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Julio 28 de 1936
Querido Estrada: Vayan estas líneas muy breves para notificarle mi buen estado de salud. Hace un frío del diablo, mi coche, enfermo, y yo acurrucado al lado de la estufa, sin valor para helarme los pies en el barro. Son las 7 1/4 a.m. La chica que sale para la escuela lleva ésta. Y Ud., ¿mejor? Le mandé media carta con tren del domingo, que habrá llegado ayer, martes. Como ésta, por desencuentro de correo con trenes, le llegará el sábado, poco tiempo antecederá a la próxima larga carta que despacharé el domingo próximo.
Muchos cariños, hermano Estrada, y un fuerte abrazo
H. QUIROGA
Agosto 1.º —Claro, esta carta no salió; la chica en cuestión tampoco salió de casa. Durmió la epístola, pues, y ahora vuelvo del correo con su telegrama. Cuide, querido amigo, o descuide: no se ha de cortar la correspondencia. Buen par de volcanes eléctricos, ambos, no podríamos realmente suspender este memorial-epistolario. Y va:
No solo acarreó arena el amigo bonaerense, sino que cuidó del coche por 20 minutos en la carretera, donde habíamos hallado un hueso de punta en la huella, con el destrozo del caso en cubierta y cámara. Quedó a las 7 de la mañana en mangas de camisa al lado del coche, cuidándolo, creo yo, como si fuera aquél un Packard. Lo que no creo que le haya hecho tan feliz es el madrugón que pegamos, habitual en mí, pero con certeza no tanto en él. Excelente persona, si las hay.
Chacra: Hoy supe que un señor amigo se había deshecho de una de 9 hectáreas, volviéndola al primer propietario por dificultades de pago. Precio $220 o tal vez 200. Pero no le conviene, por ahora. Después, veremos. Voy creyendo que por poco que Ud. se empeñe en negociar, va a perder la divina armonía de vivir en paz con la verdad agreste. ¿Tierra? Ya tiene su hectárea. ¿Casa? Por $3000 le hacemos Hermenegildo (el albañil) y yo, un chalet magnífico. A 80 metros del mío, si quiere, o a 140, en su propio fundo. Ya hablaremos, si su destino lo trae.
Todavía mi mujer: Conjuntamente con aquella carta en que decía no poder vivir lejos de mí, se quejaba de la casa de su padre, donde vivía, sin estufa ni caloríferos. «Casa de salvajes», exclamaba. Días después me escribe desde la casa de Norberto Dantiacq, donde paró hace dos años, merced a su amistad íntima con la esposa de aquél: «¡Qué magnífica calefacción! —exclama ahora—. ¡Figúrate que duermo solo con sábanas!». He aquí pues, el motivo de extrañarme tanto: extrañaba la estufa de casa. Porque sentía frío en casa de su padre, se mudó a casa de su amiga, sacando a la nena de la escuela de Vicente López, donde parece que había ingresado. Así, allá va: por el cine, deja a su marido; por una estufa, a su padre. Ésta es mi mujer.
Lutarios: (¿No dicen lutier los franceses? No recuerdo). Precisamente el hijo de un amigo rural del pago fabrica violines. Hizo primero uno muy rústico de timbó (TIMBO; en la plaza Lavalle hay un lindo árbol), que llevó a Vicente López. Luego construyó uno de lapacho, magnífico de forma, mas creo que de escasa sonoridad. Luego otro, el que tiene ahora, no recuerdo de qué madera, mas sí liviana y vibrante. Veré a su propietario el lunes, y si quiere desprenderse de él, se lo fleto enseguida. Hemos hablado con el muchacho de cierta madera interna de las grandes tunas, al parecer muy apta para el caso. Me parece recordar que un carnicero brasileño le dijo que en Ceará construyen violines de las tales tunas. Yo tengo una tablita en casa, y me parece muy propicia. He leído bastante sobre los lutarios y sus barnices. Para mí, sin embargo, el mérito principal de los guarnerius y Cía. radica en la madera. ¡Quién sabe qué años de estacionamiento o exposición al humo o ciertos olores han sufrido! Le digo olores, porque yo tuve una vez ciertas tablas de piso de una letrina rural, y cuando años después las utilicé no sé en qué mueble, noté un fuerte cambio en el peso —no estoy seguro— y en el color —certísimo—. ¿Usted sabe el proceso que sufre la teca antes de ser empleada en las embarcaciones? Dura de ochenta a cien años.
¡Qué magnífico si un día pudiéramos reunirnos a trabajar de día —sabe Dios en qué—, mas de noche en violines, muñecas, trampas, bumerangs, tranqueras livianas —y sonreír a dúo porque nos hemos acordado por ahí de Brand.
Se ha dicho que yo me he abandonado. ¡Qué absurdo! Lo que hay es que no quiero hablar media palabra de arte con quien no me comprende. Usted lo sabe por Ud. mismo.
Ayer he tenido un día provechoso: rozado en el parque, esta vez a gran machete porque se trataba de desmontar; puesta en tierra de 21 ananás de Pernambuco; visita a Estación Experimental de Loreto, donde Ud. sabe tengo buenos amigos; regreso con una gresílea, un calistemo, un rakú (productora esta esencia del único colorante vegetal resistente), y dos plantitas logradas de semillas traídas de Dakar, productoras de magníficos racimos de flores rojas. No sabemos qué son. Hoy hice una cosa pía: el caño colector para la gran piscina de 61 1/2 m3 que acabo de hacer. Lo planeé para diversión y baño de la nena. Tal vez un día vuelva a bañarse aquí, cuando yo ya haya muerto.
Vuelvo a pensar en los violines. Me parece una cosa maravillosa para Ud. ¡Constructor de su propio violín! Es un hallazgo. Ya lo creo que lo ayudaré a buscar maderas. Una vez, en la buena época de Giambiaggi, nos dimos a hacer un torno de ceramista; tanto lo perfeccionamos que concluimos construyendo uno con embrague. Era una maravilla. Mas no logramos hacer vasija alguna; todas salían con forma de oreja de elefante. Es un oficio que requiere mucho aprendizaje. Lo que podemos también hacer un día es aprender el oficio de fundidor para pasar a metal mis muñecos o cualquier otra cosa. Noble tarea. Muchas cosas podemos hacer, hermano menor.
(Tocan en este momento en la radio el minué de La Arlesiana de Bizet. Pocas cosas siento como eso). He cambiado baterías a la radio, con lo que ya he mejorado mucho, y encargué nuevas lámparas. Usted no tiene idea, creo, de la formidable importancia que tiene la música en el bosque. Es todo lo que está ausente: inteligencia, pasado, amistad acendrada, exaltación de la propia conciencia. Lo llena todo. Cuando volé en aeroplano, hice notar la formidable importancia que adquiría lo único visible y terrenal sobre el vacío insondable: las alas. La música en el desierto es eso.
Ahora que pienso: ¿Les gustó de verdad la miel que envié? Vea que nada me cuesta remitir otra vasija. Bien que no está ya en San Ignacio el carpintero alemán colmenista, siempre se puede conseguir. Parece que en Oberá, a 100 k. de aquí, la venden a $0.25 el k. ¡Figúrese! También podríamos un día cultivar abejas, pocas colmenas. ¡Hacer!, amigo mío. Somos hombres, no hay que olvidarlo.
Mañana deben de venir a pasar el día aquí los 2 médicos de Corpus con sus esposas (éstas son hermanas, y a su vez lo son del Dantiacq donde vive María). Me hablan por teléfono, preguntándome si está lista la canoa. No, no lo está. Pero si ellos y ellas me ayudan a calafatear las bordas, la alistaremos. Tal será; son gauchos, y con ganas de hacer méritos.
Bueno hermano gratísimo. Ya tiene carta, y tutti quanti. Cariños a su mujer y a la espera de la suya del martes, fuerte abrazo hermanísimo,
H. Q.