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ESTRENÉ las vacaciones volviendo a ir de compras, cuestión de renovar guardarropa aprovechando las rebajas. Como las tiendas a las que fui estaban en Las Arenas, aproveché que andaba por Guanarteme para ir a hacer una visita a la Yoli. Además, tocaba pagar el alquiler.
La Coja estaba haciendo un potaje y me ofreció un café en la cocina. Marín estaba en el cuarto de la azotea, limpiando el palomar. Por lo visto, anda nervioso con una suelta que hay dentro de poco. Entre los palomeros, en un alarde de imaginación, lo llaman Marín el Guineano. Es respetado y tiene fama de buen criador, ganada, supongo, a pulso, porque en la colombofilia el respeto es muy bonito y los elogios no se regalan. Pero no creo que estuviera tan nervioso como para no bajar a saludar. Estoy seguro de que se dio cuenta de que yo estaba allí, pero prefirió no darse por enterado. Decliné la invitación a comer que me hizo Yoli. Solo el café, pagarle y, si acaso, comentar cómo iba el mundo. El mundo iba mal, como siempre, pero se acababa justo a la puerta de aquella casa. Supongo que ésa es la ventaja de ser inmigrante, travestí, expresidiario o camello: si estás excluido del mundo, también estás excluido de sus miserias.
Pasamos media hora así, hablando de cualquier cosa (el tiempo, la prima de riesgo, el pelo teñido de Rajoy, la ropa que yo había comprado, las ofertas de Hiperdino y la subida de la gasolina), hasta que anuncié que me marchaba a casa. Entonces me clavó la mirada y preguntó a bocajarro:
—¿Qué pasó con Felo?
Le devolví la pregunta y la Coja insistió.
—¿Qué pasó con Felo? ¿Qué hiciste con él? Marín dice que no se le ha vuelto a ver por el barrio.
—No sé. Estará de vacaciones.
Yoli parecía preocupada.
—Adrián, es mucha casualidad que salgas tú del talego, me preguntes por Felo y luego él vaya y se haga humo…
—¡Y yo qué sé! Estuve preguntando por ahí, pero no llegué a dar con él. Igual se enteró de que lo andaba buscando, le dio miedo y se mandó a mudar.
—Espero que no me estés diciendo mentiras, Adrián. Porque Marín también estuvo preguntando por ahí por él. Y como metas en un lío a Marín —y lo siguiente lo dijo arañando el aire con su zarpa de dedos larguísimos—, te saco los ojos con las uñas de las manos. ¿Me estás oyendo, hurón?
—Yoli: si hay alguien a quien no le diría una mentira es a ti. De verdad, no he llegado ni a verlo.
Cuando me fui, aún me miraba de reojo. Sé que sabía que yo mentía. Pero aquella conversación la exculparía si las cosas venían mal dadas.