26
Mary entró aquel miércoles en el aula del Seminario con la idea de repasar para el examen que Williams iba a ponerles la semana siguiente. Pero Williams se retrasaba. Mientras lo esperaban, unos cuantos estudiantes conversaban acerca de sus otras clases o de los rumores que circulaban por el campus. Dennis Flaherty abrió su cartera, sacó de ella su texto de economía y se puso a marcar con rotulador párrafos de un capítulo. La chica sentada junto a Mary se limaba las uñas. Brian continuaba boicoteando la clase, y su asiento en la última fila estaba vacío.
Pasaron cinco minutos y se inició una discusión a propósito de cuánto tiempo le deberían dar a Williams antes de que abandonaran el aula.
—Conociéndolo —dijo uno—, habrá programado para hoy una salida de estudios y no se lo ha dicho a nadie.
Todos se rieron de aquella ocurrencia, pero Mary estaba preocupada. No podía evitar preguntarse si la discusión entre ella y Brian con Troy Hardings tendría algo que ver con el retraso del profesor.
A las cuatro y veinte entró en el aula el decano Orman. Como de costumbre, vestía con excesiva formalidad para la ocasión, con un elegante terno y mocasines de Cole Haan. El viento había revuelto y desajustado sus ropas; tenía desgreñados sus cabellos castaños rojizos y la ridícula flor que lucía en la solapa estaba casi para tirarla.
Orman ocupó en la tarima el lugar de Williams. Parecía empequeñecido allí, menudo. Tomó aire como si fuera a soltar ante la clase alguna noticia devastadora. Mary no pudo evitar que sus pensamientos fueran hacia la esposa del decano y sobre lo que le había contado Brian acerca de ella, y se preguntó si Orman habría averiguado lo que le había sucedido.
—Como decano —empezó Orman— nunca resulta fácil informar a los alumnos de una clase que se ha presentado una dificultad... , algo que perturbará el proceso de su formación. «En la dilación no hay nada bueno», como dijo Shakespeare. Pero lo hecho... , hecho está, y es mi deber informarles sobre lo que ha ocurrido.
Orman estaba haciendo un visible esfuerzo para preparar el terreno. Mary pensó: «Williams ha muerto. Ellos lo han matado». Pero no tenía la más remota idea de quiénes pudieran ser «ellos», ni evocar tampoco ninguna situación posible en la que Williams hiciera el papel de víctima de todo el montaje.
—Su profesor se ha ido —dijo el decano. Mary no sintió nada. Ningún temor. Ninguna confusión. Solo vacío. Nada semejante a cualquier sentimiento de empatía o sorpresa por los motivos que hubiese tenido para abandonarlos. Aquello, como cualquier otra cosa en Lógica y Razonamiento 204, era solo un elemento más de la narración, un irreversible detalle en la trama que se podía concebir como un mero tropo en el retorcido y extraño guión que había escrito Williams para ellos—. Esta mañana no estaba en su despacho —siguió el decano—, y habían retirado todas sus cosas. Es, como mínimo, un giro muy molesto en la marcha de las cosas. Pero estén tranquilos. Mientras les hablo, estamos tratando de localizar al doctor Williams y, en cuanto lo consigamos, podremos saber con certeza por qué decidió dejar el campus una semana antes de que concluyeran sus clases.
Ahora Williams se había convertido en un jugador más de su propia partida. No había, en realidad, ninguna pregunta que hacer. Estaba «dentro» de su drama, y Mary se preguntó de súbito si había acabado o no había hecho más que empezar. Deseó que Brian estuviera allí para que la ayudara en aquel nuevo giro de los acontecimientos.
—Si necesitan ustedes algo —estaba diciendo el decano Orman—, lo único que tienen que hacer es acudir a la oficina de Atención al Alumno y ponerse en contacto con Wanda. Estará encantada de ayudarles en cualquier cuestión que se les ofrezca. Y, por supuesto, se les reembolsará el importe de esta clase y les serán reconocidos sus tres créditos.
Más tarde, Mary fue de inmediato en busca de Brian. Lo encontró en la biblioteca Orman, sentado a una mesa en el fondo. Estaba mirando al exterior por una ventana, con un libro de texto abierto delante de él. Por lo visto, aún no parecía haberse recuperado de la discusión que habían mantenido con Troy Hardings el lunes por la noche.
—Williams se ha ido —le dijo Mary.
Él la miró pestañeando.
—Estás de guasa —dijo.
—Se ha llevado todo lo que tenía en su despacho. Orman ha venido a clase para darnos la noticia.
—Troy debe de haberle hablado de nuestra discusión.
Mary no dijo nada, pero su silencio era suficientemente explícito. Sabía tan bien como Brian que aquellos dos hechos no podían ser disociados. Como les había dicho el propio Williams hacía ya tiempo, el azar no era la regla, sino más bien la excepción a la regla.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Brian.
—Podríamos ir a buscar a Hardings e interrogarlo sobre eso. Averiguar qué está pasando. Amenazarlo de alguna manera.
—Ya lo hice —respondió Brian, en tono lúgubre—. Su compañero de cuarto me dijo que se había ido a casa para pasar allí lo que queda de la semana. Tuve antes una charla con él. No se mostró muy... receptivo.
—Ya me lo imagino.
Permanecieron un rato en silencio los dos, sentados en la biblioteca, pensando qué sería lo siguiente que debían hacer. Ahora sí les parecía que habían llegado al final, al punto culminante del juego, pero ninguno de los dos tenía una idea clara de por dónde seguir.
Pero entonces a Mary se le ocurrió algo, algo tan obvio que se preguntó cómo era posible que no hubiera pensado antes en ello.
—Dennis Flaherty —dijo.
—¿Daniel el Travieso? —preguntó Brian, escéptico.
—Hagámosle una visita. Me debe una, en todo caso...
Dennis Flaherty estaba asando a la brasa unas salchichas en la terraza de la residencia de los Taus. Vestía una camiseta ajustada sin mangas, tipo ciclista, y chancletas de goma. Mary pensó al verlo que parecía el padre de alguno de los chicos.
—¡Mary Butler! —la saludó al llegar, con excesivo entusiasmo en su voz.
—Hemos venido a hablarte de Williams —le dijo Mary.
Dennis observó a Brian, con expresión de extrañeza en su rostro.
—Sí... , ¡qué sorpresa! , ¿no? —comentó mientras daba la vuelta a una de las salchichas—. ¿Nos acompañaréis a cenar?
—Los de nuestra fraternidad no compramos a nuestros amigos —replicó Brian. Hubo un momento de tensa vacilación entre los dos muchachos, que finalmente rompió Dennis bajando la vista para mirar, sonriendo, la parrilla.
Mary se interpuso entre los dos.
—¿Qué le ha ocurrido, Dennis? —preguntó.
—¿Por qué me lo preguntas? —dijo con una nota de sorpresa en su voz—. Estoy tan desconcertado como vosotros.
—Sé que estuviste hablando con él. Lo comprendí cuando estuvimos... , cuando estuvimos hablando en su casa la otra noche.
—¿A qué te refieres? —Dennis cerró la tapa de la parrilla y colgó la espátula a un lado. Los Taus tenían una gigantesca barbacoa Weber, legendaria en el campus, que se habían visto obligados a encadenar al propio edificio de su fraternidad para impedir que se la robaran los Dekes.
—Corta el rollo, Dennis. —Brian dio un paso hacia Dennis, señalándolo con el índice en un gesto acusatorio—. Ya no estamos jugando a nada.
Pero ni que decir tiene que en eso radicaba el problema: seguían jugando, en realidad. Todo era parte del juego de Williams, y eso era lo que lo hacía tan confuso y difícil de entender.
—Hablé con él en una ocasión —reconoció Dennis, mirando más allá de la terraza, hacia el campus superior, donde algunos estudiantes montaban una protesta contra la subida de tasas que estaba a punto de entrar en vigor. Los manifestantes cruzaban lentamente el viaducto, portando pancartas que se agitaban en el aire por encima de sus cabezas—. O tal vez dos veces. Acerca de Polly... , de la clase. No fue nada de particular. Mira... , si estáis pensando que pude haber tenido algo que ver con que Williams se haya largado de aquí...
—No es eso —dijo Mary, tajante—. Lo que pasa es que hay otras cosas. Cosas que aún no sabes.
—¿Qué otras cosas, Mary?
Brian sacó el libro. Se lo mostró cuidadosamente a Dennis, como si contuviera un terrible secreto. Fue pasando las hojas despacio, deteniéndose en algunas páginas como si su contenido pudiera decir algo en aquel absurdo lenguaje.
—¿Qué demonios es? —preguntó Dennis.
—Es el libro de Williams a propósito de aquella chica, Deanna. La joven de Cale de la que nos habló el detective.
—¡Pero esto no es ningún libro! —protestó rotundamente Dennis, como si todavía estuviera intentando entender el sentido de las dos únicas palabras —«for the for the for the for the»— impresas en sus páginas.
—Exactamente —asintió Brian—. Por eso creo, creemos, que todo ello forma parte de una especie de... farsa montada por Williams. —Dicho lo cual, Brian le explicó todo a Dennis: cómo había desenmascarado al falso detective, su viaje al instituto de Cale y su conversación con Bethany Cavendish, la críptica frase que Mary había visto en aquella página escrita a máquina en el despacho de Williams, la nota de Della Williams a Mary la noche de la fiesta y, finalmente, los e-mails enviados por él y por Mary a Troy Hardings.
—¡Mierda! —murmuró Dennis. Abrió la tapa de la barbacoa y pasó las salchichas calientes a una fuente de plástico. Durante unos momentos guardó silencio, reflexionando sobre lo que acababa de oír. Luego dijo—: Entonces... ¿pensáis que Williams tuvo algo que ver con la chica esa de Cale?
Era la primera vez que alguien lo expresaba con palabras. Sin embargo, la idea había estado presente, tácita, en las conversaciones entre Brian y Mary desde el instante en que él se presentó en Brown dos noches atrás. Bethany Cavendish ya se lo había dicho a Brian: «Era casi como si hubiese estado allí». Una observación inocente, entonces, pero que vista retrospectivamente, con la información que habían reunido en el último día, adquiría un peso innegable.
—Eso creo —dijo Brian.
La conciencia del asunto en el que estaban implicados ahora cayó sobre ellos como una losa y se quedaron callados en la terraza de la residencia de los Taus reflexionando sobre los papeles que les habían correspondido en aquellos sucesos.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Dennis. Los miembros de la fraternidad estaban ya en la puerta reclamando las salchichas, y él les pasó la fuente.
Brian y Mary ya habían hablado sobre ello en el camino hacia la residencia de los Taus. Habían decidido que no existía ninguna otra forma de sortear el asunto y que, si querían que aquello realmente cesara, tenían que abordarlo por la directa y hacer lo que debían para llegar hasta su raíz: encontrar por segunda vez a una chica desaparecida, con lo que se revelaría tal vez el papel jugado por Williams en la desaparición. Mary ya se había resignado al hecho de que aquel fin de semana no iría a estudiar a su casa tal como había prometido; es más, ya había llamado a su madre para decírselo. Y cuando la madre le preguntó si Dennis estaba implicado de alguna manera en la decisión tomada por Mary de permanecer en la universidad, Mary no le había dicho ni que sí ni que no.
—Tenemos que encontrarla —le dijo ahora a Dennis, refiriéndose por primera vez no a Polly, sino a Deanna Ward.