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Mary pronunció su nombre, y Brian se detuvo.

El instante de vacilación al detenerse —y el hecho de que se volviera a mirarla— fue lo que hizo posible que el hombre de la gorra de los Red Sox lo alcanzara.

—Basta ya —le dijo el hombre. A Brian lo desconcertó su extraña vestimenta, llevaba la cazadora con la cremallera hasta arriba y la gorra encasquetada hasta los ojos, por lo que apenas era visible su cara. El perro que tenía a su lado, el Labrador negro, había salido corriendo, por lo que sostenía en su mano derecha la correa rota.

—No podía... —le estaba diciendo Brian a aquel hombre extraño—. No podía permitir que siguiera haciéndonos daño.

—Lo sé, lo sé... —le decía el hombre—. Pero deja la pistola ahora y arreglaremos todo. —Su voz tranquilizadora le resultaba a Brian vagamente familiar.

De pronto, supo quién era.

Brian se acercó al hombre. Le desabrochó de un tirón la cazadora y apareció... Dennis Flaherty.