35

Jueves 27, agosto de 1936

(Anote que de aquí, San Ignacio, solo sale correo el domingo a las 8, y los martes a igual hora. Correo que le llega a Ud. el martes de tarde y el sábado id. En verdad, hay otro correo el jueves, pero que no alcanza al tren respectivo).

Querido Estrada: También a mí me ha tocado mi sábado. Desde hace 4 días ando flamante, brioso y dado de lleno al trabajo de esfuerzo. Ayer hice de las mías. Desde días atrás me había propuesto desmontar yo solo un pedazo de monte para completar el parque (de aquí el macheteo de golpe, de que le hablé). Comencé a una o dos horas diarias, hasta que ayer estuve de 7 a 10 1/2, y volví cansado. Pero el diablo me tienta con el monte. Regresé así a las 12, y si Lenoble no me va a buscar para que viera unas semillas tropicales que le llegaban de Francia, hubiera quedado hasta la noche. Claro, retorné más cansado aún que de mañana, y temí una recaída. Mas no; dormí bien, y esta madrugada estaba otra vez allí, hasta que la lluvia me desalojó. Pero viera Ud. el gozo de ir abriendo el monte y sentir que la vista y el alma penetran en las tinieblas. Entra bruscamente el Sol, y lo que es hoy detritus de lianas y bromeliáceas podridas, será este verano césped bajo, bien podado por el petiso y el ternero de la sirvienta. Por allí, el césped es motivo de adorno. Aquí, es un asunto vital: destierro de víboras, alimañas; alimento para el ganado, perspectiva para la vista, etc.

Bien. Volví, pues, y en el taller comencé a fabricar platos de portland para las macetas del living, porque sabrá Ud. que el modo de regar plantas en maceta es colocar éstas sobre altos platos, donde se echa el agua. Por capilaridad, la tierra bebe, siendo así que de otro modo nada se consigue, porque la contracción constante de la tierra deja un espacio entre aquélla y la maceta, por donde se escurre estérilmente el agua. Esto lo aprendí solo (lo del plato). Los fabrico de portland —arena: 2; portland: 1, cal, 0,2— sobre un molde de tierra prensada en un plato de hierro esmaltado y los torneo en el platillo de un viejo fonógrafo.

¿Ha leído Ud. Walden, o cosa así, de Thoreau? Es interesantísimo. Como Ud. sabe, Thoreau, compañero de Emerson, dio en considerar que el hombre debe bastarse a sí mismo para lo que se fue a vivir solo a orillas de un lago, haciéndoselo todo él mismo. Cuenta muy bien sus trabajos. En particular su lucha con los ratones y para enderezar clavos, es magnífica.

Me viene ahora a la memoria lo que le dije en mi anterior de Waldo Frank, acordándome del incienso gastado por Ud. —y por mí— en honor de aquel hombre. Fue más tarde, después de oír pacientemente sus huerísimas conferencias, y de hablar a menudo con él, cuando me di cuenta de la verdad de Dreisser a su respecto. Si Ud. conserva aún por Frank el respeto inicial, perdón, compañero. La disyunción de ideas es útil y enseña mucho cuando se es como nosotros.

Otro día, y por carta desde Chile, Glusberg me reprochó mi anhelo burgués de poseer mi casa actual, añadiendo que él era de otra pasta. Le dije que no creía pretender mucho deseando una pieza espaciosa, que no se lloviera y desde donde pudiera ver bien abrigado la selva empapada.

Este Glusberg tiene a veces exclamaciones que le quedan muy grandes. Me he acordado porque estoy escribiendo en el living de que se trataba, bajo la lluvia y el río que no se sabe si es río o neblina.

Ahora, sus cartas. Es evidente, como lo dice Ud. mismo, que Ud. tiene un penchant marcadísimo a «lo metafísico, abstracto, teórico y analítico». Si yo le dije algún día: «Gracias a Dios que tiene Ud. trabajos en su oficina, etc., pues de no ser así tal vez Ud. no hiciera nada»; si lo dije, era ciertamente pensando en su metafisismo torturante.

Creía ya entonces ver lo que Ud. mismo confirma ahora en la misma última carta: «¿Qué será de mí el día que me jubile, o cuando disponga de todo el día para pensar con calma y ordenar mis ideas? Acaso me echaré a dormir…».

¡Vaya con el hermano menor! ¿Y por qué todo esto? ¿Y los pájaros? ¿Y sus correrías en overol por Goyena? ¿Y su atavismo labriego? ¿Y los violines, cacharros, etc., etc.? Usted tiene un diabólico alcohol en su psiquis que le hace decir lo que no piensa por el solo gusto de torturarse y sentir la tortura. Y esto me hace mal. No juegue con fuego, y con fuegos de artificio, hermanísimo. Usted embadurna sus honrados cacharros con un barniz relampagueante de dialéctica que le envenena la vida. Deje las ideas de lado y ordene sus sentimientos. Aquéllas están bien en cualquier lado. Y cuanto menos espacio ocupen, mejor. Pero los sentimientos —el verdadero sentimiento de lo que debe ser nuestra vida—, esto es capital y él solo debe ocupar la gran vidriera, amigo. A Ud. le dan los elementos para su sencillo y correcto vivir, y se pone a hacer juegos malabares con ellos. O les busca una ecuación abstracto-metafísica, etc., cuando lo que procede es trabarlos en ángulo recto, como los simples ladrillos.

Dígame, querido Estrada: Cuando Ud. viajaba en camión, con solemne y triunfal dejadez, o descargaba bolsas, ¿sentía Ud. que le hacía falta retorcer ideas? ¿De dónde saca pues esa increíble suma de deberes que le imponen —dice Ud.— trozar o desviar su vida? Presumo que Ud. ha metido la ética en el bolsillo de la lógica, y de aquí provienen sus males.

Caro y caro amigo: Aquí me ve haciendo de Sancho Panza. Y yo no soy trigo limpio, como bien sabe, en los achaques que le imputo. Pero soy su hermano mayor, y como tal, tal vez he aprendido a distraerme menos en el camino.

Me llega ayer un libro de Luisa Sofovich, ex amor mío, que dicen amiga de de la Serna, allá en España. Esta muchacha tenía condiciones para el relato. Creo que las ha perdido del todo.

También me llega un número de la revista del Touring Club, donde hallo la página adjunta. Dios sea loado: aun entre turistas hay gentes que leen aún libros.

Muy grato para mí el recuerdo de la Yolanda de Sudermann. Tengo un recuerdo dulcísimo de «El deseo». A propósito: ¿Le gustan a Ud. mucho «Victoria» y «Pan» del noruego? A mí, sobremanera. Están en inmensa cantidad con mi psicología del femenino.

Los violines, ahora. Parece que son poca cosa; lo esperaba. Pero merecen que yo observe también algunas cosas que se refieren a sus 6 anotaciones.

1.ª suya — «Usar solo una clase de madera». No, amigo. El fondo y tapa son en ambos, de una sola madera: lapacho y timbó, respectivamente. Los costados, de timbó también —creo— en el segundo, y de canela guaycá, en el primero. En ambos, el ástil de cualquier madera dura, digamos lapacho.

(A este respecto: creo que los lutarios del pasado usaron del ébano, por ser esta esencia la única —o poco menos— dura de ultramar que se conocía entonces). Por rutina; se siguió adaptándola para los ástiles, con exclusividad. Luego se han conocido el guayacán, palo santo, quebracho, urunday, lapacho, y paro de contar, tan duros por lo menos (más duros urunday, guayacán y quebracho) como el ébano.

4.ª «Las aberturas laterales» y 5.ª La «curvatura de la caja», etc. Nada que decir sobre esto.

Como ya le dije, el fabricante no tiene ni si quiera compás de espesor. Ha copiado seguramente de un violín ajeno, cuanto ha podido ver.

Ahora observo yo: (se conoce que soy inventor, pues, como todos nosotros, no puedo ver aplicación de material alguno sin tratar de hallar el por qué de su uso): ¿No pasará con el abeto o pino stradivariescos, lo que anoté sobre el ébano? En la Europa de aquel entonces no se conocía madera mejor para el caso que aquellas esencias. ¿Pero luego, con el aporte de la flora ultramarina? ¿No podríamos creer que la flora no europea, diez veces más rica que ésta, nos depare una esencia superior al abeto: Aquí pues de los lutarios investigadores.

Otra: La especie de costilla que llevan los violines para que no se hunda la tapa, ¿no será requerida por la endeblez del pino o abeto? ¿La exigirá otra madera más tenaz? Como ve, compañero, soy materia dispuesta para escudriñar el misterio de los violines.

No sé si le conté que una vez nos propusimos con Giambiaggi construir un elemental torno de alfarero, pero perfeccionado. Concluimos por hacer uno con embrague.

Juan Escalera me dice que no desea desprenderse del violín de lapacho. Por lo cual, si llega a interesarle en la medida que fuere el de timbó, es suyo, hermano.

Larga cartita, ¿eh? Y hay de todo. Hasta amonestación, querido Estrada. Si a pesar del tiempo diluviano llega hoy correo, y carta suya, concluiré ésta esta noche. Ciao.

Continúo, pues. Ayer, sábado 29, llegó su última, con anotaciones sobre los violines. Trasladaré al fabricante todo lo pertinente. Y veo que por abundancia de material epistolar salteé su carta del 21, con diagrama y todo de mi cuarto de huésped. ¡Querido Estrada! Ya me sacó Ud. una vez de un aprieto económico. Ahora destartala su casa para reposo de mi maltrecha salud. No por uno y otro motivo, sino por cualquier otro, quisiera yo devolverle sus albricias. ¿Y quién sabe? Estoy empeñado en devolverle el equilibrio ideal que se le anda escapando, y de aquí mi sermón precedente. Ruégole desesperadamente que no interprete de otro modo cuanto le he observado a este tenor. Consuéleme con dos líneas, o expréseme su desagrado por mi intromisión, que no se repetirá.

Ya Eglé me había escrito solicitándome. Ayer recibo ésta que le retransmito. Sabrá Ud. que mi hija se gana bien duramente la vida como empleada en la sección «Suscripciones» de Crítica. He pensado esto: Iré a lo de Eglé hasta que caiga en operación. Si salgo bien bien, continuaré con ella. Si necesito un poco de cuidado post operatorio, entonces voy a golpear a su puerta, en demanda de afectos y cuidados de familia. ¿Le parece bien? (Y vuelta a escocerme lo que creí de mi deber de amigo y hermano decirle. Pensé en suprimir esas páginas, pero me parece indigno de una extrema sinceridad como la mía, hacerlo. Por Ud. y por mí. ¿Comprendido?).

Vasto afecto a la hermana Agustina, y muy fuerte abrazo

H. QUIROGA

Hace mucho frío para ir a ésa. Mi mal me da tregua. Siguiendo así, saldré a fines de stbre. Ya hablaremos.