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Julio 25 de 1936
Querido Estrada: También yo voy a usar de método en mis cartas, respondiendo una por una a las preguntas que Ud. me hace, o comentando por riguroso turno tal tema. Si no se hace así, es más que seguro que se olvidan muchas cosas. Un viejo amigo ingeniero, León Denis, me enseñó a escribirle comercialmente, con lo que ganamos ambos. No sé si alguna vez le conté mi curioso encuentro con Denis. Aquí va: cierta mañana de 1911 yo andaba monteando a 7 K. de casa, y silbaba el comienzo, y más lejos todavía, de la rapsodia 2.ª de Listz [sic] (¡diablo con las palabras húngaras!). No continuaba la rapsodia porque no sabía más de ella de memoria. Al llegar al abismo, pues, tornaba a recomenzar, así por tiempo indefinido, como se hace cuando se está distraído y se es feliz. En cualquier momento dado, llegué al abismo musical… y he aquí que desde el fondo del monte —el más fosco de por aquí— otro silbido continúa la rapsodia con pasmosa agilidad. Hay que ver lo que es la selva del Teyucuaré, donde nadie, fuera de mí, se insinúa jamás. Era Denis, ingeniero belga, a quien había conocido fugazmente aquí, y que deambulaba a su vez.
Este Denis tenía entonces como sesenta años. Se enamoró del país, compró en $7000 una media hectárea que no valía 100, vivió en ella con su mujer algunos meses y regresó a Quilmes, donde vivía casi miserablemente —por gusto— a pesar de su fortuna. Era un fino humorista. Compró luego cerca de aquí 27 000 hectáreas, casi por motivos ornamentales, y al morir dejó su fortuna a las prostitutas de Lieja, cuando mil un tipos esperaban el bocado. Su testamento comenzaba así:
—«Yo, Luis Andrés León Denis, que firmo León Denis y escribo habitualmente con pluma Perrins, por lo que me expongo a variar el carácter de letra»…
Cuando me decida a escribir mi pequeño libro de San Michele, este Denis ha de ser un tipo del que no me olvidaré. Sé mucho de él.
Y Ud. perdone la digresión, comprobatoria del tren de charla feliz que tienen nuestras cartas. Acaso no concluya hoy de contestar todos los puntos de su última. No importa: el martes proseguiré.
Glusberg — En efecto, como Ud. dijo muy bien, en toda su furia no hay más que una sencilla cuestión racial. Ya en el momento hube de decirle a Ud. que aquel amigo, que se dice internacional, es solo judío. Más: el más tradicional de los judíos. Y perfecta su definición de que Samuel se anda por las ramas porque no ve o no quiere ver el tronco.
Su drama: No me perdono de haber podido desanimarlo, como creo. Mas tenga por seguro, queridísimo Estrada, que toda la sinceridad que gasto con Ud., la despilfarro, y bien cruelmente, conmigo mismo. Tal vez Ud. estuvo muy parco en la exposición del argumento; acaso yo no comprendí bien, por ese motivo. Mas de cualquier modo yo hice pie exclusivamente en el aspecto teatral de la obra; y esto por creer que si una obra de teatro no tiene interés para todos (cuento o novela), carece de aquel carácter. Justamente por haber entrado en la futura obra la apreciación de Eichelbaum, supuse que Ud. quería hacer obra para escenario. De aquí mi prevención — No haga caso, pues, y póngase a la obra. ¿Que se descontente de ella luego? Muchísimo habrá ganado su giróscopo cerebral. Y volveremos a hablar en octubre. Aquí doy un salto en el orden epistolar, y anoto:
Brand: ¡Pero amigo! Es el único libro que he releído 5 o 6 veces. Entre los tres o cuatro libros máximos, uno de ellos es Brand. Diré más: después de Cristo, sacrificado en aras de su ideal, no se ha hecho nada en ese sentido superior a Brand. Y oiga Ud. un secreto: yo, con más suerte, debí haber nacido así. Lo siento en mi profundo interior. No hacen [sic] 3 meses torné a releer el poema. Y creo que lo he sacado de la biblioteca cada vez que mi deber —lo que yo creo que lo es— flaqueaba. No se ha escrito jamás nada superior al 4.º acto de Brand, ni se ha hallado nunca nada más desgarrador en el pobre corazón humano para servir de pedestal a un ideal. También yo tuve la revelación de Inés cuando exigida y rendida por el todo o nada, exclamó: «Ahora comprendo lo que siempre había sido oscuro para mí:
—«El que ve el rostro de Jehová debe morir». Sí, querido compañero. Y también tengo siempre en la memoria una frase de Emerson, correlativa de aquélla: «Nada hay que el hombre no pueda conseguir, pero tiene que pagarlo».
Pirandello: Coincidimos felizmente sobre su grandísima habilidad escénica y su carencia casi total de verdadera psicología. Juegos de ingenio psicológico, verba simuladora de profundidad, todo esto en grande. Representa muy bien esta época de decadencia, como la romana: epigramas retorcidos, hoy psicológicos, pero vacuos y deleitosos como los otros. Puédese valorar la capacidad de Pirandello leyendo sus cuentos y artículos. Muy bien, exponentes de fuerte agilidad, pero nada más.
Y llegó la hora de llevar ésta al correo. Como me temía, no concluyo hoy. El sábado recibirá Ud. el final de ésta. Cariños y fuerte abrazo.
H. Q.