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Junio, domingo (creo que 14) de 1936

Querido Estrada: Llega ayer su carta, donde me da Ud. la excelente nueva de su posibilidad de llegar hasta acá. ¡Por fin! Aunque a esta altura del año Ud. debería estar ya decidido a ello —¡falta tan poco!— transo perfectamente con lo de proyecto. Usted verá así, si viene, el interés que puede ofrecerle este país, para trabajar o simplemente vivir. Los espero, con los brazos y las puertas abiertos.

Mi presunta operación prosigue sobre el tapete del diagnóstico. No sé si le dije que disentíamos un poco con los galenos sobre mi enfermedad. Yo estoy con que hay más trastornos funcionales que anatómicos: espasmos, inercia de la vejiga, etc. El ciclo de tres años ha regido una infinidad de dolencias en mí. En el transcurso de este 1936 debe definirse esto. Por lo pronto, estoy mejor que hace un par de meses. Cualquiera de estos días bajaré a Posadas a obtener un nuevo diagnóstico. He descartado la operación aquí, por haberme informado de que el cirujano en cuestión no se atreve con aquélla que, si no grave, es siempre seria. Deberé pues bajar a Buenos Aires cuando llegue el momento. Confío en que, en el peor de los casos, aquél me dará tiempo hasta la primavera. Ojalá.

Sobre el asunto muerte, querido Estrada, yo creo que lo que pasa es que Ud. y yo estamos colocados en dos puntos de vista: Ud. en la plena madurez-juventud de la vida, y yo en la madurez declinación de la misma. Naturalmente, Ud. mira con desconfianza un hecho que para Ud. es aún prematuro. Yo, no; y de aquí mi conformidad y hasta —¿qué quiere?— curiosidad un poco romántica por el fantástico viaje.

Peor que todo esto es mi gripe, bastante ruda en los tiempos pasados, que no me deja aún hacer nada. Estoy saliendo de ella sin fuerzas para nada. El menor esfuerzo me larga a un diván por media hora. Desde hace tres días, sin embargo, prospero visiblemente. Me acuerdo de los tres meses que pasé en el jardín de casa sentado con la mano en cabestrillo. Fue muy fuerte aquello. Y pasó. Yo tengo —se lo debo de haber dicho— gran fe en mi estrella. Por ello esperé confiado en la recomposición tardía de mi mano, que llegó, y en la no operación prostática.

Mas por abajo de su excesivo sentimiento de responsabilidad de que hace Ud. gala: ¿es cierto o no que en una temporada de campo hombreó Ud. bolsas con gran éxito? Si esto —o cosas similares— las hizo Ud. varios días, con igual sentimiento de fortaleza, ¿no puede Ud. haber conocido allí su camino de Damasco? ¿Analizó Ud. bien su situación de gran conformidad con la línea natal que lleva en paz hasta la muerte? Vuelva a pensar en aquello, que vale la pena.

Mándeme Ud. también dos líneas enseguida, pues [hace] bien su inquietud [a] mi enfermedad pasajera.

Saludos a doña Agustina, y un muy fuerte abrazo de

H. QUIROGA