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SI quería meterme de lleno en todo aquello, necesitaba tiempo libre. Le pregunté a Tomás si podía tomarme algunos días de vacaciones. Me miró con curiosidad y me preguntó cuántos. Pero debió de cambiar de idea sobre la marcha, porque no me dejó responder.
—Bueno, qué cojones, desde que saliste no has parado de currar, tío. Tómate un tiempito. Un par de semanas o un mes. ¿Te vas a ir a algún lado?
—A lo mejor unos días, al Sur. Pero, en principio, lo que quiero es relajarme, leer, ordenar la cabeza.
—Pues me parece muy bien. Encima, ya has trabajado por lo menos seis meses, así que, por contrato, te puedes coger ya quince días. Pero, de todos modos, cógete los que te dé la gana.
—Gracias, tío. De todos modos, si tienen lío o te falta alguien a currar, de la isla no voy a salir. Me das un toque y listo.
—O pongo a currar a los gandules de mis hijos, que se mueven menos que Don Pimpón en una cama de velcro —rezongó—. Tú relájate, que bastante que trabajas. Lo que me preocupa es que estés bien y que no te metas en follones —esto último lo dijo con cierta suspicacia, mirándome de fijo, antes de preguntar—: No estás bebiendo, ni nada por el estilo, ¿verdad?
Cuando Tomás se pone en plan hermano mayor, me dan ganas de pellizcarle los cachetes, como a los niños chicos.
Pero ya estamos talluditos para eso. Me conformé con devolverle la mirada y sonreír:
—De eso ya tuve de sobra.
Como no se le quitaba la intriga, busqué una explicación lógica para aquella necesidad de tiempo libre.
—Tengo un rollete.
Por el rostro se le cruzó una nube de luz.
—Coño, con eso me das una alegría, ya tú ves… A ver si sientas la cabeza, carajo.
—La cabeza no creo que vaya a sentarla, pero hay que darle una alegría al cuerpo de vez en cuando, ¿no?