21
POR supuesto, era mucho mejor vivir con Diego que andar por ahí puteando y dando tranques. No me faltaba de nada. De hecho, me bastaba con decir «Quiero esto» para que él me lo pusiera en las manos. Me decía que no me preocupara todavía por encontrar trabajo; que me centrara en buscar equilibrio, que ya veríamos qué estudiar y qué hacer; que no me preocupara de nada más que de mantenerme sano.
Entre el lunes y el viernes él viajaba mucho, así que yo me pasaba las horas muertas en la casa, viendo la tele y viviendo a cuerpo de rey. Para entretenerme, planté un huerto en el patio trasero. Trabajar en él me recordaba la infancia. También intentaba leer los libros que Diego me recomendaba. Y leía los folletos de cursos y estudios de Formación Profesional que él me traía a cada momento. Si seguía limpio, podría trabajar como fontanero, como electricista, como calderero o, incluso, como auxiliar administrativo.
Pero todo eso no duró mucho. Empecé a sentirme agobiado, a coger el coche de Diego para ir a dar paseos que, irremediablemente, acabaron siendo cada vez más largos y más prolongados. Cuando me vine a dar cuenta, mi vida había vuelto a ser una farra continua, con Felo, Ginés el Cholo, Sandro y toda la demás morralla. No tardé ni un mes en fumarme una papela y todo volvió a ser como antes. La única diferencia era que no pagaba con el dinero de un guiri al que jamás volvería a ver, sino con el que le sacaba a Diego.