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Julio 11 de 1936
Querido Estrada:
Otra jornada, la de hoy: levantado a las 5.50. Intensa bruma, que pronostica aquí Sol radiante más tarde. Nada de esto: se alzó a las 11, pero dejó una capa de nublado, bastante frío. Al salir el Sol: 4°. Fui, tras desayuno, a proseguir la guadañada a machete de los yuyos del parque. Tras eso, siempre la rastrillada del ensanche del jardín. ¡Pero qué rastrillada! Hay que sacar todos los yuyos enterrados y amontonarlos entre plantas, a cuyo pie irán un poco más tarde a formar mantillo. Tras ello, rastrillar y rastrillar para dejar bien nivelado el terreno (los daños de la erosión del suelo por la lluvia son aquí enormes), sacando de aquí, rellenando allá, etc. Mañana concluiré; pero es una delicia verlo. A las 9 1/2 me sentí un poco cansado y con ligeros escalofríos, como me sucede cada 5 o 6 días de un tiempo a esta parte, y que atribuyo a la zona urinaria. Entré pues, al buen amor de la estufa, a repasar y reformar alguna ropa que escapa a la sabiduría de mi sirvienta. Soy un gran cosedor, como sabe. Con esto, la hora de almorzar. Me repuse algo, luego, pero inhábil para trabajo de esfuerzo. Volví pues a mi costura, esta vez de filtros de bombasí para la cafetera. Hice una obra maestra, que ya verá. Hacia las 15, me repuse y fui a lidiar con las hormigas, surgidas como por ensalmo a un fugaz golpe de Sol. Pero la máquina fumigadora estuvo un mes al cuidado de un chico, que ya no tengo, y tuve que limpiarla en forma. Total: no fumigué. A todo esto, estaba esperando la hora del correo, un poco inquieto por las novedades que tendría de Ud. Salí a las 17, y volví con sus dos cartas, otra de Tiempo y otra de un médico a quien consulté largamente sobre mi caso, y me informó más largamente sobre la necesidad de intervenir, sin urgencia alguna. La precocidad de la operación está determinada por el buen estado general actual mío, que torna facilísima la intervención. Convencido, me operaré en octubre, después de un buen abrazo y vastos proyectos con Ud.
Así, me alegré mucho de sus noticias. Por lo que me cuenta, me parece a mí también que Ud. tiene una maladía, nada más. Más infirmité que enfermedad. De cualquier modo, curará Ud. o vendrá aquí a concluir de curarse, ahora o a fin de año.
Naturalmente, paré la oreja ante su decisión última, de que me va a escribir sobre compra de un terrenito cerca del mío, etc. Pero es que no tiene necesidad de comprar nada, por ahora. Fuera de que ya tiene su hectárea (¡y en qué posición!). Uds. vendrán a olfatear el país a mi lado, mirar todo, sopesar el resto, y después, recién después, hará Ud. los cálculos sobre su capacidad para echar le la capa al toro. Y sin embargo, qué raro me parecen sus titubeos, teniendo como tiene una mujer tal, tan, tan compañera! En fin, ya hablaremos, querido y solitario hermano.
Novedades de mi mujer. A su primer enunciado de que quería irse a ésa, le dije:
—«Hazlo; yo no puedo retener a nadie a mi lado contra su deseo. Pero te advierto que tu alejamiento será definitivo». Tres días antes de irse repitió su anhelo, agregando tales proyectos sobre tal cual planta, etc., que le observé:
—«Pero es que me parece que no te has dado bien cuenta de lo que ya te he advertido: Esta casa se te cierra para siempre». Pareció comprender, y así fue su extrema congoja en los últimos minutos. Le dije entonces —«Tú necesitas una lección muy dura. Vete. Pero si algún día ves claro (creí que entendería qué quería yo decir), entonces escríbeme. Yo estaré siempre aquí». Y así fue. Me ha escrito una primera carta, tranquila y en guardia. Enseguida recibo otra, donde dice no hallarse, que no puede estar sin mí. «¡Y la desesperación de no saber nunca qué es lo que uno desea!». Y concluye:
—«Estaré de vuelta a tu lado mucho antes de lo que piensas».
¡Pero en qué estamos! ¿No habíamos quedado en que su ida era definitiva y que solo volvería cuando hubiera comprendido y sentido la vaciedad de todo sin mí? Niña grande, siempre. Cuando hace dos años y medio se fue a ésa por dos meses, regresó al mes y medio, porque «le había entrado de pronto una desesperación por volver». Cuando hace cuatro meses se fue por tres meses, me dijo, al advertirle yo que llegaba al final del plazo: «Es horrible lo rápido que ha pasado el tiempo. Y tener ya que volver!». Ahora, tras una ida definitiva, resuelta por ella, me escribe que cualquier día está de vuelta… Pero necesita la lección, y la llevará.
Acabo de oír mi nombre en la radio, y presto atención: habla Capdevila sobre Berta Singerman. Alusión a mi vieja ternura por la judía, por lo poco que pude pescar. Creo que ha hecho un chiste (con entonación totalmente española), a juzgar por las risas del auditorio.
¿Qué más, querido Estrada? Cuide Ud. también su salud, trípode del alma, diría cualquiera de sus colegas que hoy escriben en alejandrinos. Sobre poetas y algún as: ¿no ha notado Ud. cierta torpeza de expresión en la prosa actual de Lugones? Me cuesta a veces seguirlo sin notar un tropiezo mental en su construcción.
Bien, compañero. Si escribe Ud. como dice, el próximo martes tendré amplias noticias suyas. Saludos cariñosos a su mujer, y un fuerte abrazo de su hermano.
H. QUIROGA