DIOSCÓRIDES

Meleagro (776, 23-24) emplea una perífrasis alusiva a los Dioscuros o hijos de Zeus (cf. el 299 de Calimaco) en vez de dar su nombre, lo cual quiere decir posiblemente que para él no se llamaba el poeta Dioscórides, sino Dioscúrides, palabra que no cabe en el verso: el dístico está, por lo demás, corrupto y nuestra introducción del ciclamino responde a una conjetura. No sabemos prácticamente nada de su vida. Si escribía poco después de la muerte de Macón (cf. 508), pertenecerá sin duda a la segunda mitad del siglo III, lo que explica que imite a Asclepíades (487 y 489) y Calimaco (490 y 520): también parece conocer a Leónidas (500, 513), Nicandro (514-515) y Riano (500). Sobre el lema del 522, nótense los contactos con Egipto de 498, 517-518, 521 y el dudoso 523, que harían pensar en la posibilidad (otra atribución alternativa, en 524) de que el lematista se refiriera en realidad a Glauco (cf. su intr.). En cambio, el 509 apunta a países nórdicos.

No sabemos que sea autor sino de epigramas: un escolio a Apol. Arg. I 740 habla de un poeta épico que escribió sobre la lira del héroe mítico Anfión, pero no es probable que a lectores de tal tipo de poemas se refiera 520.

En cuanto a los epigramas, abundan los de carácter epidíctico, puramente escritos para fines literarios sin pretensión alguna de que se trate, por ejemplo, de epitafios reales. Son notables la serie erudita 502-508, con atención especial consagrada a la evolución de los géneros; los que muestran interés por temas arcaicos con particularidades de tipo histórico-literario, como 501, 510 y 519; los que comentan ritos curiosos (487, 500, 509) o religiones extranjeras (512); el posiblemente autobiográfico 520; y, en fin, los amorosos, realmente bellos casi todos, tanto los heterosexuales (485-491) como los pederásticos (492-497).

485 (V 56)

El poeta se da cuenta de que está siendo indiscreto con tantos elogios de su amada (nótese el extraño gusto helénico por las cejas abundantes), que pueden atraer a otros, y cita como ejemplo de estos peligros la historia del rey Midas de Frigia. A éste le habían nacido orejas de burro por preferir la flauta de Pan a la de Apolo, pero lo ocultó a todo el mundo excepto, claro está, a su barbero. Éste, abrumado por la responsabilidad del secreto, no pudo resistir la tentación de contárselo a un agujero hecho en el suelo; pero nacieron allí cañas que, cuando el viento las movía, revelaban la historia (cf. Ovid. Met. XI 146-193). La metáfora de las redes y trampas cinegéticas la hemos visto en el 479 de Riano. En cuanto a la alusión al hueso que el amante va a dejar escapar, está en VII 100, atribuido a Platón; si es auténtico, Dioscórides le ha copiado, y si resulta apócrifo, a la inversa.

Me enloquecen sus labios de rosa que charlan sin pausa,

pórticos seductores de la nectárea boca;

sus pupilas, que, redes y trampas de mi alma, relumbran

bajo sus pobladas cejas, y sus pechos

del color de la leche, adorables y bien acoplados,

hermosos, deleitables más que flor ninguna.

Mas ¿a qué denunciar a los perros el hueso? Advertencia

contra la indiscreción son las cañas de Midas.

486 (V 138)

Enamoramiento del poeta ante una actriz o citaroda o ambas cosas llamada Atenion que cantaba un poema sobre Troya, Ilio o Ilión, en torno a la cual los Dáñaos, nombre equivalente al de los Aqueos (cf. el 221 de Asclepíades), lucharon durante diez años.

Atenion cantó del funesto caballo; Ilio entera

ardía y yo también en ella me quemaba

sin tener que luchar los diez años del Dánao, que entonces

en un solo día Troya y yo perecimos.

487 (V 53)

Epigrama en que hay ecos del 200 y quizá del 196 de Asclepíades y que está relacionado con el culto de Adonis. Las Adonias (cf. el 68 de Nóside) comenzaban por la tarde con una fiesta como la descrita en el mismo; a lo largo de la noche, las mujeres, sin hombres, velaban la imagen de Adonis con grandes lamentos y golpeándose el pecho descubierto en señal de luto (cf. Teócr. Id. XV 134-135) y al alba, también sin presencia de varones y con similares extremos, acompañaban la imagen hasta la playa, en que la arrojaban al mar. El poeta no ha podido ver nada de ello, entre otras razones porque el velatorio se ha desarrollado en una cabaña o tienda que recuerda a las citadas por Teócr. ibid. 119 en relación con la fiesta previa; pero todo este movimiento ha dado lugar a uno de esos infrecuentes encuentros entre hombres y mujeres (recuérdese el idilio II de Teócrito y tantas comedias nuevas) que son ocasión de amor en la época helenística. Ahora el poeta, repentinamente enamorado, querría ver a la muchacha otra vez con el pecho descubierto; si Adonis le concede el favor, está dispuesto a morir como el propio héroe.

Adonis querido, Aristónoe me hirió y me sedujo

golpeándose los pechos junto a tu cabaña.

Si ahora a mí solo el favor me concede, pretextos

no me pongas: a costa tómame de mi vida.

488 (V 193)

Lo omitimos porque no es más que una copia o segunda versión no muy distinta del mismo poema. Los dos primeros versos son diferentes: Adonis, cazóme la lánguida Cleo golpeando / sus lácteos pechos en tu fiesta nocturna.

489 (V 55)

Epigrama ante el que hallamos escandalizado (pornografiquísimo) al lematista. La metáfora hípica, esta vez fisiológicamente certera, procede del 198 de Asclepíades; la atrevida expresión del verso 7, del fragmento de Arquíloco que citaremos en 501; sobre la carrera larga, cf. 429 de Teodóridas.

A Dóride viendo en mi cama y sus nalgas de rosa,

me sentí como un dios entre flores frescas.

Me montaban sus piernas esbeltas y al fin de la larga

carrera de Cipris llegó sin desmayo

mirando con lánguidos ojos; sus carnes purpúreas

con la brega temblaban como hojas ante el viento;

hasta que, exhausto el vigor juvenil de uno y otro,

se derrumbó Dóride con miembros relajados.

490 (V 52)

Sosípatro, por cuya boca habla el poeta, desea que cuando, el día de la boda de su amada con otro, se entonen, como es costumbre, canciones nupciales a la puerta cerrada de la alcoba, Himeneo (cf. el 389 de Erina) oiga a los amigos de él referirse en sus cantos a la traición de ella. Quizá tengamos aquí imitación del 285 de Calimaco.

Nos hicimos común juramento con fiel garantía

de amor entre Sosípatro y Arsínoe; mas ella

mentía y son vanos sus votos y, en cambio, perdura

en él la pasión y no sirven los dioses.

Ojalá ante la puerta cerrada lamentos escuche

Himeneo que cuenten la traición de Arsínoe.

491 (V 54)

Jamás cara a cara en el lecho a tu grávida esposa

pongas cuando a la Cipris conyugal te entregues,

pues grande es el bulto allí en medio y no poca la brega

con el remar de ella y el ajetreo tuyo.

No, sino vuélvela y date a sus nalgas rosadas

pensando que te entregas a Cipris masculina.

492 (XII 169)

Ya escapé, Teodoro, a tu carga, mas, cuando decía

«Mi destino amarguísimo rehuí», me acosa

otro aún más amargo. Ahora soy de Aristócrates siervo

infeliz y temo tener un tercer amo.

493 (XII 14)

El poeta ha sido besado por un bello niño, hijo de una viuda por lo visto; si de mayor resulta tan expresivo en amor como promete, multitud de cortejadores rondarán su casa.

Si, llegado Demófilo, ¡oh, Cipris!, a edad sazonada,

va a besar a los mozos en la forma en que ahora

me ha besado este niño, jamás silencioso de noche

se encontrará el atrio de su casa materna.

494 (XII 37)

El Amor, tan malintencionado aquí, merece el epíteto que a Ares dedica Homero (II. V 31, etc.): se ha puesto a esculpir un bello cuerpo varonil para que Zeus se olvide de Ganimedes (cf. el 280 de Calimaco y, sobre Anfípolis, el 468 de Nicéneto).

Como un juego las mórbidas nalgas plasmó de Sosarco,

el de Anfípolis, Eros asesino y quería

a Zeus excitar, pues sus muslos resultan aun mucho

más bellos que los del propio Ganimedes.

495 (XII 171)

Es un típico propémptico (cf. intr. a Erina). Eufrágoras ha marchado para asistir a alguna fiesta religiosa; ojalá vuelva pronto, aunque es un poco absurdo que se pida nuevamente el céfiro (cf. el 255 de Posidipo) para el regreso de quien marchó hacia oriente. Al final hay un eco de Teócrito (Id. XII 2).

Céfiro, dulce entre todos los vientos, lo mismo

que un día al bello Eufrágoras te llevaste como

peregrino, reduce a unos meses su viaje, que un breve

tiempo suele al amante parecer infinito.

496 (XII 170)

Con ocasión de un banquete, Ateneo juró al poeta, con toda la solemnidad de los ritos simposíacos, que siempre le amaría, pero no lo ha cumplido. En el epigrama, evidentemente fragmentario, se terminaría pidiendo a los dioses que le castigaran.

¡Oh, libaciones e incienso y los dioses que en torno

al ánfora registeis mi amor, como testigos,

seres augustos, os tomo, por todos los cuales

juró el mozo Ateneo, que a la miel se asemeja!

497 (XII 42)

Único ejemplo de metáfora piscatoria para lo erótico: cf. el 357 de Carfílides.

Llena tu mano si a Hermógenes miras y pronto

tendrá tu alma voraz aquello en lo que sueña

y verás desfruncirse sus cejas ceñudas; y, en cambio,

si pescas dando al mar tu caña sin cebo,

no sacarás otra cosa en el puerto que el agua;

no hay pudor ni piedad en ese rapaz mozo.

498 (VI 290)

Probablemente esta ofrenda de un abanico, con que se pide a la diosa que envíe su céfiro suave, se realiza ante el Cefirión (cf. el 452 de Hédilo); es lógico que, tratándose de la reina, se piense (cf. el 366 de Teócrito) en la casta Urania, pero, por otra parte, es chocante, a no ser como signo de tardío arrepentimiento, que sea tal la destinataria de lo que ofrece una hetera como producto de su actividad.

Su abanico, que siempre con suave aletear nos refresca,

a Urania consagró la muy dulce Parménide

como diezmo del lecho; que aleje el calor sofocante

de nosotros la diosa con sus céfiros blandos.

499 (VI 126)

Es usual en escudos y monedas, sobre todo de Sicilia, la triple pierna con juntura central de las tres caderas que disimula un círculo o, como en este poema, la cabeza más o menos redonda de Gorgo (cf. el 457 de Hédilo). Aquí se explica el emblema de este escudo ofrendado (cf. el 415 de Hegesipo): el enemigo quedará petrificado, como todo el que mira al monstruo, o, si quiere huir, necesitará tres piernas para escapar.

No es absurdo este emblema que puso en su escudo el valiente

luchador Hilo, crete, que es hijo de Polito

y a la Gorgo grabó, la que en piedra a los hombres transforma,

y tres piernas con ella que al enemigo dicen:

«Tú, que blandes tu lanza ante mí, no me mires y huye

con tres piernas delante de este veloz atleta».

500 (VI 220)

Nuevo desarrollo del milagro del león, que hemos visto en el 137 de Leónidas. Aquí hallamos nuevos elementos religiosos: el culto de Cíbele; uno de los Galos o eunucos (aunque aquí no se dice que lo fuera, pero su conducta dista de ser muy viril) que servían a esta diosa (ct. el 481 de Riano); toques rituales como la larga cabellera que se desmelena en el frenesí, el tamboril de las fiestas orgiásticas (cf. el 60 de Alejandro), la capillita (llamada aquí cueva o cámara) que con dicho instrumento ofrece el Galo en acción de gracias (tales miniaturas solían ser ornamentos de estos servidores de Cíbele), el propio león tan ligado a este culto divino (que quizá se disponía en un principio a castigar al eunuco por el entibiamiento de sus ímpetus), etc. Es interesante la situación geográfica: el Galo va a Sardes (cf. el citado epigrama de Alejandro) desde Pesinunte, en la frontera de Frigia y Galacia, al N. del río Sangario aquí citado. Todo esto apunta a una tendencia a trasladar el culto de la Madre (cf. el 128 de Leónidas) desde Frigia, de donde era originario, a Lidia: Hermesianacte (fr. 8 Pow.) y Pausanias (VII 17, 9) hablan de un impotente llamado Ates, casi igual que nuestro sacerdote, frigio, hijo de Cálao, que se trasladó a Lidia para introducir estos cultos, provocó allí la envidia de Zeus y fue muerto, con otros muchos, por un jabalí enviado como plaga, lo cual es causa de que los de Pesinunte no coman nunca cerdo; en Heródoto (I 34), Atis, igual ya que el eunuco, se llama el hijo de Creso, rey de Lidia, muerto en accidente de caza cuando perseguía a otro jabalí; según Estrabón (XII 567), Atis fue en tiempos el título genérico de los sacerdotes de Pesinunte, y, en fin, tal era el nombre muy conocido del amante o esposo de Cíbele.

A Sardes, lanzando a los vientos su loca melena,

desde Pesinunte la frigia el casto Atis,

camarero de Cíbele, en trance marchaba; enfrióse

el viento impetuoso de su éxtasis vehemente

mientras él caminaba en nocturna tiniebla y, dejando

a un lado el sendero, se internó en una cueva

pendiente; sus huellas seguía un león, espantoso

aun para hombres valientes y de forma indecible

para el Galo, que, mudo de angustia, tocó con sus manos

su tamboril bien tenso cual si un dios le inspirara.

Éste mugió gravemente y el muy valeroso

animal corrió, rápido como un ciervo,

soportar no pudiendo el profundo sonar que se oía.

Y él clamó: «A la orilla del río Sangario

esta cueva sagrada y la voz que hizo huir a la fiera

te consagro, Madre, pues salvaste mi vida».

501 (VII 351)

Es bien conocida la historia de las dos hijas de Licambes: de la mayor de ellas, Neobule, se enamoró el poeta Arquíloco (cf. el 378 de Teócrito), que fue rechazado por aquél, de lo cual se vengó con ataques tremendos contra padre e hijas, hasta el punto de que, según se contaba, éstas terminaron por suicidarse avergonzadas. Multitud de fragmentos de Arquíloco tiene relación con estos hechos o contienen invectivas del escritor contra las muchachas; en uno de ellos, el fr. 54 W., se jacta de haber seducido a la mayor y disponerse a hacer lo mismo con la pequeña; en el 38 W. alude a un encuentro con ésta; finalmente, el recientemente descubierto Pap. Colon. 7511, el más largo fragmento de Arquíloco, parece describir en términos impúdicos su seducción de la hija menor de Licambes, víctima del poeta solamente por venganza hacia el padre y Neobule. Aquí las Licámbides hablan en el Hades defendiendo su reputación: jamás tuvieron ocasión de encontrar al poeta y cuando éste, sin conocerlas, solicitó a Neobule, sería porque ni ella ni su hermana tenían fama de viciosas. Se llama rocosa a la isla de Paros (cf. el 447 de Euforión), aunque no lo es especialmente; se cita a los dioses para que sus efigies den testimonio de que no han visto en el templo parió de Hera a Arquíloco con ninguna de ellas (el citado papiro habla de una pradera que puede pertenecer al recinto); y a los demones, cuyas imágenes se hallaban en las calles, para que hagan lo mismo en cuanto a éstas.

No, por este lugar venerable en que estamos los muertos,

las hijas de Licambes no tenemos mala

fama, pues no deshonramos jamás a los padres

ni a nuestra doncellez ni a la rocosa Paros,

mas Arquíloco echó una horrorosa calumnia y terrible

reputación encima de nuestro linaje.

Jamás en las calles a Arquíloco vimos ni nunca,

por dioses y demones, en el gran templo de Hera.

Y él no habría querido engendrar sus legítimos hijos

en nosotras si fuéramos livianas y viciosas.

502 (VII 407)

Poema dedicado a Safo (cf. el 260 de Posidipo), quizá para comentar una escultura o pintura o para una edición de sus libros. La denominación de décima Musa se encuentra en IX 506, epigrama atribuido a Platón. Éreso, ciudad de la costa SO. de Lesbos, es la ciudad mencionada como natal de Safo por la Suda, aunque todos los demás autores hablan de Mitilene, cuya lengua (cf. el 430 de Teodóridas) es efectivamente eólica. Sobre Pieria y el Helicón, cf. el 183 de Leónidas y 369 de Teócrito. Safo escribió epitalamios en los que se celebraría al dios de las nupcias (cf. 490 y, sobre las teas rituales, el 389 de Erina), representado aquí por el estribillo Himén Himeneo con que se le cantaba. No sabemos de qué bosque sacral se habla, pero sí que Safo (frs. 140 y 168 L.-P.) escribió canciones para las fiestas (cf. 487-488) de Adonis, hijo de Cíniras, rey de Chipre.

¡Safo, dulcísimo apoyo del joven amante!

A ti con las Musas, pues como ellas cantas

cual su décima hermana de la Éreso eólide, Pieria

y Helicón rico en yedra te celebran; contigo

blande Himén Himeneo su antorcha brillante, posado

sobre los nupciales tálamos, y contemplas

el sacro recinto divino a Afrodita siguiendo

en su llorar al joven retoño de Cíniras.

Salve por siempre, señora, la igual a los dioses,

que aun tenemos tus cantos, tus hijos inmortales.

503 (VII 31)

Sigue la serie (cf. el 379 de Teócrito y 470 de Nicéteto) sobre Anacreonte. Esmerdies el trace era uno de los muchachos cantados por él (frs. 2, 21, 69 y 77 P.) junto a Batilo (cf. el 174 de Leónidas). Eurípile es mencionada en el fr. 27 P., que no nos dice que sea amada por el poeta, notoriamente bisexual en sus preferencias, sino que ella quiere a Artemón. Las flores citadas (de las que la viola, cf. el 83 de Nicias, es llamada vespertina precisamente por ello) eran empleadas para hacer guirnaldas de las usuales en los festines simposíacos: el vino a que se refiere Dioscórides es puro, como corresponde a un bebedor consumado (cf. el 452 de Hédilo), a quien tampoco podrá faltar la bebida de los dioses, el néctar, por ser él mismo divino. Al final dice el texto griego aun en casa de Deo, es decir, en la tumba, que es la tierra, la mansión de Deméter. En general, el tono es el generalmente empleado en textos tardíos para hablar de Anacreonte como un adicto a toda clase de amores y festejos.

¡Oh tú, consumido en los huesos por causa de Esmerdies

el trace, señor de cortejos y fiestas,

Anacreonte, a quien aman las Musas, que sobre las copas

mil veces derramaste lágrimas por Batilo,

que solas se te abran las fuentes de vino y por parte

de los dioses los ríos del inmortal néctar,

que solos te traigan los huertos la flor vespertina,

la viola, y los mirtos se bañen de rocío,

que aun ahí te sea dado danzar muellemente beodo

tendiendo los brazos a la dorada Eurípile!

504 (VII 410)

Sobre Tespis, presunto creador de la tragedia en el s. VI. Como sus obras ya se habrían perdido en tiempo de Dioscórides, hay que pensar que el poema está escrito para una escultura o supuesta tumba. Se hace alusión a la sistematización de los espectáculos por aquel dramaturgo, pues antes las fiestas de Dioniso solamente llevaban consigo primitivas representaciones cuyos premios eran también rústicos: en la procesión de las Dionisias descrita por Plutarco (Mor. 527 d) se exhibían un ánfora de vino y una rama de vid seguidas de un macho cabrío, un cesto de higos secos y al final el falo. En el Marmor Parium, inscripción histórica hallada en Paros, se enumeran como premios del certamen cómico los higos y el vino; y del trágico el animal cuyo nombre, de una manera u otra, dio nombre a la tragedia. Al final quiere decir Tespis que, aunque es de prever que las nuevas generaciones innoven, y aun más las que vengan luego, a él ya nadie puede quitarle el mérito inicial.

Aquí estoy yo, Tespis, primero que el trágico canto

creé y a los aldeanos aporté gracias nuevas

cuando aun Baco sus rústicos coros traía y el premio

era un cabrón y un cesto lleno de higos áticos.

Si esto lo cambian los jóvenes, más todavía

innovará el futuro; pero lo mío es mío.

505 (VII 411)

Versos escritos quizá para un ejemplar de las tragedias del celebrado. Se empieza haciendo clara referencia a 504 y se distinguen luego la época anterior a Tespis (los retozos), la suya (las fiestas más hechas) y las innovaciones de Ésquilo, el famoso autor trágico del s. V, especialmente en el aspecto de la puesta en escena. Añade que los versos de este poeta no estaban trabajados y relamidos, sino que eran muestras de inspiración torrencial.

Esto es invento de Tespis, mas tales retozos

por el bosque silvestre con fiestas ya más hechas

Ésquilo fue quien las puso en la cima, el que versos

a cincel no hacía, mas bañados en agua

torrencial, y en la escena innovó. Boca diestra entre todas,

eras uno de los viejos semidioses.

506 (VII 37)

Un viandante dialoga con la estatua no de un sátiro, como dice 507, probablemente emparejado con éste, sino de un actor que, en postura de danza, exhibe una máscara trágica (cf. el 301 de Calimaco). Se supone que está sobre la tumba de Sófocles (cf. el 361-362 de Simias), pero éste no fue enterrado en Atenas, como afirma el otro epigrama, sino en Decelia, demo ático, y su tumba tenía encima una sirena (Paus. I 21, 1) o una golondrina de bronce. Se trata, pues, de un monumento ficticio. El actor comienza por llamarse a sí mismo sagrado, como celebrante de un acto más religioso que teatral, y alude a la ciudad de Fliunte, sita en la Argólide, como cuna del drama satírico, supuestamente inventado allí por Prátinas a principios del s. VI. Puede pensarse que aquí dice literalmente que a él, un simple campesino que, después de sus tareas, actuaba en dramas satíricos sin apenas vestuario, ahora se le encuentra dedicado a representaciones trágicas con los bellos ornamentos inventados por Sófocles; pero, aunque nos dicen que éste introdujo en escena el báculo de los viejos y algún tipo de sandalias, quien dio verdaderamente a la tragedia su esplendor fue Ésquilo, citado en el epigrama anterior. Aquí, pues, parece pensarse, como Aristóteles (Poet. 1449 a 20), que la tragedia nació del drama satírico; y esto, atribuido un poco absurdamente al relativamente tardío Sófocles, es lo simbolizado en la metamorfosis del actor. La máscara que éste lleva tiene el pelo corto en señal de luto (cf. el 432 de Teodóridas); pertenecerá, por tanto, al atrezzo necesario para las tragedias sofocleas Antigona y Electra, cuyas protagonistas se hallan en situación patética.

—De Sófocles es esta tumba, depósito sacro

que me hicieron las Musas, amigo, por serlo

también yo; él me tomó cuando en Fliunte aún el trillo de tablas

pisaba, hizo de mí figura áurea y vistióme

con púrpura fina; mas luego murió y está inmóvil

ahora aquí mi pie danzarín y torneado.

—Feliz tú que en tan bella postura te exhibes. Mas esa

máscara rapada, ¿de qué obra procede?

—Si Antígona quieres o Electra llamarla, en lo cierto

estás; ambas son lo mejor que existe.

507 (VII 707)

La propia palabra inicial ya indica que el epigrama está intencionalmente unido a 506, pero aquí el actor se halla caracterizado como sátiro; dice llamarse Escirto, esto es, Saltarín, nombre muy propio para una de estas bestezuelas, y ostentar barba o más bien bozo rojizo, igualmente muy adecuado. Este personaje custodia la tumba del escritor Sosíteo, que, según la Suda, era siracosio, ateniense o natural de Alejandría de la Tróade (cf. intr. a Hegemón); pertenecía a la Pléyade, en la que rivalizaba con Homero el trágico (cf. intr. a Mero); y estaba en pleno florecimiento hacia el año 285. El sepulcro no está en la ciudad, sino, al parecer, en algún lugar campestre del Ática.

Lo que sigue está embarullado: Sosíteo devolvió al drama satírico (sobre la guirnalda como ornamento triunfal, cf. el 459 de Hédilo, y sobre la yedra como símbolo teatral, el 471 de Nicéneto) la dignidad y autenticidad de los tiempos de Prátinas y a autores y actores, que se habían ido acostumbrando a la deformación del género, les ha inculcado, dentro del cultivo del drama cuyo origen es dórico, renovados principios en que se mezclan alguna mayor virilidad, expresiones más solemnes y otras reformas por las que el tirso, tradicional atributo del dios teatral Dioniso, ha reflorecido si así puede decirse. ¿Es que Sosíteo, autor de tragedias y al menos un drama, Litierses, realizó en realidad tal revolución y en qué consistió ella? Creemos que ni el propio Dioscórides lo sabe.

También guardo yo, Escirto, el de bozo rojizo, un sepulcro,

como en la ciudad otro de mi sangre el de Sófocles;

es de Sosíteo la tumba, el que supo la yedra

llevar en forma digna de los sátiros fliasios,

sí, por los coros lo juro, y a mí, ya a los modos

nuevos acomodado, me llevó hacia la patria

tradición; arrójeme de nuevo a la dóride Musa

con ritmo viril y, a los tonos solemnes

arrastrado, gusté de los ecos de un tirso más nuevo

gracias a la atrevida mente de Sosíteo.

508 (VII 708)

Epitafio para el comediógrafo Macón en su sepultura de Alejandría. Ateneo (241 / y 664 a) nos dice que era corintio o sicionio, pero vivió, escribió y murió en aquella ciudad egipcia y era considerado como el mejor escritor teatral después de los de la Pléyade (cf. 507). El propio Ateneo ha recogido muchos y extensos fragmentos de una colección de anécdotas en verso y trozos de dos comedias que no carecen de mérito.

En cuanto a la fecha, agrega Ateneo que era contemporáneo del comediógrafo Apolodoro de Caristo, ciudad de Eubea, que nació en el s. IV y vivió a lo largo del III, y mentor del gramático Aristófanes de Bizancio (cuarto director de la biblioteca, posterior a Eratóstenes, cf. el 679 de Dionisio, y anterior a Apolonio el idógrafo) en cuestiones relativas a la comedia. Puesto que éste fue discípulo de Zenódoto, el también gramático (cf. intr. a Filitas y Zenódoto), y de Calimaco, Macón, que, según aquí vemos, llegó a la vejez, sería contemporáneo de este último.

Sobre la yedra que ama el agón o certamen teatral, cf. 507; la metáfora corriente está invertida, pues aquí no es el muerto quien se viste de tierra, sino ésta la que se engalana con el difunto, que ahora no es un autor de vulgaridades manidas, sino de obras magníficas y dignas de las de la comedia antigua. Macón se jacta (cf. el 434 de Teodóridas) de que a Alejandría ha llegado la gracia picante (cf. el tomillo como especia en intr. a Teodóridas) de los tiempos del antiguo Aristófanes.

A Macón, el autor de comedias, ¡oh, tierra!, sé leve

y que brote en su tumba la flor de la yedra

que ama el agón, pues no vistes andrajos vulgares,

mas ropajes dignos del arte de antaño.

Y él dirá: «Junto al Nilo también el picante tomillo

de las Musas crecer suele, ¡oh, ciudad de Cécrope!»

509 (VII 485)

El lema llama a Alexímenes orgiofanta, es decir, participante en ritos báquicos de que son accesorios los tamboriles y protagonistas las tíades (sinónimo de bacantes o ménades) con sus despeinadas melenas (cf. 500); pero es más aún, un flautista de Anfípolis o Eyón o alguna otra ciudad macedonia (aquí no se dice sino que su patria está bañada por el Estrimón, cf. el 468 de Nicéneto) que solía tocar en estas orgías. Los lirios son plantas funerarias.

Blancos lirios poned en la tumba, tañed los usuales

timbales junto al túmulo que a Alexímenes cubre;

haced que se agiten, frenéticas tiades, los rizos

de vuestras cabelleras por la ciudad estrimonia,

que, cuando él vuestras voces con dulces acentos seguía,

mil veces danzó al son de estos suaves ritmos.

510 (VII 450)

Aquí tratamos casi todo lo relativo al 26 de Escrión. Filénide (de cuya obra Sobre lo venéreo el Pap. Ox. 2981 nos acaba de transmitir unos fragmentos en prosa de contenido, por cierto, bastante inocente) debió de vivir a principios del s. IV, por lo que ahora se dirá; era de Samos (cf. el 329 de Calimaco) y su padre se llamaba Ocímenes, según el papiro (Aten. 220 / habla de Léucade, isla del mar Jónico, según se ve sin fundamento; y el lema del citado 26 sugiere Elefantina, ciudad de Egipto, lo que niega el de 510, con razón, pues éste o Elefántide era el nombre de otra autora de obscenidades); y escribió obras de materia sexual tenidas por muy inmorales en la Antigüedad (cf. unas Samias de vida disoluta en el 199 de Asclepíades).

Según Ateneo (335 b), el epigrama mencionado de Escrión, yambógrafo samio, que está también en la Antología considerado como anónimo y de Simónides, afirma (tal vez, apuntamos nosotros, por un sentimiento de solidaridad nacional) que fue el sofista Polícrates quien, para desacreditar a aquella mujer honestísima, escribió (y se entiende que puso a nombre de ella) el libro bien conocido y atribuye a Filénide quejas contra sus calumnias.

Si Polícrates es el famoso acusador de Sócrates, que murió hacia el año 370, la fecha de Filénide será la arriba indicada. En cuanto a Escrión, dice de él la Suda que fue un autor épico, mitileneo (pero cf. supra) y discípulo de Aristóteles; y Tzetzes (Chil. VIII 407) le atribuye la misma cuna. Lo que está claro es que aquí Dioscórides le imita.

Éste es de la samia Filénide, amigo, el sepulcro;

atrévete a hablarme y a acercarte a mi estela.

Yo no soy, por mi tumba lo juro, quien cosas infames

para las mujeres, al Pudor ofendiendo

como dios, escribió; yo soy casta. Si alguno ha forjado

un impúdico texto queriendo deshonrarme,

que el tiempo descubra su nombre y mis huesos se gocen

al haberse de triste reputación librado.

511 (VII 484)

Los diez hijos murieron antes que ella; no se ve claro si también el marido.

Bío, que dio a Didimón cinco niñas y cinco

varones, no gozó de ninguno de ellos

ni de ellas; mujer excelente y fecunda, a su muerte

no la enterraron manos filiales, mas extrañas.

512 (VII 162)

Eufrates, esclavo persa, pide a su dueño que respete su religión cuando muera: su calidad de seguidor de Zoroastro le prohíbe la cremación, porque el fuego es elemento sagrado, y el lavado ritual del cuerpo, pues también lo es el agua. En realidad la tierra no debería ser profanada tampoco (los Persas entregaban los cadáveres a las aves de rapiña según Estr. XV 735), pero Eufrates comprende que el negarse a ser sepultado es demasiado pedir.

No me quemes, Filónimo, el fuego por mí no profanes.

Yo soy Eufrates, persa de origen; persas fueron

mis padres, señor, y peor que la muerte penosa

es mancillar el fuego para nosotros todos.

Confía a la tierra mi cuerpo, mas agua no viertas

sobre él; yo venero también a los ríos.

513 (VII 456)

Imitación del 152 de Leónidas (cf., sobre el oficio de nodriza, el 323 de Calimaco, y sobre el vino puro, 503).

A Silénide, el ama, que nunca una copa apartaba

de sí puesta a beber vino puro, en sus tierras

sepultóla Hierón por que junto al lagar estuviese

la tumba de aquella que tanto amó el mosto.

514 (VII 229)

El valor (cf. el 445 de Nicandro) y laconismo de los Lacedemonios era tradicional. Sobre Pitaña, cf. intr. a Arcesilao. No se sabe de qué batalla se trata; quizá es la de Tírea, sobre la cual cf. el 446 de Nicandro y el siguiente epigrama.

A Pitaña muerto llegó Trasibulo y tendido

encima de su escudo; siete veces le hirieron

los Argivos y siempre de cara. Al poner en la pira

a su hijo ensangrentado dijo el anciano Tínico:

«Los cobardes que lloren; sin lágrimas voy a enterrarte;

no sólo eras mi hijo, sino un Lacedemonio».

515 (VII 430)

Otra versión de la batalla de Tírea. Alcenor y Cromio vuelven al campo después de haber comunicado en su ciudad que Argos había vencido. Encuentran allí unas armas colgadas de una encina (cf. el 137 de Leónidas) como exvotos y un escudo, que parece ciertamente dórico (cf. el 5 de Hegemón), pero que a primera vista no se ve si es argivo o espartano (a pesar de que aquéllos eran redondos y éstos rectangulares), con una inscripción constituyendo un trofeo (cf. 499). Uno de los soldados se extraña de que haya sobrevivido un tercer argivo. El otro apunta la posibilidad de que quede algún espartano vivo. En efecto, Otríadas está moribundo y la inscripción proclama el triunfo de Lacedemonia tal vez con el nombre del propio guerrero, que ellos leen. El argivo pide a Zeus, padre de Argo, el fundador mítico de la ciudad, que no acepte tal reivindicación. El lema, e igualmente el del 691, dice que la historia puede hallarse en el libro IV de Tucídides, donde es mencionada Tírea (56-57), pero no la batalla.

—¿Quién tales armas recién conquistadas en esta

encina colgó? ¿De quién es este escudo

dórico inscrito? Está Tírea llena de sangre

de soldados y solos dos Argivos restamos.

—Mira todos los cuerpos caídos, no sea que quede

alguien vivo que a Esparta dé bastarda gloria.

—Tu marcha detén; la victoria pregona este escudo

propio de los Lacones y la sangre de Otríadas;

y su estertor aquí al lado se escucha. —Rechaza,

Zeus abuelo, el trofeo de una falsa victoria.

516 (VII 434)

Cf. 514.

Deméneta, que ocho hijos suyos mandara a la lucha

contra los enemigos, sepultólos a todos

en un solo sepulcro, mas no lloró entonces y dijo

únicamente: «Esparta, para ti los tuve».

517 (VII 76)

Gran paradoja. Un navegante (cf. el 312 de Calimaco) dejó el comercio por temor a las aguas del mar (sobre el paso a la labranza, cf. el 10 de Faleco) y se retiró a la ciudad egipcia de Menfis. Allí murió y ahora una inundación del Nilo le ha descubierto.

Cuando apenas Filócrito había dejado el comercio

y empuñado el arado, Menfis le enterró en tumba

extraña y allí le inundó la abundante corriente

del Nilo y desnudóle su violenta riada.

Así, quien en vida escapó al mar amargo, cubierto

por las aguas ahora tiene su sepulcro.

518 (IX 568)

Otro caso parecido. El agua del Nilo, tan estimada siempre incluso en las inundaciones, porque el limo dejado por ellas fertiliza la tierra, ha sido causa de desastre para Aristágoras.

Te llevaste, corriendo crecido por cauces errantes,

la casa y heredad, ¡oh, Nilo!, de Aristágoras

y cual náufrago el viejo nadó por su propio terruño

hacia la averiada finca de un vecino

y, al ver su esperanza del todo perdida, decía:

«¡Ay, gran esfuerzo que hice con mis viejas manos,

ya todo agua sois y el licor que es tan grato al labriego

esta vez amarguísimo rompió contra Aristágoras!»

519 (IX 340)

Según varios testimonios, entre ellos el Marmor Parium (cf. 504) y Plutarco (Mor. 1132 f), Hiagnis, una especie de sátiro o sileno natural de Frigia, inventó la flauta y, en el modo musical llamado frigio, compuso partituras en honor de la Madre de los dioses (cf. 500), Dioniso y Pan (cf. 485). En cambio, otros (p. ej., Melanípides en el fr. 2 P.) afirmaban que la doble flauta (cf. el 458 de Hédilo) fue discurrida por Atenea, la cual, al ver que el tocarla afeaba sus facciones, la tiró al suelo; Marsias el sátiro (cf. el 175 de Leónidas) la recogió, inventó la boquilla (que permitía una postura más cómoda de los labios, cf. el 127 de Leónidas), desafió a Apolo y, como consecuencia de una apuesta, fue atado y desollado vivo por el dios que le había derrotado, bien en virtud de alguna trampa, según unas leyendas, o porque, como aducen otras, la lira permite al ejecutante cantar mientras tañe. Pausanias (X 30, 9) habla de que una melodía dedicada a la gran Madre fue compuesta por Marsias según los habitantes de Celenas, ciudad del SE. de Frigia donde se solía mostrar su piel según Heródoto (VII 26); y ciertas autoridades, entre ellas Metrodoro de Quíos (cf. intr. a su compatriota Teócrito) en Ateneo (184 a), hablan de Marsias como inventor de la siringa y de la doble flauta. Por otra parte, en IX 266 Antípatro el tesaloniceo considera a Hiagnis como padre de Marsias, y así también Plutarco (l. c.).

Aquí se defiende la invención para Hiagnis y se niega para Marsias, llamado pastor como en Filóstrato (Im. I 20) y otros textos; quizás al final (pues el epigrama está corrupto y probablemente incompleto) se hablara de la relación familiar entre ambos. Cíbela es el nombre de un monte de Frigia del que se habría derivado el de Cíbele (cf. 500); el Ida es otra montaña vecina, cercana a Troya (cf. el 190 de Arato); sobre la cámara y la alusión genérica a camareras orgiásticas, cf. 509 y lo citado allí.

Las flautas son obra de Hiagnis el frige en el tiempo

en que los ritos prístinos de Cíbela la Madre

de los dioses creó; y a su son la que sirve en la idea

cámara, enloquecida, la melena soltóse.

El pastor celenita antes de esto no había tañido,

pero se hizo famoso por su pugna con Febo.

520 (XI 195)

El que habla se queja de que, tras haber realizado un gran esfuerzo en la representación o lectura pública de los Teménidas de Eurípides (cf. el 300 de Calimaco), que no se sabe por qué son llamados aquí marinos y en los que aparecía probablemente una heroína llamada Hirneto, hija de Témeno, rey de Argos, el público le expresó su desagrado haciendo sonar crótalos, una especie de castañuelas; en cambio, un bailarín (cf. el 422 de Aristódico) llamado Aristágoras tuvo gran éxito con una pantomima en que se imitaban los afeminados movimientos de un Galo (cf. 500). Ésta es prueba de mal gusto; el público prefiere el vulgar canto de la alondra al del cisne (cf. el 244 de Posidipo). Se ha pensado (cf. intr.) que quien habla puede ser el propio Dioscórides: sus manifestaciones recordarían a las de Calimaco en 332-333.

Bailó lo del Galo Aristágoras; yo con esfuerzo

grande representé los marinos «Teménidas»;

él se marchó con aplauso y a Himeto la pobre

el sonar de los crótalos la acompañó al marcharse.

Al fuego, proezas heroicas, que suele la alondra

entre gentes incultas cantar mejor que el cisne.

521 (XI 363)

En una carrera de antorchas celebrada en Alejandría (cf. el 463 de Filóxeno) ha triunfado un tal Mosco; su madre es prostituta o dueña de burdel (cf. el 205 de Asclepíades); su padre, porquerizo, aunque se llame pretenciosamente Ptolemeo. Las mujeres de mala vida pueden parir hijos con tranquilidad, pues no habrá discriminaciones para ellos.

No hay pudor ya, Alejándreos; venció Mosco, el hijo

de Ptolemeo en la prueba de antorchas de los mozos.

¡Sí, Mosco, ciudad! ¿Dónde están ahora ya los horrores

de su madre y los tratos públicos de su casa?

¿Dónde su padre y sus sucias pocilgas? ¡Rameras,

parid, animadas por el triunfo de Mosco!

522 (VII 178)

Tema parecido al de 512: el esclavo de Lidia, que ha ejercido de pedagogo o preceptor con Timantes, muestra en su tumba agradecimiento hacia su dueño, que le ha sepultado como cuadraría a un hombre libre. El lema habla de Dioscórides el nicopolita (cf. intr.).

Sí, yo soy lido, soy lido, señor, mas en tumba

libre pusiste al hombre que te educó, Timantes.

Que dichoso prolongues e inmune tu vida y, si siendo

viejo hasta mí llegares, en el Hades soy tuyo.

523 (VII 166)

Sobre una mujer muerta (cf. 511) al dar a luz dos gemelos, que tampoco sobrevivieron. Un motivo para que el lema dude entre Dioscórides y Nicarco es que otra Nicáreta aparece en el 526 del último. Sobre la confusión entre Libia y Egipto, cf. el 255 de Posidipo.

Junto al Nilo las costas de Libia a Lamisca recubren,

samia de origen, hija de Éupolis y Nicáreta,

que su último aliento entregó a los veinte años con tristes

dolores y a sus hijos gemelos llevándose.

Muchachas que dones veníais trayendo a la niña

en su parto, llorad sobre su tumba ahora.

524 (VII 167)

El lema habla de atribución a Dioscórides o a Hecateo de Tasos (cf. el 257 de Posidipo), que no sabemos quién es.

Di que Políxena soy, de Arquelao la esposa,

hija de Teodectes y la infeliz Demáreta;

fui madre hasta el parto tan sólo, pues, aún no pasados

veinte días, un dios se me llevó a mi niño;

y yo misma, la apenas parida y apenas casada,

morí a los dieciocho años siendo precoz en todo.