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Junio 19 de 1936
Querido Estrada: Me he quedado solo. María y la nena se fueron anteayer. La crisis, pues, se produjo. Pero no sin desgarramiento de una y otra parte, pues nueve años de vida en común, de los cuales siete de amor, pesan mucho. No he tenido valor para privarla a mi mujer de su hija, su único gran amor. La nena sufrió un cambio muy grande en su estadía última en ésa. De compañerita íntima mía, se convirtió en una criatura ingrata. Influencias varias en ésa. Convine con la madre en costear los gastos de mi hija; aquélla quiere ganarse la vida, y hace bien en pensar así. María en una criatura grande, pero creo que incorregible. Necesita una lección dura, y tal vez se la lleve. He quedado muy dolorido de la última escena de despedida, cuando lloró y lloró en mis brazos hasta volcar el corazón. Se da bien cuenta de la situación. Le dije: «Cuando veas claro un día, escribime». Temo que nunca lo vea, y el tiempo irá apagando el fuego un poco espectral de un amor difunto. Tal es el caso. No hay más amor como dios manda; pero hay el recuerdo, reavivado hasta hacer sangre, de un grande, pasado amor.
Es, pues, necesario que venga a acompañarme, amigo por excelencia. No pienso sino en la probabilidad de tenerlo por aquí. Haga un esfuerzo, si puede, en aras de un amigo como yo, de los que hay pocos. Aun cuando Uds. no se animaran a venirse del todo —ya veremos la impresión de Uds.—, estoy casi seguro de que el país les parecerá de perlas, y podré contar en el peor de los casos con la visita anual de Uds., en las vacaciones. El calor se soporta aquí mejor que allí mismo, créalo. Y yo iría en invierno a pasar una temporada allí. ¡Si viera qué inmenso desahogo me provoca el hablar así, y con Ud.! ¡Estoy tan solo!
Creo que lo más cómodo y barato es el viaje por vapor, pasaje ida y vuelta hasta San Ignacio. Podrían detenerse en Posadas, dormir allí y proseguir viaje al día siguiente para ésta. No lo aconsejo. Si mi coche no saltara tanto y tuviera buenos faros, podríamos hacer el viaje de noche. Siempre es posible, si el vapor no llega muy tarde a Posadas, en un coche de los tantos. Pero es engorroso. En viaje directo en vapor hasta aquí, llegarían a este puerto a mediodía. Allí estaría yo. Si deciden pernoctar en Posadas, yo estaré también allí aguardándoles. ¡Pero anímese, Estrada! No se imagina —claro que se imagina— el bien que ello me haría.
He hallado dos excelentes belvedere para su finca. Estoy limpiando el lugar. En cuanto a su estada en ésta, va por sabido que cuanto más tiempo se prolongue, mejor. Me sobran comodidades.
Esta carta saldrá recién el domingo —pasado mañana— de aquí, y Ud. la recibirá el martes. Si me contesta enseguida, puedo tener su carta el sábado 27. Deme todos los detalles del caso. Dígale a su mujer que la espera aquí una tarea ardentísima de dueña de casa.
Cariños para ella, y un fraternalísimo abrazo para Ud.
H. QUIROGA