CALIMACO

El léxico Suda nos dice que fue cireneo (cf. el 57 de Teeteto), hijo de Bato y Mesatma, discípulo del gramático Hermócrates de Yasos, ciudad de Caria, y gramático él mismo; que su esposa era hija de Eufrates el siracosio (cf. el 73 de Nóside); y que tenía un sobrino también escritor y llamado igualmente Calimaco, hijo de una hermana suya que, si adoptamos una conjetura, se llamaría también Mesatma; y poca cosa más. A esto se añaden los datos genealógicos de 303, el hecho de que en 304 el poeta se llama a sí mismo Batíada (Bato, por otra parte, era el nombre del fundador mítico de su ciudad) y el interés por Cirene que demuestran 305-306; en cuanto a su entronque con Siracusa, indudablemente debió de dar origen a relaciones más o menos íntimas con Teócrito, que estuvo (cf. su intr.) en la corte de los Ptolemeos y cuyos poemas (cf., p. ej., 277) tantos puntos de contacto tenían con la obra entera de Calimaco.

Algo importante añade el citado léxico en relación con nuestro autor, y es que se trasladó a Egipto y durante algún tiempo enseñó primeras letras en Eleusis, suburbio de Alejandría. Esto explicaría la alusión pedagógica en 300; y la miseria que tal vez pasó el futuro poeta en su modesto oficio sería causa de ciertos acres rasgos de su mentalidad y de las quejas respecto a la pobreza que se traslucen en 277 y 302. Más adelante, según nos informa la misma fuente, Calimaco estableció contacto con Ptolemeo Filadelfo, que le colocó, sin duda en edad relativamente joven, como paje de su corte de Alejandría y luego, dadas su cultura y vocación filológica, como empleado y catalogador de la gran biblioteca, de la que no llegó a ser director, pero en torno a la cual publicó más de 800 libros eruditos, una pequeñísima parte de los cuales se conserva en fragmentos transmitidos directa o indirectamente. Grandes elogios de Filadelfo hallamos en sus himnos I y IV.

La relación con Egipto de Calimaco se ve clara en epigramas como 288-292 y 307. Agrega el Suda que floreció en tiempos del citado rey, el cual reinó solo desde 283 (cf. intr. a Filitas y Nóside); y que vivió hasta después de la accesión al trono de Ptolemeo Evérgetes (cf. el 231 de Asclepíades). Su poema La cabellera de Berenice (fr. 110 Pf.) se relaciona (cf. el 255 de Posidipo) con acontecimientos del 246-245; y el titulado Las nupcias de Arsínoe (fr. 392 Pf.) debe de haber sido escrito poco después de la boda de ésta con su hermano Filadelfo, en 276-275. Todo esto nos lleva a suponer que su vida se extendió entre el 300 y el 240 aproximadamente (cf. otra nota cronológica en 277).

Parece (fr. 178, 27-30 Pf.) que Calimaco no estuvo nunca en Europa y, si bien hay étnicos no africanos en muchos de sus epitafios, esto se deberá indudablemente al carácter cosmopolita de la población de Alejandría.

Sus obras literarias fueron muchas, de las que se ha transmitido totalmente una colección de seis himnos a los dioses y parcialmente, sobre todo gracias a los papiros, más o menos largos fragmentos de Las causas (de ciertos ritos o costumbres); del epilio (breve poema épico) Hécale, relacionado con la vida de Teseo (cf. el 217 de Asclepíades); y de otras obras, entre ellas estos epigramas, que ya en la Antigüedad gozaron de gran predicamento, pues un tal Mariano los parafraseó y Arquibio y Hédilo, distinto éste del epigramatista, los comentaron.

Meleagro (776, 21-22) emplea una ajustada expresión crítica, al atribuir a Calimaco el mirto, para referirse al acerbo y lapidario laconismo de estos poemas, perfectos en la forma, pero más bien difíciles de entender y carentes de sentimiento. En dos de ellos (332-333) podemos hallar el reflejo de duras experiencias personales; otros (321, 323) nos muestran su simpatía hacia personas modestas o de baja extracción. Su negativismo religioso (305, 327) es evidente; su orgullosa exquisitez literaria, que en toda su obra le hace huir de los tópicos para exhibir lo rebuscado y oscuro, está bien expresada en 276; su erudición (cf. el 345 de Apolonio) queda clara a partir de piezas como el dudoso 328 y 329-331. No rehúye, sin embargo, la temática banal (hay toques de Asclepíades en 280, 287 y 323 y disgusta ver al agudo poeta siguiendo sumisamente las huellas de Leónidas, si de éste procede el 184, con sus 325-326, incoloros en la ya de por sí sosa serie de Timón), pero salpimentándola con toques humorísticos, como en 301 (la ofrenda es de baja calidad) o 309, 316 y 336 (el muerto era bajo o bebía demasiado). En general los sentimientos se encubren, salvo en el bello himno a la amistad de 308 y en el toque afectivo que ofrece el 264, que, como dijimos, puede ser suyo.

Igualmente por lo que toca al amor. Es dudoso que 337 sea de Calimaco, con lo que sus poemas quedan reducidos al tema pederástico, como era de esperar en quien se aparta de los caminos trillados y fáciles (275), es decir, heterosexuales, para buscar el brillo tenebroso de situaciones afectivas prestigiadas por la Literatura antigua. En general sentimos la sensación de que Calimaco no es sincero ni cuando se describe como atormentado entre las dos mitades de su alma (278) ni cuando se presenta como fiel enamorado (282) ni aun cuando exulta ante una rápida conquista (284). La frialdad (276-277, 281, 283) y la ironía (285-287) son, en cambio, atributos esenciales de este escritor magnífico en lo formal, poco atractivo en lo espiritual, un acabado espécimen, por tanto, de lo alejandrino.

275 (XII 102)

Comentarios a su amigo sobre la propia versatilidad en amor con la primera aparición de metáfora venatoria en este aspecto (sobre la caza de liebres, cf. el 134 de Leónidas).

Caza un hombre en el monte, Epicides, buscando las liebres

todas y los rastros de todas las gacelas

y afrontando la escarcha y la nieve; mas, si alguien le dice

«Mira, ya está tocada la pieza», no la cobra.

Tal se deleita mi amor en seguir lo que escapa

pasando de largo por lo que yace herido.

276 (XII 43)

Comienza exponiendo el poeta sus conocidas ideas (cf. fr. 1, 25 Pf., en que Apolo le aconseja que evite las sendas frecuentadas, esto es, los temas manidos, con lo dicho en intr. a Asclepíades y Posidipo y el final del himno II) sobre su preferencia hacia los cantos breves y delicados frente a los poemas largos del tipo de los del ciclo épico, obras de mediocres imitadores de Homero como Antímaco (cf. el 252 de Posidipo) y Apolonio de Rodas (cf. su intr.): en este sentido aparecen las metáforas del camino trillado y la fuente pública. Como resultado de ello, tampoco Calimaco gusta en amor de las gentes promiscuas, como al parecer su amigo. El final resulta realmente intraducible: el poeta elogia a Lisanias y el eco le contesta diciendo, con algo que en griego suena muy parecido, que otro posee ya a su amado.

Los cantos del ciclo aborrezco y tampoco me gusta

la senda que a muchos acá y allá conduce.

Odio también al amante promiscuo y no bebo

en la fuente; lo público me repugna todo.

Hermoso, Lisanias, hermoso eres tú, mas, apenas

lo digo, «Otro lo tiene» me contesta el eco.

277 (XII 150)

El ciclope Polifemo, en el idilio XI de Teócrito y ya antes en un ditirambo de Filóxeno (frs. 2-11 P.), se consolaba con música de su fracaso amoroso ante la nereide Galatea. Calimaco, que siempre vivió con limitaciones económicas, tiene otra cosa, la pobreza, que le distraiga de sus preocupaciones amorosas, según dice aquí a su amigo Filipo, tal vez un médico de Alejandría mencionado en un papiro del año 240, lo que explicaría el reiterado uso aquí de la metáfora clínica.

¡Qué bueno, el remedio de amores que halló Polifemo!

No, no, por la Tierra, no era necio el ciclope.

Cicatrizan las Musas, Filipo, la llaga amorosa;

la poesía es droga que todo lo cura.

Esta ventaja también, creo yo, tiene el hambre,

que erradica el mal de la pederastía.

Y así me es posible, sanado, decir al maligno

Eros: «Puedes, niño, cortarte las alitas.

Me importan un bledo tus tretas, pues tengo en mi casa

dos medicinas contra tus heridas crueles».

278 (XII 73)

Lucha interior del poeta. Una mitad de su alma, a pesar de que Calimaco, escarmentado, se puso en guardia a sí mismo y a sus amigos, ha vuelto a las andadas pederásticas. Al final, el autor increpa al alma entera, de la que sospecha que ha ido en busca de un determinado muchacho.

Una mitad de mi alma aun respira; llevóse

Eros la otra o Hades, el caso es que me falta.

¿Será que a los mozos ha vuelto? Pues bien lo advertía

yo siempre: «¡No acojáis, chicos, al fugitivo!»

Buscaré a Teotimo, que allí está sin duda la triste

amante, la que ser lapidada merece.

279 (XII 51)

Comienza dirigiéndose al esclavo copero para pedirle que, al trasegar el vino en cazos del ánfora a las copas, no lo mezcle, cosa explicable (cf. el 208 de Asclepíades) por la belleza excepcional de Diocles: el agua (simbolizada por el gran río Aqueloo, cf. el 89 de Leónidas) debe estar ausente. El poeta se alegra de que los demás no aprecien la hermosura del mozo, pues así tendrá menos rivales.

Escancia y de nuevo proclama «Por Diocles y ausente

queda Aqueloo de estos cazos que le dedico».

Hermoso es el mozo, tal vez demasiado; y, si alguno

lo negare, mejor es saberlo yo solo.

280 (XII 230)

No parece que se trate del Teócrito el poeta. Por otra parte, una imitación del final de este epigrama aparece en Ps.-Teócr. Id. VIII 59-60, y a su vez tenemos aquí un eco del 206 de Asclepíades. Primera alusión a Ganimedes, hijo de Tros y descendiente de Dárdano, reyes de Troya, que fue raptado por el águila de Zeus (o por el propio dios transformado en águila) para que fuera su copero.

Si me odia Teócrito, hermoso y moreno, mil veces

odíale y, si me quiere, quiérele otras tantas.

Sí, Zeus celestial, por aquel Ganimedes tan bello;

también tú fuiste amante; sobran más razones.

281 (XII 148)

A un muchacho demasiado interesado.

Sé que no hay en mis manos dinero, Menipo; no vengas,

por las Gracias, con eso que muy bien conozco.

Me duele oír siempre en tu boca esas quejas amargas;

sí, querido, es lo menos grato de tu persona.

282 (XII 118)

En una inscripción del s. I d. J. C., hallada en una casa romana del Esquilmo, aparecía el epigrama con otro texto al final del verso 4. Variante del tema (cf. el 247 de Posidipo) de la puerta cerrada: Arquino se ha molestado porque el poeta, probablemente sin amigos, acudió a cortejarle. Calimaco aduce atenuantes: estaba ebrio (cf. el 279 y el 252 de Posidipo) y enamorado, no escandalizó, no dio voces identificándose a modo de contraseña.

Si vine de grado a tu puerta, censúrame, Arquino;

si involuntariamente, mi desliz excusa.

Vino puro y amor me forzaron; aquél me arrastraba

y éste la templanza conservar me impedía.

Y no vine gritando tu nombre, mas no hice otra cosa

que besar tu jamba; si es delito, soy reo.

283 (XII 139)

El poeta se dirige a un tal Menéxeno que le está alabando a alguien; pero Calimaco, que no se siente seguro, teme complicaciones amorosas. El tema de la ceniza, en el 209 de Asclepíades.

Existe, por Pan, sí que lo hay en algún sitio oculto,

hay fuego, por Dioniso, bajo la ceniza.

No me enredes, que no estoy tranquilo; frecuente es que un manso

río esté en silencio royendo las paredes.

Por eso ahora temo, Menéxeno, que éste en mi alma

se insinúe alevoso para enamorarme.

284 (XII 149)

Al parecer hallamos al principio la voz infantil con que el perseguidor avisaba al perseguido para que comenzara a correr. Son mencionados dos meses consecutivos del calendario macedonio (la ficción de un olvido se adapta bien al tono fanfarrón del poema), de modo que entre una y otra fecha quedan justamente veinte días. En el verso 3 tenemos un proverbio aplicado a los que se entregan indefensos a un enemigo. Hermes es el dios de los hallazgos felices.

«Voy a pillarte, Menécrates, corre» le dije

el veinte de Panemo y… ¿Qué día? El diez de Loo

vino el buey a su yugo de grado. ¡Muy bien, Hermes mío!

¡Muy bien! Los veinte días no te los echo en cara.

285 (V 6)

Tópico del poco valor del juramento amoroso, que se inicia ya nada menos que en Hesíodo (fr. 187 M.-W.). Luego, una alusión a la conocida anécdota según la cual los de Mégara (cf. el 189 de Arato) preguntaron al oráculo de Delfos qué pueblo era el mejor, a lo que respondió citando a varias ciudades y terminando: Vosotros, ¡oh, Megareos!, no sois ni tos terceros ni los cuartos ni los duodécimos ni (entráis) en cuenta ni en consideración.

Que jamás una amiga mejor ni tampoco un amigo

podría tener Jónide, le juró Calignoto.

Lo juró, mas se dice, y es cierto, que en cosas de amores

a oídos de los dioses no llega lo jurado.

Y así arde ahora él en hoguera de amor masculino

y a ella hace menos caso que a los Megareos.

286 (XII 71)

Ante un amigo muy desmejorado. El poeta, que hace tiempo que no le ve, recuerda ahora que, en la última ocasión en que se encontraron, Cleonico miraba constantemente a Euxíteo. Sin duda el muchacho padece, como Calimaco, a manos de un demón o genio maligno que induce al amor.

Infeliz Cleonico el tesálico, no te conozco,

no, por el sol brillante. ¡Pobre! ¿Dónde estuviste?

Sólo huesos y pelo te quedan. ¿También te avasalla

un demón como a mí y un penoso destino?

Me doy cuenta: eres presa de Euxíteo. Nada veías,

infeliz, sino a él desde que llegaste.

287 (XII 134)

El comportamiento de un hombre en un festín hace sospechar que está enamorado. Calimaco, experimentado en estas cosas, penetra en su cuita. La tercera libación era la dedicada a Zeus Salvador (cf. el 254 de Posidipo), y no se ve por qué fue ella precisamente el motivo del suspiro; en cuanto a la caída de la guirnalda o de las flores o pétalos de ella, en este caso rosas, cf. el 210 y 218 de Asclepíades.

Ignora ese hombre que lleva una herida. ¿No viste

con cuánto dolor, al hacer la tercera

libación, suspiraba su pecho? ¿Ni cómo las rosas

de su guirnalda todas quedaron por el suelo?

Grande es su penar, y no es cosa que yo me imagine;

soy un ladrón que sigue de otro ladrón las huellas.

288 (Aten. 318 b)

Una mujer de Esmima, ciudad eólica de la costa de Asia Menor, llamada Selenea, hija de Critias, ha ofrendado en el Cefirión (cf. 255-256 de Posidipo) una concha encontrada en Yúlide, principal ciudad de la isla de Ceos, cercana al Atica. Se trata, pues, de una ofrenda modesta, que es extraño que haya dado lugar a tan largo y cuidado epigrama; pero, por otra parte, dotada de cierto valor sentimental, pues Arsínoe, a la que Selenea promete otros dones futuros, había estado casada (cf. el 76 de Duris) con Lisímaco, quien, en unión de Antígono I Monoftalmo (nacido hacia el 382 y rey de Macedonia desde el 306 hasta su muerte el 301), había sido uno de los restauradores de Esmima. La concha pertenece al molusco llamado náutilo o argonauta, un cefalópodo cuya hembra posee ocho tentáculos, dos de ellos más anchos que la unen a la concha; pero los nombres dados al animal en la Antigüedad responden a una serie de leyendas sobre sus peculiaridades (cf. Aristóteles, Hist. an. 622 b 5), como la de que el náutilo sabía a su antojo bogar a favor del viento, sirviéndose de unas membranas como de velas y de los citados tentáculos como de drizas, o bien remar con los restantes tentáculos, de modo que su aspecto general se asemejaba al de una barca. A esto añade Calimaco otra leyenda, la de que el ave más o menos legendaria llamada alción (cuyo nombre se relacionaba con palabras que en griego significan mar y parir, lo que hacía pensar en una supuesta costumbre de anidar en el mar por parte de este animal) solía poner sus huevos en la concha del molusco en cuestión. La Bonanza es llamada diosa ubérrima porque proporciona tráfico marítimo y, en definitiva, abundancia; según Pausanias (II 1, 9), recibía culto en Corinto.

Yo fui, Cefiritis, en tiempos tan sólo una concha,

pero hoy junto a ti, Cipris, soy don de Selenea

primicial, argonauta que el mar recorrí, dando al viento

mi vela con mis drizas naturales y, siempre

que reinaba Bonanza, la ubérrima diosa, remando

con mis potentes patas, lo que explica mi nombre,

hasta dar en la arena de Yúlide y ser así joya

extraordinaria, Arsínoe, de tu santuario

sin que ya como antaño, pues no tengo vida, en mi vientre

ponga el marino alción sus huevos. Prodiga

a la hija de Clinias tus gracias, pues es virtuosa

y procede además de Esmirna la eólide.

289 (V 146)

Probablemente en las cercanías de alguna estatua de las tres Gracias se erigió una esfinge en bronce de Berenice, no se sabe cuál (cf. el 231 de Asclepíades y 255 de Posidipo), aunque parece que podría tratarse de la mujer de Ptolemeo Evérgetes, hija de otro Magas distinto del citado en 231, muy aficionada, por lo que se ve, a los perfumes (cf. Aten. 689 a), con los que tal vez esta estatua estuviera ungida (Calimaco habría copiado, en el verso 3, las palabras que Teócr. Id. XVII 57 aplica a otra Berenice, la esposa de Ptolemeo Soter). En el 4 quiere decir que, de ahora en adelante, las Gracias no estarán completas cuando sean tres.

Son cuatro las Gracias, pues otra a las tres conocidas

se ha unido, Berenice, la ilustre y dichosa

por doquier, cuya efigie empapada en perfumes reluce

y sin la cual las propias Gracias ya no son tales.

290 (VI 148)

Una madre, posiblemente ante una enfermedad de su hija Apélide, habría prometido a un dios (cf. el 260 de Posidipo) de Canopo (donde había un famoso templo de Sárapis en que se practicaba la incubado o terapia por medio de sueños) una ofrenda (cf. el 208 de Asclepíades) en caso de curación, que se ha producido. Ahora, quien vea tantas luces podrá creer que el propio lucero de la mañana o de la tarde ha caído del cielo.

La de Critias, Calistion, al dios canopita me dona

a mí, rico candil de veinte mecheros,

por Apélide, su hija, ofrecido en exvoto; y, si miras

a mi esplendor, dirás: «Lucero, ¿te has caído?»

291 (XIII 7)

Ofrenda al dios Sárapis (cf. 290) de un arco (cf. el 176 de Leónidas) y aljaba que hace el arquero Menitas, de la ciudad cretense de Licto. Añade que los dardos los tienen los Hesperitas, aludiendo a su actuación en una batalla dada contra los de la ciudad de Hespéride, la más occidental de Cirenaica, hoy Benghazi. Como se nos dice que el lugar luego se llamó Berenice, hay que suponer que la batalla en cuestión se dio con motivo de la conquista de aquella ciudad por Ptolemeo Evérgetes, que puede fecharse poco antes del 246, en que dicho rey (cf. el 231 de Asclepíades 289) subió al trono.

Este arco consagró

Menitas el de Licto

y dijo: «Te doy, toma

mi cuerno con la aljaba,

¡oh, Sárapis! Los dardos

los Hesperitas tiénenlos».

292 (VI 150)

Irene, probablemente en Egipto, ha prometido, tal vez si se curaba su hija Esquílide, dedicar en acción de gracias una estatua de la muchacha a un templo de Isis, diosa egipcia representada a veces como vaca, lo que hace que se la asocie a la heroína griega metamorfoseada de igual modo, lo, hija de Ínaco, personificación del río de Argos.

Por un voto de Irene, su madre, en el templo de Isis

Inaquia está Esquílide, que es hija de Tales.

293 (XIII 25)

Ofrenda de diezmos por parte de Timodemo, natural de Náucratis (cf. el 260 de Posidipo), a Deméter, que recibía culto con su hija Perséfone, reina de ultratumba (cf. el 103 de Leónidas), en el templo de las Pilas o Termópilas (cf. el 17 de Perses), en que se reunía el consejo de la anfictionía, similar a la citada en el 271 de Posidipo, y del que se decía que había sido erigido por Acrisio (cf. el 203 de Asclepíades), descendiente de los Pelasgos, pobladores míticos de algunas regiones de la Hélade.

A Deméter Pilea,

a quien consagró el templo

Acrisio, el de raza pelasga, y también a su hija la de abajo

Timodemo el de Náucratis

estos dones ofrenda

con diezmos del lucro de casa, pues tal fue la promesa que hiciera.

294 (XIII 24)

Una hetera, Simon, cuyo nombre significa algo así como la chata, dedica a Afrodita (cf. el 67 de Nóside) un retrato de ella (cf. el 123 de Leónidas), o tal vez una imagen de la propia diosa; un sostén (cf. el 86 de Leónidas) y otros objetos quizá relacionados con cultos báquicos (cf. el 77 de Nicias). El final está corrupto: para suplir el verso que parece faltar hay que aceptar conjeturas muy aventuradas y aun así no resulta explicable la expresión final de lástima hacia sí misma que emplea la oferente.

Simon la frecuentada

a Afrodita consagra su retrato,

la cinta que sus pechos

acarició y la antorcha con los tirsos

que en los montes solía,

¡pobre de ella!, agitar entre alaridos.

295 (VI 347)

Filerátide erígete, Ártemis, esta tu imagen

aquí; acéptala, pues, y protégela siempre.

296 (VI 351)

Imposible reproducir bien la formidable concisión de este epigrama que tiene en griego sólo 66 letras y en castellano 75. Dialogan una maza, arma típica de Heracles (cf. el 168 de Leónidas), y el propio héroe. Hay alusión a la muerte del león de Némea, que asolaba los campos de dicha ciudad (cf. el 7 de Faleco) y al que, en uno de los trabajos, hubo que estrangular porque su piel era invulnerable, y al jabalí del Erimanto, río de Arcadia, que Heracles llevó vivo a Euristeo, pero al que luego se dio muerte.

—Esta rama de roble, señor que las fieras mataste,

ofrendo… —¿Quién? —Arquino. —¿Cuál? —El crete. —Acepto.

297 (VI 146)

Licénide ha tenido felizmente una niña y dedica una ofrenda a Ilitía (cf. el 122 de Leónidas), sin que sepamos de qué objeto se trata, pero no está del todo satisfecha y promete algo mejor si viene el ansiado varón.

Ven, Ilitía, otra vez con buen parto y hermosa

prole cuando vuelva Licénide a llamarte.

Por la niña esto, diosa, te ofrendo; si un niño naciere,

recibirá otra cosa tu perfumado templo.

298 (VI 147)

Broma, no del mejor gusto, en que se hace uso abundante del lenguaje jurídico. Acesón, quizás un cireneo (su nombre se da en inscripciones de la patria de Calimaco), prometió una ofrenda a Asclepio, probablemente con miras a la curación de su esposa. Lo usual en estos casos era una tablilla (cf. el 137 de Leónidas) con descripción del tratamiento o alguna escena de la enfermedad.

Que queda ya, Asclepio, saldada la deuda que un voto

de Acesón por su esposa Demódice contrajo,

lo sabes; si luego te olvidas y el pago reclamas,

dice el cuadro que él dará testimonio.

299 (VI 149)

Evéneto, hijo de Fedro y nieto de Filóxeno (no sabemos por qué se remonta al abuelo la genealogía), ha obtenido una victoria en las peleas de gallos y, en acción de gracias, ofrenda a los Dioscuros, Castor y Polideuces, hijos de Tindáreo y grandes atletas, una efigie en bronce del animal vencedor (cf. otra semejante en el 166 de Leónidas), que aquí dice humorísticamente no saber nada.

Dice Evéneto —yo nada entiendo— que fue por mi triunfo

por lo que en efigie como gallo de bronce

me ofrendó a los Tindáridas. Yo me lo creo, que es hijo

de Fedro y Filoxénida quien así lo afirma.

300 (VI 310)

Un muchacho imploró a las Musas para que le ayudaran en sus estudios y, recibido el auxilio, ofrendó en el local de la escuela una máscara trágica con atributos que la identifican como de Dioniso (cf. el 219 de Asclepíades). Ahora los estudiantes recitan cosas tan conocidas como el verso 494 de Las Bacantes, cuya primera parte se cita aquí; como precisamente este verso es puesto en boca de Dioniso por Eurípides (el dios contesta a Penteo, rey de Tebas, que quiere cortarle el pelo), la máscara, que, como todas ellas, tiene la boca abierta, dice estar aburrida (en Samos, cf. el 199 de Asclepíades, se daba curioso culto a un Dioniso cuya imagen abría mucho la boca). En el verso 2 hay una alusión al conocido pasaje homérico de Il. VI 236, con la proverbial necedad del licio Glauco, hijo de Hipóloco, que cambió a Diomedes sus armas áureas, de un valor de cien bueyes, por otras broncíneas equivalentes a nueve.

Simo, el hijo de Mico, a las Musas pidió con mi ofrenda

un buen estudio y ellas, como a Glauco, le dieron

grandes dones a cambio de poco. Y aquí estoy ahora,

yo, Dioniso el trágico, con boca más abierta

que el samio escuchando a los párvulos cómo recitan

«Sagrados son mis rizos», que me sé de memoria.

301 (VI 311)

El actor Agoranacte, de Rodas, conmemorando sin duda una victoria en los concursos cómicos, ha consagrado, probablemente a Dioniso, una máscara (cf. 300) que debería ofrecer los rasgos del personaje que él representaba, Pánfilo, protagonista joven de comedias como las terencianas Andria y Hecyra y otras griegas; pero, como la máscara es de baja calidad, en lugar de mostrar la palidez patética del joven enamorado aparece renegrida y arrugada, como un higo a medio secar o un feo candil de los que encendía el pueblo (cf. 290) en las fiestas nocturnas de Isis, cuyo culto (cf. 292) se había extendido por la Hélade. Nótese el juego de palabras con la frase alusiva a los casos en que uno influía con sus palabras como el personaje que, con su deposición decisiva, precipita el desenlace de la obra; aquí la ofrenda es real testimonio de un triunfo obtenido con una comedia.

Di, extranjero, que aquí estoy expuesto, realmente un testigo

cómico del triunfo del rodio Agoranacte;

soy Pánfilo, no consumido de amor, mas trasunto

de un candil de los de Isis o un higo medio paso.

302 (VI 301)

Otros juegos de palabras ingeniosos y difíciles de traducir. Eudemo se salvó de una época de apuros económicos, metafóricamente comparada con una tempestad, viviendo solamente de pan y sal (cf., sobre esta austera dieta, el 121 de Leónidas) o, dentro de la misma metáfora, embarcado en el tarro de sal de la cocina, barco salvador que, como un nauta en casos semejantes, consagra ahora a los dioses Cabiros, llamados en el original Samotraces por proceder su culto de la isla de Samotracia, en alguno de los santuarios egipcios.

Eudemo el salero, en el cual y sin otro sustento

escapara al terrible temporal de sus deudas,

consagró a los Cabiros y dijo: «Según hice el voto,

salvado por la sal, dioses, esto os ofrendo».

303 (VII 525)

El abuelo de Calimaco, del que el poeta heredó el nombre, se distinguiría como militar en la segunda mitad del s. IV y tal vez, al frente de los Cireneos, luchó contra Ptolemeo Soter con motivo de la conquista por los Egipcios (322) o de la rebelión posterior (313). Su padre, de quien es este epitafio, no parece haberse destacado por nada especial. El final alude a bien conocidas polémicas literarias de Calimaco con Apolonio (cf. 276) y otros; siguen dos versos probablemente espurios en que se alude a las Musas.

¡Oh, tú, que a mi tumba te acercas! Al que es hijo y padre

del cireneo Calimaco, sábelo bien, contemplas.

Tal vez a ambos conozcas: el uno en su patria a la tropa

mandó y con el otro no pudo la envidia.

304 (VII 415)

Quizás, efectivamente, compuesto de modo jocoso en un banquete. Sobre el patronímico, cf. intr.

Del Batiada a la tumba te acercas, que bien dominaba

el canto y la oportuna chanza de sobremesa.

305 (VII 524)

Probablemente se trata de un verdadero paisano de Calimaco. En los versos 1-2, el viandante habla con la losa; desde el 3, con el muerto (el final de dicho verso alude a la extendida creencia en la palingenesia o transmigración de las almas). El 6 está oscuro; el sentido general parece ser que la única ventaja del Hades es que allí todo está barato, con alusión a una moneda poco valiosa de Pela (cf. intr. a Posidipo) en que estaba grabado un toro. Todo ello refleja el escepticismo del poeta sobre las leyendas de ultratumba.

—¿Es aquí donde Cáridas duerme? —En efecto, si al hijo

te refieres de Arimas el cireneo. —¿Cómo,

Cáridas, es lo de abajo? —Tiniebla. —¿El regreso?

—Mentira. —¿Plutón? —Es un mito. —Perdidos

estamos. —He aquí mi respuesta sincera; o, si un chiste

quieres, vale en el Hades mucho un toro peleo.

306 (VII 517)

Parece alusivo a un hecho real, pues en las monedas de Cirene aparece hacia el año 325 un tal Melanipo, que sería el abuelo de las víctimas, y hacia el 300 un tal Aristipo, evidentemente su hijo.

Melanipo fue al alba enterrado y el sol se ponía

cuando muerte Básilo, la muchacha, por propia

mano se dio, pues vivir sin su hermano difunto

no quería. Fue doble, pues, el duelo en casa

de su padre Aristipo y la entera Cirene afligióse

al contemplar sin hijos hogar tan bien poblado.

307 (VII 520)

Se refiere evidentemente a un filósofo, aunque no está claro a quién, pues la tribu Ptolemaide existía tanto en Alejandría como en Atenas. El personaje podría ser Timarco, de la primera ciudad, alumno de Cleómenes, que lo fue de Metrocles, a quien su cuñado Crates (cf. el 265 de Posidipo) convirtió al cinismo. En el verso 2, alusión a la palingenesia como en 305.

Si a Timarco en el Hades buscares a fin de informarte

del alma o del modo para que uno reviva,

pregunta por él; Ptolemaide es su tribu y Pausanias

su padre; entre los buenos le encontrarás sin duda.

308 (VII 80)

Calimaco lamenta haberse enterado demasiado tarde de la muerte de Heraclito el epigramatista; cf. intr. a éste y recuérdese, sobre la alusión ornitológica, el 73 de Nóside.

Alguien contóme tu muerte, Heraclito, y mi llanto

provocó; recordé cuántas veces ponerse

el sol vimos charlando. Y ahora, ya no eres, amigo

de Halicarnaso, sino vieja ceniza, pero

vivirá el ruiseñor de tus cantos y nunca su mano

pondrá en ellos Hades, que todo lo arrebata.

309 (VII 447)

Al parecer habla la propia lápida sepulcral en tono humorístico. Como el personaje es de baja estatura, ella es pequeña y no admite largas inscripciones. Otros interpretan el poema como alusión al hecho de que Teris era en vida hombre de pocas palabras.

Fue el extranjero pequeño y así sobra todo

lo que no sea «Teris, el de Aristeo, crete».

310 (VII 518)

El cabrero (cf. el 166 de Leónidas) se ha ahogado en alguna fuente o arroyo, lo cual permite atribuir su muerte a un sobrenatural rapto por parte de alguna ninfa acuática. Ahora está sepultado con grandes honores. Los pastores del Dicte, monte del E. de Creta, abandonarán los cantos en honor del boyero Dafnis, muerto también por culpa de una ninfa, para celebrar al nuevo héroe. En cuanto al nombre del muerto, parece un patronímico a partir del existente Astaco, pero el hecho de que Teócrito, en el idilio VII, emplee otros patronímicos como seudónimos de personajes reales (cf. intr. a Asclepíades) ha inducido a creer que Astácides representa también a un escritor y puede incluso ser el Lícidas, no identificado hasta hoy, que aparece en la citada obra teocritea.

A Astácides, crete y cabrero, llevóse una ninfa

del monte y es hoy un ser sagrado. Nunca

a cantar volveremos a Dafnis, pastores, ya bajo

las dicteas encinas, mas a Astácides siempre.

311 (VII 459)

Se ha supuesto que la muchacha difunta pertenecía a un grupo de tejedoras (sobre Samos, cf. 300).

A la gárrula Crétide, experta cual nadie en los juegos

comunes, la amiga más dulce y parlera,

buscan siempre las niñas de Samos; mas ella ya duerme

aquí el sueño que a todas les está reservado.

312 (VII 272)

Habla un cenotafio. La navegación es peligrosa en los días en que se empieza a ver ponerse a los Cabritos (dos estrellas de la constelación del Auriga) por la mañana, a primeros de diciembre. No sabemos adónde iba Lico, mercader (cf. el 169 de Leónidas), natural de Naxos, isla del Egeo, desde Egina, no muy lejana respecto a ella.

No murió Lico el naxio en la tierra, mas vio cómo el ponto

su nave y juntamente su vida devoraba

cuando en barco mercante de Egina volvía. En los mares

yace él muerto y yo, que un nombre solo ostento,

proclamo un consejo verídico: «¡Nauta, rehúye

el navegar cuando se ponen los Cabritos!»

313 (VII 523)

Sobre el país natal del muerto, cf. el 59 de Teeteto.

Si ante la tumba pasáis de Cimón el eleo,

saber que del hijo de Hipeo estáis enfrente.

314 (VII 522)

El viandante lee la primera línea de la inscripción, en que está el nombre solo, que le recuerda algo. Intenta luego sin éxito reconocer los rasgos de la estatua sepulcral. Observa por fin que la inscripción continúa. Metimna es probablemente la ciudad así llamada de Lesbos (cf. el 86 de Leónidas), aunque había otra con el mismo nombre en Creta.

¿Timónoe? ¿Quién puede ser? No lo habría sabido

si no estuviera el nombre de tu padre Timóteo

en la estela y con él la ciudad de Metimma. ¡Gran pena

sin duda la de Eutímenes, tu esposo y hoy viudo!

315 (VII 451)

El muerto podía proceder de cualquiera de las varias ciudades llamadas Acanto.

Duerme aquí un sueño sagrado Saón el acantio,

hijo de Dicón. Los buenos no mueren.

316 (VII 725)

Menécrates, recién llegado a Alejandría, ha muerto súbitamente, la gente dice que como consecuencia de su afición al vino, tal vez a causa de alguna caída o cosa semejante. Ello no es chocante, pues su ciudad natal, Eno, está en Tracia, país de grandes bebedores. El muerto, sin embargo, es fatalista; hay que echar la culpa al destino y no a la bebida. Nótese la alusión a Euritión, cuya embriaguez fue causa primera de la querella de los centauros con los Lápitas (cf. el 217 de Asclepíades), en que pereció.

—Enio Menécrates, tú que estuviste tan poco

tiempo entre nosotros, ¿cuál fue, amigo, tu muerte?

¿La misma tal vez del Centauro? —Llegóme el momento

de dormir, mas se echa la culpa al pobre vino.

317 (VII 521)

Habla, como en otras ocasiones, la tumba a un viajero. Sobre Cícico, cf. el 128 de Leónidas.

Si fueres a Cícico, no es gran trabajo que busques

a Hípaco y a Dídima, pues no es linaje oscuro,

y les lleves noticia penosa, mas que ha de ser dada,

que aquí recubro a Critias, el hijo de aquéllos.

318 (VII 519)

¿Quién podrá, Carmis, saber lo que espera mañana

si a ti, al que ayer veían aún nuestros ojos,

hoy llorando enterramos? No ha habido dolor más intenso

jamás en la vida de tu padre Diofonte.

319 (VII 271)

Sobre los riesgos de la navegación, cf. el 98 de Leónidas; sobre el naufragio, el 223 de Asclepíades.

No debieron jamás existir los veloces bajeles

y así no lloraríamos a Sópolis, el hijo

de Dioclides, cadáver que ahora en el mar vaga errante

sin que guarde su tumba vacía más que un nombre.

320 (VII 453)

Doce años tenía Nicóteles, gran esperanza

de su padre Filipo, cuando éste aquí le trajo.

321 (VII 460)

Ya el nombre de Mícilo, relacionado con las palabras que indican pequeñez, indica a un hombre insignificante.

Con poco una vida modesta viví y nada malo

hice nunca ni injusto contra nadie. ¡Oh, Tierra,

si yo, Mícilo, alguna maldad he aprobado, liviana

no seas para mí ni los demás dioses!

322 (VII 728)

Epitafio de una vieja sacerdotisa de Deméter, de los Cabiros (cf. 302) y de Dindimene (otra denominación de Cíbele, cf. el 128 de Leónidas) cuyo nombre no conocemos.

Sacerdotisa yo fui de Deméter, viajero, y serví luego

a los Cabiros y después, ya vieja,

a Dindimene; y la que hoy sólo es polvo, fue, mientras tuvo vida,

quien a muchas doncellas dirigía.

Dos hijos tuve varones y a edad avanzada me cerraron

los ojos con sus manos. Vete en paz.

323 (VII 458)

El hombre a quien crió esta nodriza, sobre cuyo nombre cf. el 217 de Asclepíades, posiblemente ha preferido emplear aquí su sobrenombre infantil, usado también por Calimaco en 300, que (cf. 321) significaría sencillamente el pequeño.

A Escra la frigia, excelente nodriza, con todos

los cuidados honró Mico cuando vivía

y ahora su efigie erigió por que vean mañana

cómo alcanzaron gracias merecidas sus pechos.

324 (VII 277)

Poema hermoso, conciso y algo extraño. Leóntico ha recogido a un náufrago desconocido en un acto de caridad, reconociendo en el pobre cadáver su propia condición de navegante que vive como la gaviota (cf. el 104 de Leónidas), esto es, a través de toda clase de mares y temporales.

Náufrago, ¿quién eres tú? Muerto hallóte en la playa

Leóntico y aquí te enterró en esta tumba

por su vida azarosa llorando; tampoco él navega

tranquilo por los mares, mas como la gaviota.

325 (VII 317)

La expresión es típica del famoso misántropo (cf. el 184 de Leónidas).

—¿Qué odias más, la tiniebla o la luz, oh, Timón que ya has muerto?

—La tiniebla, pues hay más gente en el Hades.

326 (VII 318)

Nuevamente habla Timón: el juego de palabras, basado en el imperativo griego de saludo, resulta difícilmente traducible.

No me digas «alégrate», necio, mas pasa de largo;

para mí el alegrarme será que no te acerques.

327 (VII 471)

Ambracia es ciudad del Epiro (cf. el 179 de Leónidas). En el Fedón platónico (59 c) se habla de un tal Cleómbroto, discípulo de Sócrates, que estaba ausente, en Egina (cf. 312), a la muerte del maestro. Como el propio filósofo se opone al suicidio (61 c), no resulta explicable que la lectura del diálogo haya inducido a Cleómbroto a darse muerte excepto si el pasaje reavivó sus remordimientos por no haber estado presente en tan señalada circunstancia. Puede también tratarse, claro está, de una fantasía de Calimaco. Sobre el sol divinizado, cf. el 114 de Leónidas; otro suicidio en el 162 del mismo.

Diciendo «Adiós, Helio» lanzóse desde alta muralla

al Hades Cleómbroto de Ambracia sin que hubiera

visto nada a morir conducente salvo una obra sola

de Platón que leyó, la que trata del alma.

328 (VII 89)

Calimaco (cuyo nombre no aparece en el lema, aunque sí en la reproducción del epigrama en Diógenes Laercio, I 79, lo que ha provocado dudas sobre la atribución) cuenta a su amigo Dión una anécdota de Pitaco, tirano de Mitilene (cf. el 74 de Nóside) y uno de los Siete Sabios, hijo de Hirras, escarmentado en su vejez ante los desprecios de que su mujer le hacía objeto por su baja condición. El huésped de Pitaco era de Atarneo, ciudad cercana a Lesbos (cf. el 13 de Aristóteles). Los niños no juegan propiamente en una plaza, sino en una ancha encrucijada en forma de Y; y probablemente sus voces eran advertencias de unos a otros para que cada cual hiciera avanzar su trompo, a fuerza de golpes, por la calle propia, delimitada con rayas en el suelo, pero sin hacerlo chocar con los de los demás. Sobre el bastón, cf. el 162 de Leónidas.

Un amigo atamita una vez consultó de este modo

al mitileneo Pitaco el Hirradio:

«Me tientan, anciano, dos novias; entre ellas es una

igual a mí en dinero y en linaje y la otra

me aventaja. ¿Cuál es preferible? Aconséjame, anda,

con cuál de las dos debo contraer nupcias».

Y alzó el otro el bastón, su senil instrumento, y repuso:

«Mira, que ésos te van a contar todo el cuento».

Pues había en la plaza unos niños que rápidos trompos

hacían girar dándoles cada cual con su fusta.

«Sigue» dijo «el camino de aquéllos». Y cerca se puso

y chillaban: «Avanza sólo por tu calle».

Y al oír esto el huésped se abstuvo de echar mano al pingüe

patrimonio, acordándose del grito de los niños.

Y así como aquél a la humilde llevóse a su casa,

así también, Dión, avanza por tu calle.

329 (Estr. XIV 638)

Versos para acompañar a un ejemplar de La conquista de Ecalia, poema épico, pero no considerado como perteneciente al ciclo, escrito por Creofilo de Quíos o de Samos (cf. 311), del que se decía que, habiendo atendido muy bien en su casa a Homero, recibió de él el original del libro. Como Calimaco no era partidario de esta clase de poemas (cf. 276), se explica la frase final: ya es un honor para Creofilo el hecho de que se haya atribuido a Homero la paternidad de su canto. En él se relataba como Éurito ofreció a su hija Yole o Yolea como esposa para aquel que le derrotara en una prueba de arquería; fue vencido por Heracles, no cumplió su promesa y hubo luego de sufrir la venganza del héroe.

Soy obra del Samio que antaño al divino poeta

acogiera en su hogar: a Éurito conmemoro

y a Yolea la rubia y me tienen por libro de Homero.

Esto es para Creofilo, por Zeus, cosa grande.

330 (IX 507)

Parece como si, en este epigrama concebido como introductorio de un ejemplar del poema de Arato (cf. el 185 de Leónidas y su propia intr.), se alabara a este autor por haber imitado a Hesíodo (cf. el 252 de Posidipo), y precisamente los mejores pasajes de la obra de éste. Al final se dice de los versos de Arato que son refinados y cultos y que en ellos se advierten los insomnios del poeta, que por una parte se esforzaría durante noches enteras en mejorar su estilo y por otra dedicaría horas nocturnas a observar los astros.

Son de Hesíodo el carácter y estilo; no sigue el de Solos,

por tanto, al peor poeta y aun estimo

que ha imitado sus más dulces trozos. ¡Salud, finos versos

que sois testimonios del insomnio de Arato!

331 (IX 565)

Probablemente se trata del epigramatista Teeteto (cf. intr. a éste), porque se dice de él que ha tenido éxitos, aunque ahora acabe de fracasar en un concurso dramático, no obteniendo el galardón simbólico de la yedra (cf. el 181 de Leónidas). Calimaco le consuela: su gloria será imperecedera, muy preferible a las efímeras proclamas con que se anuncia al vencedor en el teatro.

Marchar suele Teeteto por fácil sendero; y si ahora

no es igual su progreso, Baco, hacia tu yedra,

sólo un instante perdura el pregón de otros nombres

mientras siempre la Hélade celebrará su genio.

332 (IX 566)

El poeta, del que sabemos (cf. intr.) que escribió tragedias, comedias y dramas satíricos, implora a Dioniso, patrocinador de los concursos dramáticos, porque al parecer piensa presentarse a uno de ellos. En tales casos, el vencedor puede permitirse el lujo de ser conciso, mientras que el derrotado tiene que dar explicaciones. Que en este caso a su rival, cuyo proceder es poco limpio, le toque lo último y a él lo primero. En el verso 4 hay una alusión a lances de la taba (cf. el 219 de Asclepíades).

Breve es, Dioniso, el discurso del vate que obtiene

un premio; «Vencí» basta con que diga.

Pero aquel a quien no eres propicio, si alguno pregunta

«¿Cómo fue?», contesta «Salieron mal las cosas».

Pues bien, que tal sea el cantar de quien trama injusticias

y para mí, señor, la concisión reserva.

333 (XI 362)

Versos oscuros, quizá relacionados con el epigrama anterior y con posibles incidencias del concurso trágico. El poeta se arrepiente de haber entrado en estas lides en que tantos amigos se pierden y comenta con uno de ellos, Léucaro, que hasta la proverbial amistad entre Orestes, el hijo de Agamenón y matador de Clitemestra, cuyo delirio en el teatro es bien conocido, y Pílades, hijo de Estrofio, natural de la Fócide (cf. el 272 de Posidipo), se habría puesto a prueba en este trance.

Dichoso el Orestes de antaño, que, es cierto, fue loco,

mas no padeció, Léucaro, mi locura

ni al Foceo midió con la piedra de toque que prueba

la amistad; si un solo drama hubiese estrenado,

pronto al amigo perdiera. Tal fue lo que hice

y ahora a mis muchos Pílades ya no tengo conmigo.

334 (IX 336)

Se trata de un modesto relieve situado en el pórtico de una casa. Eetión, aunque vive en Egipto, procede de Anfípolis, ciudad macedonia, y quizás ha seguido la costumbre, observada en aquellas tierras y en Tracia, de adornar los atrios con relieves en que aparecen héroes, generalmente a caballo, y serpientes de significado religioso. Aquí el tema se trata con ironía: este héroe singular no cabalga ni empuña lanza, como algunas grandes figuras del mito, sino que va a pie, armado solamente con una espada y acompañado del raro animal. Ante el uso, en los versos 1-2, de la palabra que en los papiros designa a soldados obligatoriamente alojados en casas particulares, se ha supuesto, quizá con demasiada imaginación, una historia: Eetión habría tenido problemas con el alojado anterior, un jinete; no ha querido recuerdos enojosos en su casa y ha dejado a pie a la escultura.

Soy un héroe pequeño y pequeño también es el atrio

de Eetión el de Anfípolis, en que aquí me alojo

sin más que una sierpe tortuosa y la espada. Sin duda

peleó con un jinete y ahora a pie me deja.

335 (VI 121)

Equemas, quizás al hacerse viejo, consagra al templo delio de Ártemis, patrona de la caza, el arco con que mataba infinidad de cabras salvajes en el Cinto, monte de la isla de Delos, llamada aquí Ortigia (cf. el 75 de Nóside): ya pueden vivir tranquilos los animales, designados en femenino como hijas de la citada montaña. Como ésta tiene poco más de cien metros de altura y la isla de Delos es pequeña, parece que Calimaco, poco viajero (cf. intr.), fantaseaba aquí y en el himno II, donde habla del famoso altar hecho por Apolo con cuernos de las cabras silvestres por él inmoladas.

¡Calmaos, Cintíades! Queda ya expuesta en Ortigia,

junto a Ártemis, el arco con que el crete Equemas

sin vosotras dejaba el gran monte; pero ahora ha cesado,

cabras, al imponer una tregua la diosa.

336 (VII 454)

Aunque el griego habla de vino puro (cf. 282), dos copas no pueden matar a un gran bebedor: o Erasíxeno no lo era y pereció por falta de costumbre, o murió de modo accidental en aquella modesta libación (cf. 316), lo cual sería una paradoja. No es seguro, por otra parte, que el epigrama sea de Calimaco.

A Erasíxeno, gran bebedor, las dos copas seguidas

de vino que apuró con él acabaron.

337 (V 23)

Se supone cantado ante la puerta de Conopion, nombre que significa, como en otras denominaciones hipocorísticas dadas a heteras, algo así como el mosquito. El amante, desesperado (cf. 282), se ha acostado en el suelo provocando la compasión de los vecinos, asomados a las ventanas. Ojalá duerma ella tan incómodamente y con tanto frío (es decir, sin compañía) como él; ya llegará a vieja y lamentará la ocasión perdida. El estilo y fraseología no parecen de Calimaco.

¡Que duermas, Conopion, tan mal como yo en este frío

pórtico en que acostado me haces pasar la noche!

¡Que duermas, ingrata, tan mal como aquí este tu amante

que ni por soñación tu compasión obtiene!

Los vecinos se apiadan, mas tú ni por pienso. ¡Algún día

te recordarán esto tus cabellos canosos!

338 (Sexto Emp. Math. I 309 y Dióg. Laerc. II 111; fr. 393 Pf.)

Diodoro de Yasos (cf. intr.), filósofo de la escuela megarea y contemporáneo de Calimaco, era conocido por el mote de Crono, correspondiente posiblemente a un maestro suyo llamado Apolonio que fracasó en una exhibición ante Ptolomeo Soter y nombre que, en todo caso, era alusión satírica a alguien tan arcaico y fosilizado como el viejo dios, padre de Zeus, y, en definitiva, un poco tardo de mollera. Aquí los propios cuervos que andan por la calle graznan frases hechas de la escuela (y el uso de formas dialectales produce en el original, y casi en castellano, una aliteración expresiva y onomatopéyica), como la pregunta acerca de ciertas conexiones lógicas u otra sobre una teoría de Diodoro, probablemente referente a eternidad o resurrección (cf. 307) de las almas. Aquí recogemos dos fragmentos no consecutivos; en el segundo el propio Momo, dios de la burla o reproche, en lugar de escribir Fulano es hermoso, típica exaltación en las paredes (cf. el 189 de Ara to) de un muchacho agraciado, se expresa de modo muy distinto.

He aquí que aun los cuervos ya graznan «¿Qué juicios dependen?»

en el tejado y «¿Cómo resucitaremos?»

………………………………………………… Momo escribía

él mismo en las paredes: «Inteligente es Crono».

339 (Aten. 284 c y 327 a; fr. 394 Pf.)

Se trata de un pez del que apenas sabemos nada.

… por un dios tiene al hices sagrado…

340 (Estéf. de Biz s. V. Dyme; fr. 395 Pf.)

Sobre Dime, cf. el 21 de Perses.

… yendo a Dime, ciudad de los Aqueos…

341 (Vita Dion. Perieg.; fr. 398 Pf.)

Sobre la Lide de Antímaco (cf. 276), a quien no obstante, el autor parece haber imitado al menos en el tratamiento de la historia de Leto (cf. el 85 de Leónidas).

… la Lide es poema pomposo y no claro…

342 (XIII 9; fr. 399 Pf.)

Sobre el vino de Quíos, cf. el 253 de Posidipo; sobre Lesbos, 314.

… de la vinosa Quíos mucha ánfora surcando el mar Egeo acudió,

muchos vinieron también trayendo lo que hay mejor en la lesbia vid…

343 (XIII 10; fr. 400 Pf.)

Evidentemente es fragmento de un propémptico o poema en que se expresan buenos deseos para un viaje.

… nave que la sola luz de mi vida te llevaste,

yo te suplico por Zeus, el que los puertos protege…

344 (Hefest. LXIV 4; fr. 401 Pf.)

… esa niña encerrada

de que dicen sus padres

que odia como la muerte

el galanteo erótico…