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—Me alegro mucho de que lo hayas logrado —le estaba diciendo Elizabeth Orman a Mary—. Durante un rato nos tuviste preocupados —añadió, indicándole con un gesto a los presentes en el aula. Serían tal vez veinte personas. Algunas de pie apoyadas contra la pared, pero la mayoría sentadas en las mesas. Todas ellas sonreían a Mary también—. Supongo que ya conoces a todos —dijo Elizabeth—, así que imagino que no necesitas presentaciones.

—No —consiguió decir Mary, con la voz casi ahogada.

Y no las hubo. Mary reconoció en un rincón del fondo al muchacho que los había conducido al parque, el llamado Paul. Cuando él la vio mirándolo, la saludó con la mano.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Mary.

—Esto es el Experimento Polly. —Mary miró a Elizabeth Orman. La mujer lucía un vestido negro, distinto del que llevaba puesto antes. Su peinado era impecable y sus joyas resplandecían bajos las luces fluorescentes. Mary se dio cuenta de que no era algo improvisado, se había estado preparando para aquello: era su gran noche.

—¿De qué vas a hablar? —preguntó Mary apoyándose contra la pared, mientras el aula llena de gente daba la impresión de girar alrededor de ella.

—Es mi disertación —le explicó Elizabeth—. Soy estudiante de doctorado en psicología del comportamiento, y tú y Brian House habéis sido el tema de mi estudio.

—¿Nos has estado sometiendo a un test? —preguntó Mary.

—No, a vosotros no —respondió Elizabeth—. En absoluto. Me habéis estado ayudando a poner a prueba ciertos resultados. Ciertas hipótesis. Por ejemplo: ¿Es cierto que un ser humano es capaz de preocuparse por una persona a la que nunca ha conocido? ¿Es cierto que un ser humano se desviará de su trayectoria para salvar a esa hipotética persona, dadas determinadas circunstancias? Si un ser humano siente que otro corre peligro, ¿cuidará de esa otra persona de una manera profunda y plenamente humana?

—Pero no siempre. —Era la voz de un hombre la que había hecho aquella salvedad. Se encontraba sentado en algún punto en el centro del aula y, cuando se puso de pie, Mary no pudo reprimir una exclamación de sorpresa.

Era Troy Hardings.

Vestía un traje completo, que a Mary le pareció de seda por la forma como reflejaba la luz cuando se movía. Había desaparecido su barba, y su media sonrisa habitual se había trocado en una sonrisa estereotipada. Parecía todo un profesional, un hombre de negocios tal vez... , o quizá, se recordó a sí misma Mary, alguien que representaba el papel de hombre de negocios.

—Es el doctor Troy Hardings, Mary —le dijo Elizabeth Orman—. Ha sido el director de mi tesis en este proyecto.

—Para valorar el impacto de este estudio, hemos de recordar el caso de Kitty Genovese3 —decía Hardings— y considerar el llamado «efecto espectador». Lo que demuestra el Experimento Polly es que los seres humanos tienen mayor tendencia a ayudar a una víctima potencial, a una supuesta víctima, de la que tienen a hacerlo cuando ven, digamos, a una mujer que está siendo apuñalada de noche bajo su ventana.

—Deanna... —murmuró Mary.

—Sí —replicó Elizabeth Orman—. Deanna Ward fue una invención de principio a fin. Muchas cosas que intervinieron en el Experimento Polly fueron «fabricadas», o «exageradas», como Troy prefería decir. La noche en que Brian me vio junto a la carretera, por ejemplo. Fue un ardid para empujar a Brian. Temíamos que se estuviera desviando, y por eso buscamos el método perfecto para atraparlo nuevamente. Como el día que tú encontraste a Troy en el despacho. Aquello tuvimos que disponerlo todo sobre la marcha... : no teníamos ni idea de que ibas a subir. Tuvimos que clavar en la puerta la placa de Leonard apenas cinco minutos antes.

—¿Y toda esta gente? —preguntó Mary. Cerró los ojos. No podía mirarlos con tranquilidad, no podía enfrentarse a aquella multitud. No se sentía violenta, avergonzada ni culpable. Lo suyo era sencillamente temor: temor de que fuera otro giro en el juego, otra pista falsa. Mary no estaba segura de poder soportarlo. No en aquel momento.

—Los contratamos para realizar diferentes papeles —le explicó Elizabeth—. Y todos hicieron un trabajo estupendo. Ni que decir tiene que ya conoces al que encargamos de hacer el papel de profesor vuestro. —Leonard Williams se levantó de la silla en que estaba e hizo un gesto con la cabeza—. En la vida real, dirige un grupo de teatro en DeLane. Su nombre en la escena es Mike Williams. Como a menudo aparece caracterizado, no había forma de que pudieras reconocerlo.

Mary pensó en la primera vez que lo había visto y en las marcas de acné de su rostro. Ahora sabía que se trataba solo de maquillaje.

Siguió una pausa, un momento en el que nadie dijo nada. Después, Williams se aproximó a Mary. Sonreía abiertamente ahora, intentando desarmarla con su encanto. Y en un instante se plantó a su lado y apoyó la mano en su hombro:

—Mary... —le susurró en voz baja.

Fue entonces cuando ocurrió algo.