51
Brian caminaba despacio. Se había hecho un corte en la rodilla al golpearse contra una piedra y la tierra que se le había metido en la herida comenzó a molestarle desde que llegó a Pride Street. No circulaban coches. El campus estaba en completo silencio; el único ruido que llegaba a sus oídos era el de los coches que se movían por Montgomery, tres manzanas más allá de él.
Vio ante sí la casa de Williams, y entonces aceleró el paso. Oyó ladrar al perro, vio la furgoneta del hombre estacionada en el camino de acceso a la casa. Metió la mano en el bolsillo y notó el peso del arma, que sostuvo sin sacarla de su chaqueta. Brian solo había disparado una pistola en una ocasión, hacía años, con su padre. No tenía intención de disparar esta noche; solo quería protegerse con ella en el caso...
En el caso... ¿de qué?
En el supuesto de que Mary estuviera allí, en casa de aquel hombre.
«Se estaban riendo todos», le había dicho Summer McCoy.
¿Riendo? ¿Por qué se estarían riendo?
Ahora se hallaba delante mismo de la casa de Williams. Pero estaba a oscuras; y tampoco se veía ninguna luz dentro.
«Es extraño. Quizá estén en el sótano», pensó Brian.
Rodeó la casa y, mientras lo hacía, algo atrajo su atención a lo lejos. Era la silueta del edificio del Seminario, sobresaliendo de entre las verdes copas de los árboles más allá de Loquax Avenue. Había luces encendidas en el Seminario.
«¿Por qué demonios habrán encendido las luces?», se preguntó Brian.
Rodeó la fachada lateral de la casa de Williams para tener una vista mejor. Sí, definitivamente, estaban encendidas las luces. Las vio asimismo en el ala este del edificio. Y, además...
Esforzó la vista para ver mejor.
Había gente allí dentro. Mucha gente. Una multitud. Estaban sentados en las mesas de los estudiantes y había también alguien sobre la tarima, dirigiéndose a ellos. Pero no podía ver quién era. La propia esquina del edificio le tapaba la visión.
Y en aquel mismo instante Brian lo supo.
Supo que debía ir allí.