ERINA

Su fecha es muy insegura: tal vez (cf. el 182 de Leónidas) debiéramos retrotraerla a época prehelenística, aunque naturalmente (cf. intr. a Ánite y anótese el error del 47) no merezca crédito la afirmación del Suda de que era amiga y contemporánea de Safo: a esa confusión (cf. intr. a Nóside) responden igualmente el Erina la mitilenea del lema del 388 y el texto del 759. También Taciano {Adv. Gr. XXXIV 10) habla de Erina la lesbia, como el lema del 655 de Antípatro, y asegura que el escultor Náucides hizo una escultura en bronce de ella, lo cual pondría los años de su florecimiento muy atrás, hacia el 400. Eusebio, en cambio, lo sitúa en los alrededores del 350, fecha demasiado temprana para nuestra antología. Meleagro (776, 12) le asigna el azafrán, oloroso en alguna de sus subespecies y cuyo epíteto se refiere a su presunta muerte en edad casi infantil.

En cuanto a su cuna, el Suda habla de Teos, ciudad jónica de Asia Menor, o de las islas de Telos, Rodas o Teños. En esta última y en la mencionada población se empleaba el dialecto jónico, no el dórico del papiro que citaremos; y 388 lo único que indica es que la que nació en Teños fue Báucide. Esto haría, pues, inclinarse por Rodas o Telos, más bien ésta por la similitud respecto a los otros topónimos.

Se conserva parte de un poema en 300 hexámetros (cf. 759) titulado La rueca y dedicado a la muerte de Báucide, compañera de juegos de la poetisa durante la niñez, a cuyo funeral no pudo asistir Erina según ella misma nos dice. El tono, dialecto y vocabulario de este canto nos llevaría a la primera mitad del s. III y, por tanto, a la época en que aquí la colocamos: sobre relación cronológica con Asclepíades, cf. el 220. El ya citado 759 parece indicar que escribió obras líricas hoy perdidas. Conservamos igualmente, gracias a Ateneo (283 d), dos hexámetros de un propémptico (cf. el 343 de Calimaco) dedicado tal vez a Báucide.

Los dos epigramas transmitidos aquí se refieren también a esta muchacha: el 389 fue, como en intr. decimos, posiblemente copiado por el 182 de Leónidas en la parte en que Erina increpa a Hades por haber arrebatado a su amiga recién casada para unirse a ella. En La rueca (cuyo título ya alude, cf. el 156 de Leónidas, a una juventud modesta y pasada entre labores domésticas) parece decirse que Báucide falleció a los diecinueve años: el Suda anota que Erina murió soltera precisamente a dicha edad. La soltería es confirmada por el 182 de Leónidas, y tanto este poema como el 220 de Asolepíades y 759 parecen ser ya muestras de una mala interpretación por la que se supuso que era la escritora quien no pasó de tan tiernos años. De todos modos, no debió de llegar a la madurez, pues su obra es ciertamente poco extensa, aunque bella.

388 (VII 710)

Probablemente es un epitafio ficticio que se supone grabado en una tumba. Ésta estaría adornada con un relieve de sirenas (cf. el 232 de Asclepíades), una columna y estela y una urna, que no tendría por qué contener las cenizas de la difunta, sino que podía ser ornamental. Cf. intr.

¡Oh, sirenas y estela y funérea urna que guardas

para Hades mis exiguas cenizas! Al que cerca

de mi túmulo, sea paisano o venido de alguna

otra ciudad, pasare, saludadle y decidle

que la tumba a una joven casada recubre y que sepa,

explicádselo así, que me llamó Báucide

mi padre y que en Teños nací y que fue Erina, mi amiga,

quien en mi sepulcro grabó este epitafio.

389 (VII 712)

Cr. intr. Las teas, que desempeñan un papel ritual en la boda, sirvieron para la cremación del cadáver; así, pues, la muerte debió de producirse en seguida. Obsérvese el hipocorístico con que se llama a Báucide la segunda vez. Sobre Himeneo, cf. el 50 de Ánite.

Soy de Báucide, joven casada, el sepulcro; si pasas

junto a la estela fúnebre, di al dios de bajo tierra

«Envidioso eres, Hades»; y, al ver estos símbolos bellos,

conocerás la suerte muy cruel de Bauco,

cómo a la niña su suegro en la pira quemara

con las teas que oyeron epitalamios himnos.

Y tú transformaste, Himeneo, tus dulces acordes

nupciales en lúgubre resonar de trenos.

390 (VI 352)

Prometeo, el famoso titán, es el mítico modelo de todos los artistas plásticos: sobre el retrato, cf. el 294 de Calimaco.

¡Qué fina, la mano pintora! Mi buen Prometeo,

existen también hombres que a ti en arte se igualen.

Si voz le añadiera el autor de tan vivo retrato,

en persona Agatárquide sería esta muchacha.