EPÍLOGO
(…) Adrián Miranda Gil irrumpió en la oficina anexa al domicilio de Ernesto Acevedo Blay, quien mantenía en esos momentos una reunión con un empresario local. Pero no llegó a entrar en el despacho, pues se topó con la presencia de un vigilante armado, empleado de la empresa Seguridad CEYS, cuyos servicios habían sido contratados precisamente el día anterior. El guardia de seguridad procedió a repeler la agresión con su arma reglamentaria.
Según el testimonio de Estrella Déniz Santana, secretaria de Ernesto Acevedo Blay, Miranda Gil entró en las dependencias con una actitud muy agresiva e, inmediatamente, la encañonó.
«Me dio mucho miedo —contó la señora Déniz en una entrevista concedida a un programa radiofónico—. Ese individuo ya había venido por aquí, haciéndose pasar por un donante. A don Ernesto le dio mala espina, y por eso contrató a los seguritas. La cosa es que ese hombre estaba intentando entrar al despacho de don Ernesto cuando el vigilante, que estaba en el baño, salió y sacó el revólver. Le dio el alto. Me consta que se lo dijo, que se estuviera quieto y soltara la pistola. Pero el hombre lo que hizo fue apuntarle y entonces se liaron a tiros y yo me tiré debajo de la mesa. Todo duró un momento, por lo visto, pero a mí me parecieron horas. No sé cuántas veces dispararon. Solo sé que, cuando pararon, saqué la cabeza y vi a Manolo, el vigilante, que estaba sangrando, pero todavía de pie. Parece que le dio tiempo de meterse a medias en el baño y disparar desde allí. A ese hombre, a Manolo, le debo la vida. Hasta flores le llevé al hospital. Por suerte, parece que ya está recuperado casi del todo. Pues bueno, Manolo estaba herido en un costado, pero estaba de pie y vino a ayudarme. Fíjese: él, herido, y vino a ayudarme a mí. El otro hombre, el tal Miranda, estaba en el suelo, delante de la puerta del despacho, en un charco de sangre. Yo creo que ya estaba muerto, pero no soltaba el pomo de la puerta, agarrado ahí como una lapa. Debía de estar loco, obsesionado con don Ernesto. No sé. Una no sabe lo que le puede pasar por la cabeza a un individuo así. Es la peor experiencia que he tenido en la vida. Horroroso. Todavía ando en manos de psicólogos. Sobre todo desde que empezaron a saberse cosas y aparecieron noticias de todo lo que había hecho ese hombre: lo de don José Luis, lo del pobre Guillermo y esa barbaridad que hizo con esa travesti y el guineano en Guanarteme… No sé, pensar que a don Ernesto y a mí misma nos podría haber ocurrido igual… Si no llega a ser por Manolo… Desde entonces, no pego ojo. Una se pone a mirar bien estas cosas y se da cuenta de que las personas honradas viven con miedo en este país. A las manzanas podridas hay que sacarlas del cesto. Hay que hacer algo con la Justicia. No digo yo la pena de muerte, pero una cadena perpetua, impedir que vuelvan a salir a la calle, algo. Porque nadie va a convencerme de que esto no se podría haber evitado. Y es que, vamos a ver, después de haber hecho lo que hizo, ¿qué hacía ese elemento en la calle?».
Anselmo Quintana Sánchez:
Delito de sangre: Sucesos luctuosos en Canarias.