ASCLEPIADES
Es mencionado en el idilio VII 39 de Teócrito, donde el cabrero Simíquidas, representación del propio autor dentro de esta obra en clave, habla de Filitas (cf. su intr.) y de Sicélidas el de Samos como grandes poetas. Un escolio al mismo lugar aclara que Sicélidas es Asclepíades, que se nombra a sí mismo en 208, y sugiere que el padre de este autor pudo llamarse Sicélidas o Sícelo: en cuanto al lugar de nacimiento, no hay por qué creer que no sea aquella isla, o al menos habría que pensar que allí residió (la alusión a Adramitio del lema de 238 podría explicarse en la forma allí expuesta), y nótese que 199 habla de dos samias. Por otra parte, también Hédilo (454) y Meleagro (776, 46; hallamos, en cuanto a su flor, una etimología popular por la que se consideraría formado el nombre de la anemona, planta que florece en invierno, según el del viento) le llaman Sicélidas.
Puesto que el idilio en cuestión fue escrito entre el 275 y 265, y Asolepíades tendría ya entonces cierta reputación, no pudo nacer mucho más tarde del 320 y, por tanto, el 207, en que nos da su edad, será de hacia el 300. Calimaco y Posidipo le imitan, y el primero (cf. un escolio a su fr. 1, 1 Pf.) cita a Asclepíades y al propio Posidipo entre los críticos de sus teorías poéticas.
Debió de escribir, además de los epigramas, poemas líricos (se le tiene por el creador de los versos asclepiadeo mayor y menor) y quizás hexámetros.
Y esto es todo en cuanto a biografía, porque sus fechas (cf. 231) hacen poco probable un contacto con el Egipto ptolemaico.
A partir de 226 hay muchas dudas en las atribuciones de los lemas: 226-231 hablan también de Posidipo y parecen ser de él; 232, de Hédilo, probablemente el verdadero autor, y Simónides (cf. el 58 de Teeteto); 234 puede ser de Meleagro; 235 resulta atribuible a Arquelao, 236 a Antípatro el tesaloniceo, 237 a Arquias, etcétera. Posidipo y Hédilo son mencionados juntos, sin atribución de flor concreta alguna, por Meleagro en 776, 45-46, lo cual indica parecido entre sus poemas, cosa que explicaría las dudas, o amistad de unos con otros (además, los nombres propios se repiten, como en el 22 de Perses; 205 y 247 de Posidipo; 195 y 232, este último atribuido también a Hédilo; 202, 205, 216, 228, para el que se duda entre Asclepíades y Posidipo; 210 y 450 de Hédilo; 251 de Posidipo y 451 de Hédilo).
Entre sus epigramas, muy originales en general (sólo hallamos un relativo préstamo de tema, el del 198, en que se imita al 67 de Noside mejorando mucho el modelo), los hay menos significativos y consagrados a los asuntos de siempre, Historia literaria, Mitología (221), comentarios sobre obras escultóricas y joyas, epitafios, etc. Pero lo que sobre todo ha inmortalizado la obra de este poeta es su tratamiento del tema amoroso, dentro del cual no puede ser autobiográfico 211, en que habla una mujer. En este sentido hay dos textos que tal vez se contradigan, 199, rechazo del amor homosexual femenino, y 229, elogio del masculino. Sin embargo, los epigramas pederásticos son pocos (204, 206, 213-216 y el cruel 238) y, en cambio, muchos los alusivos a mujeres o que, al menos, dejan indeterminado el objeto erótico. El cortejo (203) y la fiesta (217-218) asoman ya triunfalmente junto a escenas de amor normal entre muchachos y muchachas (195, 228, hasta cierto punto 226). La hermosura física no importa demasiado (197), pero sí la intimidad de un tibio amor compartido carnalmente (193). El Eros juguetón retoza ya por toda la obra de Asclepíades (208, 211, 213-216, 230) y juega malas pasadas: el dolor ante los desdenes (200-202, 204-206, 211, 234) es a veces expresado muy patéticamente, y en ocasiones cierto cansancio de la vida invade al amante infeliz (207, 209-210). Pero pronto se vuelve alegremente a la carga, no en el feo rito de la prostitución meramente venal (232), sino en el trato con simpáticas y eficaces heteras (196, 198, 212, 227, 233) que invitan a este compatriota de Epicuro a practicar (194, 208) permanentemente el horaciano carpe diem.
193 (V 169)
La constelación citada es la Corona Boreal o Guirnalda de Ariadna, a la que se empieza a ver salir por la tarde a primeros de marzo, época que comienza a ser buena para viajes por mar. El cobertor citado es una prenda que se utilizaba como abrigo de día y como manta por la noche.
Grata bebida en verano es la nieve al sediento;
grata la Corona primaveral al nauta;
pero más grato aún que una manta recubra a dos seres
que se aman y a Cipris entrambos veneran.
194 (V 85)
Pretendes seguir siendo virgen. ¿Por qué, si en el Hades
no encontrarás, niña, nadie que te quiera?
Goza en la vida de Cipris, pues no somos nada
en el Aqueronte, sino ceniza y huesos.
195 (V 153)
El amante (sobre cuyo nombre cf. intr.), cortejándola a la puerta de la casa, ha enamorado a Nicáreta, que se asoma furtivamente para verle desde el piso de arriba, cosa que el recato prohibiría a quien no fuera una muchacha más o menos desenvuelta.
De Nicáreta el rostro agradable que, herido de amores,
una y otra vez se asoma a la ventana,
Cleofonte a la puerta derrite y los rayos brillantes,
¡oh, querida Cipris!, de su mirada dulce.
196 (V 158)
Se invoca a Afrodita con referencia al culto que se le tributa en la Pafo de Chipre (cf. el 1 de Filitas); hay que suponer que la inscripción del cinturón, admonición al amante ocasional contra futuros celos, estaría bordada (cf. el 124 de Leónidas) en hilos de oro.
Yo un día jugué con Hermione la bella, que, ¡oh, Pafia!,
llevaba un cinturón bordado con flores
en que áureas letras decían: «Poséeme entera,
mas luego no te aflijas si otro también me tiene».
197 (V 210)
Los Griegos preferían a las mujeres rubias.
La flor, ¡ay!, me sedujo de Dídima, y yo me derrito,
viendo su hermosura, cual la cera en la llama.
Es morena, ¿y qué importa? También los carbones son negros
y encendidos lucen cual cálices de rosas.
198 (V 203)
La hetera Lisídice, en acción de gracias por los éxitos conseguidos en su oficio, dedica a Cipris (cf. el 67 de Nóside) una espuela de oro (parece que a veces se llevaba solamente una en el pie derecho) como símbolo, con hábil metáfora ecuestre, de la sabiduría de la cortesana para estimular a sus amantes sin necesidad de ser estimulada ella misma. El verso final designa la parte del templo que queda entre las verdaderas puertas de madera y el espacio abierto entre las antas.
Lisídice ofréndate, Cipris, la hípica espuela,
el dorado aguijón de su hermoso tobillo
que a tanto corcel excitó sin que nunca su muslo
de ensangrentarse hubiese, pues ella a la meta
sin estímulo sabe llegar, y por eso suspende
delante de tus puertas este acicate de oro.
199 (V 207)
Repudio de dos mujeres homosexuales de Samos (cf. el 154 de Leónidas).
Bito y Nanion, las Samias, no quieren dar culto a Afrodita
de acuerdo con sus leyes y se pasan a ritos
distintos y poco decentes. ¡Oh, Cipris señora,
odia a las desertoras de tu lecho amoroso!
200 (V 162)
El poeta lamenta haberse enamorado demasiado seriamente de una mujer de vida airada: sobre el símil zoológico, cf. el 37 de Ánite.
Filenion me hirió la voraz y, aunque no sea visible
la llaga, hasta las uñas el dolor me penetra.
Muero, Amores, me muero, perezco; pisé dormitando
una víbora y toco ya las puertas del Hades.
201 (V 7)
El candil (cf. el 104 de Leónidas) es una especie de divinidad protectora de los amantes cuya luz se supone necesaria para las actividades amorosas; Heraclea ha jurado por él y su perjurio merece castigo. Pero nótese que el candil que se desea ver apagado como represalia no puede ser el mismo que tiene el poeta en su habitación.
Tres veces juróme Heraclea por ti que vendría
y no viene, candil. Castiga a la perjura
si eres dios: cuando goce teniendo a un amante consigo,
apágate y déjales de tu luz privados.
202 (V 150)
Tema parecido; no sabemos a qué tipo de notoriedad se refiere el verso inicial, aunque es probable que se trate de una hetera, sobre cuyo nombre cf. intr. El poeta todavía duda: ¿será involuntaria la ausencia? Se alude a la divina Legisladora, Deméter, diosa de los amores lícitos y conyugales (cf. el 53 de Antágoras), quizá por eso citada satíricamente aquí donde se esperaría la mención de Afrodita; se habla de las rondas que recorrían las calles a horas fijas; al final, el poeta se dirige a los esclavos que le acompañan.
Prometió que vendría esta noche la célebre Nico
y me lo juró por la santa Deméter;
mas no viene y pasó ya la ronda. ¿Tal vez un perjurio
proyectaba? Apagad el candil, muchachos.
203 (V 64)
El poeta, increpando a Zeus, recalca su afición al cortejo, símbolo de alegre vida erótica. A Dánae la encerró su padre Acrisio, rey de Argos, en cámara de bronce, lo que no impidió que el dios la visitara amorosamente en forma de lluvia de oro siendo así padre de Perseo.
Lanza nieves, granizos, tinieblas, calores, el rayo,
blande sobre la tierra las más oscuras nubes;
cesaré si me matas, mas no mientras vivo me dejes;
cortejaré aunque envíes, Zeus, cosas peores,
pues me arrastra aquel dios que aun a ti te obligara a filtrarte,
convertido en oro, por broncíneos muros.
204 (V 145)
En uno de los típicos poemas para ser cantados ante la puerta cerrada de un o una amante, el poeta se va decepcionado, porque el objeto de sus requerimientos no ha querido salir, y, quitándose las guirnaldas con que venía ataviado y después de empaparlas con sus lágrimas, las deja sobre la puerta. Cuando salga el muchacho, las guirnaldas, que antes deberán haber permanecido quietas y, por tanto, mojadas, verterán el llanto sobre él.
Quedad, ¡oh, guirnaldas!, en este dintel suspendidas
y no sacudáis de momento las hojas
que regué con mis lágrimas, lluvia que son del amante;
mas, cuando le veáis salir de la casa,
su cabeza mojad con mi llanto; pues bueno es que sepa
cómo son mis lágrimas su cabellera rubia.
205 (V 164)
La circunstancia es la misma de 204. Después de haber incitado al poeta a cortejarla, Pitíade, la de Nico (quizá no su madre, sino la dueña del burdel, alcahueta o cosa parecida; cf. 202 e intr. sobre el nombre de la primera), le ha cerrado la puerta.
Por testigo te pongo a ti, Noche, a ti sola de cómo
me trata la engañosa Pitíade, la de Nico.
He venido invitado, invitado; ¡ojalá que algún día
se te queje así plantada ante mi puerta!
206 (V 167)
Otro canto ante la puerta del bello Mosco, que no se deja ver. La excitación producida por el vino bebido antes del cortejo hace ahora más amarga la decepción unida a las inclemencias de la espera a la intemperie (cf. 203) y bajo los soplos del viento Norte. Vemos un apóstrofe al ingrato y, a continuación, quejas a Zeus, que desencadena los elementos y al que se pide que cese en su tronar, acordándose de sus pasadas aventuras amorosas.
La noche, la lluvia y, con ellas, la hiel del amante,
el vino; y el gélido Bóreas, y yo solo.
Todo sea por Mosco el hermoso. «¡Ojalá que así erraras
sin encontrar ninguna puerta en que detenerte!»
Tal al mozo gritaba empapado. ¿Hasta cuándo, querido
Zeus? Calla, que también tú a amar aprendiste.
207 (XII 46)
La taba (cf. el 129 de Leónidas) es símbolo de cómo el inconsciente Amor juega con los hombres.
Veintidós todavía mis años no son y ya hay tedio
en mi vida. ¿Qué es esto? ¿Por qué me dais, Amores,
tormento? ¿Qué haréis si yo muero? Sin duda a la taba,
ligeros como siempre, seguiréis jugando.
208 (XII 50)
Monólogo en que el autor se exhorta a aprovechar los goces de la vida. Hay una imitación de Alceo de Mitilene (fr. 346 L.-P.), pero con inversión estilística: en el autor antiguo se dice Bebamos; ¿por qué esperamos a los candiles? El día (es) un dedo, esto es, bebamos ya aunque la noche no haya empezado, pues está cercana. Aquí, en cambio, después de la recomendación para que se beba vino puro (cf. el 106 de Leónidas), se dice que la aurora es un dedo, o sea, queda todavía un poco de noche, pero ya se apunta el crepúsculo matutino, lo que significa que el festín habrá de terminar. El candil de que aquí se habla (cf. 202) es el que alumbrará a los convidados por las calles en el regreso a sus casas. A continuación parece incitarse el propio poeta a olvidar los fracasos amorosos y gozar, pues la noche de la muerte está más próxima de lo que uno cree.
¡Bebe, Asclepíades! ¿Por qué ese llorar? ¿Qué te ocurre?
No eres entre los hombres el único a quien Cipris
cautivó ni al que el dardo y el arco atacaron de Eros
el amargo. ¿Por qué muerto estás en vida?
El don puro de Baco bebamos, que un dedo de noche
queda. ¿O bien esperamos la luz que nos acueste?
Bebamos y nada de amor, que, tras breve jornada,
toda una larga noche descansar podremos.
209 (XII 166)
Aquí los dardos eróticos (cf. el 176 de Leónidas y el 208) son lanzados por Amores en plural.
Poco ya de mi vida me queda; dejad, por los dioses,
¡oh, Amores!, que en paz esto al menos conserve
y, si no, con centellas heridme, que ya no con dardos,
y a ceniza y carbón reducidme entero.
Sí, sí, consumidme, os lo pido: más duro las penas
me han hecho y capaz de sufrir cosas peores.
210 (XII 135)
La verdad está en el vino, como dijo Alceo de Mitilene (fr. 366 L.-P.). El final parece aludir a la creencia de que una señal de perdido amor era el caérsele continuamente la típica guirnalda de la cabeza al enamorado.
En el vino se prueba el amor, pues, aunque él lo negase,
delató a Nicágoras la mucha bebida.
Lloraba, en efecto, abstraíase, al suelo miraba
y firme la guirnalda no estaba en su cabeza.
211 (XII 153)
Habla una mujer a la que parece haber abandonado su amante. El amor tiene altibajos, pero es posible aún una reconciliación, y esto confiere a veces una especial dulzura (sobre las mieles del amor, cf. el 64 de Nóside) a las lides eróticas.
Antes yo a Arquéades daba tormento y ahora,
pobre de mí, ni en broma se me acerca nunca.
No siempre son dulces las mieles de Eros, mas sabe
mejor a los amantes sonreír tras sus iras.
212 (XII 161)
Dorcion, cuyo nombre significa algo así como la gacelilla, es una hetera que suele vestirse de muchacho para provocar una primera impresión en los efebos, mozos de dieciocho años que creen verse ante un atractivo niño de tierna edad. La alusión a la Afrodita Pandemo, popular o carnal, indica ya el matiz fuertemente erótico. La moza lleva el sombrero de ala ancha usado, sobre todo para los viajes, por los muchachos, que solían ponérselo colgado a la espalda por medio de cintas, y la clámide juvenil echada sobre los hombros, sujeta con un broche y dejando los brazos libres de modo que también se vean más o menos las piernas.
Es Dorcion experta en herir a los mozos, vestida
de niño delicado, con los rayos veloces
de la Cipris carnal, el encanto que brilla en sus ojos
y el sombrero y la clámide que deja ver el muslo.
213 (XII 75)
Si alas tuvieras y dardos y el arco en la mano,
tú, no Eros, pasaras por hijo de Cipris.
214 (XII 105)
Damis es un muchacho de tan buenas dotes, que su amante no puede ser otro sino Amor mismo. Tal vez haya en su casa una estatuilla de Eros, que puede ser el que hable.
Soy Eros, el niño; a mi madre travieso he escapado,
pero ya no vuelo de la casa de Damis,
mas, amándole allí y siendo amado sin celos, prefiero
a la dicha con todos la armonía con uno.
215 (XII 162)
El poeta está enamorado de un mozo muy joven llamado Diaulo, al que Amor, en su extrema infancia, lee con media lengua versos eróticos escritos por un poeta llamado Filócrates, del que nada más sabemos, para su amado Antígenes.
Mi Eros, aún no cruel ni flechero, mas niño
apenas nacido, lee junto a Cipris
en áurea tablilla y balbuce a Diaulo los cantos
de amor que Filócrates compuso para Antígenes.
216 (XII 163)
Sobre las buenas relaciones entre dos muchachos, que se aman porque su afinidad es mayor que la del verde y el oro o el blanco y el negro, que contrastan sin armonía. Sobre el nombre de uno de ellos, cf. la introducción; nótese la Persuasión amorosa personificada.
Eros lo bello mezclar sabe bien con lo bello:
no esmeraldas con oro, que no brillan acordes,
ni el marfil con el ébano, negro con blanco, mas estas
flores de Persuasión, Eubíoto y Oleandro.
217 (V 181)
Poema mímico en que Bacón, que prepara una fiesta para cinco personas, cuyas cabezas va a adornar con guirnaldas, habla con un esclavo para darle instrucciones. El quénice es una medida para áridos que equivale a algo más de un litro. En el verso 2 parece que el criado ha confesado antes que no le queda nada del dinero que se le había dado; y, sin embargo, ahora ha contestado atolondradamente es suficiente, de acuerdo, lo que indigna al dueño al ver que el siervo no se preocupa del problema del pago. En 3-5 tenemos las usuales amenazas, más truculentas que reales, formuladas por los señores a los criados: aquí se habla del tormento de la rueda para éste, a quien se califica de Lápita, aunque no vemos claro por qué tal pueblo mítico, famoso por la lucha contra los centauros en que eran sus jefes Teseo y Pirítoo, es puesto en conexión con estafas o bandidajes. Al parecer, el siervo dice que no ha robado nada, a lo que responde el verso 5: el dueño quiere demostrar el fraude y llama a otra sierva, Frine, para que traiga los guijarros o cuentas con que se manejaba el ábaco (la dracma, cf. el 143 de Leónidas, equivale a seis óbolos). En el 7 se enumeran el vino y los aperitivos; al final del verso hay una laguna; luego puede tratarse de orejas de cerdo o de algún marisco llamado orejas de mar o algo parecido; en el 8 hay un problema crítico y, junto a los pasteles de miel, puede ser que se citen los de ajonjolí. En el 9 el dueño, nervioso, renuncia de momento a cálculos más exactos y le da un último recado para la perfumista; el final del 10 lo interpretamos aproximadamente como referente a frascos o vasos de perfume, uno para cada convidado. Como el esclavo no lleva dinero, la perfumista, cuyo nombre, probablemente servil, significa la fea, al no conocerle, desconfiará de él: el dueño le da una contraseña basada en el hecho de que ella es persona con quien ha tenido relación erótica.
Tráenos nueces, tres quénices, corre, trae cinco guirnaldas
de rosas. ¿Cómo que de acuerdo? ¿No afirmas
que no tienes dinero? Perdidos estamos. ¿No habrá quien
al Lápita ladrón, que no siervo, ponga
en la rueda? ¿Que nada me robas? Pues vengan las cuentas.
Ven, Frine, con el ábaco. ¡Qué gran bribón es éste!
Cinco dracmas de vino con dos de salchicha y tú dices
que orejas; caballas, pastas de varias clases…
Volveremos mañana a contar; cinco vasos ahora
a Escra la perfumista que te dé le pides
y sea señal que Bacón cinco veces seguidas
la amó, y que testifique todo ello su cama.
218 (V 185)
Otro mimo en que quien habla se dirige a Demetrio —tal vez un amigo, pues su nombre no es servil, pero al que se trata como a un esclavo— para que traiga lo necesario con destino a una merienda de seis personas (obsérvese que todos los números son múltiplos o divisores de esta cifra salvo el de los mújoles) y también avise a la flautista que ha de divertirles, cuyo nombre significa algo así como tierna, delicada, deliciosa, lo que es ya indicio de oficio amoroso. Los nombres de los peces, como casi siempre, los damos de modo aproximado: la primera especie recordaría tal vez a las lechuzas por la forma o tamaño de los ojos. En cuanto a las gambas gibosas, el nombre serviría para distinguirlas, por ejemplo, de las cigalas, no encorvadas. Nótese la desconfianza respecto al pescadero, sobre cuyo nombre cf. el 48 de Ánite; y recuérdese el epigrama anterior sobre las guirnaldas.
Vete a la plaza, Demetrio, y le pides a Amintas
tres lechucillas, diez mújoles, veinticuatro
gambas gibosas que importa que cuentes tú mismo.
Vuelve, pues, para acá con todo ello y de casa
de Taubario te traes también seis guirnaldas de rosas
y a Trífera de paso llama con urgencia.
219 (VI 308)
Un episodio de la vida escolar: en un concurso de caligrafía, el alumno ha obtenido como premio ochenta tabas, es decir, dieciséis juegos de cinco (cf. 207). El escolar, agradecido, ha ofrendado a las Musas, en el altarcillo situado en la escuela, una máscara cómica (en teoría podría ser también un cuadro), la que representaba a uno de los personajes típicos de las comedias leídas sin duda en clase, el viejo, probablemente gruñón y avaro, Cares, que, por cierto, no figura en ninguna obra conservada de este tipo. Así el anciano que aquí habla va a encontrarse siempre rodeado de la barahúnda de los muchachos.
Por haber a los niños en bella escritura vencido
Cónaro ochenta tabas recibió y a las Musas
consagró agradecido mi máscara cómica, uniendo
al anciano Cares con el pueril bullicio.
220 (VII 11)
Versos pensados como un prólogo de la obra de Erina (cf. intr. a ella) y que presuponen que la autora ha muerto. Asclepíades aparece en nuestra colección antes, pero, si la vida de la poetisa fue tan corta, pudo él sobreviviría incluso mucho (cf. el 182 de Leónidas y el 389 de la propia Erina).
Mira los dulces trabajos de Erina, no extensos,
como cuadra a una joven de diecinueve años,
mas mejores que la obra de muchos. ¿Cuál fuera su fama
si no le hubiera el Hades llegado tan de prisa?
221 (VII 145)
En el promontorio Reteo, de la Tróade (cf. intr. a Hegemón), había sido erigido un sepulcro del héroe homérico Ayante, hijo de Telamón. Estrabón (XIII 595) contaba que allí podían verse una especie de capilla y una estatua, que Marco Antonio se llevó a Egipto y Augusto luego restauró; y Pausanias (I 35, 4-5), que las propias olas, después del naufragio de Odiseo, llevaron al sepulcro en desagravio las armas de Aquileo (cf. el 87 de Leónidas), y también que, al ser deteriorada la tumba por el mar, fueron descubiertos en ella los gigantescos huesos que eran de esperar en aquel gigante legendario. Según la bien conocida leyenda, al morir Aquileo, sus armas fueron objeto de una querella entre Odiseo y Ayante, más merecedor de ellas por sus proezas, aunque su contrincante, bien por medio de engaños o gracias a su más convincente palabrería, consiguió heredarlas por decisión de los Aqueos (nombre épico de los Helenos). Parece que la estatua en cuestión representaba a la Virtud personificada en actitud de duelo, con los cabellos rapados y las vestiduras manchadas o rotas.
Heme aquí, desdichada Virtud, que, cortado el cabello,
estoy sentada al lado del sepulcro de Ayante,
abatida en mi alma por grande dolor, pues vencióme
entre los Aqueos el Fraude engañoso.
222 (VII 284)
Admirable según el lema. No es seguro, pero sí probable, a juzgar por su odio y miedo al mar, que Éumares fuera un náufrago cuya tumba está en la costa misma y elevada a cerca de cuatro metros sobre las olas (el codo equivale, cf. el 124 de Leónidas, a dos espítamas, algo menos de medio metro, la longitud del antebrazo de un hombre alto): el muerto espera que el agua no llegue a la tumba y advierte que no vale la pena inundarla.
Si a ocho codos de mí, dura mar, te detienes, ya puedes
hincharte y dar voces con todas sus fuerzas;
nada bueno hallarás si a asolar el sepulcro llegares
de Éumares; tan sólo huesos y ceniza.
223 (VII 500)
Al parecer, los supervivientes del naufragio, al no poder encontrar el cuerpo de Evipo, han erigido un cenotafio en la playa adonde han llegado y puesto en él una inscripción. Sobre el Euro, cf. el 146 de Leónidas; sobre Quíos, el 106 del mismo.
Viajero, que pasas y ves mi sepulcro vacío,
cuenta a Meleságoras, mi padre, cuando llegues
a Quíos, que a mí y a mi nave y mi carga un funesto
Euro perdió y de Evipo no resta sino el nombre.
224 (IX 63)
Se trata del poema Lide, escrito en versos elegiacos y en que contaba historias de amor desdichado Antímaco de Colofón (cf. el 107 de Leónidas), de los siglos V-IV, autor de una Tebaida en cinco libros por lo menos y muy apreciado por la fuerza y gravedad de su expresión. La obra llevaba el nombre de la amada del poeta, probablemente una esclava lidia denominada, según era costumbre, por su lugar de procedencia. Dos hijos de Codro, rey de Atenas, Damasictón y Prometeo, fueron colonizadores griegos de Colofón, pero también puede haber aquí una alusión a los colonos jónicos de Asia Menor (cf. el 76 de Duris) a quienes conducía Neleo, otro hijo de Codro. En los versos 1-2 hay una expresión equívoca, pues puede traducirse también más respetada que ninguna de las hijas de Codro, con lo que Lide apuntaría orgullosamente que, a pesar de ser procedente de estirpe bárbara, la fama del poema épico la ha hecho más conocida que ninguna mujer de Jonia.
Lida de raza y de nombre, la más respetada
soy, gracias a Antímaco, de las hijas de Codro.
Pues ¿quién no ha cantado mi nombre? ¿Quién nunca ha leído
la Lide, obra común de Antímaco y las Musas?
225 (XIII 23)
Epitafio para un hijo innominado del octogenario Botris que murió joven cuando prometía realizar una buena carrera retórica.
Viajero, aunque tengas prisa, párate un momento a oír
la queja angustiada a que Botris se da,
pues, teniendo ya ochenta años, a un joven hijo enterró
que en arte retórica despuntaba ya.
¡Pobre de tu padre, niño! ¡Mas también pobre de ti,
de cuántos placeres ya no gozarás!
226 (V 194)
Los Amores (cf. 209) ven a la doncella Irenion e, impresionados, hacen que los muchachos se enamoren de ella. En cuanto a paternidad, comienzan aquí (cf. intr.) las dudas entre Asclepíades y Posidipo, y el segundo parece ser aquí el autor más probable.
A Irenion la tierna miraron los propios Amores
al salir de la áurea cámara de Cipris,
de los pies a las puntas del pelo una flor milagrosa,
como esculpida en mármol, de gracias virginales
llena, y al punto lanzó la purpúrea cuerda
de los arcos mil flechas contra los muchachos.
227 (V 202)
Aunque el lema habla también de Asclepíades, probablemente es de Posidipo e imita a 198 con la metáfora hípica (cf. las bridas en el 40 de Ánite) aplicada al acto erótico. Plangón (nombre que significa la muñeca, muy apto, por tanto, para una hetera) resulta más competente que Filénide y más rápida, pues sus clientes no han de esperar al momento nocturno en que los caballos, después del pienso, ya no relinchan. No se sabe nada del pórtico ecuestre, aparte de que su mención es aprovechada metafóricamente; se ha pensado (cf. el 255 de Posidipo) en el Cefirión, en que habría representaciones de caballos, y en todo caso se tratará de un santuario de Afrodita. Ignoramos quién imita en el paralelo entre el verso 4 y los 2-3 del himno V de Calimaco.
Una purpúrea fusta y espléndidas bridas
consagró Plangón en el pórtico ecuestre
tras haber derrotado a Filénide, amable entre todas,
cuando por la tarde relinchaban los potros.
Dale, Cipris amada, la auténtica gloria del triunfo
haciendo que por siempre se conserve esta ofrenda.
228 (V 209)
Nueva duda entre los dos epigramatistas, pero parece más propio de Posidipo el conceptismo un poco forzado (ella incendia a pesar de estar mojada; él naufraga aun hallándose en tierra; ella se salva aunque se encuentra en el mar). Sobre los dos apelativos de Afrodita, cf. 196 y el 187 de Leónidas; sobre los nombres, cf. intr.
Vio a Nico bañarse Oleandro en las olas azules
de tus playas, ¡oh, Pafia Citerea!,
y la niña, aun mojada, con secos carbones al alma
del enamorado mozo prendió fuego.
Y así él zozobró en tierra firme y las playas a ella,
que arrostraba el mar, acogieron clementes.
Ahora hay en ambos amor, porque no fueron vanos
los votos que en aquellas orillas hizo el mozo.
229 (XII 17)
De Asclepíades o de Posidipo según el lema; más probablemente del segundo.
No me gusta el amor femenino y, en cambio, ha encendido
en mí brasas perennes la viril antorcha.
Éste es más ardiente calor; como el hombre es más fuerte
que la mujer, más vivo resulta un tal deseo.
230 (XII 77)
También éste es probablemente de Posidipo, citado en el lema, que habrá imitado el 213.
Si áureas alas llevases encima y colgara en tus hombros
argénteos la aljaba portadora de dardos
y al lado pusiéraste de Eros el grácil, dudara
Cipris misma, por Hermes, sobre quién es su hijo.
231 (XVI 68)
Aunque hubo varias Berenices (entre ellas la esposa de Ptolemeo III Evérgetes, nacido en 284 y rey entre 246 y 222, y una hija de Ptolemeo Filadelfo, cf. intr. a Filitas, que contrajo nupcias con Antíoco II de Siria, nacido hacia el 287 y rey desde el 261 hasta su muerte en el 246), aquí debe de tratarse de una imagen de la mujer de Ptolemeo Soter (cf. intr. a Nóside), hija del cireneo Magas, con quien casó hacia el 317, que tenía templos en que se la veneraba como asociada a Afrodita y que debió de morir hacia el 280. Continúa la duda entre Asclepíades y Posidipo y parece que los temas egipcios en general deberían ser más afines al segundo que al primero.
Una imagen de Cipris; ¿o acaso será Berenice?
No me atrevo a decir si es una o la otra.
232 (V 161)
Primera aparición de la metáfora náutica en el tema amoroso: se trata de tres viejas prostitutas de puerto, capaz cada una de contentar a veinte clientes y de dejarles exhaustos y sin blanca. Hay referencia a la leyenda según la cual el rey Diomedes de Tracia obligaba a sus hijas a cohabitar con los viajeros para debilitarles y luego expoliarles; y también un juego de palabras en que se combina el término técnico para la nave de veinte remos con otro vocablo que significa ataúd y que concuerda simultáneamente con la vejez de las cortesanas y con el estado en que dejan, como piratas, a sus amigos. El final alude al libro XII de la Odisea, en que las sirenas atraen a los nautas para su perdición. En cuanto a la atribución, el lema habla de Asclepíades, Hédilo, probablemente con acierto, y Simónides (cf. intr. y también sobre el nombre de Cleofonte).
Eufro con Tai de y con Bedion, las viejas capaces
de navegar con veinte marineros cual hijas
de Diomedes, a Antágoras, Agis, Cleofonte desnudos
como tristes náufragos lanzaron a la plaza.
Huyan, pues, vuestras naves de tales corsarias de Cipris,
porque son más funestas que las sirenas mismas.
233 (VII 217)
Ateneo (589 c) y Diógenes Laercio (III 31) atribuyen el epigrama a Platón, del que se dice que fue amante de Arqueanasa de Colofón (cf. 224). Probablemente el autor es Asclepíades, que lo redactaría como epitafio ficticio de una hetera que había llegado a vieja y a la que se ponía en relación con el filósofo. Habla su sepulcro.
De Arqueanasa la tumba está aquí, colofonia y hetera
que albergaba al dulce Eros aunque ya arrugada.
¡Por qué hoguera pasasteis, amantes que en tiempos la verde
flor de su adolescencia nueva cosechasteis!
234 (V 189)
El lema se refiere a Asclepíades y Meleagro; más probablemente es del primero. Se trata evidentemente de las últimas horas de una noche de fines de octubre o principios de noviembre, cuando se empiezan a ver ponerse las Pléyades por la mañana, lo que indicaba antiguamente el principio del invierno. Sobre la puerta cerrada y el mal tiempo que no impide el cortejo, cf. 206; nótese que aquí ya es Cipris, no su hijo, quien lanza dardos.
Larga es la noche y cruel; las Cabrillas se ponen
y yo voy y vengo mojado ante la puerta,
traspasado de amor de la pérfida; dardo punzante
de fuego me envió Cipris, que no amor solamente.
235 (XVI 120)
Como dice el lema con duda, parece ser realmente obra de un tal Arquelao, autor del s. III de quien se citan epigramas. Plutarco (Mor. 335 a) nos habla de una estatua del famoso Lisipo de Sición (ciudad de la Argólide) en que Alejandro Magno (cf. el 48 de Ánite) miraba retadoramente al cielo representado aquí por el famoso monte Olimpo, del N. de Grecia.
El valor de Alejandro y su entera hermosura Lisipo
aquí ha dejado impresos: ¡qué fuerza tiene el bronce!
Parece que a Zeus va a mirar la escultura diciendo:
«Déjame, Zeus, la tierra y el Olimpo tú rige».
236 (IX 752)
Probablemente es de Antípatro el tesaloniceo, en quien también piensa el lema. Se trata de una amatista tallada con una figura de la diosa Embriaguez personificada y puesta en un anillo que perteneció a la reina Cleopatra (no se sabe cuál, de las muchas que llevaron este nombre en la dinastía macedonia, pero tal vez la hermana de Alejandro Magno, mujer de Alejandro I del Epiro, cf. el 87 de Leónidas, que fue asesinada hacia el 308). La piedra era considerada (y así lo indica su nombre) como amuleto que impedía la ebriedad en quien la llevara (cf. Plin. N. H. XXXVII 124): así la diosa, contrariándose en sus propensiones, tiene que mantenerse serena por el material en que está tallada y también por la majestad de quien la ostenta.
Soy Embriaguez y hábil mano talló mi figura
en amatista, piedra con el tema no acorde;
pero, siendo sagrado joyel de Cleopatra, serena
tiene, aun ebria, que estar la diosa en su mano.
237 (IX 64)
El lema duda entre Asclepíades y el tardío Arquias; es probable que se trate de una obra de éste inspirada en el proemio de la Teogonia de Hesíodo, de cuyos versos 29-31 hay una verdadera paráfrasis en 3-4 y en que el poeta, como es sabido, cuenta cómo se le acercaron las Musas en el Helicón (cf. el 60 de Alejandro). La fuente citada es la Hipucrene, que había nacido de una coz dada por la pezuña del divino caballo alado, Pégaso. Al final, de modo no muy hábil, se hace referencia a las varias obras de Hesíodo, no solamente la mencionada, sino también Los trabajos y los días, El catálogo de las mujeres, quizás incluso una apócrifa. El escudo.
Te miraron las Musas, Hesíodo, en los montes fragosos
cuando al mediodía tu grey apacentabas
y, acercándose todas a ti, una florida y hermosa,
sacrosanta rama de laurel te dieron
y el divino licor que en la fuente Helicónide mana
gracias a la pezuña del caballo alado
por que, de ella saciado, supieras la raza y las obras
cantar de los dioses y los héroes antiguos.
238 (XII 36)
Un mozo, que ha sido hasta ahora frío en asuntos eróticos, cambia de actitud cuando ya no está en su primera juventud. Él parece considerar que su edad es la mejor para el amor, pero no así quien le rechaza burlonamente. El lema dice que el epigrama es de Asclepíades el adramiteno, pero, como el poeta no tuvo relación alguna con dicha ciudad, se ha supuesto que habría que leer de Asclepíades, y otros dicen que de Diotimo el adramiteno (cf. el 190 de Arato y la intr. a Diotimo).
Solicitas ahora que el vello sutil por tus sienes
trepa y cuando tus muslos cubre el duro pelo
y dices «Yo así lo prefiero», mas ¿quién considera
a las resecas cañas mejores que la espiga?
239 (Pap. Tebt. 3)
Fragmento muy mutilado que, de acuerdo con un tópico usual, habla de un Espartano cobarde que, huyendo de la batalla, es muerto por su madre al llegar a casa. Puede leerse la madre a uno de sus tres (hijos) … recibiendo … que había huido le atravesó con un hierro cortante … una mujer lacena (esto es, lacedemonia)… Tampoco es seguro que sea de Asclepíades.