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Bell City es una de las poblaciones más pobres del estado de Indiana. Cuenta con unos cinco mil habitantes y se halla en el límite del condado de Martin. Cobró notoriedad hace años por un célebre partido de baloncesto jugado en Bloomington, en el que el equipo del instituto de Bell-Este venció por una canasta al del instituto de Cale en su primer campeonato estatal.

Hay un cartel conmemorativo de la hazaña que puede verse en cuanto cruzas los límites de Bell City. Está abollado, agujereado por las pedradas y casi arrancado de su poste por obra, probablemente, de residentes de Cale aún dolidos por un partido que se jugó hace ya casi treinta años.

En Bell City tienen un establecimiento de la cadena Dairy Queen, una tienda de cebos y artículos de pesca, amén del instituto de segunda enseñanza local y un colegio preparatorio para alumnos que desean acceder al instituto. Hay una gran variedad de iglesias, baptistas la mayoría de ellas, algunas de las cuales se suceden desordenadamente a lo largo de un lado de la interestatal 72. En Bell City, la carretera está llena de grietas y baches porque nadie se ha cuidado del asfalto en muchísimo tiempo. Cuando los tres entraron allí, tuvieron la sensación de hallarse en una ciudad fantasma.

Iban en busca de la chica que aquel día fatídico había sido entregada erróneamente a Wendy Ward creyéndola su hija. La policía había seguido a Star, el padre de Deanna, hasta su caravana y lo había arrestado allí mismo. Resultó, sin embargo, que la chica no era Deanna. Brian mostró especial interés en que recorrieran los casi cuarenta kilómetros de más que había hasta el lugar donde estaba la caravana, aunque no supo decirles qué era exactamente lo que esperaba encontrar allí.

Dennis detuvo el coche en una gasolinera a la entrada de la población para solicitar orientación sobre las direcciones. Entró mientras Brian se ocupaba de poner gasolina en el depósito del Lexus. Cuando Dennis volvió, Brian le dijo que el empleado de la gasolinera le había indicado que fueran hasta el restaurante de Gary porque, por lo visto, el tal Gary era la persona a la que consultaban todos los que acudían con preguntas de particular importancia. El restaurante estaba nada más pasar el edificio del juzgado, que se alzaba en lo alto de una colina visible desde donde se hallaban, con su cúpula sobresaliendo de la línea de árboles que le hacía como de parapeto. Según el chico de la gasolinera, allí probablemente encontrarían a alguien que les podría hablar de Deanna Ward.

La ciudad propiamente dicha estaba casi muerta. Enfrente del juzgado había una tienda de muebles abierta, en la que dos hombres sacaban sofás mientras que otros fijaban etiquetas rojas de rebajas en la tapicería. Los tres aparcaron en el juzgado y recorrieron a pie los tres edificios de apartamentos que los separaban del restaurante de Gary con sus jerséis atados a la cintura y bajo el sol que les daba en la cara.

No había coches en el aparcamiento del restaurante, y las camareras estaban todas fuera, acodadas en la cerca que impedía a los clientes ver la funeraria instalada en la puerta siguiente. Compartían todas un cigarrillo, que se iban pasando de una en una y al que daban profundas chupadas con los ojos entornados. Era un día de principios de octubre más caluroso de lo normal, en el que los árboles parecían flamear con el vivo color de sus hojas.

Las mujeres no se movieron al ver llegar a los tres estudiantes; permanecieron allí en fila, una al lado de la otra en la cerca blanca, y siguieron fumando su cigarrillo. Lucían todas uniformes con volantes de color rosa, copiados de la moda de los años cincuenta, aunque el rosa era de un tono diferente, más suave y más sutil que cualquiera de los que hoy se ven. A Mary le pareció haber retrocedido de pronto en el tiempo. Todo era irreal, comenzando por la historia del libro que Brian había contado la semana pasada, hasta la desaparición del profesor Williams. Y allí estaba ella ahora, en aquel extraño pueblucho, intentando encontrar respuestas para una pregunta que ni siquiera sabía cómo plantear.

—¿Cómo les va hoy, señoras? —preguntó Dennis a las camareras, seductor como siempre.

—La mar de bien —respondió una de ellas dudando de por dónde irían los tiros.

—Desearíamos a hacerles un par de preguntas, si nos lo permiten.

Una joven negra de elevada estatura, que había asumido el papel de portavoz, asintió.

—Hemos oído hablar de un secuestro que se produjo años atrás en Cale. Nos preguntábamos si...

—Deanna —se apresuró a decir la muchacha.

—Entonces... ¿han oído hablar ustedes de ella?

—¿Y quién no?

—¿No tuvo alguna conexión con Bell City? ¿Cierta historia acerca de una muchacha que vivía en una caravana en los alrededores de la ciudad, y que se parecía mucho a Deanna?

Las camareras se miraron unas a otras. Sus caras eran reveladoras: se estaban comunicando en silencio cierta aprensión acerca de hasta qué extremo podían ser sinceras con aquellos recién llegados.

—Tendrán que preguntarle a Gary acerca de eso —dijo al fin la mujer.

—¿Gary?

—Es el patrón de esto. Conoce a todo el mundo en Bell. Seguro que es capaz de decirles cualquier cosa que necesiten saber.

—¿Está aquí ahora Gary?

—Está de vacaciones —dijo la mujer. Al tiempo que apagaba el cigarrillo en la cerca—. En Daytona Beach. Volverá la semana que viene.

—No podemos... —empezó Dennis, pero Mary le quitó la palabra de la boca. Veía adónde iba a ir a parar todo aquello y sabía que, a pesar de todo su encanto, Dennis no obtendría respuestas de aquellas chicas. Por eso se plantó delante de Dennis y sonrió a la chica.

—Escuchad... —le dijo—. Hemos de aprobar esta asignatura. Estamos estudiando en Winchester. Ya sabéis cómo son esas cosas. Tenemos que presentar un trabajo esta semana acerca del caso de Deanna Ward y solo necesitamos ir a echar un vistazo a aquella caravana suya. Para inspirarnos... , comprendedlo.

—Yo he de ir al colegio público de Cale —dijo una mujer—. Doce horas este semestre.

—Siempre quise ir a Winchester —dijo la mujer de raza negra—. Pero no pude permitírmelo. En el instituto saqué una nota media de tres con cinco. Me admitieron y todo eso. Pero el dinero... , ya sabéis... —Dejó la frase suspendida. Después miró a Mary con fijeza y con la seguridad de haber entendido el meollo del asunto—. Me parece que vosotros estáis hablando de Polly —dijo.

A Mary se le escapó un suspiro. Brian, que se hallaba a su lado, la agarró involuntariamente por el brazo, de la forma como te sujetas cuando notas que te caes.

—¿Polly? —logró articular Mary.

—La chica que los polis encontraron en la caravana. Mucha gente comentaba que se parecía a Deanna. Yo la tuve varios años delante de mí en la escuela. Todos decían que era una bruja. Ya sabéis. Ya sabéis cómo es eso. Comienzan con habladurías acerca de ti, y después ya no pueden pararlo. Bien... , después de lo ocurrido con Deanna, todo el mundo empezó a hablar de Polly como si fuera un espíritu. Mamá conocía a sus tíos. Quiero decir que vivía cerca de ellos en Upper Stretch Road. Finalmente tuvieron que mudarse de aquí para irse a DeLane. Me imagino que no pudieron soportarlo más. —La mujer hizo una pausa y miró a lo lejos—. Pienso que mucha gente culpaba a Polly de la desaparición de Deanna. No entiendo por qué mecanismo. ¿Solo porque las dos eran muy parecidas? ¿Simplemente porque las dos eran jóvenes y guapas? ¡Por favor...! Algunas personas de este pueblo son tan retrógradas..., Esto no es como Winchester.

Puesto que ya no había nada más que decir, los tres dieron las gracias a las camareras y volvieron al Lexus. El día estaba aún sereno y apacible; solo unas pocas nubes se movían perezosamente en el firmamento. Dennis abrió todas las puertas y esperaron a que se refrescaran los asientos. Ahora lo presentían. Estaban ya cerca. Tan cerca que apenas les faltaba dar un paso más para llegar a Deanna Ward.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó por último Brian.

«Que Williams es el culpable de todo esto», pensó Mary, pero no lo dijo en voz alta. No quería incidir en eso de nuevo porque estaba claro que Dennis no compartía su teoría. No deseaba discutir con él; por lo menos hasta que no supiera algo más.

—Significa que tenemos que ir hasta Upper Stretch Road en busca de esa caravana —dijo Dennis.

—Pero ya la has oído, Dennis —dijo Mary—. Se mudaron. Polly se ha ido.

—Me parece que él nos está conduciendo hacia allí, Mary —dijo Brian, quejoso—. Creo que se supone que tenemos que ir. El detective habló de esa caravana. Bethany Cavendish se refirió también a ella... Y ahora esa camarera.

Mary seguía callada. No podía argüir en contra de la idea de que parecía como si, de hecho, Williams estuviera conduciéndolos a la caravana por alguna razón. Le vino a la memoria la vieja viñeta cómica de la mula conducida por una zanahoria colgada de un cordel. Así era como se sentía: conducida, burlada, sin control de cualquier cosa que hiciera.

En el momento en que Dennis se agachaba para meterse en el asiento del conductor. Brian le dijo:

—Aguarda. He de decirte una cosa.

Los otros dos se quedaron mirándolo. Mary se preparó para escuchar alguna confesión de que Brian había estado todo el tiempo en el ajo, o que sabía dónde estaba Williams pero no se lo había dicho a ellos por alguna razón. Pero, en vez de eso, solo dijo en voz baja y vacilante:

—He conocido a Polly.

—Que tú ¿qué? —preguntó Dennis.

—Fue hace dos semanas. Había bebido más de la cuenta. La chica empezó a seguirme, y acabamos los dos —concluyó apartando ahora los ojos de Mary, evitando mirarla— en Chop Hall, junto a los hornos. Me dijo que se llamaba Polly y yo, por supuesto, no la creí. Recuerdo que me enfadé, incluso... , que le grité. Pensé que era parte del juego, ya sabes. Pensé que Williams la había enviado allí para ponerme en evidencia. Al día siguiente, ese tipo me contó la historia de Deanna Ward.

—¿Qué edad tendría Polly? —preguntó Mary.

—¿Treinta y cinco? —conjeturó Dennis—. ¿Cuarenta años?

—Es difícil decirlo —respondió Brian—. Parecía... , parecía joven. Pero ocultaba el rostro. La melena le caía sobre uno de los ojos, y volvía la cabeza hacia ese lado, como si temiera mostrarse. Creedme, chicos... , no sabía qué podía significar eso. Te lo hubiera contado —concluyó mirando a Mary, avergonzado—, de haber sabido que significaba algo.

Mary no pudo reprimir la risa que notaba en su garganta entonces. La dejó escapar e irrumpió en el aire como un animal liberado de su jaula cuando las palabras que había dicho Brian relajaron de pronto semanas de tensión.

—¿Qué...? —preguntó él sonrojándose.

Pero Mary no podía responder. Reía simplemente, y cuando estuvieron dentro del coche, dirigiéndose hacia Upper Strech Road, aún seguía riendo de vez en cuando y después escondiendo la risita en su puño.

—¡Mierda...! —oyó murmurar a Brian. Pero lo decía riendo también, lo mismo que Dennis después, hasta que ninguno de ellos pudo ya contenerse.

«¡Qué enorme tontería! Todas las cosas significan algo», pensaba Mary.