TRANSMITIDOS COMO ANÓNIMOS

Entre los muchos epigramas dados sin nombre de autor en la Antología, se recogen aquí 73 de carácter más o menos helenístico, 692-750 y 752-765, aunque, naturalmente, las fechas de casi todos ellos sean inciertos; a los cuales hay que añadir el 751, procedente de otra fuente; 766-770, editados (cf. intr. gen.) a partir de papiros; y 771-75, transmitidos por inscripciones. El 692-725, 730-731 y 762-765 son de carácter erótico; en 693-697 no está claro que se trate de amores pederásticos, mientras que 692 alude a relaciones de varios tipos, 698-725 son homosexuales en bloque y otros pocos, en cambio, se refieren a temas heterosexuales. Completan la serie los votivos 726-729, 732-734, 751 y 754; los sepulcrales 735-742, 760-761 y 768-775; y un grupo de diversos motivos. Algunos de ellos muestran huellas de imitación: en 694 y 697 se aprecian ecos de Asclepíades; en 696 y 700, de Posidipo; 695 tiene un cierto matiz calimaqueo. El tono literario en general es bueno: descuella especialmente 713, pero también resultan muy estimables 692-694, 699, 702, 706, 710-711, 715, 721, 723, 725 y 744.

692 (XII 90)

Al parecer la coqueta muchacha se asomaba de vez en cuando al atrio (cf. el 337 de Calimaco) para encandilar más al amante.

No amo más; tres batallas libré; me quemaba el encanto

de una hetera y el de una muchacha y el de un mozo

y en todo sufrí. Me agoté suplicando a la hetera

que la puerta hostil al indigente abriese;

de la niña en el pórtico insomne por siempre yacía

sin darle más que algún deseable beso;

y ¿qué digo del fuego tercero? De aquél no conozco

más que tal cual mirada con esperanzas hueras.

693 (XII 89)

El poeta duda entre varios amores; sobre las flechas de Cipris, cf. el 234 de Asclepíades.

¿Por qué, Cipris, me lanzas tus dardos como único blanco

de modo que los tengo clavados en mi alma?

Por un lado y por otro me incendian y arrastran, adónde

me incline no sé, me quemo todo entero.

694 (V 168)

Imitación del 280 de Calimaco.

Con llama y con nieve y, si quieres, con rayo me puedes

atacar y a abismos y mares arrojarme.

A aquel que en pasión se agotó y a quien Eros domara

ni el fuego de Zeus lanzado le aniquila.

695 (XII 104)

Que mi amor junto a mí permanezca tan sólo; aborrezco,

Cipris, la pasión compartida con otros.

696 (XII 100)

El poeta (cf. el 249 de Posidipo) es aquí un erudito que siempre había obtenido éxitos profesionales, inspirado por las Musas, pero ahora está enamorado, moviéndose en terreno de que resulta ser inexperto y sufriendo mucho. Cipris, que padeció, por ejemplo, al morir Adonis (cf. el 502 de Dioscórides), debería compadecerse de él.

¿A qué puerto extranjero de Amores, oh, Cipris, me traes

sin piedad, tú que tienes experiencia de penas?

¿Quieres que sufra sin fin y que diga que al sabio

Cipris la única fue que le hirió entre las Musas?

697 (XII 115)

Imitación del 234 y otros de Asclepíades. El amante ha bebido no vino puro (cf. el 681 de Dionisio), sino locura pura; esta embriaguez amorosa (cf. el 282 de Calimaco) le hace invulnerable a amenazas y desdenes en su cortejo amoroso.

Pura locura he bebido y emprendo el camino

armado con beodas y locas ilusiones.

Voy al cortejo. ¿Qué importan los rayos y truenos?

Si caen, tendré en Eros coraza impenetrable.

698 (XII 155)

Fragmento mímico (cf. el 458 de Hédilo) difícil de entender. Parece que un esclavo ha sido enviado por un mozo a otro como mensajero amoroso. El requerido se indigna por la forma ruda en que le transmiten el recado; las cosas no están tan sencillas para él; antes de ir adonde sea ha de tener unas palabras con el invitante; lo que sí resulta previsible es cómo terminará el asunto.

—No vuelvas tal cosa a decirme. —¿Quién tiene la culpa?

Él me envió. —¿Lo repites otra vez? —Dijo: «Acude».

Ven, pues, y no tardes; te esperan. —A aquél yo primero

buscaré y luego iré; lo que sigue está claro.

699 (XII 145)

El amante no ha hallado en el amor pederástico la felicidad, cosa tan imposible como agotar el agua del mar o contar los granos de arena de la playa.

Dejad, amadores de mozos, el vacuo trabajo.

Cesad en vuestras penas, locos, que de esperanzas

imposibles vivís. Achicar en las costas libisas

todo el mar o contar los granos de arena

es tener afición a muchachos, si bien su hermosura

superficial a dioses y mortales atraiga.

Miradme a mí todos, que en vano mi empeño de ahora

en las secas riberas se quedó derramado.

700 (XII 99)

El tema es parecido al de 696: un sabio, que siempre se había afanado en el culto de las Musas, ha caído inexpertamente en una trampa pederástica (reaparece el tema cinegético que vimos en el 485 de Dioscórides y será frecuente en lo que sigue), aunque no por ello reprocha al inocente muchacho. El caso es que ahora aprecia ya lo que tiene el amor de ambivalencia agridulce (cf. el 244 de Posidipo).

De Eros la presa fui yo que ni en sueños había

aprendido en mi alma pederásticos ritos.

Fui cazado, mas no por malvada pasión, mas fue pura

mirada pudorosa lo que puso en mí brasas.

¡Adiós, gran penar por las Musas, que mi alma en el fuego

está ya con su carga que es dolor y dulzura!

701 (XII 136)

Aunque el ruiseñor, cuyo nombre es femenino en griego, sea ave armoniosa (cf., p. ej., el 384 de Teócrito), su canto ahora al poeta, que quiere gozar de una tranquila noche de amor, le parece disonante graznido de grajo.

¿Por qué, ruiseñores ruidosos, venís a graznarme,

posados en las ramas, cuando siento la tibia

carne tierna de un mozo a mi lado? Aunque sea parlero

el femenino sexo, que calléis os suplico.

702 (XII 79)

El lema lo considera anónimo o de Meleagro: sobre el tema de la ceniza, cf. el 283 de Calimaco.

Cuando ya se entibiaba mi amor, diome Antípatro un beso

y encendió nuevamente la fría ceniza

y así sin quererlo dos veces ardí en una sola

llama. ¡Huid, desdichados, no os queme si me acerco!

703 (XII 40)

Recuerda al 662 de Antípatro, también con mención de la rosa: Antífilo, el que habla, tiene conciencia de que el resto de su cuerpo, probablemente velludo (cf. el 587 de Fanias y, sobre el espino, el 677 de Zenódoto), no corresponde a la belleza de su cara, manos y pies: es como ciertas estatuas, parecidas a los togati romanos, que se hacían en madera sin trabajar poniéndoles miembros y cabeza de mármol y vistiéndolas para su exhibición. En cuanto a la prenda citada, su nombre es diminutivo del empleado, por ejemplo, en el 259 de Posidipo.

No me quites, amigo, la túnica; mírame al modo

de estatua de madera con miembros de bronce.

Hallarás, si en Antífilo buscas encantos desnudos,

un cáliz de rosa floreciendo entre espinos.

704 (XII 151)

Si viste a un muchacho que se halla en sazón deliciosa,

a Apolódoto habrás contemplado sin duda;

mas si, habiéndole visto, extranjero, no fuiste incendiado

por su amor en llamas, eres o dios o piedra.

705 (XII 143)

Un muchacho, posiblemente en una palestra, dialoga en una especie de mimo (cf. 698) con la estatua de Hermes que la preside: el mozo ya está curado de su amor por el desdeñoso Apolófanes, pero el dios admira todavía su hermosura.

—Hermes, un mozo me hirió, pero ya estoy curado.

—También a mí, extranjero, me sucedió tal cosa:

Apolófanes me hace sufrir. —La palabra me quitas

de la boca: en idéntico fuego los dos caímos.

706 (XII 112)

Arcesilao ha logrado magnífica venganza del cruel Amor: le ha hecho que él también se enamore y lo pasea exhibiéndole como a un prisionero en un desfile triunfal.

¡Aplaudid, oh, muchachos! A Eros cazó Arcesilao

y con los rojos lazos de Cipris lo pasea.

707 (XII 140)

Por haber criticado el poeta a un mozo, Némesis, la diosa de la justa venganza, le ha condenado a amarle. Arquéstrato le ha herido como el rayo de Zeus. Ahora quedan dos caminos, suplicarle a él que le corresponda o a Némesis que le libere. El amante prefiere lo primero.

Cuando a Arquéstrato el bello miré, que lo fuera, por Hermes,

negué, porque no era su aspecto muy hermoso.

Tal hablé y se echó encima la Némesis, llamas al punto

me incendiaron y el mozo fue Zeus con su rayo.

¿Le imploramos a él o a la diosa? El muchacho a mi juicio

a la diosa aventaja; vaya a paseo Némesis.

708 (XII 61)

La belleza de Aribazo, mozo de nombre persa, es tal que su brillo amenaza con derretir la ciudad entera de Cnido, en que vive (cf. el 669 de Hermodoro).

Mira, Aribazo, no sea que fundas del todo

a Cnido; ya la piedra tu calor derrite.

709 (XII 62)

Sobre el mismo mozo.

¡Oh, madres persas, parís bellos hijos, muy bellos

mas para mí Aribazo más hermoso es que nadie!

710 (XII 88)

Éumaco es un confidente a quien se describe una situación parecida a la de 693; la balanza fue citada en el 346 de Diotimo.

Doble es el Eros que mi alma atormenta y consume,

Éumaco, y son dos las locuras que me atan.

Por un lado mi cuerpo se inclina hacia Asandro y por otro

a Télefo mis ojos miran vivamente.

Cortad, no os importe, mi ser, divididlo en balanza

escrupulosa y luego mis miembros sorteaos.

711 (XII 87)

Cf. el 666 de Antípatro.

Cruel Eros, que a amor femenil no me induces, mas blandes

continuamente el rayo del ardor masculino,

y así peno sin fin, unas veces quemado en la llama

de Demón y otras veces contemplando a Ismeno.

Y no sólo a ellos miran, mas siempre me están implicando

en mil redes de amores mis insensatos ojos.

712 (XII 69)

El amante teme que Zeus rapte a su amado como a Ganimedes (cf. el 542 de Alceo): si tal ocurre, es mejor morir que soportar a un dios tirano.

Mira de lejos, ¡oh, Zeus!, a Dexandro, mi amigo,

y con el Ganimedes conténtate de antaño.

Mas, si a la fuerza le raptas, será intolerable

tu reino: a vivir en él me resisto.

713 (XII 156)

Hermoso ejemplo de metáfora náutica en amor (cf. el 232 de Asclepíades).

Es igual, ¡oh, Diodoro!, mi amor que el viajar por variable

mar en las borrascas de la primavera.

Unas veces me inundas de lluvia, otras veces en calma

te derramas, riendo tiernamente tus ojos.

Y yo, como un náufrago, a ciegas capeo las olas

y soy zarandeado por temporal ingente.

Enarbólame, pues, la señal de amistad o de encono

para que sepa yo por qué mares navego.

714 (V 142)

¿Quién adorna, a Dionisio las flores o él mismo es ornato

para ellas? Creo que luce menos su guirnalda.

715 (XII 107)

La maldición desea que el desdeñoso se afee y quede como las bayas de mirto, que, tras haber sido ornato y aperitivo en los banquetes, van a la basura cuando han perdido su sazón.

Si el hermoso Dionisio me atiende, consérvese hermoso

con vuestra ayuda, Gracias, para toda la vida;

mas si a otro prefiere y me deja, cual mirto pasado

le barran en montón con las migas secas.

716 (XII 67)

El águila que, como a Ganimedes (cf. 712), ha raptado, por lo visto, a Dionisio aparece aquí moviendo rápidamente sus alas, pues el peso del mozo es grande, y esforzándose para no hacerle daño con sus garras.

No veo al hermoso Dionisio. ¿Tal vez, oh, Zeus padre,

le raptaron los dioses como nuevo copero?

Águila, ¿cómo llevaste, agitando de prisa

tus alas, al mozo sin herirle tus garras?

717 (XII 66)

El epigrama no está claro. Al parecer, Doróteo ha abandonado al poeta: si el rival es Zeus, el amante desdeñado no podrá luchar; pero quizá se trate de algún hombre. Los Amores deben decir al escritor si el abandono es definitivo y, en tal caso, quién es el adversario. Por lo visto, la respuesta es optimista, lo que provoca un desafío algo fanfarrón dirigido al supuesto suplantador.

Amores, decid a quién ame el muchacho. Si es cierto

que a un dios, para él sea: yo con Zeus no combato.

Mas si a humanos, ¡oh, Amores!, está reservado, decidme

de quién fue Doroteo y a quién se entrega ahora.

Claramente lo indican; me alegro; retírate entonces,

no te tiente también en vano a ti lo bello.

718 (XII 130)

Alusión a las usuales inscripciones parietales (cf. el 338 de Calimaco) en que los mozos eran celebrados: cf., en cambio, la corteza del álamo usada como material escriptorio en el 466 de Glauco.

Digo «hermoso y hermoso» y repito y diré en adelante

qué hermoso a la vista, qué grato es Dosíteo.

No he escrito la frase en ninguna pared ni en encinas

ni álamos: mi amor en el alma está impreso.

Ni creáis a quien tal cosa niegue, pues juro que miente:

yo solo soy quien sabe la verdad del caso.

719 (XII 111)

El amante puede ser comparado con Eros en cuanto a hermosura e incluso velocidad; lo único de que carece Eubio son los típicos arco y flechas.

Eros tiene alas, mas tú pies veloces, e iguales

en belleza sois, Eubio: sólo el arco nos falta.

720 (XII 152)

Heraclito es de Magnesia del Meandro (cf. el 49 de Anite) o de la del Sípilo (cf. el 441 de Teodóridas), situadas ambas en Asia Menor y con una u otra de las cuales se relacionaba la piedra imán, dotada de propiedades magnéticas.

Heraclito el magnete, mi amor, al metal con la piedra

no atrae, sino a mi alma con su sola hermosura.

721 (XII 123)

Se trata de unos lemniscos, especie de cintas de lana con que se ceñían la cabeza y miembros de los atletas victoriosos (cf. el 459 de Hédilo y, sobre el pugilato, el 550 de Alceo). El amor hizo que la sangre supiera a mirra perfumada (cf. el 620 de Antípatro).

Coroné a Menecarmo el de Anticles, que había vencido

en el pugilato, con diez dulces diademas

y tres veces su cuerpo besé todo lleno de sangre

y me supo mejor que la propia mirra.

722 (XII 160)

No conocemos el nombre de su amado ingrato: Nicandro puede ser un confidente. El poeta ha sufrido ya otras veces, dominado por el amor como un potro por su jinete (cf. el 119 de Leónidas y 626 de Antípatro), pero esta traición es ya excesiva. La diosa Adrastea, que viene a ser la Némesis de 707, debe realizar la venganza merecida por el mozo haciendo, por ejemplo, que éste sea desdeñado a su vez.

Con valor mis entrañas soportan las ásperas bridas

y la sujeción del penoso bocado,

pues Eros no es hoy la primera ocasión en que asalta,

Nicandro, mas mil veces la pasión conocimos;

pero haz, Adrastea, la amarga entre todas las diosas,

que expíe con tu Némesis su perversa conducta.

723 (XII 39)

Cf. 703.

Apagóse Nicandro, al que igual a los dioses en tiempos

juzgábamos; voló la flor de su figura

y ni un resto de gracia hay en él. No seáis demasiado

altivos, muchachos; luego viene el vello.

724 (XII 96)

Como en el 662 de Antípatro, Pirro tiene un defecto físico, probablemente alguna deformación de la planta del pie muy visible en la huella que deja la sandalia. Su amante le regala un calzado de suela gruesa y claveteada (cf. el 664 de Antípatro) con el que puede disimular. El dicho procede de la Ilíada (IV 320).

No en vano circula entre humanos aquello que dice

que no a todos otorgan los dioses tener todo,

pues tu cuerpo es perfecto, a tus ojos se asoma patente

el pudor y en tu pecho reluce la gracia

que a los mozos conquista; y, en cambio, a tus pies les negaron

los mismos encantos. Pero, pues queda oculto

en esta sandalia el diseño del pie, amigo Pirro,

te encantará lucirte de tan bella manera.

725 (XII 116)

Aunque todo hace prever calamidades, el amante, que manda por delante al esclavo para que ponga, en señal de vasallaje amoroso, la guirnalda en la puerta de Temisón, se decide a marchar él también cuando se le pase un poco la embriaguez: la belleza del mozo, aun a falta de candiles (cf. el 208 de Asclepíades), iluminará su peligroso camino.

Me iré de cortejo, que estoy totalmente bebido;

ten, chico, esta guirnalda que mis lágrimas riegan.

No he de extraviarme en el largo camino; aunque oscura

se presenta la noche, Temisón es gran faro.

726 (V 205)

La hechicera Nico, de Larisa (cf. el 432 de Teodóridas), ofrenda a Afrodita un instrumento mágico que capta voluntades, la rueda, bien conocida por el idilio II de Teócrito, a la que, tensando y relajando las cuerdas que pasan por dos agujeros, se hace girar vertiginosamente en direcciones alternativamente opuestas. En este caso es un objeto lujoso (sobre las amatistas, cf. el 236 de Asclepíades) y ceñido por cintas de lana roja que no sabemos para qué servían.

La rueda de Nico, que sabe traer por los mares

a un hombre y sacar de su alcoba a las niñas,

ofrendada a ti, Cipris, está, su precioso instrumento

incrustado en traslúcidas amatistas, ornado

con oro, ligado por suave, purpúrea lana,

regalo que te hace la maga larisea.

727 (V 200)

La joven Alexo, como recuerdo de una noche de amor, ofrenda a Priapo (cf. el 638 de Antípatro) las guirnaldas perfumadas (sobre el azafrán y mirra como aromas, cf. el 620 de Antípatro y 721) de su cabeza (sobre la yedra, cf. el 614 del mismo) y la cinta que ceñía sus pechos (cf. el 450 de Hédilo).

Las oscuras guirnaldas de yedra aun olientes a mirra

y a azafrán con las cintas del pecho de Alexo

aquí están para Priapo, el de dulce y lasciva mirada,

como ofrenda en recuerdo de la sagrada fiesta.

728 (V 201)

Exvoto similar: sobre el instrumento, cf. 690.

Pues en vela Leóntide estuvo hasta el orto del bello

lucero del alba con Estenio el áureo

gozando, ahora a Cipris ofrenda la bárbito que ella

tocó con las Musas en aquella noche.

729 (VI 48)

Cf. el 640 de Antípatro. Una vez más, como en el juicio de París (cf. el 669 de Hermodoro), la diosa del Amor, Afrodita, ha derrotado a la de las artes útiles, Atenea.

Bito a Atenea ofrendó la que canta y labora,

la lanzadera, cifra de famélico oficio,

mujer que aversión concibió a la labor de la lana

y el penoso trabajo de las tejedoras

y dijo a la diosa: «Me acojo a las obras de Cipris

dando, como Paris, contra ti mi voto».

730 (VI 283)

Situación inversa. Una hetera, cuya edad no le permite seguir ejerciendo su oficio (los dioses, cf. 707 y 722, castigan la vanidad humana con el paso de los años), se ha convertido (cf. el 1 de Filitas) en tejedora (cf. 729 y, sobre los listones, el 125 de Leónidas). Atenea derrota a Afrodita.

La que antaño jactóse de amores brillantes sin miedo

a la terrible Némesis de los dioses, ahora

aprieta la tela a jornal con los pobres listones.

A Cipris, aunque tarde, derrotó Atenea.

731 (VI 284)

El amante ha regalado a su amada, que no es hetera, una prenda, cuyo nombre aparece aquí por primera vez y está emparentado con otros de su indumentaria, lo cual evitará (cf. el 626-627 de Antípatro) la necesidad de hilar. Este cesto debe de ser más grande que los del 601-602 de Antípatro, pues cabe en él la rueca.

A hurtadillas Filenion dormía abrazada a Agamedes

y con ello un manto gris se estaba haciendo.

Cipris fue tejedora ella misma; que quede inactivo

el cesto en que hilo y rueca guardan las mujeres.

732 (VI 280)

Ofrenda de juguetes (sobre la pelota, cf. el 464 de Glauco) y vestiduras infantiles (sobre la red, cf. el 664 de Antípatro) por parte de una novia para la diosa de la virginidad, Artemis (cf. el 678 de Antípatro), venerada como Limnátide en Limnas, ciudad sita entre Laconia y Mesenia, y otros lugares. Hay un juego de palabras con una que se aplica a la niña, a la diosa virgen y a las muñecas.

Timáreta al ir a casarse la amable pelota

ofrendó, el tamboril y la red de su pelo

y también, como cuadra de virgen a virgen, muñecas

con sus ropas para la Ártemis Limnátide.

Ahora tú extiende, Letoa, tu mano y protege

devotamente a la devota Timáreta.

733 (VI 51)

Otro texto relacionado (cf. el 688 y lo citado allí) con el culto frigio a Rea-Cíbele. Sobre el Díndimo, cf. el 322 de Calimaco; son bien conocidos los elementos rituales (leones, frenesí orgiástico, ruido de tímpanos o címbalos, emasculación de los iniciados, cabelleras largas). Se habla también de una doble flauta (cf. el 543 de Alceo), uno de cuyos tubos, el izquierdo, estaba curvado y podía formarse, como aquí, con un trozo de cuerno; y también de cuchillos que pueden estar relacionados con la castración ritual, con sacrificios o con heridas inferidas por unos a otros Galos o devotos en los momentos de éxtasis. Los objetos citados y la melena recién cortada son ofrendados por un eunuco que se retira, deseoso de paz.

Rea, mi madre, que crías los frigios leones,

cuyo monte Díndimo pisa tanto iniciado,

a ti, renunciando del bronce al delirio y al ruido,

el eunuco Alexis de su éxtasis ofrenda

los estímulos, címbalo agudo y clamor de las graves

flautas que encorva el cuerno sinuoso de un novillo,

tamboriles sonoros, cuchillos de sangre manchados

y los rubios cabellos que antaño sacudía.

Benigna, señora, al que fuera frenético mozo

acoge y haz que, hoy viejo, cese en su ardor de entonces.

734 (VI 45)

El labrador ha sorprendido a un erizo empleando un procedimiento peculiar para robar, que consiste en rodar sobre los racimos de uvas puestos a secar para luego salir corriendo con los granos ensartados en las púas de su lomo; le ha dado muerte y lo consagra al dios de las uvas y el vino (cf. el 638 de Antípatro).

A este erizo de cuerpo cubierto de espinas agudas,

ladrón de uvas, pirata de la dulce pasera,

acechóle Comaulo cuando, hecho una bola, atacaba

los racimos y vivo lo consagró a Bromio.

735 (VII 228)

Es ley de vida que mueran antes los padres que los hijos.

Para sí y su mujer y sus hijos alzó este sepulcro

Androción y aun no soy de ninguno la tumba.

Ojalá mucho tiempo así espere y, si no hay más remedio,

reciba en mí primeros a los que serlo deban.

736 (VII 737)

Aquí yo, infeliz, sufrí muerte violenta por obra

de piratas y yazgo sin que nadie me llore.

737 (VII 474)

Tal vez una catástrofe (cf. el 58 de Teeteto) ha causado la muerte de todos los hijos de Nicandro y Lisídice, cuyos nombres no se dan aquí: hoy ya están consagrados al dios de los muertos.

De Nicandro los hijos aquí yacen todos; un solo

día aniquiló el sacro linaje de Lisídice.

738 (VII 483)

Sobre Perséfone, cf. el 423 de Aristódico.

¿Por qué así la vida en la infancia quitaste a Calescro,

Hades inflexible que súplicas no escuchas?

Es ahora el niño sin duda un juguete en la casa

de Perséfone, pero la suya está de luto.

739 (VII 482)

A los cuatro años (cf. el 424 de Teodóridas) se cortaba el pelo por primera vez a los niños y se les afiliaba a una fratría: la expresión astronómica es inadecuada.

Aun no habían cortado tus rizos; no había la luna

terminado en su curso mensual los tres años

cuando ya en tu luctuoso sepelio y en torno a tus restos

tu padre Periclito con tu madre Nicáside

gemían sin pausa; y allá en el ignoto Aqueronte

te harás mayor, Cleódico, pero sin volver nunca.

740 (VII 298)

Nicis parece ser nombre de varón: sobre el tema catastrófico, cf. 737.

Siempre es terrible llorar a una novia difunta

o a un novio, pero si los dos han muerto, como

cuando en la noche de boda acalló el himeneo

de Éupolis y la honesta Licenion la alcoba

al hundirse, no hay nada que iguale al dolor con que Nicis

llora por su hijo y Éudico por su hija difunta.

741 (VII 717)

Quizás el lugar de la muerte se hallaba vecino a una fuente consagrada a las náyades (cf. el 84 de Nicias y 188 de Damóstrato; sobre las trampas, el 666 de Antípatro; sobre la caza de liebres, el 583 de Agis).

Náyades, pastos lozanos, decid a la abeja,

cuando la primavera venga, que el anciano

Leucipo murió en una noche de invierno tendiendo

trampas a las liebres de veloces patas

y ya no le es dado cuidar sus enjambres; los valles

pastoriles añoran al aquí sepultado.

742 (VII 494)

El lema considera el poema como anónimo o de un tal Atenodoro que nos es perfectamente desconocido. La inscripción, de una tumba cercana a la costa, se dirige a Nereo, el mítico padre de las nereides (cf. el 656 de Antípatro; sobre las redes, el 647 de Antípatro; sobre el arpón, el 150 de Leónidas).

En la mar murió Sódamo el crete, que amaba las redes

y estas aguas, Nereo, para él familiares;

fue arponero a quien nadie igualó, mas la mar en invierno

a unos pescadores no distingue de otros.

743 (VII 714)

Elogio de Íbico y de Regio, lugar de su sepelio: si el 616 de Antípatro indicara que el lírico murió en Corinto, resultaría posible que en la ciudad itálica se exhibiera un cenotafio. Sobre la yedra en el sepulcro, cf. el 610 de Antípatro; las cañas tal vez se citen porque con ellas se hacían flautas; el agua trinada es el estrecho hoy denominado de Messina, que separa Italia, a la que no se ve claro por qué se aplica este adjetivo, de Sicilia, llamada antiguamente Trinacria o Trinacia por su forma más o menos triangular.

A Regio, que está junto al agua trinacia y domina

desde lo alto la Italia cenagosa celebro

porque a Íbico, amante de liras y mozos, debajo

de un álamo frondoso sepultó, terminada

su vida de goces, y puso en su tumba abundante

yedra y un plantel de cañas blanquecinas.

744 (VII 723)

Parece que hay cita de Óleno, pequeña ciudad de la Acaya; el humo en cuestión podría referirse a los acontecimientos citados en el 672 de Amintas. Nótese la alusión a la desaparición de árboles y ganados y cf. el 674 de Polístrato.

Lacedemón, la invencible que nadie pisara,

del Eurotas alzarse ves devastada el humo

olenio; las aves, caídos sus nidos por tierra,

gimen y ya el lobo no acecha a los rebaños.

745 (IX 317)

Parece la descripción, grosera por cierto, de alguna pintura cuyos tres personajes hablan. Hermafrodito, divinidad homosexual nacida de Hermes, a quien invoca, y Afrodita, se burla de un dios calvo que, quizá por estar bajo un peral, recibe frutas maduras en su cabeza; su interlocutor, al parecer Priapo (cf. 727), que jura por Pan, se jacta con palabras tomadas evidentemente a Teócrito (Id. V 41); el cabrero desempeña un papel secundario y únicamente interviene al principio del verso 5.

—Yo saludo a este dios parlanchín cuya calva molondra

recibe, cabrero, las peras que caen.

—A ése yo penetréle tres veces, cabrero, y, al verme,

los cabrones iban a montar a las cabras.

—¿De verdad, Hermafrodito, fue así? —No, por Hermes, cabrero.

—Sí, por Pan, cabrero, y encima me reía.

746 (IX 325)

Habla (cf. el 428 de Teodóridas) una concha que lleva grabada una imagen de Eros: nótese la guirnalda como tocado divino.

Antes yo me oculté en una roca que el ponto bañaba,

por una fronda de algas marítimas cubierta,

y Eros hoy duerme amable en mi seno, el más tierno ministro

de su madre Cipris, la de bella guirnalda.

747 (XII 103)

Parece más bien expresión de sentimientos prehelenísticos conocidos gracias a Teognis y otros autores.

Sé a quienes me aman amar y también a quien me hace

daño odiar; de ambas cosas tengo yo experiencia.

748 (V 135)

Sobre una jarra que contiene vino aportado a escote por los comensales. Es bella, tiene una sola asa, cuello de pico alzado; boca estrecha, lo cual, al salir el líquido, provoca un borboteo semejante a la risa. Su único defecto es que, cuando el bebedor está gozoso, por haber ingerido todo el vino, ella, vacía, queda sobria y falta así contra la ley convivial de alegría común.

Tú, redonda, torneada, que sólo una oreja posees

y largo y alto cuello y hablas con boca estrecha,

sirviente de Baco feliz, Citerea y las Musas,

la que con risa dulce gobiernas tiernamente

el banquete, ¿por qué quedas sobria al estar yo beodo

o al revés? Faltas contra la ley de los festines.

749 (VI 171)

Sobre el célebre Coloso de Rodas, una de las maravillas del mundo antiguo, que (cf. Plin. N. H. XXXIV 41 y Pol. V 88, 1) erigieron los Rodios (XVI 82, no recogido aquí, se lo atribuye a Cares el lindio), para conmemorar el levantamiento del asedio por parte de Demetrio Poliorcetes (que vivió entre el 323 y el 286, hijo de Antígono Monoftalmo, cf. el 288 de Ca-7.-25 límaco, y padre de Antígono Gonatas, cf. intr. a Antágoras) el 304 (una operación anfibia, lo que explica la alusión a mar y tierra; Enio es la diosa de la guerra, de nombre afín al de Enialio, cf. el 77 de Nicias), con restos en parte del material abandonado por el enemigo. La estatua, que no plantaba un pie en cada una de las dos embocaduras del puerto como es opinión vulgar, estaba consagrada al dios Helio (cf. el 327 de Calimaco), patrono de Rodas, y la inscripción se hallaría sin duda en la basa de mármol blanco. Como la estatua debió de ser terminada hacia el 292 y quedó destruida por un terremoto hacia el 225, tenemos términos ante quem y post quem para este poema. El final, con alusión al carácter racial de la isla (Tlepólemo, hijo de Heracles y natural de la argiva Tilinte, se estableció en ella), resulta exagerado, pues Rodas nunca se distinguió en hazañas terrestres.

Para ti este broncíneo Coloso al Olimpo elevaron,

Helio, los habitantes de Rodas la dóride

cuando, habiendo acallado las furias de Enio, a su patria

honraban con despojos que dejó el enemigo.

Y no sólo en el mar encendieron, también en la tierra,

esta luz magnífica de libertad no hollada,

pues es tradición en la raza nacida de Heracles

el ser a la vez dueños de uno y de otra.

750 (IX 520)

Epitafio ficticio del epigramatista Alceo en que se supone que éste ha sido sometido a un terrible empalamiento por medio de rábanos a que eran castigados los adúlteros y otros delincuentes sexuales. Se ha pensado que es obra de Filípo V (cf. el 537 de Alceo y su intr.), pero desorienta un poco la alusión no a nada político, sino a mala conducta privada.

Ésta es la tumba de Alceo, al que dio muerte un hijo

de la tierra, el rábano, que al vicioso castiga.

751 (Paus. I 13,2)

Sobre otros escudos como aquellos a los que hace referencia el 179 de Leónidas, pero ofrendados en el templo de Zeus de Dodona, en el Epiro.

Éstos la tierra dorada del Asia asolaron,

éstos a la Hélade servidumbre traían.

Pero apóyanse ya en los pilares del templo de Zeus,

lastimoso botín del macedonio orgullo.

752 (XI 442)

Elogio del tirano Pisístrato, a quien los Atenienses, puestos bajo el patrocinio del héroe mítico Erecteo, derrocaron dos veces (evidentemente no tres, como aquí se dice, pues murió en el poder) entre los años 565 y 527 y que pasaba por haber sido el primer compilador de los poemas homéricos. Ello, según el epigramatista, tendría importancia porque, si es cierta la leyenda de que los Atenienses colonizaron Esmirna (cf. sin embargo el 288 de Calimaco) y puesto que ésta era una de las ciudades que se disputaban la cuna del poeta (cf. el 555 de Alceo), éste resultaría ser conciudadano de Pisístrato.

Tres veces tirano yo fui; las tres veces el pueblo

de Erecteo me trajo, que expulsó otras tantas

a Pisístrato, el gran orador, quien juntó los poemas

de Homero, que hasta entonces se cantaban dispersos.

Porque un áureo Ateniense era aquél si es verdad que nosotros

fuimos quienes de Esmirna nuestra colonia hicimos.

753 (VII 306)

Habla la madre del gran Temístocles (cf. el 49 de Ánite), del que se sabía que era de origen tracio por la línea materna; en efecto, el nombre de ella lleva consigo evidentes resonancias bárbaras.

Fui traísa, mi nombre era Habrótonon, pero me jacto

de que di a los Helenos al insigne Temístocles.

754 (VI 344)

Ofrenda de los combatientes de Tespias (cf. el 659 de Antípatro) que, acompañando a Alejandro (cf. el 629 del mismo) en su expedición asiática, vengaron la muerte de setecientos compatriotas suyos en las Termópilas (cf. el 461 de Faeno).

A éstos Tespias la grande envió al Asia bárbara armados

por que en ella vengaran a sus progenitores;

y un artístico trípode erigen a Zeus el Tonante

tras destruir las ciudades persas con Alejandro.

755 (VII 245)

Se encuentra también en una inscripción del Olimpieo de Atenas y se refiere a los que cayeron en la batalla de Queronea, dada el 388 por los Helenos como un último intento frustrado de evitar la sumisión a Alejandro.

¡Oh, dios que las cosas humanas ves todas, oh, Tiempo,

mensajero ante el mundo sé de nuestro destino!

Cuéntale que hemos muerto en la ilustre llanura beoda

intentando salvar a la Hélade sagrada.

756 (VII 10)

A la muerte de Orfeo (cf. el 607 de Antípatro), despedazado por las mujeres tracias (llamadas aquí según una parte de este país, cf. el 619 de Antípatro), de los que se decía, con relación a un verdadero uso de tatuajes en los brazos, que, arrepentidas de su fechoría, solían (cf. el 620 de Antípatro) ensangrentárselos con agujas (otro signo ritual de luto, en el 622 de Antípatro). El uso funerario de la ceniza y las largas cabelleras de los Tracios son hechos bien conocidos; sobre las Piérides, cf. el 663 de Antípatro; nótense el apelativo de Apolo, que no es seguro que haya que conectar (cf. el 88 de Leónidas y 463 de Filóxeno) con la Licia, y la alusión al instrumento citado en el 646 de Antípatro.

La muerte de Orfeo el de Eagro y Caliope sin cuento

deploraron las rubias Bistónides; sus brazos

lacerados llenaban de sangre y la negra ceniza

del luto recubría sus cabelleras tracias.

Y al llanto también de Liceo, el de bella forminge,

seguían las lágrimas de las Musas Piérides

que al poeta lloraban; e incluso gemían las piedras

y encinas que él antaño con su lira hechizara.

757 (IX 189)

Exhorta el epigramatista a las Lesbias, compatriotas de Safo (cf. el 609 de Antípatro), a que marchen al templo de Hera (que en efecto existía en la isla, cf. los frs. 129-130 L.-P. de Alceo de Mitilene) para danzar en él al son de un himno a la diosa compuesto por la poetisa (conservamos un resto del mismo en el fr. 17 L.-P.), que dirigirá personalmente el coro. Safo les parecerá un trasunto de Caliope (cf. 756). Tal vez el autor se haya inspirado aquí en una obra plástica; en todo caso es curioso que Hera lleve el epíteto usual de Atenea.

Nuestros pies muellemente danzando en el templo penetren,

¡oh, Lésbides!, de Hera, la de los glaucos ojos,

por que allí un bello coro forméis en honor de la diosa;

Safo os dirigirá pulsando su áurea lira.

¡Dichosas vosotras, que oír de la propia Caliope

el dulce himno creeréis en la gozosa danza!

758 (VII 12)

Sobre Erina y su muerte prematura; cf. el 655 de Antípatro, con su alusión al cisne, y, entre otras cosas, intr. a la misma y nótese (cf. el 608 de Antípatro y 731) la alusión a la rueca y las Moiras en relación con el poema escrito por ella. Sobre las Piérides, cf. 756.

Apenas salida a la luz con tu canto de cisne,

tu dulce cosecha de himnos primaverales,

la Moira y el hilo fatal de su rueca arrojaron

tu vida al Aqueronte, vasto mar de los muertos.

Mas proclama la bella labor de tus versos, Erina,

que no moriste, sino con las Piérides danzas.

759 (IX 190)

Casi todos los datos para interpretar pormenores de este poema sobre Erina (la confusión de patrias; la extensión de La rueca, puesta otra vez, cf. 758, en relación con una supuesta actitud laboriosa y de piedad filial y a la que, cf. 731, se añade el telar; la muerte temprana; sus dos tipos de versos) pueden hallarse en intr. a la misma. Sobre Safo, cf. 757.

Lesbio es este panal y de Erina; pequeño, mas dulce,

porque de miel las Musas lo llenaron todo.

Son trescientos los versos y a Homero aun así se equiparan

los de esta muchacha de diecinueve años

que nunca dejaba su rueca y telar por respeto

a su madre y en prenda de servicio a las Musas.

Y, aunque Safo en su lírica a Erina aventaja, mejores

de Erina los hexámetros que los de Safo fueron.

760 (VII 179)

Es difícil sustraerse a la malévola idea de que el dueño de este esclavo utilizó la inscripción como propaganda propia para obtener mejor servicio en lo futuro. Cf. el 51 de Anite y 512 de Dioscórides.

Aunque esté bajo tierra, señor, te soy fiel como antaño,

porque no me he olvidado de tu benevolencia

ni de cómo tres veces del mal con salud me sacaste

y ahora en este sepulcro, para mí suficiente,

me pusiste anunciando que Manes me llamo y soy persa.

Por el bien que me has hecho tendrás siervos mejores.

761 (VII 544)

Sobre los lugares geográficos, cf. el 466 de Glauco y 565 de Damageto y agréguese que Taumacia es otro lugar de la Ftiótide.

Si a Ftía la rica en viñedos llegares o acaso

a la vieja Taumacia, diles, extranjero,

que al cruzar la desierta espesura malea llegaste

a esta tumba en que el hijo de Lampón yace, Derxias,

al que a traición atacaron, que no cara a cara,

cuando iba hacia Esparta la excelsa, unos ladrones.

762 (V 101)

Lacónico diálogo entre la servidora que sigue a su señora y un pretendiente no muy generoso.

—Te saludo, muchacha. —Y yo a ti. —¿Quién es ésa? —¿Te importa?

Tengo mis razones. —Pues es nuestra dueña.

—¿Hay esperanzas? —¿Qué quieres? —Pasar una noche.

—¿Qué ofreces? —Oro. —Bien. —Esta suma. —Imposible.

763 (V 83)

Sueño apasionante de un día estival.

¡Si yo fuera viento y llegaras a casa y tu pecho

descubrieras por recibir mi soplo!

764 (V 84)

¡Si yo fuera rosa purpúrea y tú con tus manos

me albergaras cerca de tu níveo pecho!

765 (V 91)

Te envío un perfume y con ello al perfume complazco,

no a ti, porque tú puedes perfumar el perfume.

766 (Pap. Berol. 270)

El fragmento puede ser muy temprano: en todo caso se reflejan en él rasgos auténticos o imitados del espíritu de la sociedad convivial arcaica. Es una alocución del jefe de mesa o presidente del banquete en que incita a observar cierto equilibrio entre las bromas propias de la ocasión y la parte en que se cantarán escolios u otras canciones o se pronunciarán discursos conducentes a la mejora de los comensales.

¡Salud, coetáneos míos, salud, comensales!

Bueno es mi principio y el fin será bueno.

Si tal es el fin que hasta aquí a los amigos nos trajo,

debemos divertimos y jugar con decoro

y que unos con otros disfruten diciendo simplezas

y chistes de aquellos que risa provoquen.

Pero luego lo serio se imponga y oigamos por turno

al que hable; pues es ésa virtud de los banquetes.

Y al jefe de mesa atendamos; tal es la conducta

que a los hombres de pro buena fama aporta.

767 (Pap. Cair. 65445)

Epigrama mutilado, pero que se reconstruye bien, del mismo papiro citado en el 273 de Posidipo. Es un elogio de Ptolemeo IV Filopator, cuyos datos biográficos pueden verse en el 559 de Damageto, incluido su triunfo de Rafia que aquí se menciona al fin. Nótese también cómo, respecto a su padre y a Berenice, se alude al apelativo Evérgetes. Pero además Ptolemeo tenía pretensiones literarias: escribió una tragedia llamada Adonis (cf. 696) y dedicó un templo a Homero (El. Var. hist. XIII 22), de cuya consagración parece tratar el poema.

¡Ptolemeo bendito, que a Homero este templo consagra

por causa de un sueño que vino a inspirarle,

al que antaño con mente inmortal escribió la «Odisea»

y la «Ilíada», cantos imperecederos!

¡Dichosos también los que sois bienhechores de todos,

padres del mejor rey con la lanza y las Musas!

768 (Pap. Hamb. 312)

Epitafio fragmentario y un tanto pomposo de Fílico, natural de la isla de Cercira, situada en el mar Jónico, poeta trágico (cf. el 508 de Dioscórides) de los pertenecientes a la Pléyade (sobre la yedra, cf. 743), autor de un himno a Deméter del que un papiro nos ha transmitido un fragmento, personaje importante que, según la descripción de Calíxeno recogida en Ateneo (198 b), tomó parte como sacerdote de Dioniso en la gran procesión (cf. intr. a Teócrito) organizada en Alejandría por Ptolemeo Filadelfo. Aquí se compara al poeta, fallecido en la ancianidad, con Demódoco, que en la Odisea aparece como aedo muy respetado por el pueblo mítico de los Feaces, y se le considera incluso descendiente de Alcínoo, rey de los mismos y famoso por su amable trato y espíritu convivial.

Vete, viajero feliz, vete, Fílico, en busca

del bello país de los bienaventurados,

coronado de yedra, cantando sonoros poemas,

peregrina a las islas de los seres felices

dichoso también, pues alegre a los años llegaste

de Alcínoo el feace, que bien vivir sabía.

De la sangre de Alcínoo procedes…

… de Demódoco…

769 (Pap. Cair. 59532)

Epitafio que se hallaba en la ciudad de Arsínoe, del Egipto central (llamada así según alguna de las reinas, cf. el 76 de Duris), puesto por Zenón, el bien conocido agente de Apolonio, asesor financiero del segundo y tercer Ptolemeo, en honor de su joven perro de raza india, muerto por defenderle ante un jabalí (hay una alusión al mítico de Calidón al que mató Meleagro, hijo de Eneo, cf. el 268 de Posidipo y 645 de Antípatro).

Esta tumba proclama que en ella Taurón se halla muerto,

el indo, pero vio antes a Hades quien le matara.

Con aspecto feroz se criaba invencible en el fértil

llano de Arsínoe como recuerdo de la bestia

calidonia; erizábase toda la crin en su cuello

cual si lanzas fueran; su hocico espumeaba;

cayó sobre el perro valiente y hendióle en seguida

el pecho, mas también su cuello puso en tierra,

pues Taurón agarróle del fuerte tendón melenudo

y no soltó sus dientes hasta mandarle al Hades.

Así, aun inexperto, a Zenón proteger en la caza

supo y su gratitud merece en esta tumba.

770 (Pap. Cair. 59532)

El mismo origen y circunstancias.

Un can aquí yace bajo este sepulcro,

Taurón, que atacar supo a un asesino.

Con un jabalí se enfrentó en combate;

el otro, tremendo, sacó su quijada,

que blanca espumeaba, y le desgarró el pecho.

Pero él en su lomo erizado los dos

pies plantó y mordióle en pleno pecho y le hizo

rodar; así al Hades mandó al criminal

muriendo él como es uso entre los Indos.

A Zenón salvó, el cazador, su dueño;

leve sea el polvo que le cubre ahora.

771 (Inscr. Gr. IX1 163)

Epitafio para un ciudadano de Elatea (cf. el 272 de Posidipo) a quien parecen haberse dedicado grandes honras fúnebres y que ha muerto en su juventud.

Mucho tu insigne ciudad, Elatea, con bellas

palabras lamenta tu fin, Damotimo.

Tu alma una grave dolencia abatió y pereciste

en la flor de tu edad intachable y sobria.

Incesantes las lágrimas corren de Dexo, tu madre,

que gime privada de su hijo tan querido.

772 (Inscr. Tesp.)

Para un flautista de Tespias (cf. 754) que solía actuar en competiciones musicales relacionadas con el culto de Dioniso (designado con invocación que alude al euhe, cf. el 659 de Antípatro) y que, probablemente en viaje profesional, naufragó. Su madre solía ir a la nave a despedirle en tales ocasiones.

Contigo por última vez a la nave funesta,

¡oh, Capión!, fue Dorco, tu mísera madre,

pero ver ya no pudo el regreso de su hijo querido,

marchitado en flor por el oleaje fiero

y que en fiestas y danzas corales tañó con frecuencia

con su dulce caña para Evio el divino.

773 (Inscr. Gr. IX1 658)

Este pétreo sepulcro, extranjero, a Eutidamo recubre, que fue en tiempos

el primero de Itaca, la por el mar bañada,

en el consejo y proezas de Ares y a Tímeas, su hijo,

dejó su patrimonio con gloria inmarcesible.

774 (Inscr. Gr. XIIs 679)

De la isla de Siros, una de las del mar Egeo.

Aquí a un sacerdote excelente y piadoso esta tierra

cubre, a Clitofonte, que fue hijo de Erasístenes,

y encima del túmulo su hija esta estela ha erigido

cuya inscripción noble su fama acreciente.

775 (Inscr. Esm.)

Epitafio de una simpática niña de Esmima (cf. 752) cuyo padre debía de ser atleta o militar. Nótese el conocido tópico sit tibi terra leuis.

Con tu picara charla a tus padres pendientes tenías

de las balbucientes palabras de tu boca,

pero Hades cruel del regazo materno arrancóte

cuando tenías dos años, dulce Nicópolis.

Salúdote, niña; que leve la tierra tu cuerpo,

retoño del fuerte Sarapión, recubra.