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Setiembre 2 de 1936

Querido Estrada: Llega ayer su carta más bien breve del 28. Y digo breve en comparación de la mía última, que era abultadísima. Mas ésta será breve también, porque anoche hemos estado aquí con Juan Brun planeando y ensayando nuevas fórmulas de yateís, a ver si este pobre gran hombre se arranca de su mortal miseria. Si los hados lo traen a Ud. aquí algún día, va a conocer lo que es un gran hombre, visible y palpable, en su ser moral. Resultado, trasnoché y ahora me levanto a las 6, justo y preciso para que la chica tenga tiempo de llevar estas líneas de paso para la escuela. Yo tengo que ir enseguida al parque a disponer trabajo a un peón que acaba de llegar y que contraté por dos días.

Mas tengo tiempo de felicitarlo por su gallarda energía: cátedra, oficina, violín y de inmensa yapa, conferencias frecuentes que, dado su prolija documentación habitual, exigen tiempo y tensión de espíritu. ¿Qué más, pues? Brand: Me alegra que hayamos discordado sobre este riquísimo venero de ideas. Claro que vamos a discutir el punto. Yo sostengo enérgicamente mi tesis, partiendo de estas dos premisas: Traducción exacta de la palabra final; entendimiento nítido de la palabra caridad. Si por toda respuesta a su por qué agónico, Brand no obtiene de Dios más que la esperanza de su caridad, cuando ha sido, dicho y hecho Brand, incluso condenar a su madre al infierno, que ha muerto gritando: «Dios tendrá el corazón menos duro que mi hijo»; si la madre, y la esposa y el hijo, y en última instancia entonces el bedel, el dean, el obispo y toda la chusma que subsigue estaban en la verdad, tenían razón de su proceder, el personaje Brand es una mentira, y una vil farsa del autor que da tal potente vida a un personaje y a una tesis que sabe él mismo son pura farsa.

Dixi. Hasta la que le escriba el próximo martes, hermano. Cariños a su mujer y un gran abrazo

H. QUIROGA

Continuaré, si Dios quiere, con Brand. Es mi hobby.