ANTÍPATRO

El primer problema que be plantea es el de la homonimia respecto a Antípatro el tesaloniceo, epigramatista más tardío (de hacia el nacimiento de Cristo) y mejor escritor: de los 195 epigramas referidos con dudas o no a Antípatro, solamente 46 se inscriben como del sidonio y 35 como del tesaloniceo, y en relación con el resto hay que deducir la paternidad o no declararse por ninguno de los dos. Aquí, aparte de otros atribuidos alternativamente al tesaloniceo (236 de Asclepíades) o a Antípatro sin más (48 de Anite; 148-185 de Leónidas; 442 de Teodóridas; 905 de Meleagro), se recogen 598-642, dados en los códices al sidonio; 643-662, a Antípatro; y 663-668 que, aunque son considerados en la tradición como del tesaloniceo, parecen proceder del cálamo de su predecesor. En cuanto a fechas, 622 nos lleva a las cercanías del año 150; 656 y 665, a las del 146; y 639 pudiera conducirnos a fechas bastante más tardías, lo cual coincide con el testimonio de Cicerón (De or. III 194), según el cual Craso dice a Lutacio Cátulo, nacido hacia el 150, que conoció a Antípatro el sidonio. Todo esto supone que el poeta murió en los alrededores del 125, y ésta es fecha importante, pues resulta con ello uno de los últimos, si no el último, de los autores antologizados por Meleagro y así sus datos afectan a la fecha de composición de la antología de éste.

El 897 de Meleagro le atribuye noble familia y habla de Fenicia y Tiro en relación con él (en 776, 42 se le simboliza con una planta que crecía sólo en aquellas tierras y en Palestina), pero los autores latinos, los citados lemas y la inscripción a que corresponde el 639 sitúan su nacimiento en otra ciudad de aquel país, Sidón. Plinio (N. H. VII 172), Valerio Máximo (I 8, 16) y Cicerón (De jato, 5) cuentan una curiosa historia según la cual sucumbió siendo ya viejo, no como en el citado 897, a causa de una caída provocada por la ebriedad, sino ante el ataque de una fiebre que le acometía anualmente el día de su cumpleaños; 658 quizá suponga, con el mencionado texto de Cicerón, residencia en Italia; 662 muestra relación con Egipto; y 628, en Cos, donde, por cierto, veremos que murió Meleagro.

Cicerón le describe como hombre ingenioso e improvisador, lo cual puede explicar la baja calidad de algunos de sus versos; y sus series de poemas con el mismo tema (610-614 sobre Anacreonte; 633-637 sobre la vaca de Mirón) indican también preciosismo y afán de variación posiblemente ideada de repente. Por lo demás, se trata de un autor erudito (muestran interés por la Literatura 605-606, 608-616, 655, 663, y por la Filosofía 631-632 y 664), frío (sus rebuscados enigmas, 625-629, son en general de sus peores creaciones), retórico, de lenguaje embrollado con muchos compuestos y palabras nuevas. Elude en general el tema amoroso y sus inscripciones sepulcrales son pocas y siempre ficticias. Nada original, toma sus asuntos, rara vez para mejorarlos, a Ánite (665), Leónidas (598, 618, 638, 642-643, 645; 649, que no interpreta bien; 657), Asclepíades (629, 655), Heraclito (650), Mnasalces (604), Teodóridas (647), Dioscórides (608-614), Aristón (624), Alceo (605; 661, último de la serie del milagro del león), Samio (644), Timnes (599-600); en 640, imitación de Nicarco, no sabemos si copia descaradamente el anónimo 729 o es copiado por éste. A veces, sin embargo, alcanza algún acierto poético, incluso en estas imitaciones, como en 638, o en otros versos presuntamente originales (601-602, 619, 623, 629, 652); y 620 y 658 ofrecen un cierto encanto sensual y muy atractivo.

598 (VI 14)

Imitación, por ejemplo, del 130 de Leónidas; vimos últimamente las redes en el 485 de Dioscórides y otro cepo distinto en el 134 de Leónidas. Sobre el retel, cf. el 592 de Fanias.

Tres hermanos a Pan los trebejos de su arte consagran:

Damis, las mallas para la bestia montañera;

Clitor, el retel de los peces, y Pigres, el cepo

irrompible que prende los cuellos de las aves.

Pues nunca, a la vuelta del aire o del mar o del monte,

llegó ninguno a casa con las redes vacías.

599 (VI 46)

Imitación del 576 de Timnes. Ferenico, al retirarse de sus funciones públicas, dedica a Atenea la salpinge bárbara, esto es, tirsénica, el instrumento que había estado al servicio de Enialio e Irene, la diosa de la paz, en este caso por intervención en ceremonias religiosas.

Aquella que intérprete fuera de Enialio y de Irene,

aquella que cantaba con bárbaros acentos,

la salpinge de bronce a Atenea ofrendó Ferenico

al decir adiós a batallas y altares.

600 (VI 159)

Pareja del anterior. Sobre el epíteto de Atenea, cf. el 551 de Alceo.

Yo, salpinge, que el grito cruel de la guerra entonaba

y en tiempos de paz canté dulces himnos,

quedo aquí, Ferenico, en silencio mi boca sonora,

como un don que consagras a la virgen Tritónide.

601 (VI 160)

Bello poemilla en que una tejedora e hilandera dedica a la diosa artesana Atenea los instrumentos del telar (lanzadera, que va y viene con rumor plañidero, como el canto de las golondrinas y el alción, cf. el 125 de Leónidas, 526 de Nicarco y 579 de Timnes, cuando Telesila trabaja con el alba) y del hilado (huso, cf. el 156 de Leónidas, cuya cabeza está reforzada por un peso para vencer la inercia en el movimiento de trenzado; rueca, cf. intr. a Erina; bobinas, cf. el 126 de Leónidas, a que se arrolla el hilo producido; cestillo con dos departamentos, uno para las bobinas en cuestión y otro para los copos vírgenes).

La lanzadera de Palas, alción del divino

telar que canta al alba como la golondrina,

y el huso de gruesa cabeza, que vibra incesante

y tuerce y ahíla veloz la rocada,

y también las bobinas y el cesto, auxiliar de la rueca,

que el hilo trabajado con los copos custodia,

Telesila, hacendoso retoño de Diocles el bueno,

consagró a la patrona de las hilanderas.

602 (VI 174)

La usual invitación al viandante para que contemple las ofrendas de tres muchachas, que dejan como exvotos los instrumentos del hilado y tejido en prenda de su consagración a una vida familiar y virtuosa. Cf. lo comentado sobre el epigrama anterior y, sobre la metáfora aplicada a la lanzadera, el 308 de Calimaco.

A Palas llevaron ofrendas tres niñas parejas

en edad que sabían tejer telas sutiles

al igual que la araña; un precioso cestillo aportóle

Demo; Arsínoe, la rueca, la artesana del hilo;

y Baquílide dio al ruiseñor del telar, lanzadera

que con arte separa las hebras de la urdimbre.

Pues todas prefieren vivir sin reproche de nadie

ganándose, extranjero, la vida con las manos.

603 (VI 206)

Cinco muchachas, llegadas a edad núbil, consagran a Citerea (cf. el 228 de Asclepíades y 251 de Posidipo) Urania (cf. el 498 de Dioscórides) los atributos de su adolescencia: Bitina, las sandalias; Filénide, una redecilla (cf. el 260 de Posidipo) teñida de rojo con púrpura marina (cf. el 40 de Ánite); Anticlea, un abanico (cf. el citado epigrama de Dioscórides); Heraclea, una especie de chal transparente con que las muchachas, en la calle, se cubrían la cabeza y rostro; Aristotelea, en fin, cuyo nombre se nos da, no sabemos por qué, en perífrasis, una ajorca para el tobillo. Nótese la alusión a la araña como en 602.

Bitina, las obras graciosas de un buen zapatero,

estas sandalias que sus pies calentaban;

la red con las flores del mar espumoso teñida,

sujeción del pelo desbordante, Filénide;

su abanico, Anticlea; la bella Heraclea, el pañuelo

que cubre su cabeza, trabajo comparable

con la tela de araña; la sierpe que en oro se enrosca,

ornato de sus finos tobillos, la que el nombre

de Aristóteles lleva, su padre; son dones que ofrecen

estas niñas coetáneas a Urania Citeríade.

604 (VII 146)

Imitación del 407 de Mnasalces. El adjetivo pelasgo es aquí sinónimo de aqueo (cf. el 293 de Calimaco).

Yo, la afligida Virtud, en las costas reteas

gimo sentada al lado del sepulcro de Ayante,

sin cabello, harapienta, que el Fraude salió victorioso,

y no la virtud, del pleito pelasgo.

Las armas dirán de Aquileo: «Viril fortaleza

es lo que preferimos y no la labia astuta».

605 (VII 2)

Homenaje a Homero en relación (cf. el 544 de Alceo) con los y con su pretensión de poseer la tumba del poeta, llamado Meónida, antiguo apelativo de sentido oscuro (cf. el 257 de Posidipo), y Persuasión de los mortales, con el nombre de la diosa que personificaba el encanto poético (cf. el 216 de Asclepíades). La alusión al ceño de Zeus (cf. el 582 de Timnes) corresponde a los famosos versos (Il. I 528-529) en que el movimiento de sus cejas al asentir a la petición de Tétide hace temblar al Olimpo; Ayante (cf. 604) lucha valerosamente en defensa de las naves en el libro XIII de la Ilíada; y Aquileo (cf. ibid.) deja insepulto el cadáver de Héctor (cf. el 543 de Alceo, donde se encuentra la denominación dada aquí a Troya), en el XXIV, aunque Apolo le protege (18-21) para que no sea desfigurado por los animales, lo que hace raro que aquí se diga que los caballos de su antagonista le devoraron. El adjetivo referente a la ciudad de Fársalo (cf. el 58 de Teeteto) alude en general a Tesalia, la patria de Aquileo; su padre, Peleo, esposo de Tétide (cf. el 87 de Leónidas y el 544 de Alceo), murió fortuitamente en la exigua Icos al ser arrojado allí por una tempestad.

Persuasión de los hombres, gran voz y cabeza que emula

a las Musas cantando, viandante, éste es Homero,

a quien guarda el isleño peñasco de los; que en ella,

y no en otra ninguna, dejó al morir su soplo

sagrado que el ceño potente del Crónida supo

pintar y el Olimpo y a Ayante ante las naves

y de Héctor en tierra dardania los huesos roídos

por los potros farsalios que a Aquileo acompañan.

Y, si soy diminuto para hombre tan grande, enterrado

está en la exigua Icos el esposo de Tétide.

606 (VII 6)

El texto aparece también grabado, con cambios, en un doble hermes (cf. el 111 de Leónidas) que debía de ostentar, unidas por detrás, las cabezas de Homero y Menandro (cf. el 27 y su intr.) con epigramas dedicados a uno y otro por el dueño de la finca y el jardín cercanos a Roma, el escritor y sofista Eliano de Preneste. Probablemente tiene relación con los, como el anterior.

A Homero, el heraldo de heroica virtud, hermeneuta

de los dioses, segundo sol de los Helenos,

luz de las Musas, perenne garganta del mundo,

recubre, extranjero, la arena de esta costa.

607 (VII 8)

Epitafio de Orfeo (cf. el 560 de Damageto) con alusión a su madre y a Mnemósine, la madre de las Musas (cf. el 252 de Posidipo; la referencia a los dioses, que ni aun por serlo consiguen que su descendencia resulte inmortal, se puede aplicar a Calíope, esposa del mortal Eagro, aunque otros consideran a Apolo como padre de Orfeo).

Ya no irán las encinas tras ti embelesadas, Orfeo,

las piedras, las silvestres manadas de fieras;

ya no adormirás el rugido del viento, el granizo,

las ráfagas de nieve, la mar embravecida.

Has muerto y te lloran Caliope, tu madre, y las otras

hijas de Mnemósine. ¿Por qué gemimos todos

al morir nuestros hijos, si ni aun los mismísimos dioses

pueden apartar de los suyos el Hades?

608 (VII 14)

Epitafio de Safo: cf. el 502 de Dioscórides. La poetisa habría sido sin duda enterrada en Mitilene. Es ya un tópico considerarla como una décima Musa, y aquí se añade que hasta las nueve restantes (cf. también el 589 de Fanias) la reconocen como tal. Cf. 605 sobre la Persuasión poética y, en el 430 de Teodóridas, el tema de las Moiras, que hilan solidariamente un triple hilo para cada mortal (cf. 602) y que han sido poco generosas para con Safo.

A Safo custodias, eólide tierra, a la Musa

mortal a quien las Musas divinas reconocen,

criada por Cipris y Eros, que siempre trenzaba

con Persuasión guirnaldas perennes de las Piérides,

de la Hélade encanto y honor para ti. ¿Por qué, Moiras,

que torcéis el hilo triple con vuestros husos,

vida infinita no hilasteis a aquella que trajo

dones infinitos a las Heliconíades?

609 (IX 66)

Continúa el tema del anterior: sobre Mnemósine, cf. 607; sobre la décima Musa, el 502 de Dioscórides.

Asombrada Mnemósine queda al oír a la dulce

Safo. ¡Los hombres tienen una décima Musa!

610 (VII 23)

Nuevo epitafio (cf. el 503 de Dioscórides) de los consagrados a Anacreonte. Al principio el adjetivo se aplica a una variedad de yedra en que los frutos se reúnen en ramos o corimbos de cuatro en cuatro y de la que Teofrasto (Hist. pi. III 18, 6) anota que es uno de varios tipos de yedra blanca frente a la negra y la helicoidal (sobre el uso funerario, cf. el 362 de Simias).

En torno de ti, Anacreonte, florezca alba yedra

y las suaves flores de purpúreos prados;

broten fuentes de cándida leche; la tierra olorosa

de su seno derrame dulce mosto y, con ello,

tu ceniza y tus huesos contento reciban si puede

acaso algún placer llegar a los difuntos.

611 (VII 26)

El mismo tema: es elemento típico del género la libación (cf. el 116 de Leónidas), en que, después de beber un sorbo, el resto era arrojado al suelo; nótese también la exclamación orgiástica, sobre la cual cf. el 181 de Leónidas.

Al pasar, extranjero, delante del pobre sepulcro

de Anacreonte, ofrece, si aprendiste en mis libros,

libaciones de mosto a mi cuerpo; disfruten mis huesos

regados por el vino, para que yo, que el euhe

frenético siempre entoné del festín de Dioniso,

amante de los cantos que la embriaguez inspira,

ni aun muerto sin Baco me vea por estos parajes

a que vendrá algún día toda la raza humana.

612 (VII 27)

El lematista ha sido exageradamente positivo: Todo este epigrama es admirable. Sin embargo, aunque el tratamiento del manido «cliché» anacreóntico (cf. 611) no carece de cierto mórbido atractivo, el estilo resulta un tanto recargado y los versos 7-8 resultan de tan mal gusto si se piensa en una metáfora como en vestidos realmente empapados en vino. Sobre Megisteo, cf. el 115 de Leónidas; sobre Eurípile y Esmerdies, el 503 de Dioscórides; del último sabemos que, orgulloso de su rizosa y larga cabellera (los Cicones eran un pueblo de Tracia), provocó celos del tirano Polícrates de Samos, que, irritado por su preferencia hacia Anacreonte, mandó que le cortaran el pelo. El poeta (cf. intr. a Erina) era de Teos, ciudad de Asia Menor colonizada por Jonios (cf. el 224 de Asclepíades).

Con los dioses estés, de los Jones orgullo, Anacreonte,

gozando del amable banquete y de la lira;

cantes, con húmedos ojos y voz modulada,

sacudiendo la flor de tu brillante pelo,

frente a los rizos cicones de Esmerdies el trace,

con Megisteo o cerca de Eurípile, chorreando

dulce vino, empapada por Baco tu veste de modo

que mane néctar puro si se exprimen sus pliegues.

Pues toda tu vida fue, anciano, tan sólo una triple

libación a las Musas, a Dioniso y a Eros.

613 (VII 29)

Las bellas fatigas son los poemas eróticos de Anacreonte (cf. 612); en los dos últimos versos, Esmerdis es objeto de amorosa caza por todos los muchachos (y por algún hombre maduro, recuérdese a Polícrates), pero prefiere únicamente a Anacreonte en sus devaneos tortuosos, es decir, homosexuales, conflictivos y mal reputados. El instrumento musical es llamado con dos nombres más o menos sinónimos.

Ya, Anacreonte, cesaron tus bellas fatigas

y duerme entre los muertos tu cítara nocturna;

y también, primavera de amores, Esmerdies reposa,

para quien pulsabas las nectáreas cuerdas

de tu bárbito; y, siendo el erótico blanco de muchos

efebos, a ti solo lanzó tortuosos dardos.

614 (VII 30)

Final de esta monótona colección (cf. 613). Sobre la alusión metafórica al cisne de Teos, cf. 612 y 520 de Dioscórides; en el verso 2, la usual referencia (cf. el 535 de Alceo) a la fuerza del vino puro no usualmente bebido. Sobre la tumba de Anacreonte se han plantado (cf. el 546 de Alceo) parras alegóricas que, al ser agitadas por el viento, cantan en honor de Batilo (cf. el 503 de Dioscórides); y el sepulcro parece exhalar todavía el olor de las guirnaldas de yedra (cf. el 383 de Teócrito) utilizadas en los banquetes. Anacreonte arde aun en el frío Hades.

Aquí yace Anacreonte, aquí el cisne de Teos reposa

y su pasión frenética por los muchachos. Canta

aún añorante la parra al amable Batilo

y todavía a yedra la blanca piedra huele.

Ni aun el Hades tu amor apagó, porque todo tú ardes

en el Aqueronte con muy fogosa Cipris.

615 (VII 34)

Epitafio de Píndaro (cf. el 183 de Leónidas), cuya tumba se hallaba en Tebas, su ciudad natal. El poeta (P. III 90-92) había descrito a las Musas cantando en la boda del héroe Cadmo (procedente de Fenicia e inmigrado a Tebas, cf. intr. a Mosco) con Harmonía, y aquí parece decirse hiperbólicamente (sobre el instrumento musical, cf. 600) que, en aquella ocasión, las diosas (cf. 608), equiparadas aquí a dulces abejas, imitaron el estilo pindárico. Esto puede relacionarse con la leyenda según la cual (Paus. IX 23, 2) estos animales hicieron una vez un panal (cf. el 182 de Leónidas) en la boca de Píndaro dormido.

Al grave broncista de puras canciones, salpinge

de las Piérides, Píndaro, la tierra aquí recubre.

Si oyes sus himnos, dirás que inspirar al enjambre

de las Musas supieron en la boda de Cadmo.

616 (VII 745)

Epitafio del poeta lbico (s. VI), probablemente sepultado en su ciudad natal, Regio, del S. de Italia, del cual se contaba (Plut. Mor. 509 f) que, atacado en una playa desierta por unos malhechores, juró que le vengaría una bandada de grullas que desde el aire presenciaba el crimen. Más tarde, sentados dos de los bandidos en el teatro de Corinto (cf. el 550 de Alceo y, sobre Sísifo, el 272 de Posidipo), pasaron por encima graznando unas grullas; uno de ellos comentó que se trataba de las vengadoras de lbico, y así se descubrió la fechoría. En Homero (Od. III 267-271) se nos dice que Egisto, la futura víctima de Orestes (cf. el 333 de Calimaco), deseoso de lograr el amor de Clitemestra, mandó a una isla desierta, para que allí muriera de hambre, a un aedo o poeta cortesano a quien su esposo Agamenón, el rey de Micenas, había encargado de vigilarla. A las Euménides o Furias (de una de las cuales se ha hablado antes como Erinis) se las llama (cf. el 449 de Hédilo) de negros peplos.

Ibico, apenas llegado a la playa desierta

de una isla te mataron unos bandidos, pero

tú habías llamado a una nube de grullas, que al punto

acudieron, testigos de tu cruenta muerte;

y vano no fue tu clamor; justiciera la Erinis

en la tierra sisifia con el graznido de ellas

supo vengarte. ¿Por qué, codiciosa calaña

de los bandoleros, no teméis a los dioses?

Tampoco quien antes había matado a un aedo,

Egisto, escapó al ojo de las negras Euménides.

617 (VII 161)

Epitafio del famoso Aristómenes (cf. intr. a Riano), del que Pausanias (IV 16, 7; 24, 3; 32, 3) nos cuenta que su tumba estaba en Mesene (cf. el 569 de Damageto) y que ostentaba un águila, animal tradicionalmente consagrado a Zeus, llamado aquí Crónida (cf. 605), en el escudo; parece que también dicha ave podía verse esculpida sobre el sepulcro.

—¿Por qué, servidora del Crónida, te alzas terrible,

águila, en el sepulcro del grande Aristómenes?

—Anunciando a los hombres que, así como yo de las aves

soy la mejor, también lo fue él de los muchachos.

Que al cobarde medrosas palomas custodien; nosotras

en el varón valiente nuestro gozo ponemos.

618 (VII 164)

Imitación del 154 de Leónidas recogido también en el mismo papiro. La misma utilización del tema continúa no sólo en el 671 de Amintas, sino también en VII 165, atribuido en el lema a Antípatro y, con más verosimilitud, al tardío Arquias.

—Di, mujer, tu familia, tu nombre, tu tierra. —Mi padre

es Calíteles; Praxo me llamo; soy samia.

—¿Quién te erigió este sepulcro? —Teócrito, el hombre

que los sellos rompió de mi virginal cuerpo.

—¿Y cómo moriste? —En el trance del parto. —Mas dime

qué edad alcanzaste. —Dos veces once años.

—¿Sin prole? —No, amigo; he dejado en la infancia a mi hijo,

Calíteles, un niño de tres años sólo.

—Pues que canas dichoso a peinar llegue un día. —Y que el dulce

soplo de Fortuna rija tu vida entera.

619 (VII 172)

Epitafio de un hondero encargado de repeler con su arma a los pájaros nocivos para el campo que, atento a ellos, no se dio cuenta de que una serpiente le mordía. El texto habla de una víbora cuyo nombre la designa como productora de intensa sed (cf. el 200 de Asclepíades), pero en realidad parece que este animal, los efectos de cuya mordedura describen varios autores antiguos, es otro reptil más pequeño. Eran famosas las grullas de Bistonia, región de Tracia.

Yo, Alcímenes, siempre espanté al estornino y la grulla

bistonia, que a los cielos se lleva las semillas;

tendía los brazos trenzados de mi honda de cuero

y así rechazaba las bandadas de aves.

Mas hirió mi tobillo el reptil de la sed, inyectando

en mi carne la acerba bilis de sus quijadas,

y del sol me privó; no vi, pues, por mirar a los aires,

el daño que a mis pies contra mí venía.

620 (VII 218)

Epitafio de la famosa cortesana Laide, del s. V, cuya tumba se mostraba en Corinto (cf. 616) con la escultura de una leona, quizás alusiva a su nombre (Paus. II 2, 4), y cuyos encantos (Aten. 588 c) descubrió el pintor Apeles (cf. el 107 de Leónidas) junto a la fuente Pirene de aquella ciudad. Todo el poema logra expresar bastante bien imágenes de lujoso refinamiento. Pero al lado de esto hallamos una veta irónica: Laide tenía más pretendientes que en sus tiempos Hélena, hija de Tindáreo y esposa de Menelao (cf. el 299 de Calimaco), pero, por ser tan fácil conseguir su amor (cf., sobre el lecho, el 498 de Dioscórides), no tuvieron los Helenos que repetir la guerra de Troya por su culpa. Sobre la laceración ritual, cf. el 400 de Mnasalces; sobre Afrogenia, el 406 del mismo; la mirra es la exudación perfumada de un árbol.

Laide aquí está, que moró en la marina Corinto

y entre oros y púrpuras y amores a la dulce

Cipris venciera en regalo y molicie de vida.

Límpida como el agua blanca de Pirene,

mortal Citerea, a la cual más ilustres amantes

que a la novia Tindáride siguieron, deseando

sus Gracias poder cosechar y venal Afrodita.

A azafrán aromático su sepulcro huele;

todavía la mirra fragante sus huesos impregna

y dulce aliento exhala su brillante cabello.

Por ella Afrogenia arañó sus facciones hermosas

y Eros, sollozando, gimió tristemente.

Comunal hizo siempre su lecho y esclavo del lucro;

si no, segunda Hélena, la Hélade arruinara.

621 (VII 246)

Epitafio de los muertos en la batalla de Iso (en Cilicia, cf. intr. a Arato), que el año 333 abrió a Alejandro Magno (cf. el 261 de Posidipo) el camino de Sidón (cf. intr.). En realidad no fue el último combate de Darío III (cf. el 51 de Ánite), que no murió hasta el 330, después de la batalla de Gaugámela.

A las puertas de Iso, en la orilla del mar intratable

cilicio, yacemos por obra de Alejandro

macedón muchos miles de Persas que antaño servimos

en la postrer empresa de Darío el monarca.

622 (VII 241)

Probablemente el joven rey, a consecuencia de una epidemia, murió en vida de sus padres. Su muerte coincidió con un eclipse de luna en que la diosa Selene (cf el 114 de Leónidas) se ocultó como portento de males. Se trata de Ptolemeo Eupator, hijo de Ptolemeo VI Filometor, rey de Egipto (que nació hacia el 184 y reinó entre el 180 y el 145), a quien sus padres asociaron a la monarquía y tal vez concedieron la soberanía de Chipre poco antes de su muerte, a los dieciocho años, hacia el 150, año en cuyo mes de diciembre hubo un eclipse visible en aquellas regiones. Antípatro denota aquí su interés nacional por Fenicia, a la que llama morada de Europa con alusión a la heroína raptada por el toro (cf. el 597 de Mosco y 615). El ayo en cuestión sería tal vez un buen soldado, aunque también se ha supuesto que haya aquí una alusión a su nombre, que sería Andrómaco, algo así como el viril en la lucha: un personaje así llamado fue enviado a Roma por Filometor en el año 154. Al final, la doble alusión nocturna se refiere a la muerte y el Hades, que el muchacho no pisará. En cuanto a signos de luto, cf. el 547 de Alceo y 604.

Infinito por ti, Ptolemeo, fue el luto paterno

y sin cesar tu madre su cabellera hermosa

laceraba; gemía tu ayo y sus manos viriles

sobre su cabeza negro polvo esparcían;

Egipto la inmensa también se arrancaba el cabello;

dolíase la enorme morada de Europa

y la propia Selene, transida de pena, dejaba

los astros y las sendas del cielo. Pues la peste,

que entero el país asolara, impidió que tu mano

juvenil el cetro de tu estirpe empuñara.

Pero no pasarás de la noche a la noche, que tales

reyes no van al Hades, sino al divino Olimpo.

623 (VII 303)

El niño Cleodemo, con travesura infantil en que todos hemos incurrido, se entretenía en hacer equilibrios sobre la borda; un repentino soplo del viento Norte, que viene de Tracia y es bárbaro como los moradores de aquel país (cf. el 548 de Alceo), le arrojó al mar, donde se ahogó. Ino, a pesar de su propia y triste historia (cf. el 443 de Teodóridas), no tuvo compasión de él.

Al pequeño Cleodemo, que aún se criaba con leche

y que por la borda de una nave andaba,

Bóreas, que no en vano es trace, lanzólo a las olas

y el mar extinguió la vida del niño.

Eres, Ino, una diosa cruel; no salvaste del Hades

amargo al que tenía la edad de Melicertes.

624 (VII 353)

Imitación del 152 de Leónidas (cf. también el 530 de Aristón y, sobre la charlatanería, el 311 de Calimaco).

Esta es la canosa Marónide, y hay en su tumba

una copa, que ves esculpida en la piedra;

pero ella, la amante del vino, la gran charlatana,

no llora por sus hijos ni su viudo indigente;

una sola es la cosa que aún bajo tierra la aflige,

que la copa báquica de Baco no esté llena.

625 (VII 423)

Adivinanza (cf. el 544 de Alceo) en que se interpretan los símbolos real o supuestamente grabados en una estela sepulcral. La esposa de Tímeas era charlatana (cf. el epigrama anterior), algo bebedora; natural de Creta, tierra de buenos arqueros; experta tejedora e hilandera (cf. 602). Empleaba, como tocado capilar, una diadema o cinta especial (cf. el 122 de Leónidas) a la manera de las mujeres de cierta edad; y debía de ser simpática a juzgar por la forma emotiva en que, al final, se dirige a su viudo.

La urraca, extranjero, hablará de la eterna cuentista

y habladora; la copa, de la que el vino amaba;

el arco nos dice que es cresa; la lana, hacendosa;

su diadema indica canas en las sienes.

Tal era Bítide, aquí en el sepulcro descrita

como esposa legítima de Tímeas y honesta.

—Adiós, pues, mi marido, y a aquellos que marchen al Hades

concédeles la gracia de este mismo saludo.

626 (VII 424)

Otro acertijo con diálogo entre el poeta, a quien los emblemas de la tumba parecen poco acordes con la idea clásica de la mujer casada (laboriosa, callada, casera), y la propia difunta, para quien esculpió su viudo el enigma. El bozal se aplicaba al caballo para que no mordiese (sobre la brida, cf. el 227 de Asclepíades); la ciudad beocia de Tanagra, según Pausanias (IX 22, 4), era famosa por sus gallos y especialmente por los dedicados al reñidero (sobre el animal como despertador, cf. el 38 de Ánite; sobre este tipo de peleas, el 424 de Teodóridas); en el verso 6 se habla propiamente de los virotes o pies derechos del telar (cf., sobre este oficio, 625).

—Me pregunto por qué en tu sepulcro, Lisídice, esculpe

Agis tales símbolos en piedra grabados;

la brida, el bozal y el volátil que cría Tanagra

la de las buenas aves, guerrero impetuoso,

en nada convienen ni cuadran a honestas mujeres,

sino más bien las artes del telar y la rueca.

—Es que el gallo dirá que de noche a la lana acudía;

la brida, que auriga yo fui de mi casa;

y el equino bozal manifiesta que no era cotilla

ni habladora, mas llena de hermoso silencio.

627 (VII 425)

También en este enigma se pone en guardia el poeta contra posibles objeciones a la oscura simbología. Bitón, el viudo de Miro, ha mandado grabar en la estela una lechuza (emblema de Palas, con la que se la pone en relación como de ordinario; en alguna representación figurada hallamos a esta ave hilando, lo cual explica, cf. 626, que aquí se hable de Atenea como patrona de las labores del hogar y, más concretamente, de la lana); un arco (porque Miro llevaba la casa como intendente bien tensa, dice el original, cf. 625); una oca en recuerdo de la bien conocida leyenda romana de la salvación del Capitolio gracias a los graznidos de una bandada; un perro, símbolo de tierno amor a los cachorros; y la fusta (cf. el 588 de Fanias) con que el ama castiga a sus esclavas en forma moderada y equitativa.

No te asombres al ver en la tumba de Miro la fusta,

el arco, la lechuza, la oca de ojos zarcos,

el rápido can; dirá el arco que fui diligente

ama de casa; el perro, que protegí a mi prole.

Y la fusta no indica, extranjero, a la dueña opresora

ni altiva con las siervas, mas justa en el castigo.

El pato, a quien celo ponía en guardar su aposento;

la lechuza, a la activa servidora de Palas.

Tales son las labores que amaba, y por eso mi esposo

Bitón estos emblemas puso en mi sepultura.

628 (VII 426)

El emblema del león (sobre el epíteto, cf. el 133 de Leónidas y 261 de Posidipo) resulta de interpretación más fácil. En una inscripción honorífica de la isla de Cos (cf. intr.) aparece, en el s. II, Teleutias, hijo de Teodoro, y sabemos que en la familia se transmitían los nombres de abuelo a nieto.

—Dime, león, ¿de qué muerto custodias la tumba,

devorador de bueyes? ¿Quién mereció tu imagen?

—El que fue, como yo de las fieras, con mucho el más bravo

de los hombres, Teleutias, el hijo de Teodoro.

No en vano está aquí mi señal denotando los bríos

de alguien que fue un león para sus rivales.

629 (VII 427)

Se trata de adivinar qué significan, en una tumba, nueve tabas en distintas posiciones (cf. el 464 de Glauco). Recuérdese el 106 de Leónidas y 555 de Alceo y anótese que el lance de la isla de Cos se puntuaba con seis. La jugada con cuatro tabas podía arrojar multitud de combinaciones, de entre las que aquí se mencionan «Alejandro» y «el efebo», pero conocemos también «Afrodita», «Estesícoro», «la vieja», «Darío», etc. La novena taba en este epigrama está arrojada ella sola con el valor mínimo. El poeta aventura dos interpretaciones: una más ambiciosa (Alejandro es el Magno, cf. 621, así como 622 sobre el cetro; el efebo, cf. el 482 de Riano, la juventud; el lance de Quíos, la nada; monarcas y jóvenes terminan por envejecer y morir) y otra más evidente. Los dos versos últimos no carecen de cierta melancólica belleza; la metáfora por la que el autor compara su idea al feliz tiro de un arco (sobre Creta en este contexto, cf. 625) se encuentra varias veces en Píndaro (cf. 615).

Veamos a quién el sepulcro recubre. Percibo

que no hay letras grabadas en la piedra; sólo

nueve tabas tiradas; entre ellas las cuatro primeras

el lance de Alejandro presentan; las siguientes,

la flor juvenil en sazón, el efebo, y hay otra

que más modestamente nos enseña el quío.

¿Acaso nos dicen que aquel que se jacta del cetro

y el que en edad florece van ambos a la nada?

Tal vez no; voy derecho mi dardo a lanzar hasta el blanco

como si fuera un buen arquero creteo:

quío era el muerto; Alejandro, su nombre; y se hallaba

al morir en la edad que los efebos tienen.

¡Qué bien definido está el joven y el ciego destino

que al aire de las mudas tabas jugó su vida!

630 (VII 748)

Ampuloso epigrama inspirado por la contemplación de un edificio gigantesco sobre el que existen dudas: puede hallarse en la ciudad de Heraclea (había muchas con este nombre) o ser mausoleo de una poderosa señora llamada así (cf. el 201 de Asclepíades y 603). No faltan alusiones eruditas: el colosal sepulcro erigido en Nínive por Semíramis para su esposo Niño; los muros ciclópeos, por ejemplo, de las ciudadelas de Tirinto y Micenas (cf. 616); el intento de Oto y Efialtes (cf. el 534 de Alceo); y la expresión para referirse a un supuesto titán llamado Atoeo que estaría sepultado bajo el famoso monte Atos, de la Calcídica (cf. intr. a Fédimo y, sobre las Pléyades, el 391 de Mnasalces).

¿Qué tuerto ciclope este túmulo todo de piedra

erigió, de la asiria Semíramis digno?

¿Qué gigantes nacidos de Tierra lo alzaron, cercano

a las siete Cabrillas, erecto, inmutable,

igual al peñón de Atoeo, cual torre señera

que al anchuroso mundo con su masa abruma?

¡Feliz siempre el pueblo que tal construcción a las nubes

elevó en Heraclea sobre fuertes cimientos!

631 (VII 81)

Versos mnemotécnicos con los nombres de los famosos Siete Sabios, entre ellos Biante de Priene (cf. el 189 de Arato); Tales de Mileto, al que no se ve claro por qué considera precisamente baluarte de justicia con especial distinción; Pitaco de Mitilene (cf. el 328 de Calimaco); Periandro, tirano de Corinto (cf. 620); Cleobulo de Lindo (cf. el 53 de Antágoras); y Solón de Atenas (cf. el 596 de Artemón).

Lindo fue quien a ti, Cleobulo, engendró entre los siete

sabios y también Mitilene a Pitaco;

a Periandro el sisifio país y Priene a Biante

como Mileto a Tales, baluarte de justicia,

y Esparta a Quilón y a Solón la cecrópide tierra;

custodios todos ellos de ciencia envidiable.

632 (Dióg. Laerc. VII 29)

De la biografía del filósofo estoico (cf. el 244 de Posidipo) Zenón de Citio, ciudad fenicia de la costa SO. de Chipre, cuya vida se desarrolló aproximadamente entre 332 y 262 y cuyo origen explica el interés del sidonio hacia él; su tumba estaba en el cementerio del Cerámico, en Atenas. Sobre Oto y Efialtes, cf. 630.

Éste es Zenón, grato a Citio, que obtuvo el Olimpo

sin poner jamás el Pellón sobre el Osa

ni emular los trabajos de Heracles; llegó a las estrellas

sólo por el camino de la pura templanza.

633 (IX 720)

Sobre la vaca de Mirón, cf. el 172 de Leónidas; sobre otra escultura similar, el 440 de Teodóridas.

Si Mirón no me hubiera ligado los pies a esta piedra,

yo estaría pastando junto con otras vacas.

634 (IX 721)

El mismo tema; basado en la posible anécdota real de un ternero que se acercó a olfatear la escultura.

¿Por qué, ternerillo, a mis flancos te acercas y muges?

El arte en mis ubres la leche ha olvidado.

635 (IX 722)

Un boyero (cf. el 466 de Glauco) ha silbado a la vaca creyéndola real.

Pasa, boyero, de largo y no silbes de lejos

a la vaca: sus ubres al ternero esperan.

636 (IX 723)

Las grapas de plomo que sujetan la escultura al pedestal son lo único que impide a la vaca unirse a sus congéneres reales.

El plomo y la piedra me apresan; si tal no ocurriese,

gracias a ti, Mirón, caña y loto paciera.

637 (IX 724)

Mirón ha alcanzado la perfección del héroe mítico Prometeo, que llegó a esculpir figuras animadas. Hay un eco del 390 de Erina.

Mugirá de seguro esta vaca; no fue Prometeo

el único escultor de figuras vivas.

638 (X 2)

Canto a la primavera, que permite a los navegantes griegos, siempre recelosos del invierno para estas actividades, lanzarse a la mar después de un período en que las anclas inactivas se enterraban en los fondos y sus cables se empapaban. Se trata de una lograda imitación del 169 de Leónidas; Priapo, hijo de Bromio (cf. el 181 del mismo), era, entre otras cosas (cf. el 582 de Timnes), una especie de divinidad protectora de los puertos.

Ya puede la nave briosa correr, que no hay viento

que la mar henchida rice de escalofríos;

ya en los aleros construye sus casas redondas

la golondrina y ríen las flores de los prados.

Enrollad, pues, los cables mojados, ¡oh, nautas!, las anclas

halad que recubre la arena del puerto,

izad el robusto velamen; tal es mi designio;

soy Priapo, el de Bromio, que entre vosotros mora.

639 (Inscr. Del. 2549)

Epigrama que no conserva la Antología, quizá por su escaso valor literario, y que, aparecido en una inscripción de Delos, fue escrito para acompañar, junto con el 678 de Antístenes que ha sido útil para aclarar algunos extremos, a unas ofrendas hechas por el rico Filóstrato, de Ascalón, la ciudad de Palestina, banquero establecido en la isla, que hizo cuantiosos dones a los dioses y hombres de ella a fines del s. II (sabemos que su hijo Teófilo era efebo el año 93, lo que hace presumir una fecha muy tardía para este epigrama dentro de la vida de Antípatro): a Zeus, una caja de plata con departamentos diversos, cada cual con su orificio, para varios aromas rituales (cf. el 112 de Leónidas; el brillo del verso 4 se refiere al momento en que son quemados); a Artemis (cf. el 441 de Teodóridas y 596 de Artemón), un ritón (cf. el 452 de Hédilo), también de plata, que representaba al monstruo Escila, terror de naves y tripulantes en el canto XII de la Odisea (y es posible que en su parte inferior tuviera dos bocas de perro como las del fantástico animal); a Apolo, ritones de oro, cuyo número aclara el 678 citado, dignos de contener néctar, la bebida divina; y a los Romanos, virtuales señores de la isla, y los Griegos, a quienes en 166 les había sido entregada por sus conquistadores (y a los que es inexacto calificar entonces de fuertes o, literalmente, cuyo cetro es una lanza guerrera), sendos pórticos para el paseo de los ciudadanos de uno y otro origen.

Cinco son las ofrendas que has hecho, Filóstrato insigne,

nacido en Palestina que los dioses protegen:

a Zeus el de inmenso poder, un sagrado incensario

en que la pingüe mirra con el incienso luce;

a la hija de Leto, una Escila voraz y raptora

de nautas y barcos, hecha también de plata;

a Febo el de espléndidos bucles, ritones en oro

dignos de contener el néctar divino;

y a los fuertes patronos de Delos también regalaste

dos pórticos por bellas columnas sustentados.

Bendito tú siempre, que exornas con lustre opulento

al linaje humano y al de los inmortales.

640 (VI 47)

Una viuda, al llegar a los cuarenta años y contemplar la vida de aburrida pobreza que la espera, decide abandonar las labores del telar (sobre el canto de la lanzadera, cf. 601) para consagrarse a la prostitución; esto es, reniega de Atenea despidiéndose de ella y consagrándose a Afrodita. Aunque sus muchos años no resultan muy prometedores en la nueva profesión, Bito confía en que su buena voluntad prevalecerá. El epigrama tiene sus dos primeros versos iguales a los del anónimo 729: el más antiguo de los dos, cosa no fácil de definir, es imitación del 526 de Nicarco.

Bito a Atenea ofrendó la que canta y labora,

la lanzadera, cifra de famélico oficio,

y díjole: «Salve, señora, y recíbela; viuda

soy y, a las cuatro décadas llegada de mis años,

de tus dones reniego y me atengo a las obras de Cipris,

pues creo que la edad puede menos que el temple».

641 (XVI 167)

Epigrama descriptivo de dos famosas esculturas de Praxiteles a las que se ensalza por la fogosidad con que el amor está en ellas representado: la Afrodita de Cnido (cf. el 589 de Fanias; el epíteto se explica por estar la ciudad situada en lo alto de un promontorio) y el Deseo de Tespias (cf. el 173 de Leónidas), al que aquí no se llama Eros. El poeta alaba la prudencia del escultor al destinar sus obras a dos lugares tan lejanos entre sí: la conflagración producida por ambas juntas habría sido tremenda.

Dirás, si en la pétrea Cnido contemplas a Cipris,

que a las piedras mismas, siendo piedra, inflama;

y del dulce Deseo tespiada, que no ya a la roca,

sino al frío diamante fuego llevar sabría.

Tales dioses Praxiteles puso en distintas regiones

para que no se abrase todo en la doble hoguera.

642 (XVI 178)

Imitación del 107 de Leónidas ante la famosa Afrodita de Apeles (cf. 620).

Mira a Cipris recién emergida del seno marino

de su madre, empeño del pincel de Apeles;

mira cómo, tomando en sus manos el pelo empapado

por las aguas, enjuga la espuma de sus bucles.

Hera misma y la propia Atenea le dicen ahora:

«Ya no rivalizamos contigo en hermosura».

643 (VI 111)

Epigrama en que se conmemora la captura de una cierva (parece licencia poética la atribución de cuernos a la hembra de este animal) en los alrededores del monte Fóloe, al que aquí se llama literalmente criador de fieras, fronterizo entre la Élide (cf. el 564 de Damageto) y Arcadia, y de los ríos Ladón y Erimanto (cf. el 466 de Glauco), que descienden, respectivamente, desde él al Peneo y Alfeo en dirección O. El cazador, que ha ofrendado los trofeos a Ártemis, no es al parecer Licormas, como dicen los manuscritos y el lema, sino Licortas, miembro de una distinguida familia (cf. el 547 de Alceo) de Megalopolis (aunque no está claro por qué aquí se le pone en conexión con Lasión, ciudad también arcadla situada en el valle del Ladón) de la que conocemos, con la usual alternación de dos nombres en la línea directa, a Teáridas, que visitó al espartano Cleómenes (Plut. Vita Cleom. 24) en 222 para salvar su ciudad; su hijo Licortas, famoso general de la Liga Aquea; los hijos de éste, Polibio y Teáridas, de los que el último tenía algún cargo en Megalópolis en el año 182 y fue a Roma (Pol. XXXII 7, 1 y XXXVIII 10, 1) como embajador en 158 y 147; y Filopemén, hijo del recién citado Teáridas y padre de otro Teáridas mencionado en una inscripción del 133. Este Licortas sería probablemente hermano de Filopemén. Hay un curioso problema en el v. 4: según parece, a juzgar por el 180 de Leónidas, del que este epigrama es imitación (cf. también el 479 de Riano), la cierva es muerta no con la punta propiamente dicha de la pica (cf. el 133 de Leónidas), sino con una contera o cuchilla en forma de rombo que serviría para clavar el arma en el suelo cuando no se la necesitara y quizá como proyectil desmontable y arrojadizo en casos de emergencia.

A una cierva que allá en las laderas del Fóloe bravío

pastaba a las orillas del Ladón y Erimanto

hirió y con la rómbica punta cazó de su pica

el hijo de Teáridas, Licortas el lasionio,

que arrancó de su frente la piel y la cuerna gemela

y en exvoto a la virgen cazadora ofreciólas.

644 (VI 115)

Imitación del 573-574 de Samio. Filipo V emula a Heracles, aunque el poeta no ha reparado en que el héroe no mató al toro de Creta, sino solamente lo trajo al continente. Los Dardaneos eran un pueblo balcánico con el que Filipo tuvo dificultades; el epíteto fulgúreo puede ser recuerdo de Ptolemeo Cerauno, el rayo (cf. el 76 de Duris). Aunque el término aplicado al arma venatoria es distinto del empleado en el 643, nos hemos permitido unificar los tres.

Al toro que antaño mugió del Orbelo en las cimas,

a la fiera que en vida Macedonia asolaba

y a los Dardaneos matóla el fulgúreo Filipo,

golpeando su frente con pica venatoria,

y a ti, Heracles, ofrenda su piel poderosa y, con ella,

sus cuernos, el baluarte de su cabeza enorme.

Tu linaje con ello denota; que es propio del nieto

emular al abuelo con la muerte del toro.

645 (Pap. Ox. 662)

Imitación del 153 de Leónidas que figura en el mismo papiro. El cazador dedica a Pan y a las ninfas, compañeras de los silenos (cf. el 519 de Dioscórides), cabeza y cuello de un jabalí de piel muy gruesa (cf. el 480 de Riano).

A Pan, de las cumbres cornudo señor, y a las ninfas,

que con los silenos se unen en los antros,

la cabeza invencible y, con ella, la piel, que ni el propio

hierro horadar pudiera, de un jabalí salvaje

el hijo del fuerte Onesífanes, Glenis, ofrece

y, en acción de gracias por su caza, exhibe.

646 (VI 118)

Dos hombres y una mujer, de los que no sabemos qué les unía entre sí, ni tampoco, por lo que toca a los varones, quién era, por ejemplo, el cazador, ofrendan los instrumentos de sus oficios: la lira (en el original se llama a Fila la liroda aunque luego se empleen los nombres citados en el 115 de Leónidas y 551 de Alceo); el arco, quizá de los llamados escíticos (cf. el 360 de Simias y 480 de Riano); las redes de caza (cf. 598), de las que se dice que son curvas y se componen de lienzos entretejidos o atados de un modo u otro.

La forminge y el arco y las redes complejas a Febo

de parte de Polícrates y de Sosis y Fila.

Su arco de cuerno el flechero ofrendó; la tortuga, Fila,

y el cazador, sus trenzadas artes.

Que obtengan, pues, uno el dominio del rápido dardo;

la otra, excelencia lírica; mucha caza, el tercero.

647 (VI 223)

Puede ser de Antípatro el tesaloniceo. Se trata de una imitación del 427 de Teodóridas en la que son de notar, aparte del gran barroquismo de léxico y estilo, pormenores nuevos, como las medidas (ocho brazas, cf. el 574 de Samio, arrojarían para los restos del monstruo más de doce metros, lo cual denota gran hipérbole), las circunstancias distintas del hallazgo (las redes se mencionan por última vez en 598) y la mención de los dioses a quienes se ofrenda, Ino y Melicertes (cf. 623).

Este roto despojo, bañado en espuma y deshecho

por los arrecifes, de una escolopendra

de las aguas que mide ocho brazas, hallólo Hermonacte

cubierto por la arena de la ribera cuando

llena de peces su red desde el piélago halaba

dedicado a la pesca; y ofrenda a Ino con su hijo

Palemón el hallazgo, con ello un marino portento

a los dioses también marinos consagrando.

648 (VI 276)

Parece que Hipe, al irse a casar, cambia de peinado como era costumbre (cf. algo semejante en el 482 de Riano), se sujeta el pelo en un moño y se perfuma las sienes, que en adelante van a quedar al descubierto. Hablan las cintas o diademas que antes ceñían la melena (cf. 625) y que ahora son consagradas a Artemis, a la cual, como diosa a la vez de la virginidad y de los partos, se pide que esta muchacha, que es aún muy niña, tanto que todavía juega con tabas (cf. 629), pueda concebir en la misma noche de bodas.

Ya ató su abundante cabello rizoso la virgen

Hipe, de Licomedes hija, y con perfume

sus sienes frotó, pues llegó la ocasión de sus bodas.

Tu favor virginal, Ártemis, imploramos

nosotras las cintas: que nupcias y prole concurran

juntas en esta niña, que aun gusta de las tabas.

649 (VI 287)

Imitación del 124 de Leónidas muy mal entendido. Aquí en el centro de la cenefa, verticalmente (pero en ese caso tendría que ser bastante ancha), aparece el Meandro (cf. el 180 del mismo), probablemente representado con realismo, y junto a él un coro de muchachas, todo ello bordado por Bitia; y, a cada lado del río, en los extremos de la cenefa, dos paisajes, uno más lejos del espectador, al lado del antebrazo izquierdo (orilla izquierda) del río, trabajado por Antianira, y otro más cerca, junto a las corrientes derechas (orilla derecha), labor de Bition.

Para ti, la bendita doncella, entre todas señora,

Ártemis, esta franja común las tres bordamos.

Bitia puso estas niñas que danzan en corro y las aguas

sinuosas del Meandro de vagabundo curso;

la rubia Antianira el dibujo trazó que se extiende

junto a la orilla izquierda del río y, por su parte,

una palma y espítama Bition ornó de la franja

que corre a lo largo del margen derecho.

650 (VII 464)

Imitación muy ampliada del 274 de Heraclito, aunque aquí no se dice claramente que los niños eran gemelos. El Cocito es otro río del infierno, a través del cual navega la barca de Caronte (cf. el 536 de Alceo). La difunta es rodeada por las mujeres de Cnido, colonia dórica, que habían muerto jóvenes. Sobre la Cer, cf. el 430 de Teodóridas.

Cuando, dejando el esquife infernal, en la orilla

del Cocito tu pie pusiste, Aretemíade,

llevando en tus brazos a un niño recién fallecido,

apiadadas de ti las lozanas Dórides

por tu Cer inquirían; y tú, con mejillas surcadas

por el llanto, les dabas esta infausta noticia:

«Parí, amigas, dos hijos; a Eufrón, mi marido, uno de ellos

le dejó, y el otro lo traigo a los difuntos».

651 (VII 467)

Hay alusiones al parto, a la cremación del cadáver y a la efebía (cf. 629).

He aquí, Artemidoro, la voz de tu madre llorando

tu muerte a los doce años junto a tu sepultura:

«Vano fue mi dolor que ahora muere entre fuego y ceniza,

vanos los trabajos de tu infeliz padre;

se acabó el deleitable placer de tenerte; te fuiste

al país de los muertos, de donde nadie vuelve,

sin haber alcanzado, hijo mío, la edad del efebo;

mudo polvo tan sólo con tu estela nos resta».

652 (VII 498)

Acerca de un valiente capitán de navío que sin duda saltó de la embarcación para anclarla desde tierra (cf. 638). Había varias ciudades llamadas Nisa y aquí no podemos saber de cuál se trataba. El viaje, en todo caso, se realizaba por el mar Jónico, quizá desde Italia, hacia el Peloponeso, llamado aquí según su poblador mítico, Pélope, hijo de Tántalo (cf. el 441 de Teodóridas). Irónicamente, el nauta proporciona a todos un buen refugio mientras él mismo no obtiene otro puerto que un tercer río infernal, el Olvido, Lete o Leteo.

A la tierra de Pélope un barco pequeño llevaba

Damis el niseo desde el piélago jonio;

la nave y la grey tripulante que en él le seguía

erraban dominadas por el viento y las olas;

salvólas indemnes el viejo, mas aun a la playa

no llegaba el ancla cuando él cayó muerto

en la gélida nieve. Ved cómo, después de haber dado

dulce abrigo a los otros, su puerto fue el de Lete.

653 (VII 711)

En las bodas (cf. el 502 de Dioscórides) actuaban dos personas portando una antorcha encendida en cada mano; parece que esto era función de las madres del novio y novia, pero en este caso, quizá por ser ella huérfana, las antorchas serían llevadas posiblemente por su suegro y suegra. La cama estaría cubierta por ropajes de color amarillo, considerado (cf. el 6 de Faleco) como muy lujoso. Lo usual era también que las amigas de la novia llamaran a la puerta del tálamo (cf. el 35 de Ánite) fingiendo en broma querer entrar, pero ahora lo que han golpeado las muchachas son sus pechos (cf. el 487 de Dioscórides) en señal de luto. Esta Pitaña, a diferencia de la del 514 de Dioscórides, parece ser una ciudad de Misia (cf. el 382 de Teócrito); sobre el río de ultratumba, cf. 652.

Ya estaba abierto en el áureo tálamo el lecho

de color de azafrán para la pitanátide

Clináreta y Demo y Nicipo, sus suegros, pensaban

una antorcha luciente de pino en cada mano

extendida tener; mas raptó una dolencia a la virgen

llevándosela al río de Lete y con pena

sus amigas, en vez de llamar a las puertas nupciales,

de Hades en honor golpeaban sus pechos.

654 (VII 209)

Sobre la diosa, cf. el 597 de Mosco.

Junto a la era yo alcé para ti, laboriosa

y activa hormiga, un túmulo de tierra sedienta

por que goces, aun muerta y yaciente en tu rústica tumba,

del surco de Deo cargado de espigas.

655 (VII 713)

Este epigrama (cf. el 388-389 de Erina) probablemente fue concebido como prólogo de La rueca (cf., sobre la confusión del lema y otros pormenores, intr. a Erina y nótese el adjetivo efímero); es notable la modestia con que se expresa el poeta, más inspirado al final de esta obra que en la mayor parte de las de Antípatro (sobre el canto del cisne, cf. 614).

Fueron pocos los versos de Erina y no muchas sus odas,

mas del corto poema gustaron las Musas

y así su recuerdo perdura y no queda escondido

bajo el ala oscura de la negra noche

mientras a miles y miles de nuevos poetas

el olvido en montón, ¡oh, amigo!, nos consume.

Mejor es el cisne y su efímero canto que el grajo

llenando de graznidos las nubes del cielo.

656 (IX 151)

Elegía tras la toma de Corinto (cf. 631) por Lucio Mumio en 146, después de la última guerra contra la Liga Aquea y definitiva sumisión de la Hélade. Los versos son puestos en boca de las nereides, lógicamente veneradas (cf. el 544 de Alceo) en tan gran puerto comercial, que entonan el lastimero canto del alción (cf. 601) en señal de luto. Hay una alusión a las grandes señoras de la ciudad.

¿Dónde está tu belleza sin par, tu corona de torres,

Corinto la dóride, tus tesoros de antaño,

los palacios, los templos divinos, las damas sisifias,

la gente innumerable que en tiempos te poblaba?

Ni rastro de ti resta ya, desgraciada, ni rastro;

todo lo arrebató la guerra y devorólo.

Las nereides tan sólo, las hijas de Océano, inmunes

quedamos para ser alciones de tus males.

657 (IX 323)

Imitación del 109 de Leónidas (cf. el 515 de Dioscórides). Eniaiio, al que Homero califica bien (cf. el 494 del mismo), se indigna ante la ofrenda de armas limpias.

¿Quién ofrendó tan lucientes escudos, las lanzas

sin mancha y estos cascos intactos, ofreciendo

un honor deshonroso a este dios que profana y ensucia?

¿No habrá quien tales armas de mi morada expulse?

A viviendas de gentes cobardes y henchidas de vino

cuadran, no a las salas del templo de Enialio.

Sean míos los rotos trofeos, la sangre y el polvo

de los muertos, pues Ares asesino me llaman.

658 (IX 567)

Descripción de la actriz Antidémide o Antiodémide, que por lo visto estaba especializada en pantomimas y danzas más o menos lúbricas de las que bailaban los lisiodos; aquí precisamente se cita a un tal Lisis que componía música para estas actuaciones y que debió de darles nombre. Antiodémide actuaría en banquetes y prodigaría en ocasiones sus caricias a los comensales (nótese la Embriaguez personificada como en el 236 de Asclepíades); su cuerpo sería notable por la flexibilidad de sus movimientos ondulantes, con brazos aparentemente deshuesados y carnes tiernas, oscilantes como el queso fresco en el molde de mimbre en que se dejaba que escurriera el suero. Obsérvense la metáfora inicial (la bailarina es como un pajarito de la diosa pafia, cf. el 451 de Hédilo) y a continuación, con referencia a la vida refinada que desde la infancia llevó, la alusión simultánea a lujosos cobertores de lana y a un nido revestido de pelusa o plumas; la expresión con ojos derretidos, que es lo que realmente se lee en el verso 3; y otro pormenor ornitológico en el 4, cf. 656, aunque aquí el canto del alción no es lastimero. El poema es una despedida: la muchacha marcha a Italia, donde se supone que obtendrá un éxito. La lanza es designada por un tercer nombre (cf. el 109 de Leónidas).

Antiodémide, pollo de Cipris la pafia, que en suaves

plumajes de púrpura desde niña dormía,

la que más dulcemente que el sueño con lánguidos ojos

miraba, alción de Lisis, juguete deleitable

de Embriaguez con sus brazos flexibles, carente de hueso,

toda ella como el queso blando en la adobera,

a Italia marchó para hacer, con sus muelles encantos,

que se olvide Roma de guerras y lanzas.

659 (IX 603)

Descripción de una pintura o escultura (en este caso podría ser el grupo de las Tespíades, de Praxiteles, cf. 641, que Mumio, cf. 656, llevó a Roma y Luculo exhibió allí en el templo de la Felicitas) en que aparecen en actitud frenética y con hiperbólico despliegue de fuerzas cinco ménades, sacerdotisas de Dioniso, que con la invocación de Saotes o el Salvador recibía culto en Trecén (cf. el 476 de Riano), Argos y Epidauro, ciudades todas de la Argólide. El ciervo en cuestión debe de proceder de Arcadia, llamada también Licaonia; el tamboril y los crótalos (cf. el 520 de Dioscórides) eran típicos de cultos orgiásticos, pero más del de Cíbele (cf. el 554 de Alceo) que del dionisíaco, sobre cuyo grito cf. 611.

De Dioniso Saotes he aquí cinco siervas que inician

su misión de rápidas danzarinas; una

el cuerpo levanta de un fiero león; otra, un ciervo

licaonio de hermosos cuernos; la tercera

un pájaro de alas robustas; la cuarta sostiene

un tamboril, y un crótalo de bronce la quinta;

todas fuera de sí, poseída la mente extraviada

por el euhe del dios que las enloquece.

660 (VII 210)

Una especie de fábula con trasfondo mitológico: Hefesto (cf. el 411 de Páncrates) es padre de Erictonio, que, por una parte, es representado a veces como serpiente, pero, por otra, resulta abuelo por su hijo Pandión, de Proene y Filomela (cf. el 410 de Pánfilo). El adjetivo del v. 4 hace resaltar la gran longitud del monstruo y con respecto a él se cita un oráculo que, en Heródoto (VI 77), habla de una serpiente de tres volutas.

Mientras tú, golondrina, a los pollos nacidos apenas

calentabas debajo de tus alas, al nido

una sierpe de cuatro volutas lanzóse y las crías

te robó; pero cuando, sin oír tus lamentos,

volvía derecha a matarte, cayó en los vapores

quemantes de una hoguera que en el hogar ardía.

Así pereció fracasada, y así es como Hefesto

protegió vengador a Erictonio y su raza.

661 (VI 219)

Larguísimo epigrama en que se trata el tema (cf. el 554 de Alceo) del milagro del león. Aquí, a diferencia de lo que sucede en los otros poemas, no hay ninguna alusión a ofrendas en acción de gracias por parte del Galo, a quien se considera eunuco y que está al servicio (cf. 659) de la diosa terrible, Cíbele (también se la llama Rea, cf. el 128 de Leónidas), que le inspira el típico estro o prurito orgiástico. Nótense el vestido femenino (probablemente con una túnica bordada, larga hasta los pies y provista de mangas) y el complicado arreglo capital (melena de bucles y moño no del usado por los hombres en ciertos pueblos o momentos, sino del empleado por las mujeres, que se sujeta con redecilla, cf. 603).

Por el estro agitado una vez de la diosa terrible;

dando al viento, frenético, sus cabellos; llevando

femenil atavío, cogido su pelo en un moño

bien trenzado y sujeto por fina redecilla,

en una caverna de un monte metióse un eunuco,

pues la nieve de Zeus helaba sus miembros,

y tras él un valiente león destructor de boyadas

que, volviendo a la cueva de noche y al hombre

contemplando y sintiendo en sus vastas narices el vaho

de las humanas carnes, se plantó en sus robustas

patas; rodaban sus ojos y horrible rugido

lanzó de su boca monstruosa; y el antro,

su cubil, resonaba en su torno y sus ecos mandaba

a las peñas boscosas que a las nubes subían.

Atónito el otro quedó ante el estruendo terrible;

quebróse el corazón ansioso en su pecho,

mas pudo su boca emitir un sonoro alarido

mientras su cabellera se agitaba vibrante

y, asido del gran tamboril, con su mano tañerlo,

el redondo instrumento de Rea la Olimpíade

que su vida salvó; porque el león, al que el ruido asustaba

inocuo, pero extraño, de aquella piel de toro,

escapó a toda prisa. Y al hombre enseñó la inventiva

necesidad el modo de escapar al Hades.

662 (XII 97)

Sátira dirigida contra un joven llamado Eupálamo, cuyo tronco es bello (cf. unas manos de rosa en el 478 de Riano), pero que tiene algún defecto en las piernas; o, como dice el epigrama, con alusiones a la epopeya homérica, es hermoso desde la cabeza hasta la cintura o, más exactamente, hasta las partes pudendas (el nombre de Meríones, héroe de la Ilíada, contiene un juego de palabras, cf. el 575 de Crates, con la palabra que significa muslo; en XII 147, de Estratón, se dice algo parecido respecto a un hombre, y en V 36, de Rufino, sobre varias mujeres); pero de cintura para abajo Eupálamo recuerda más bien a Podalirio, otro héroe y médico de Homero (Luciano, Alex. 11 y 59, habla de un tal Alejandro de Abonuticos que tenía sangre de Podalirio y que, como hijo de Podalirio, murió con el pie gangrenado; tal vez el onomástico se entendiera como el de los pies pálidos o tumefactos), y nada a la Aurora, llamada en Homero de dedos de rosa y de brazos de rosa; si su parte baja respondiera a la alta, se le podría comparar con Aquileo (cf. el 179 de Leónidas y 605), no sólo veloz de pies, sino también hermoso.

A Eros Eupálamo imita en su tinte rosado,

mas sólo hasta Meríones, el rey de los Cretes;

Podalirio se toma después y ya a Eos en nada

se parece; envidiosa fue la Naturaleza.

Si en él con la parte de arriba la baja cuadrase,

a Aquileo el Eácida superior sería.

663 (VII 409)

El lematista habla de Antípatro el tesaloniceo, pero lo más probable es que el epigrama sea del sidonio. Es un elogio de Antímaco, poco apreciado, como vimos, por Calimaco (341) y celebrado, en cambio, por Asclepíades (224), Posidipo (252) y Crates (575). Se ha pensado que en el adjetivo del verso 3 puede haber polémica contra el primero, así como en el 5 cabría una alusión a los textos calimaqueos mencionados en 276. Antímaco es considerado como inferior a Homero (sobre el cetro, cf. 629), pero superior a todos los demás poetas, del mismo modo que Enosictón, el que conmueve la tierra, Posidón, está por debajo de Zeus, pero por encima de los otros dioses (sobre las Piérides, cf. 615).

El verso potente celebra de Antímaco el fuerte,

digno del orgullo de los héroes de antaño,

de las Piérides hecho en el yunque, si tienes un fino

oído, si en los graves acentos te complaces,

si buscas la senda vedada a los pasos del vulgo.

Para Homero es el cetro de los himnos sin duda

y Zeus aventaja en verdad a Enosictón que, aun carente

de su talla, a los otros inmortales supera.

Así a Homero rendir pleitesía debió el Colofonio,

pero a muchos autores de poemas precede.

664 (VII 413)

Elogio (atribuido en el lema al tesaloniceo, pero que parece atribuible al sidonio) de Hiparquia, esposa del filósofo cínico Crates (cf. el 143 de Leónidas e intr. al así llamado), que era tracia, de Maronea, y, enamorada de su marido, adoptó, con miras a la búsqueda de la sabiduría, la forma de vida austera y mendicante de los cínicos, llamados aquí, como tantas veces, perros porque admiraban el modo de vivir de este animal. Son rechazadas, pues, las labores de las mujeres de vestiduras flotantes; la especie de peplo (cf. 616) propio de burguesas y sujeto con broche, alfiler o fíbula (cf. el 444 de Teodoro); los calzados lujosos, hechos con materiales sólidos y provistos de suela espesa (y más concretamente, cf. el 588 de Fanias, la sandalia de origen oriental); las redecillas (cf. 603), etc. En cambio, Hiparquia prefiere los utensilios típicos del cínico (cf. el 138-139 de Leónidas): la alforja (cf. el 597 de Mosco), el bastón y la manta doble, que de día (cf. el 193 de Asclepíades) servía de abrigo, metida por la cabeza, y de noche formaba algo así como un saco de dormir. Tales hábitos recuerdan a los de Atalanta, heroína cazadora del Ménalo (cf. el 84 de Nicias), pero con la diferencia de que, llevando una y otra vidas duras, resulta más noble la de Hiparquia.

Yo, Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina

la vida viril que los cínicos llevan;

no me agrada la túnica atada con fíbulas; odio

las sandalias de suela gruesa y las redecillas

brillantes; me gustan la alforja y bastón del viajero

y la manta que en tierra por la noche me cubre.

No me aventaja en verdad la menalia Atalanta,

que el saber a la vida montaraz sobrepuja.

665 (VII 493)

Parecido al 656, con ecos del 50 de Anite. Aunque en el lema se da como de Antípatro el tesaloniceo, probablemente es del sidonio.

No abatió ningún mal a Boísca ni a Ródope, su hija,

ni tampoco caímos bajo lanzas hostiles,

mas el Hades de grado, cuando Ares el fiero incendiaba

Corinto, nuestra patria, con valor escogimos.

Matóme mi madre con hierro asesino y tampoco

respetar la infeliz quiso su propia vida;

atada una cuerda a su cuello, colgóse; la muerte

libre era más digna que la servidumbre.

666 (VI 109)

El lema habla de Antípatro sin precisar, pero cf. intr. general. Es la usual dedicación, por parte de un cazador que se retira, de pertrechos usados y no siempre identificables (cf. el 583 de Agis, 598 y 646). Los nombres de él y de su padre se encuentran en Arcadia, de la que Orcómeno (cf. el 573 de Samio) era antigua ciudad; el primero era del padre de Filopemén (cf. el 672 de Amintas y 744).

Este velo andrajoso y sobado y el cepo que forman

tres cuerdas y las trampas montadas sobre nervios

y los lazos ya dados de sí con las jaulas deshechas;

dos picudas estacas que el fuego ha aguzado;

de la encina el licor pegajoso; la caña que, untada

con liga, en cazar se afana a las aves;

el cordón de tres hilos que cierra la bolsa escondida

y la red que a las gárrulas grullas aprisiona

de Orcómeno un Arcade, Pan de los montes, te ofrenda,

Craugis el cazador, hijo de Neolaidas.

667 (XVI 131)

Una vez más (cf. el 441 de Teodóridas) el tema de Níobe, puesta en relación (cf. 652) con su padre Tántalo; también éste, víctima de su locuacidad, fue condenado a temer perpetuamente la caída de una piedra, mientras que su hija quedó convertida en piedra también.

La Tantálide es esta que en un solo vientre siete hijos

tuvo y siete hijas, víctimas de Febo y de Artemis;

que a las vírgenes muerte la virgen envió y los varones

a manos de él murieron, catorce entre unos y otros.

Y ella, que tuvo una grey tan profusa y lucida

no alcanzó en la vejez de ninguno el sustento

ni, como es natural, a la madre llevaron los hijos

a enterrar, mas pudo llorarlos a todos.

Ruina fue de tu hija la lengua que a ti te perdiera;

ella en piedra trocóse, tú a la piedra temes.

668 (XVI 133)

El mismo tema, pero con descripción de una obra de arte, posiblemente escultórica, en que aparecía Níobe lamentándose frente a los cadáveres de sus hijos varones (sobre Leto, cf. 639) y al ver cómo van muriendo las hembras. Un grupo escultórico de los Nióbidas existía (Plin. N. H. XXXVI 28) en el templo de Apolo Sosiano de Roma, y bien conocidas son las esculturas hoy conservadas de idéntico tipo.

¿Por qué elevas, mujer, al Olimpo tu impúdica mano

mientras se desmelena tu cabellera impía?

Contempla las iras de Leto violentas, ¡oh, madre

de muchos!, deplora tu necia jactancia.

De tus hijas la una aquí cerca agoniza, la otra

sin aliento yace, presa de amargo sino.

Y aun con ello no acaba tu pena: también el enjambre

de tus hijos varones cae difunto por tierra.

¡Oh, tú, la que lloras el día en que al mundo viniste!

Piedra inerte serás que las penas consuman.