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Setiembre 8 de 1936
Querido Estrada: No sabe qué alegría y desahogo me causó su carta —2 cartas— llegada hoy. Estaba fastidiadísimo con mis tonterías psicológicas. ¿A qué perra me metía yo con su metafísica? ¡Como si no tuviera bastante conmigo mismo! Lo que me enervaba en particular es lo siguiente: si yo hablando con Ud. hubiera dicho tales pavadas, Ud. hubiera visto en mis ojos que era sincero, y no lo hacía por dañarlo sino por estúpido prurito de analizar (también yo cojeo). Pero a la distancia, vaya a saber uno la reacción que se sufre ante tales patadas. Yo soy un poco inclinado a poner las cosas en blanco. Soy —como decía mi personaje capaz de romper un corazón por ver lo que tiene dentro. A trueque de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazón.
En paz, pues, hermano. Y noto que Ud. me concede o cede razón con gran frecuencia. Gallardo, Ud.
Voy a pasar a la ligera sobre algunas proposiciones atrasadas: Muy bien lo de Frank.
Yo vivo, y él no. Pero además es un hombre sin convicción. Yo dije lo contrario en La Nación porque no lo conocía. Es un simple bachiller de la Verdad, un retórico, nada más. ¡Qué bien, Dreiser! Le dije a Ud. alguna vez que yo soy un poco material. Y es precisamente esta carga de mi apresto mental lo que me permite ver claro donde otros ven telarañas. ¿Conoce Ud. la famosa discusión de Tolstoi con y en contra de Turgueniev, Bielinski y otros? Ya hablaremos de ella (hágame acordar), pues aclarará nuestro difícil concepto de Brand. También nos entenderemos aquí.
Hospital de Clínicas. — Recibo hoy carta de Payró, cuyo suegro, Gerchunoff, habló con Arce a mi respecto. Dice Arce que están a mi disposición, él y sus herramientas, y que no debo preocuparme de nada. Se entiende bien claro por la carta que hasta ahorraré mis menguados pesos. ¡Dios sea loado! Me insta Payró en nombre de Arce a que no pierda el tiempo, pues a lo mejor me pesca una retención aguda de orina que me acarrea la sonda, y con ella la infección. Aquí me dicen lo mismo. Me decido pues a salir de aquí el 19 próximo. Llegaré allí el 22 a mediodía, + −. Me atemorizaba el frío —¡soy tan flojo!—. Pero algo de peligro debe de haber, cuando todos los galenos insisten en su probabilidad. El último correo le mandé solo dos líneas. Andaba muy mal desde días atrás. Hoy me levanté mejor. Siento una porción de cosas anormales, amén del cansancio más o menos cotidiano. Y el aspecto sentimental también me conturba. ¡Vea Ud. que tener mujer e hija pequeña y no avisarles de mi llegada!
Hospedaje: Convenidos. Iré directamente a lo de Eglé. Después, veremos. Aunque es bien posible que me dé el gusto de insinuarme por un día o dos en su interior mismo. Sobre viaje, lo informaré con tiempo.
(No sé de dónde sale este aceite del papel). Proyectos sobre construcción de cuento y drama:
—Muy bien para el drama; no creo mucho para cuento. Para drama, muy bien; hablaremos de ello. Sobre cuento: en Pan, hace 8 o 10 números, salió un cuento de un joven norteamericano, cuyo nombre no recuerdo, titulado: «En el fondo del pasillo» o cosa así. Magnífico, de toda magnificencia. Los idiotas de Pan decían que aunque en ese cuento no se notaba la actuación comunista del autor… Ese sujeto, joven evidentemente, y Hemingway, son Infinitamente más que O’Neill, cuyo pedestal yo rebajaría también muchísimo.
Queridísimo amigo: Nada hay más cierto que los misterios como el acaecido con la oficinista esa que lo ajaquecó. Una de las explicaciones que da Ud.: jaqueca larvada en Ud., y establecida ya en ella, me parece justísima. Puede resultar un intercambio de chispeas de metales mal heridos llevados al paroxismo de la irritabilidad nauseosa, de la perspicacia buceadora —y demás.
He interrumpido ésta para cumplir con mil una cartas, incluso en primer término una de Julio Payró, interventor directo ante Arce. Payró es un amigo real.
De modo que dentro de veinte y tantos días, nos pegamos un abrazo, joven Estrada. Está bien. Hay aún tiempo de cambiar (charlar) unas buenas cartas.
Muy fuerte abrazo de
H. QUIROGA