10
Al día siguiente, Mary estaba tan alterada por la sorpresa de haber visto a Summer en la fotografía de Williams, que a punto estuvo de no acudir a clase. Pero necesitaba preguntarle qué significaba aquello. Le cruzó por la imaginación la idea de que tal vez Williams no hubiera visto la foto. Pero allí figuraba su nombre en su buzón de entradas. ¿Trataba de comunicarle algún mensaje acerca de Mike? ¿De darle a Mary alguna clase de ayuda desde dentro?
Le costó Dios y ayuda dejar su habitación pero, cuando estuvo fuera, se alegró de haber decidido ir a clase. Sorprendentemente, tras la fría mañana había amanecido uno de los días más hermosos del mes, con el sol brillando luminoso en el firmamento y finas nubes semejantes a gasa. En el patio de delante del edificio Brown había algunas chicas tomando el sol. Todas tenían libros de texto abiertos encima del cuerpo, frente a sus narices, estudiando para la primera serie de exámenes que les pondrían la semana siguiente.
Cuando entraba al Seminario, la muchacha que se sentaba junto a Mary en la clase de Williams salía por la puerta lateral.
—Hoy no tenemos clase —le dijo—. Hay un letrero en la puerta.
Mary entró en el oscuro vestíbulo del edificio. Normalmente le habría encantado la noticia de que le habían dado libre toda la tarde —aún le quedaban por leer cinco capítulos de Ciudad de cristal—, pero hoy estaba impaciente por comentar la fotografía con Williams, así como la extraña llamada telefónica. En aquel momento no había estudiantes en el Seminario, pues todavía era demasiado temprano para las clases de las cuatro de la tarde, y pasaban ya quince minutos de la finalización de las anteriores.
«Le escribiré una nota y se la pasaré por debajo de la puerta de su despacho», pensó. Aunque Williams no les había facilitado aún un programa a propósito de sus horarios para consultas e indicado la ubicación de su despacho, Mary estaba segura de que lo encontraría en el ala de filosofía, que estaba escaleras arriba, en el último piso del Seminario.
Subió los tres tramos de escalera y pasó junto a otros estudiantes de su clase, incluido Brian House, que bajaba los peldaños saltándolos de tres en tres.
—¿Te has enterado? —le preguntó, jadeando, al cruzarse. Mary le respondió que sí, pero él ya se deslizaba por el pasamanos, dejando escapar una onomatopeya de velocidad mientras se perdía en el hueco de la escalera.
El piso superior del Seminario era un mundo aparte. Los despachos de los profesores se alineaban a lo largo de los pasillos, y los estudiantes aguardaban pasivamente fuera, sentados en incómodas sillas, a que los invitaran a pasar. El ruido de una fotocopiadora puntuaba todo. Mary recorrió el primer pasillo, leyendo los nombres escritos en cada puerta. Dobló al final en el ángulo hacia la cara este del edificio, que conducía a un nuevo tramo de escaleras para alcanzar la biblioteca Orman. Casi al final del pasillo vio una puerta abierta y, cuando se inclinaba para leer el nombre rotulado en ella, una voz dijo:
—¿Puedo ayudarla?
Mary se sobresaltó. Salió al instante de la habitación como si hubiera hecho algo malo, algo ilegal.
—¿Busca usted al doctor Williams? —preguntó la voz. Miró en el interior y distinguió a un joven dentro. Estaba de pie junto a las estanterías del fondo, con un montón de fichas en la mano.
—Sí —respondió.
—Estará ausente todo el día. Algo con su chico. —El joven volvió la mirada a las estanterías y anotó algo en una de las fichas. Después miró a Mary y le dijo—: No me he presentado... , lo siento. Soy Troy Hardings. Seré el ayudante del doctor Williams durante este trimestre. —Se volvió hacia ella y le tendió la mano, que Mary estrechó. Era un muchacho alto, de voz atiplada y movimientos torpes. Llevaba el pelo rapado a la moda y su cuero cabelludo tenía un aspecto rosado y poco saludable—. ¿Tiene usted que dejarle una nota o algo? —Le indicó con un gesto el papel que ella traía y que sostenía ahora en la mano con aire indeciso—. Puede usted dármelo y esté segura de que lo recibirá.
—Oh —asintió Mary—, de acuerdo. Salió al pasillo, apoyó el papel en la pared y escribió: «Doctor Williams...», pero la superficie era rugosa y no le permitía escribir bien. Se alejó un poco por el pasillo y se sentó en una silla que estaba en el exterior del despacho de otro profesor. Utilizó Ciudad de cristal como apoyo para escribir su nota. Mientras lo hacía, vio que Troy salía del despacho de Williams, se dirigía por el pasillo en la dirección opuesta a donde estaba ella y entraba en otro despacho contiguo a la salida.
A Mary se le ocurrió de pronto una idea atrevida. Se puso en pie y regresó al despacho del doctor Williams. Troy había dejado encendida solo una luz: una lámpara de sobremesa que arrojaba un resplandor pálido sobre los estantes. Necesitaba echar un vistazo a sus libros, pero sabía también que no tendría mucho tiempo antes de que Troy regresara. Dejó su nota sobre el escritorio —estaba inacabada y no contenía todo lo que quería haberle dicho: solo la parte relativa a Summer McCoy, pero nada de todo lo demás, y, en concreto, nada sobre la hipótesis relativa a Pig y a Polly que había estado rumiando— y, al ponerla allí, su mirada exploró la superficie de la mesa. ¿Qué estaba buscando? Lo ignoraba. Pero no podía marcharse. Ahora que estaba allí, en su presencia, tenía que encontrar algo, ¿no? Había tenido el valor suficiente para llegar tan lejos. Allí estaría su e-mail, por ejemplo. Había unas cuantas tacitas de café en los estantes. Un póster de Einstein en la pared con la leyenda: NI SIQUIERA SABÍA ATARSE LOS CORDONES DE SUS ZAPATOS... Pero no había nada a la vista que pudiera ahorrarle una mirada al interior de los cajones de la mesa. Exploró rápidamente los libros: textos de lógica, tratados de filosofía con nervios en relieve en los lomos, toda una fila dedicada a John Locke. Pero nada más. Se sintió avergonzada por haber entrado, por...
Sobre el escritorio, casi oculta bajo un montón de sobres, había una frase escrita, con la fría y lejana tipografía de una máquina de escribir. Parecía que hubiera sido escrita mucho tiempo atrás: el texto estaba tan agrisado y la página tan amarillenta que Mary apenas podía leerla. Se inclinó para verla mejor.
Deanna tendría la misma edad que Polly si no
Eso era todo. Las restantes palabras quedaban ocultas bajo los sobres. Mary los apartó a un lado y se agachó para ver mejor.
—¿Qué está haciendo usted? —dijo alguien.
Era Troy. Se hallaba de pie en la puerta, mirándola, con los brazos en jarras, como si no pudiera dar crédito a que hubiera entrado en el despacho sin haber sido invitada a hacerlo.
—Solo estaba... —probó— dejando mi nota en su mesa.
—Le prometí que, si me la daba, me ocuparía de hacérsela llegar al doctor Williams —puntualizó. Luego sonrió con un gesto rígido y severo.
—Aquí la tiene —dijo Mary señalándole la nota que había dejado en el escritorio.
Troy la leyó. Tuvo que girar el papel para que la escritura no apareciera invertida y, cuando hizo esto, Mary vio que llevaba un extraño tatuaje en el dorso de su mano. Una S y una P entrelazadas. La S semejaba una serpiente. Tenía la cabeza erguida, como si se dispusiera a asestar un mordisco en la suave y casi femenina P. Mary pensó que quien hubiera dibujado aquello tenía realmente talento, y quiso preguntarle a Troy qué significaba.
Pero entonces este acabó de leer la nota y se quedó mirándola. Sus ojos habían cambiado de expresión, parecían más indecisos con ella, más fríos.
—¿Así que están ustedes intentando localizar a Polly? —preguntó.
—Sí.
Troy se limitó a mover la cabeza, pero Mary lo instó, con su silencio, a continuar. Necesitaba vivamente conocer todo cuanto supiera él, pero Troy no estaba dispuesto a añadir voluntariamente algo más.
—¿Conoce usted bien al profesor? —preguntó Mary, tratando de inducir a Troy a darle alguna información acerca de Williams.
—No demasiado, la verdad... Me llamó este verano y me preguntó si querría trabajar para él. Yo soy solo un mandado. Quiere tener catalogados todos estos libros antes de que concluya el trimestre de otoño. Necesita que alguien le mecanografíe cosas. Las paridas normales. Pero es dinero, claro, así que no pude negarme.
—¿Le habla alguna vez de Polly?
—No —respondió Troy con franqueza—. ¡Pero eso es alto secreto...! —añadió riendo, con una risita espasmódica.
—¿Se lo ha inventado todo?
—Casi todo. Salvo...
—Salvo ¿qué? —dijo Mary, animándolo.
—Salvo que se dio un caso real. Hace mucho tiempo, en los ochenta. Esa chica desapareció y nunca la encontraron.
—Entonces... ¿esa chica es Polly?
—Yo no diría eso. Polly es una ficción. No se trata de simbolizar nada en ella, excepto lo ilógico que es en ocasiones el mundo. Al menos, así lo ve Leonard. ¿No pensaría usted que se trataba de una persona real...? —Se quedó mirándola—. Uh, uh... Es como lo que dicen en el cine: Polly está basada en un hecho real.
—Yo no lo expresaría exactamente así —dijo Mary, aunque no estaba segura de si lo pensaba o no. En realidad, no estaba segura de lo que quería decir—. Estaba hablándole de él. Chicas desaparecidas. Novios vengativos... No son los clásicos ejemplos académicos, entiéndame. Me estaba preguntando si... Bueno, ya sabe...
—¿Si tiene una hija que fue secuestrada? ¿Si ha pasado por alguna experiencia así?
—Bien... ¡Pero es que parece todo tan real...! Parece como si fuera algo personal para él.
—Todos preguntan eso... Pero, escuche... , él simplemente le cambia el nombre. Cuando asistí a su clase, la chica se llamaba Jean. El otoño pasado era Elizabeth. La misma historia, la misma chica, pero con resultado diferente.
Mary se sentía decepcionada. Hubiera querido oír otra cosa, pero no sabía bien qué.
Cuando se hizo evidente que no había nada más que decir, dio las gracias a Troy y abandonó el despacho del doctor Williams. Cuando ya se iba, él la llamó por el pasillo.
—Vaya con cuidado con él. Estaba siempre despistándonos.