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Setiembre 26 de 1935

Querido Estrada: Acuso recibo de la suya del 10, y contesto con lápiz, más fácil que la pluma, pues la cinta de la máquina parece una arpillera.

He aquí que he escrito hoy —ahora— 4 o 5 cartas que debía haber contestado hace tiempo, y recién me siento desahogado al escribirle a Ud.

Su carta me ha halagado mucho por lo que tiene de amistad confiada. ¡Hay tan poca, tan poca gente en el mundo (nuestro, por lo menos), para poder escribir con amplia libertad! Hoy precisamente acabo de tener disgustos con almaceneros a quienes debo tres meses de provista. He ofrecido a uno y otro pagarés para fin de año, si desconfían de mi honrado pagar. Ambos han rechazado la oferta, pero considerándose con ello protectores míos, ellos que tiempos atrás me metían por las narices sus artículos. Estas cosas de orden económico me hacen un daño atroz. Si fuera yo solo, echaría todo al diablo y me iría a vivir contra un árbol con un pedazo de pan. Pero hay familia, hay el maldito deber de salvar a todos, aunque uno se hunde y trague más agua salobre de la cuenta. El caso es que durante los diez años de mi viudez huí del matrimonio por incapacidad para sostener una familia, y por mi debilidad congénita para ganarme la vida. Cuando el consulado ($470 m.n.) me proveyó de medios, me casé. Y ahora vuelvo a los$130 que ganaba en 1917, sin ganas, para desdoro, de recurrir a la pluma como antes. Y advierto que esos 130 no los percibo aún, por no haber resuelto todavía el Uruguay mi jubilación, datable desde junio de 1934. Deben enviarme pues, 15 o 16 meses de jubilación atrasada, que llegarán a fin de año. ¿Pero llegarán en bloque? ¿Y entre tanto? No puedo escribir más de un artículo por mes. Mis gastos aquí son de $200. Y con tres meses de provista atrasada…

Bien, amigo. La literatura no me ha dado nunca disgustos como éstos, por sentirme puro y confiado en medio de cualquier contraste o injusticia. Pero estas cuestiones económicas me ensucian, me empequeñecen a nivel de cual mal pagador. Éste es mi punto flaco, y el Señor sabe lo que hace cuando condena a un hombre con familia a miseria eterna. Y basta conmigo. Ya ve que yo también necesito donde ahogar mis quebrantos.

Claro está que yo comprendo perfectamente lo que le pasa y no sonrío, ni mucho menos. Como Ud. anota, el mundo actual, y su vida, y la vida que nos obliga a vivir como puercos autómatas, no puede ser peor. Algo debe de haber de profundamente equivocado en el existir actual, cuando Ud. y yo, hombres de corazón y espíritu, apartamos como una pesadilla la expresión literaria. ¿Qué infiltración de afuera (totalmente de afuera, quiero creer) se opera en nuestras almas para dejarlas inundadas en tal desesperanza? ¿Qué pasa, si no? Vaya en paz que yo, con muchos más años que Ud., cuelgue tranquilamente la pluma gastada y coja la flamante azada. Mas Ud. no halló la azada todavía —la hallará, estoy seguro— y estudia el piano y el violín.

Y dígame: ¿tuvo Ud. siempre el sentimiento de hoy por la música? Recuerdo vagamente que en su tiempo había estudiado el violín. Pero no le había dado importancia a su veleidad. Bien por la música, arte el más puro, fuera de toda duda. Hay, tal vez, un amor místico a su expresión musical. Las palabras, poco o mucho, ensucian. Debe de ser esto.

En cuanto a lo de quemar el ajedrez, nada le puedo decir sino que para quemar siempre hay tiempo, —y de aquí el error de Eróstrato. Tengo la esperanza de que en el momento actual sobre viva todavía su tratado. Me alegraría de ello, no por el libro, sino por Ud.

Glusberg: por las cuestiones sociales, estuvimos en una ocasión a punto de disgustarnos. El buen amigo me pedía mucho más de lo que yo podía dar: a la cuestión y a él. Entiendo que cuando un artista lo es a tal punto que quiere suicidarse como tal, no es ello a buen seguro para afiliarse a tal cual partido político, siempre cosa más sucia que la expresión literaria. Por aquí anda un mozo comunista, recomendado por Yunque; excelente muchacho, agitador de mensús, ciego y sordo a dar lástima. Lo que le he oído sobre Rusia, etc., y la disciplina del partido, etc., me han ensombrecido el ánimo. Ya el buen Ibsen lo dijo: «El hombre aislado es el verdaderamente fuerte».

Bueno, querido Estrada: ya sé que andamos buscándonos las manos como amigos enceguecidos. Escríbame largo y tendido que me dará un vivísimo placer. Buena salud, ánimo, y un abrazo nuestro para Uds.

H. QUIROGA