Capítulo 17
Barcelona, agosto de 1334
Estimado Bernat:
La vida nos ha hecho seguir caminos diferentes y nos ha llevado muy lejos el uno del otro, pero conservo con añoranza el recuerdo de tu amistad, siempre desinteresada, de tu capacidad para reaccionar ante situaciones que yo encontraba imposibles de resolver. Bien, todo este preámbulo es para decirte que, desde que decidiste quedarte en Valencia, ¡las he pasado de todos los colores y no sé por dónde comenzar!
Me hace muy feliz la noticia del nacimiento de Maria y la rápida recuperación de Elena después del parto. Y quizá deberían ser mis primeras palabras. ¡Darte la enhorabuena, amigo! Eso hago, dado que la familia crece, y siempre son buenas noticias.
En Barcelona las cosas van bien, sobre todo si miras los libros de cuentas, pero los alborotos y los saqueos son el pan nuestro de cada día. Nadie imaginaba la terrible carestía de grano que estábamos condenados a sufrir, pero menos aún que llegara a producirse una tragedia como la que estamos viviendo. Los mensajes que nos dirigen las autoridades son constantes, han prohibido sacar grano de la ciudad y vigilan estrictamente el consumo de cada ciudadano, incluso el almacenamiento de los particulares. Para evitar la reventa, los prohombres del Concejo han abierto una tienda de grano. Pienso que se trata de una buena medida, porque siempre hay quien quiere aprovecharse de situaciones tan lastimosas. Ahora recuerdo lo que me dijiste cuando llegamos a Valencia: No se puede comerciar con el dolor…
Lo cierto es que ahora mismo todo el mundo vive con el miedo en el cuerpo, la desconfianza se manifiesta entre miembros de la misma familia y las envidias llevan a traiciones impensables en otro tiempo. Aunque el consistorio ha decidido que las naves se abastezcan de grano en Cerdeña y Sicilia, las acciones de nuestros enemigos hacen que el trigo no nos llegue. Me temo que cuando lo haga ya será tarde para muchos. Niños, enfermos y ancianos fueron los primeros en sucumbir, pero ahora las campanas repican a muerto a todas horas, haciéndose eco del dolor en que está sumida Barcelona.
Todos los esfuerzos parecen en vano, amigo mío. Se ha negociado con los consejeros de Mallorca el armamento de doce galeras para que protejan las naves que vayan a cargar a los puertos de Sicilia. Incluso se ha solicitado a Galcerá Marquet, capitán de la armada, que proteja todos los barcos de la Corona y obligue a todas las naves italianas, o de otros territorios extranjeros que transporten grano, a desviarse al puerto de Barcelona. Sé que están haciendo gestiones en Tortosa para que autoricen con urgencia la salida de trigo en naves de mercaderes que tengan como destino nuestra ciudad; también ante los jurados de Manresa, para restituir un cargamento de grano de un ciudadano barcelonés.
Ahora pienso que no sabes nada de mi estancia en Tortosa, ¡me quedan tantas cosas por contarte! Tuve que tratar con un mercader de extraño carácter y ambición desmedida. Al final, las negociaciones no fueron como esperábamos y el hombre que me acompañaba, Anton, a quien creo que no conociste, pagó los platos rotos. Se lo quedaron y no encontré la manera de salvarle la vida. Yo tuve parte de culpa, y no me siento orgulloso de cómo me enfrenté a aquella situación. Este oficio de mercader es duro y las decisiones que tomar a menudo chocan con tu voluntad. Cada día lo tengo presente en mis oraciones.
Hace pocos días me llegaron noticias de la retención de una nave que se dirigía a Valencia. Me enteré de que el consistorio se vio forzado a dar explicaciones al rey Alfons. No pude evitar pensar en vosotros. ¿Cómo estáis? Quisiera ayudaros y, al mismo tiempo, seré sincero, debo admitir que te necesito. Este es el principal motivo de mi carta, y te lo digo de la forma más llana que conozco. Me haría muy feliz que volvieras, Bernat, en compañía de tu nueva familia.
Me explico. Me han confiado una empresa a la que no puedo renunciar. La lejana y exótica Alejandría es mi meta y mi sueño, la ciudad hacia la que, si Dios quiere, viajaré de aquí a pocos meses.
Llevamos una actividad frenética para partir de cara al buen tiempo, los hombres de la cuadrilla que he reunido en estos años trabajan de firme. Hay pequeñas fortunas en juego y la petición del Papa de que liberemos a un cristiano cautivo llamado Joan de Serret. ¡Estoy convencido de que lo conseguiré! ¡Debo conseguirlo!
Me agradaría decirte que lo hago para ayudar a unos y otros, pero, si he de escuchar lo que me dice el corazón, es más un reto y una necesidad que me nace muy adentro. ¿Ambición? Quizá, sí. También una mezcla de curiosidad y de ponerme a prueba. ¿Te imaginas? ¡Alejandría! ¡Cuántas veces contemplamos desde la playa aquellos barcos venidos de Oriente e hicimos volar la imaginación pensando en las mercancías que transportaban, en sus gentes, en sus paisajes!
Aún no se lo he dicho a Elvira, pero me llevaré a Abelard, quiero vivirlo con él. Es un muchacho inquieto y muy trabajador, y a buen seguro será una experiencia que no olvidará jamás. ¡Crecen tan deprisa, Bernat! Solo puedo decírtelo a ti, pero ¡se parece mucho a Blanca! Tanto que a veces lo miro y un escalofrío me recorre el espinazo. Ya sé que no apruebas esta relación, que me has dicho mil veces que me aleje de ella, y Dios sabe que lo intento con todas mis fuerzas. Pero la tentación es grande y la carne débil…
Esa mujer me vuelve loco, amigo mío. A veces pienso que habría sido mejor no haberla conocido, y otras maldigo la suerte de haberlo hecho demasiado tarde, o no haber tenido el valor suficiente para vivir nuestra historia de amor. Quiero a mi esposa, bien que lo sabes, pero nunca me he sentido tan vivo como entre los brazos de Blanca. ¡Me hace olvidar de todo solo con el aroma que desprende, me embruja!
He hecho testamento, amigo Bernat. El notario Pere Torres lo tiene todo dispuesto por si pasa algo. He repartido mis bienes a partes iguales entre mis tres hijos y Elvira. Todo menos una casa que adquirí al lado de Palau. Me agradaría que la aceptaras y que tomaras posesión de ella durante mi ausencia, tu taller se ha quedado pequeño para la familia que tienes ahora. Claro que no estás obligado, pero saberte cerca de los míos me daría mucha tranquilidad.
Aún hay una noticia triste que he de comentarte. ¿Recuerdas al Cojo? Murió envenenado, igual que Cesc, aquel chiquillo que decías que parecía un pastorcillo del belén. Massip fue el autor y Esteve sigue en prisión por haberse instituido en su justiciero. Es una larga historia que algún día me agradaría explicarte, pero él también te necesita. La cuadrilla se sentirá huérfana si me marcho con Abelard, necesitan a alguien que los guíe desde el respeto, que estime nuestra empresa, que la entienda. Pere Ballart es un gran hombre, pero se nos hace mayor.
Háblalo con Elena. Yo aceptaré de buen grado lo que decidáis.
Tuyo
JAUME MIRAVALL