijo» es lo más acertado del libro. Tendría que ver que en una incidencia, un recuerdo, un simple error, hubiera un individuo hallado su filón más vivo de arte. Yo aprecio mucho también ese relato.
De modo que Ud. continúa machucándose los dedos, sin lugar a concluir su mesa. A todos nos pasa lo mismo. Dios nos da madera demasiado dura para trabajar, y pegamos naturalmente con el martillo fuera de sitio. ¿Mas qué diría Ud., amigo, si yo me pusiera a mi vez a cantar: «esta tormentosa vida interior de Estrada constituye su fuerza, y es bueno que no lo abandone». Digo esto, por los plácemes de los amigos —no recuerdo si era Ud. de ellos—, cuando se supo que me vería forzado a escribir de nuevo. ¡Ah, no! compañero. El hombre es hombre y no bestia de carga.
Mucho me alegrará que rompa su pesadez para escribirme; vea que yo soy de los muy contados tipos que lo entienden. Tal creo.
Cariños igualmente de casa para Uds., y un fuerte abrazo de
H. QUIROGA