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Abril 11 de 1936
Querido Estrada: Yo estaba en efecto muy desanimado cuando le escribí mi breve anterior. Hallándome espiritualmente solo en mi matrimonio, me había hecho la ilusión de que su venida —por corta que fuera— era un hecho. En esos días dudé; de allí la carta. Y veo que presentía bien, pues su anotación de que vendrá Ud. un otoño o invierno propicios, lo confirma. No en este invierno. ¡Qué hacer! Lo que yo tengo es lo que Ud. conoce: desentendimiento sentimental en casa que va —forzosa y fatalmente— a una solución amarguísima. Son ya casi ocho años de matrimonio; dos vidas enderezadas a un mismo porvenir de ilusiones, al principio y en su parte media, y de desilusión, al fin de estos ochos años. Acaba de escribirme mi mujer:…«Es espantoso lo rápido que se han pasado estos tres meses. Tener ya que volverme». ¿Calcula Ud. los trastornos de todo orden paternal y económico que acarrea una separación legal o un divorcio? Más todavía: no ignora Ud. tampoco, creo, mi poco éxito con mis otros dos hijos. Con la mujer —golpeada también— me voy entendiendo poco a poco por carta; con el varón no nos entendemos casi nada. Así, pues, fracaso de padre, en los últimos años, y fracaso de marido, ahora. Yo soy bastante fuerte, y el amor a la naturaleza me sostiene más todavía; pero soy también muy sentimental y tengo más necesidad de cariño —íntimo— que de comida. A mi lado, mi mujer es cariñosa a la par de cualquiera, pero no vive conmigo, aunque viva a mi lado. Y yo no puedo permitir esto. Bueno, ahora: lo terrible de todo esto, es que tenemos una afinidad verdaderamente milagrosa de carne. Yo esto lo conocí desde el instante que le di la primera vez la mano. Ella dice que sintió igual cosa. Ate Ud. cabos, amigo, y verá si tengo motivos para estar doblado. Yo podría conformarme con tener a mi lado una extraordinaria amante; pero no me basta esto. Prefiero amar a una sombra lejana, a mis ilusos cincuenta y siete años; pero no fornicar solamente. En fin, dejemos esto.
Sabrá Ud. que hace unos 20 días quemé una buena porción de monte para despejar el sitio donde Ud. podría ubicarse en caso de decidirse a vivir aquí. Trabajé algunas mañanas limpiando el terreno, hasta que me entraron tristes ideas sobre [su] venida. Tenía razón. Le repito lo de la hectárea —más si quiere— regalada a Ud. Siempre es suya. Allí justamente trabajaba en el desmonte.
En una anterior Ud. emitía sus dudas sobre el entendimiento de dos amigos face a face. Creo que puede acaecer, siempre que los dos amigos sigan la misma derrota —no espiritual, que sería lo de menos—, sino material. Por ejemplo, si Ud. sintiera nacer en Ud. el amor a la tierra, al plantar, a hacer su casa, hacerla prosperar trabajando manualmente en ello, estoy seguro de que no se levantaría una nube sobre nuestras personas amigas. Si no, hay peligro. Pues ¿qué puede ofrecer el desierto a un hombre, si éste no se empeña en sacar de él un paraíso? Recuerdo ahora una observación suya sobre Munthe: supercivilizado. Tal es; Munthe ([abolió trocó el canto de los pájaros]) trocó la música artificial por el canto de los pájaros, pero se quedó con sus monumentos históricos, más artificiales todavía. El poeta tuvo razón: los palacios de las nubes son los únicos verdaderos.
Por todo aquello le decía que era prudente venir por un mes o dos a estudiar el país y el despertar de sus posibilidades. Que eso lo hará Ud. un día, tarde o temprano, si logra al fin arrancarse a la hidra urbana.
Me parece muy bien que reestudie sus temas de cuentos. No me olvido nunca del de las hormigas. Haga, amigo, haga lo que tenga ganas de hacer, por aquello de la ola interna para detener la cual no hay esclerosis que valga. ¿Y en verdad cree Ud. tener o tiene arteriosclerosis? No sería extraño; abunda eso más de lo que uno cree. Yo, por mi parte, flaqueo por el lado de la uretra, próstata o vejiga. Tendré que hacerme ver un día.
Se me va el correo. Me quedaba todavía el asunto muerte, sobre cuyas esperanzas o temores tengo ideas no escasas.
Saludos a su mujer, fuerte abrazo
H. QUIROGA
[Margen izquierda: transversalmente] Conteste a ésta; así normalizaremos la amistad. Bien ve Ud. en ésta que le he abierto mi vida.