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Julio 13 de 1936
Querido Estrada: Mañana debe llegar carta suya. Tengo gran curiosidad de ver qué diablos de planes ha concertado Ud. para ésta. Insisto: planes para después de estar acá, y ver.
Hoy tuve un día fecundo, sano y activo. Por levantarme, me levanté a las 5, una buena hora antes de aclarar, pues el tiempo sigue lluvioso. Enciendo el farol, pongo unas tacuaras en la chimenea y leo hasta que la sirvienta, sumamente madrugadora, llega con sus tres mates chirles. Así concluí, y bajo ligera llovizna de todo el día el alambrado que comencé a asentar ayer de tarde. Ciento treinta metros, más o menos, tres hilos, uno de púa, y heme aquí con un magnífico potrero, que es a la vez el parque en cuestión, donde hay naturalmente árboles diseminados. La vaca de mi sirvienta, su ternero y el petiso de la nena, mantendrán la gramilla bien baja. Mas viera Ud. lo que es dicho parque, con sus hondonadas y su vista doble al Paraná. Parque japonés —no de ésa, sino del propio Japón, de donde volvió Pantaleón—. Creo notar que cada tres días tengo una caída. ¿Ligero chucho? Tal vez. Mañana voy a tomar un poco de quinina, y observaré. Por lo demás, es un axioma: todo malestar de causa desconocida en país tropical, trátese con quinina.
Tuve carta extensísima de un médico de ésa a quien consulté sobre mi caso. Piensa bien, y como mi médico de aquí: puede muy bien que mi próstata esté apenas tocada; pero cuando eso comienza, a mi edad, continúa implacablemente. De aquí la tendencia de intervenir temprano, cuando el estado general es aún perfecto, y capaz, por lo tanto, de soportar como pluma el peso de la operación, más o menos grave cuando el cliente está pasado. Me opero, pues, en octubre, salvo diagnóstico contrario.
No sé si le dije que de Montevideo me escribieron anunciándome la gran probabilidad de ser premiado. Bien está; así sea un tercero. Parrilla más o menos no afectaba a Guatimozín (creo que es con z el tal nombre). Dícenme también que me deparan con casi certeza una sorpresa muy halagüeña para mí, sí que merecida. ¿Qué será ello?
La cuestión social: Tiempo me escribe, solicitando para cierta revista de izquierda (republicana), unas líneas, que harían bien a la revista. Desde luego; ¿pero a mí? —Ya le conté el asunto para una fabulilla comunista. Casi todo mi pensar actual al respecto proviene de un gran desengaño. Yo había entendido siempre que yo era aquí muy simpático a los peones por mi trabajar a la par de los tales, siendo un sahib. No hay tal. Lo averigüé un día que estando yo con la azada o el pico, me dijo un peón que entraba:
—«Deje ese trabajo para los peones, patrón…». Hace pocos días, desde una cuadrilla que cruzaba a cortar yerba, se me gritó, estando yo en las mismas actividades:
—«¿No necesita personal, patrón?». Ambas cosas con sorna.
Yo robo, pues, el trabajo a los peones. Yo no tengo derecho a trabajar; ellos son los únicos capacitados. Son profesionales, usufructuadores exclusivos de un dogma. Tan bestias son, que en vez de ver en mí un hermano, se sienten robados. Extienda un poco más esto, y tendrá el programa total del negocio moral comunista. Negocio con el dogma Stalin, negocio Blum, negocio Córdoba Iturburu. Han convertido el trabajo manual en casta aristocrática que quiere apoderarse del gran negocio del Estado. Pero respetar el trabajo, amarlo sobre todo, minga. El único trabajador que lo ama, es el aficionado. Y éste roba a los otros.
Como bien ve, un solitario y valeroso anarquista no puede escribir para la cuenta de Stalin y Cía.
Tiempos atrás me envió Castelnuovo, a quien quiero bien, su libro sobre el Arte en las muchedumbres o cosa así. ¡Viera qué cosa! Todo es un panfleto contra Tolstoi, de quien se ríe el Castelnuovo.
No he podido acusarle siquiera recibo, no obstante ser aquél un buen muchacho, pero torpísimo.
Mañana, después del correo, continúo.
Julio 15
Llegó ayer su carta —Le pido un favor, Estrada: escríbame a máquina, si no le pesa mucho. Con el apuro para decirme muchas cosas, su letra, para mí, resulta a veces ilegible. Mi máquina está en compostura en ésa. Cuando vuelva, le escribiré también en ella, pues me temo que yo también cojee de por allí.
Su drama: Me pregunta si resultará escénico. Es lo único que me inquieta en él. Creo también que la influencia de Eichelbaum en la parte final no es feliz. Este hombre ama un tanto lo paradojal. Ya el drama, para mí, lleva un sello ligero de aquella virtud, tan tremenda como difícil en el teatro. El supremo maestro noruego no siempre salvó el escollo. ¿Por qué no escribe un acto entero? En él notará Ud. perfectamente lo que puede darle el drama. Me gustaría conocer la impresión que tiene Ud. de Pirandello. Es posible que tropecemos, pero esto hace bien para lograr, en su mollera y en la mía, nuevas luces.
Veo que la pierna va mejor; tenía que ser. ¡Qué lujo de música, compañero! No sabía que tuviera Ud. tanta fuente, ni siquiera la fonola.
Hoy parece que tendremos un poco de Sol, fugitivo siquiera. Ansío como no se figura ver el radiante paisaje habitual del país.
Saludos cariñosos a Agustina —tendré que llamarla por su nombre a esta cuñada—, y muy fuerte abrazo para Ud.
H. QUIROGA
Hospedaje: estoy casi comprometido con Julio Payró, quien se moriría de vergüenza si lo pospongo en el honor de hospedarme. Mi hija Eglé reclama a su vez inalienables derechos. Ya veremos. Pero como yo me he introducido en su casa, no sería imposible que fuera a ella.