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POR la tarde fui a Juan Grande para prepararlo todo. Fijé la silla al piso con los pernos de anclaje; puse cáncamos en la puerta y el bastidor, para pasar la cadena; dejé allí la lámpara y las herramientas, y un par de garrafas de agua, que nunca venían mal.

Ya que estaba en la finca, aproveché para fijar las anillas al suelo de la furgoneta. Al final me dieron las tantas. Son casi las doce de la noche. Llegué hace un rato y todavía no he cenado. Lo cierto es que no tengo hambre. Tampoco sueño. Siento la misma ansiedad que un pibe antes de la reválida. Pero voy a pasar este examen. Llevo tanto tiempo planeándolo que nada puede salir mal. Bueno, en realidad hay tantas cosas que pueden salir mal que prefiero no planteármelas. Si me las planteara, no movería un dedo.

No. Nada saldrá mal. Todo me ha salido mal durante cuarenta y cinco años. Ya se me han jodido suficientes cosas en la vida. Todo va a salir de puta madre. No puede ser de otra manera. Dios no puede ser tan cabrón.