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Se llamaba Paul. Lo llevaron al parque comunal de Cale, que, en realidad, era precisamente adonde iba. Contó que algunos amigos suyos se encontraban allí. Para él, la escuela era una pérdida de tiempo. Nada de lo que hacían allí le importaba. Los profesores eran unos mamones y se metían con él siempre por los deportes. Era un chiquillo flaco, menudo dentro de aquel enorme abrigo, y Mary podía ver que sería la víctima favorita para los bravucones del Instituto Central de Cale. Ella había ido al colegio de la Santa Cruz de Louisville, e incluso en aquel colegio católico había chicos como Paul, chicos que eran el blanco de las bromas de sus compañeros, demasiado canijos para defenderse por ellos mismos. Chicos que se habían vuelto amargados, que iban contra el sistema y contra cualquier adulto, y cuyas ropas, cuya mirada, cuya cara, incluso, expresaban una pregunta: «¿Por qué no me ayudas? ¿Por qué no me ayudáis?».
—Mis abuelos —les dijo Paul— viven en la casa donde vivió aquella chica, Deanna; la que desapareció de Cale. Hará dos o tres años, mi amigo Tony y yo oímos hablar de esa otra chica que se parecía mucho a Deanna. Mis amigos de la escuela estaban siempre insistiéndome para que mis abuelos les permitieran reunirse en la casa y tener una sesión de espiritismo. A veces vamos a un campo que hay allí cerca y fumamos cigarrillos. Bebemos calimocho y fumamos porros. A mi chica, Therese, la mola mucho todo eso del espiritismo. En una ocasión, llevamos allí un tablero de Ouija y la cosa comenzó a salirse de madre. Nos espantó a todos.
—Tuvisteis suerte de que ninguno resultara herido —dijo Mary.
—Oh... , papá nunca dispararía a nadie —replicó el chico—. Jamás tiene cargada su escopeta. Pero, bueno... Tony me contó que su hermano mayor fue a la escuela en Bell-Este con una chica que era igualita que Deanna. Yo no le di importancia a eso, hasta que empecé a investigar por mi cuenta. Un día busqué el nombre de la chica en los ordenadores de la biblioteca, y encontré una foto suya. Podían haber sido la misma chica. Polly y Deanna. Deanna y Polly. Aquello me dio que pensar, ¿saben? Empecé a preguntarme adónde apuntaba todo aquello.
«Sé exactamente cómo te sentiste», pensó Mary.
—Así que un día que Tony y yo estábamos aburridos, decidimos ir a Bell City para indagar acerca de esa chica. De esa mujer, quiero decir. Hicimos preguntas, y alguien nos dijo que vivía con un tipo en la cresta del Crótalo. Su familia había dejado Bell City, pero a Polly no le había gustado el nuevo sitio, y regresó. Al lugar se llega por la carretera que sale de ese antiguo bar, el parador del Tiemblo. Tony y yo... , él es mayor que yo, ¿saben? , y ya no va al instituto, fuimos allí y hablamos con ellos. Hicimos como que estábamos interesados en comprar un coche que aquel tipo tenía en venta... , ese viejo Honda. Yo estuve todo el rato mirando a la mujer, fijándome en ella, ¡y por Dios que era rara! Se pasó todo el rato ocultando de mi vista su cara, volviéndola hacia un lado para que yo no pudiera verla bien. Casi como si llevara un disfraz.
»Ni que decir tiene que yo pensé que era Deanna. Y Tony lo pensó también. Volvimos al instituto y se lo contamos a unos pocos. Y ya saben cómo es eso... Todo el mundo se empeñó en ver a aquella mujer. Todos habían oído hablar de ella cuando ocurrió el suceso, en los años en que sus padres iban a la escuela. Pero ahora fue como si se iniciara otro capítulo... , que nosotros habíamos abierto. Creíamos que nos había tocado la lotería, que resolveríamos aquel viejo crimen y nos haríamos famosos, pero no hubo nada de eso. Polly, o Deanna, o quien demonios fuera, se marchó de Bell City. Salió en los periódicos. Los tíos de Polly hicieron una declaración, diciendo que era ridículo sugerir que ella y Deanna fueran la misma persona. Que la habían criado desde que era una niña. Tengo entendido que su tío escribió incluso un libro sobre Deanna. Por lo menos, eso es lo que dice en la escuela la señora Sumner. Porque yo nunca lo he leído.
—No te lo recomiendo —dijo Brian amargamente—. Es aburrido.
—En todo caso, la cosa se fue al carajo. Nunca volvimos allí, a la casa de Bell City. Estábamos demasiado asustados. Mis padres recibieron una carta de alguien, muy indignado, diciendo que habíamos abierto viejas heridas que jamás hubiéramos debido abrir. Eso no fue mucho después de que alguno difundiera el rumor acerca de que los restos de Deanna habían aparecido en California. Pero yo nunca di crédito a ese rumor. Pienso que vive aún en algún lugar de allí, y pienso que, si ustedes encuentran a Polly, encontrarán a Deanna.
Mary observaba a aquel muchacho escuálido intentando grabar en su memoria lo que había dicho. Unas niñas jugaban al tenis en las pistas del parque, riendo cada vez que fallaban un golpe. No había nadie mirándolas, y los pelotazos se estrellaban contra las oxidadas mallas metálicas haciéndolas chirriar. Mary no conseguía quitarse de la cabeza algo que Paul había dicho: una pequeña información que estaba casi sepultada en su relato.
«El coche. Un Honda rojo.»
Mary sabía que tendrían que regresar a Bell City para encontrar la casa en que Polly había vivido al volver allí con su coche rojo. El coche no estaría, por supuesto... no ahora. Pero era allí adonde necesitaban ir, como Mary sabía muy bien. Una vez más los estaban guiando. El muchacho prendió un arrugado cigarrillo y el aire aventó el humo y lo dispersó a través del campo que tenían a su derecha.
Llegó entonces un coche, un viejo Mustang con la carrocería llena de cicatrices en el que viajaban un montón de chicos parecidos en todo a Paul, salvo por el color rubio pálido de su pelo. Este se despidió, su subió al coche y los chicos desaparecieron en el corazón del parque por una carretera de tierra.
—Y ahora ¿qué hacemos? —preguntó Dennis. Aunque ciertamente lo sabía ya.